miércoles, 27 de junio de 2012

Asistiendo a Misa asistimos al Calvario




La asistencia a misa dominical, en los países más avanzados del planeta, en los países de Europa, ha ido decayendo, con el correr de los años, hasta llegar a valores inferiores a un dígito, por ejemplo, un 2% en Italia. En Europa, cientos de parroquias han debido cerrar no por falta ya de sacerdotes, sino por falta de fieles: no hay fieles que asistan a las parroquias. En Holanda, por ejemplo, no hay niños para comunión y confirmación, porque no hay niños para el bautismo.
Las causas son varias y múltiples: la pérdida del sentido de lo sagrado, el materialismo, el ateísmo, etc. Pero tal vez una de las causas más importantes sea el considerar a la misa y a los sacramentos en general, como un hábito cultural, como una costumbre, propia de países que tienen una cultura determinada, el cristianismo. Se ve entonces a la misa como una costumbre social, como algo predeterminado por la sociedad. Ir a misa es solo una costumbre que viene desde hace mucho y como viene desde hace mucho, hay que cambiar por otra cosa. Y como hay que cambiar por otra cosa, dejamos de ir a misa, porque ha dejado de ser una costumbre interesante. Hay que buscar otras alternativas.
Para no caer en este error, debemos escuchar la voz de la Iglesia, que nos dice qué es la misa: la misa es el mismo sacrificio de la cruz, sólo que renovado sacramentalmente. Debajo o dentro de lo que se ve y de lo que se siente –gestos, palabras, oraciones-, se esconde una realidad, invisible, oculta, misteriosa. Hay “algo”, más allá de lo que se ve y de lo que se comprende, dentro de la misa, y ese “algo” es el sacrificio en cruz de Jesús.
Es decir, en cada misa, asistimos, misteriosamente, sin saber cómo, pero realmente, al mismo sacrificio en cruz de Jesús. Estar en misa es como estar delante de Jesús en la cruz. La misa es para nosotros, católicos del siglo XXI, lo que el monte del Calvario era para los que asistían a la muerte en cruz de Jesús.
Así como María, Juan, las mujeres piadosas de Jerusalén, los romanos, los hebreos, eran actores partícipes del sacrificio del Cordero de Dios en el monte Calvario, así nosotros, al asistir a misa, somos actores partícipes de la renovación y actualización sacramental del sacrificio en cruz del Cordero de Dios, Jesús.
La misa no es un hábito cultural, propio de una época determinada o una costumbre de gentes piadosas: es un misterio sublime, absoluto, incomprensible, imposible de comprender, es el misterio del sacrificio en cruz de Jesús.
Asistir a misa es asistir al Calvario. La misa contiene en sí misma al sacrificio de Jesús, que misteriosamente está en la cruz. Pero el misterio de la misa contiene todavía más: no sólo asistimos a la muerte de Jesús, como hace dos mil años, sino que recibimos a Cristo resucitado en la Eucaristía.
Asistir a misa es asistir al Calvario, recibir la comunión no es recibir un poco de pan bendecido, sino que es recibir al mismo Jesús resucitado. Estos son los motivos por los cuales la asistencia a misa jamás puede ser reducida por nosotros a una mera costumbre, pero sólo el Espíritu Santo puede iluminarnos sobre este misterio, y es algo que hay que pedir en la oración, para no caer en el error de no ver en la misa al sacrificio de Jesús.

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