lunes, 4 de abril de 2011

Por la sangre que brotó de su Cabeza coronada de espinas, nuestros pensamientos deben ser santos


La Madre de Dios relata a Santa Brígida cómo fue la coronación de espinas de su hijo Jesús: “…le pusieron la corona de espinas y se la apretaron tanto que la sangre que salía de su augusta cabeza le tapaba los ojos, le obstruía los oídos y le empapaba la barba al caer[1]. Continúa: “Entonces la corona de espinas, que habían removido de Su cabeza cuando estaba siendo crucificado, ahora la ponen de vuelta, colocándola sobre su santísima cabeza. Punzó y agujereó su imponente cabeza con tal fuerza que allí mismo sus ojos se llenaron de sangre que brotaba y se obstruyeron sus oídos”.

Luego es el mismo Señor Jesucristo quien relata la coronación de espinas: “Cuando mi cabeza sangraba por todas las partes desde la corona de espinas, aún entonces, y aunque mis enemigos se apoderasen de mi corazón, también, antes que perderte, dejaría que lo hiriesen y lo despedazasen. Por ello serías muy ingrata si, en correspondencia a tanta caridad, no me amases. Si mi cabeza fue perforada y se inclinó en la cruz por ti, también tu cabeza debería inclinarse hacia la humildad. Dado que mis ojos estaban ensangrentados y llenos de lágrimas –a causa de la sangre que brotaba de su cuero cabelludo herido por las espinas-, tus ojos deberían apartarse de visiones placenteras. Si mis oídos se obstruyeron de sangre –a causa de la sangre que brotaba de su cabeza herida por las espinas- y oí palabras de burla contra mí, tus oídos tendrían que apartarse de las conversaciones frívolas e inoportunas”.

La mancha de sangre del Oratorio nace en la cabeza, para que nuestros pensamientos sean santos; recorre la frente, para que brille en nosotros la luz de la gracia; recorre su ojo, para que nuestros ojos contemplen a Cristo crucificado en el prójimo más necesitado; se agolpa en la nariz y en los labios, para que el cuerpo y sus sentidos sean templo del Espíritu.

Dice luego Nuestro Señor a Santa Brígida: “Demando más servicios de ti que de otros porque te he dado una mayor gracia”. Demandará muchos más servicios de nosotros, porque nos ha concedido en el Oratorio una gracia infinita.


[1] Cfr. Libro 7 - Capítulo 15.

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