Inicio: ingresamos en el Oratorio. Nos postramos
ante el Rey de reyes, Jesús en la Eucaristía. Jesús es el Cordero de Dios, que
con su Luz, que brota de su Ser trinitario divino, ilumina a la Jerusalén
celestial y por eso es llamado en el Apocalipsis: “Lámpara de la Jerusalén
celestial” (21, 23). Pero también para nosotros, que vivimos en el tiempo y
peregrinamos hacia la Ciudad Santa, Jesús es nuestra luz y lo es desde la
Eucaristía; Jesús Eucaristía nos ilumina con la luz de la gracia, de la fe y de
la Verdad y el Cirio Pascual es símbolo de Cristo Luz divina que ilumina a la
Iglesia y a las almas y cuya Luz eterna vence a las tinieblas, que no
prevalecen, porque en la cruz han sido vencidas de una vez y para siempre. Ofrecemos
esta Hora Santa en acción de gracias al Cordero “como degollado” (Ap 5, 6) que,
inmolándose en la cruz, venció a las Potencias del Infierno y nos abrió las
Puertas del cielo al altísimo precio de
su Preciosísima Sangre; Él es el que estaba muerto y ahora está vivo y vive
para siempre y ya no muere más, porque tiene las llaves de la vida y de la
muerte; Él ha resucitado para no morir más, Él es nuestra Pascua; por El
festejamos la Pascua de Resurrección, en el tiempo y en la eternidad y por eso ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias al Cordero de Dios, que vive y
reina glorioso en los cielos y en la Eucaristía, porque por su cruento sacrificio en
la cruz, nos obtuvo tan inmerecida dicha.
Canto inicial: “Al despertar el sol pascual”.
Oración inicial:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
Sagrarios del mundo, en reparación por los sacrilegios, ultrajes e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Meditación
Jesús, te damos gracias por Pascuas de Resurrección, porque
“Pascuas” significa “Paso”, y Tú eres nuestro “Paso” al Padre. Por Ti, es que
pasamos de esta vida a la vida eterna, de este valle de lágrimas, al seno
eterno del Padre, que es dicha y felicidad eterna. Sólo Tú eres nuestra Pascua,
nuestro Paso al Padre; nadie va al Padre si Tú no lo conduces; nadie conoce al
Padre si Tú no lo das a conocer, porque sólo Tú lo conoces desde la eternidad,
porque Tú fuiste engendrado por el Padre en la eternidad, entre esplendores
sagrados. Jesús, Tú eres nuestra Pascua, Tú eres el Cordero Pascual, inmolado
en el ara de la cruz, servido en el banquete pascual, la Santa Misa, tu Carne
purísima, asada en el fuego del Espíritu Santo, es servida por el Padre en el
Banquete escatológico de los hijos pródigos, y es acompañada por el Pan de Vida
eterna, la Eucaristía, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, tu Sangre
derramada en la cruz y recogida en el cáliz del altar eucarístico, y todo el
banquete se acompaña con las hierbas amargas de la tribulación, que no faltan a
los verdaderos hijos de Dios. Oh Jesús, Cordero Santo del Dios Tres veces
Santo, Tú eres nuestra Pascua, Tú eres nuestro Paso a la vida eterna, y porque
nos granjeaste el Paso a la vida eterna a costa de tu Sangre Preciosísima, te
damos gracias y te bendecimos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad.
Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, los hebreos, en el Antiguo Testamento, recibieron la
orden divina de teñir los dinteles y las jambas de las puertas de sus casas con
la sangre del cordero pascual, para que el ángel exterminador, al pasar por esas
casas, reconociera la sangre del cordero y no descargara sobre sus moradores la
ira santa de Dios; mientras tanto, en el interior de las casas, los hebreos
comían la cena pascual alrededor de la mesa, que consistía en cordero asado,
pan ázimo sin levadura, hierbas amargas y vino. Con todo, no era la verdadera
cena pascual, porque la verdadera Pascua eres Tú, oh Jesús: Tú eres el
Verdadero Cordero Pascual, con cuya Sangre Preciosísima teñimos, no los
dinteles y las jambas de las puertas de nuestras casas, sino nuestros labios,
cuando bebemos tu Sangre Preciosísima, del cáliz del altar eucarístico, para
que protegidos por esta adorabilísima Sangre, nos veamos protegidos y al abrigo
de la ira del Padre; oh Jesús, Tú eres nuestra única y verdadera Cena Pascual,
porque Tú te nos brindas como alimento pascual en la Santa Misa; en la Misa, nos
deleitamos comiendo la deliciosa Carne de Cordero, asada en el Fuego del
Espíritu Santo, tu Cuerpo resucitado; bebemos Vino exquisito, obtenido de la
Vid triturada en la Vendimia de la Pasión, las heridas abiertas y sangrantes de
tu Cuerpo y tu Costado traspasado por la lanza; saboreamos el Verdadero Maná
caído del cielo, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, y a todo le
agregamos un poco de hierbas amargas, las hierbas amargas de la tribulación,
que no pueden faltar en el plato de un verdadero hijo de Dios, porque la tribulación
es el sello de autenticidad de que la cruz proviene de Ti, porque Tú así lo
dijiste: “El que haya dejado todo por el Evangelio recibirá el ciento por uno
en esta vida en medio de las persecuciones y luego la vida eterna” (Mc 10, 28-31). Por todo esto, que es un
don de tu infinita misericordia, oh Jesús Misericordioso, te adoramos y te
bendecimos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Tú prometiste en
el Evangelio, que habrías de prepararnos un reino, para que pudiéramos beber y
comer en la mesa de ese reino tuyo: “Así como mi Padre me ha otorgado un reino,
yo os otorgo que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino” (Lc 22, 29-30). Y esa mesa de ese reino tuyo que nos preparabas, oh
Buen Jesús, para que comiéramos y bebiéramos, consistía en el banquete de la
Cena Pascual, en el que, reunidos como Iglesia, comemos la Carne y bebemos la
Sangre del Cordero Pascual, Jesús, el Cordero de la Alianza Nueva y Eterna.
Cuando el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración:
“Este es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre…”, las especies del pan y del vino se
transubstancian por la potencia infinita del Espíritu Santo que pasa
vehiculizado a través de la débil voz del sacerdote ministerial, que actúa in persona Christi, obrando de esa
manera el prodigio más asombroso que pueda tener lugar en los cielos y en la
tierra, dando cumplimiento a tu promesa de alimentarnos en la mesa de tu reino.
Cada vez que nos alimentamos con tu Cuerpo y con tu Sangre, anticipamos ya,
desde la tierra, la Pascua eterna que habremos de vivir en los cielos; cada vez
que comulgamos tu Cuerpo y tu Sangre, exultamos de gozo porque pregustamos, en
el Banquete Pascual que es la Santa Misa, las alegrías eternas que nos tienes
reservadas en el cielo; cada vez que participamos de la Pascua semanal, que es
la Santa Misa del Domingo, vivimos anticipadamente, estando todavía en la
tierra, un poco del cielo que nos has ganado por el sacrificio de la cruz. Por
esta Pascua eterna que nos has donado al precio de Sangre derramada en la cruz
y donada sin medida por tus heridas abiertas y por tu Corazón traspasado, nos
unimos a las alabanzas que te tributan tu Madre Santísima y todos los Coros
Angélicos y te bendecimos, te damos gracias y te adoramos, Sagrado Corazón de
Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, en el Antiguo
Testamento, los hebreos celebraban la Pascua festejando el Paso milagroso por
el Mar Rojo y la travesía por el desierto, el Éxodo hacia la Tierra Prometida,
la Ciudad Santa, Jerusalén; en el Mar Rojo, Yahveh abrió las aguas
milagrosamente al extender Moisés la vara sobre el mar; en el desierto, Yahveh
los había librado de las serpientes venenosas al ordenarle a Moisés que
fabricara una serpiente de bronce y la elevara en lo alto para que el que la
mirara, quedara curado de las mordeduras venenosas; por último, Yahveh les dio
maná del cielo, además de darles de beber agua cristalina brotada de la roca, y
todo esto era lo que los hebreos festejaban en la Pascua, pero todos estos
portentos y la misma Pascua hebrea solo eran figuras de la Verdadera Pascua,
que eres Tú, oh Jesús, porque Tú, con los brazos extendidos en la cruz y con tu
Corazón traspasado por la lanza, eres nuestra verdadera Pascua, nuestro
verdadero Paso, nuestro verdadero Éxodo hacia la la Jerusalén celestial; Tú,
con tu Corazón traspasado, de donde salen el Agua y la Sangre, eres el Mar
abierto de la Misericordia Divina, por donde nosotros, los integrantes del
Nuevo Pueblo Elegido, nos internamos para atravesar y llegar, seguros, sanos y
salvos, a la Tierra Prometida, la Ciudad Santa, el seno eterno de Dios Padre;
Jesús, Tú en la cruz, elevado en lo alto, eres la Medicina de Dios, para que
todo el que Te vea, quede curado de su falta de amor y de fe; Tú, Hombre-Dios,
con los brazos extendidos en la cruz, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu
Divinidad, has sido elevado en lo alto por Dios Padre, para que todo el que te
contemple, crea en Ti, Hombre-Dios, y creyendo en Ti, tenga vida eterna y se
salve; Jesús, Tú, elevado en lo alto del Monte Calvario, eres nuestra
protección contra las serpientes infernales, los ángeles caídos, porque tu
Sangre Preciosísima ahuyenta a los seres malignos que solo desean nuestra
eterna perdición; Jesús, Tú eres nuestra Verdadera Pascua, porque Tú en la
Eucaristía eres el Verdadero Maná bajado del cielo: tu Cuerpo, tu Sangre, tu
Alma, tu Divinidad, tu Amor Eterno de Hombre-Dios, que se nos brinda sin
reservas en cada comunión y que nos alimenta en el desierto de la vida, en
nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial; Jesús, Tú eres la Roca de la
cual brota el Agua cristalina que sacia la sed de Dios que nuestras almas
tienen desde que son creadas, y Tú las sacias con la gracia santificante que
brota de tu Sagrado Corazón traspasado por la lanza del soldado romano, ya que
el Agua y la Sangre que de tu Corazón brotaron como un manantial inagotable, se
nos transmiten a través de los sacramentos de la Iglesia, y así recibimos de
ellos un manantial de misericordia inagotable. Por esta Pascua que eres Tú
mismo, oh Jesús Misericordioso, manantial inagotable de Misericordia Divina, te
alabamos, te bendecimos, te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Tú, en el cielo, iluminas a los Ángeles y a los Santos
con Tu propia luz, con la luz de tu Ser trinitario divino, con la luz que
es la luz del Padre y del Espíritu
Santo, porque Tú con el Padre y el Espíritu Santo eres una misma e indivisa
Trinidad. En el cielo, los Ángeles y Santos no se iluminan con luz de sol ni
artificial, sino que se iluminan con la luz del Cordero, porque Tú, Cordero de
Dios, eres la Lámpara de la Jerusalén celestial. Y aquí, en la tierra, en la
Iglesia, nos iluminas con la luz de la fe, de la gracia y de la Verdad, y es
eso lo que simboliza el cirio pascual. Cuando ingresamos en la Iglesia con el
cirio pascual en la Noche de Pascua, y todo el templo está a oscuras, eso
significa que Tú eres nuestra Luz y que sin Ti, Luz de Luz eterna, somos
tinieblas y habitamos en tinieblas de muerte; significa que Tú eres el Dios Luz
que iluminas las mentes y los corazones con la luz de la gracia, de la fe y de
la Verdad, que eres Tú mismo, y que si Tú no nos alumbras, habitamos en las
tinieblas y que las tinieblas nos invaden y por eso, cuando el sacerdote dice:
“Lumen Christi”, el pueblo responde con el corazón: “Deo gratia”, porque damos
gracias a Dios que nos ha enviado a Ti, Jesús, nuestra Luz, nuestra Única Luz.
Y cuando el sacerdote entona el Pregón Pascual, hacemos nuestra la alegría
celestial que hace vibrar nuestro ser desde su más profunda raíz, porque por tu
triunfo en la cruz, no solo nos hemos visto libres de las tinieblas del pecado,
de la muerte y del infierno, sino que nosotros, pobres mortales, hemos visto
resplandecer la gloria de Dios sobre nosotros, y hemos sido revestidos de
gloria divina, y por eso entonamos jubilosos un cántico de victoria, un cántico
de triunfo en honor del Cordero degollado: Exulten por fin los coros de los
ángeles,/exulten las jerarquías del cielo,/y por la victoria de Rey tan
poderoso/que las trompetas anuncien la salvación./Goce también la tierra,/inundada
de tanta claridad,/y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,/se sienta
libre de la tiniebla/que cubría el orbe entero./Alégrese también nuestra madre
la Iglesia,/revestida de luz tan brillante;/resuene este templo con las
aclamaciones del pueblo/ Porque éstas son las fiestas de Pascua,/en
las que se inmola el verdadero Cordero,/cuya sangre consagra las puertas de los
fieles”. Amén.
Meditación final
Jesús Eucaristía,
debemos ya retirarnos, pero dejamos a los pies de María Santísima, Custodia del
sagrario, nuestros corazones, para que estén siempre ante tu Presencia, día y
noche. A Ella, Maestra de Adoración Eucarística, le confiamos nuestra intención
de que nuestros pensamientos, deseos y acciones estén siempre fijos en Ti, y si
nuestra debilidad, nuestra concupiscencia, o las tentaciones del mundo, nos
llevaran a apartarnos de esta intención, haz que María Santísima,
estrechándonos contra su Inmaculado Corazón, nos recuerde que sólo Tú, oh Jesús
Eucaristía, eres la única razón de nuestro paso por esta vida terrena, de
manera tal que, corregida nuestra desviación, seamos capaces de elevar encendidas
jaculatorias y oraciones y de hacer meritorias obras de misericordia y todo
tipo de sacrificios que nos conduzcan al cielo, a la unión contigo en la
eternidad. Amén.
Oración final:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
Sagrarios del mundo, en reparación por los sacrilegios, ultrajes e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: "Al Corazón benigno de María".
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