miércoles, 16 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por ofensas contra Jesús y la Virgen por parte de cantante de rap Italia 150119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por las ofensas perpetradas contra Nuestro Señor Jesucristo y contra María Santísima por parte del cantante de rap italiano llamado “Fedez”. La información pertinente a tan lamentable hecho se puede encontrar en los siguientes enlaces:



          Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

Los cristianos –más específicamente, los católicos- poseen algo que los integrantes de otras religiones no pueden ni siquiera imaginar: poseen al Dios mismo en Persona, oculto en apariencia de pan, en la Sagrada Eucaristía. En las Escrituras, en el Apocalipsis, Jesús dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre, entraré en él y cenaré con él y él Conmigo”. Esta promesa de Jesús –la de entrar en el alma de una persona- se cumple cada vez que alguien comulga en estado de gracia y lleno de piedad, amor y adoración. En efecto, la comunión eucarística es el cumplimiento cabal de esta promesa de Jesús y es la razón por la cual los católicos tienen algo que los integrantes de otras religiones no tienen, y es la posibilidad de que Dios en Persona no solo ingrese en el alma, sino que inhabite en el alma, convirtiendo al alma en algo más grande y precioso que los cielos, porque por la comunión comienza a estar Dios en el alma y el alma en Dios.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          El pensamiento piadoso de que Dios habría de entrar en el alma por la comunión eucarística es lo que alentaba la vida de los santos y es en lo que los santos ponían toda su esperanza y felicidad. Los hombres, por lo general, en su gran mayoría, ponen sus esperanzas y deseos de felicidad en las cosas mundanas y es por esa razón que no son felices, porque lo mundano no puede, por imposibilidad absoluta, dar paz, alegría y felicidad al alma. Solo la comunión eucarística lo puede hacer, porque por la comunión ingresa en el alma, convirtiéndola en un sagrario viviente, el Dios de los cielos, colmándola de su paz, de su alegría, de su amor, de su fortaleza, de su sabiduría. ¡Cómo se engañan los hombres cuando acuden a otras creaturas e incluso a ídolos, que por naturaleza y definición nada pueden hacer ni nada pueden dar, sino solo angustia, tristeza e incluso la muerte! Si los hombres tan solo imitaran a los santos, que ponían en la comunión eucarística toda su esperanza, distinta, muy distinta, sería la vida en esta tierra, porque esta vida se convertiría en un anticipo del cielo.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los santos centraban sus esperanzas y alegrías en una sola cosa: en la Eucaristía. Para ellos, su mayor felicidad era la unión con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en Persona en la Eucaristía. Son innumerables los ejemplos de los santos que, dejando toda su fortuna material en la tierra, ingresaron en los claustros para estar no solo un poco más de tiempo, sino toda la vida en estado de adoración y acción de gracias a Jesús Eucaristía. Son innumerables los ejemplos de los santos que renunciaron a sus riquezas materiales, a sus títulos de nobleza, a sus posesiones, a sus posiciones sociales mundanas, para ingresar en el anonimato de la oración, de la adoración eucarística y de la comunión eucarística diaria. Visto con los ojos de la fe, los santos fueron los que hicieron el mejor “negocio” que jamás alguien podría hacer: por renunciar a las migajas que representan las fortunas materiales y los títulos mundanos, recibieron a cambio la más grande riqueza de todas, la Sagrada Eucaristía, en la que se contiene nada menos que a Dios Hijo encarnado, que es la Sabiduría del Padre eterno. Así lo comprendían los santos: no hay fortuna más grande, ni en este mundo ni en el otro, que estar unidos al Hijo de Dios encarnado. Santa Gema Galgani, pensando en la comunión eucarística que habría de hacer al día siguiente, decía así: “Es de noche, me acerco a mañana por la mañana: Jesús me poseerá y yo poseeré a Jesús”[1]. ¿Qué puede haber de mayor valor en el universo, que la comunión eucarística, que contiene al Sagrado Corazón de Jesús?

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los católicos, por lo general, no tomamos conciencia, o al menos no meditamos como debiéramos, acerca del inmenso don de la Eucaristía. Cuando leemos en el Evangelio los numerosos y asombrosos milagros realizados por Jesús, como la curación de enfermos, la resurrección de muertos, la expulsión de demonios, pensamos cuán afortunados eran los destinatarios de tales milagros. Sin embargo, los santos nos hacen ver que, en realidad, nada tenemos que envidiarles, pues nosotros tenemos algo infinitamente más valioso que los milagros del Evangelio, y es la Eucaristía, en donde se encuentra en Persona el Autor de esos milagros, Cristo Jesús. Al respecto, decía así San Juan Crisóstomo: “Vosotros envidiáis a la mujer que tocó el vestido de Jesús, a la pecadora que bañó sus pies con lágrimas, a las mujeres de Galilea que tuvieron la suerte de seguirle en su peregrinación, a los apóstoles y a los discípulos con los que conversaba familiarmente, al pueblo de aquel tiempo que escuchaba las palabras de gracia y de salvación que salían de sus labios. Vosotros llamáis felices a los que le vieron… Pero, venid al altar y le veréis, le daréis santos besos, le bañaréis con vuestras lágrimas y le llevaréis dentro de vosotros como María Santísima”[2].

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

No existe santo que no se haya santificado sin la comunión eucarística. No existe santo que no haya ganado su ingreso al cielo sin adorar la Eucaristía. No se puede nombrar a uno, porque en realidad deberían ser nombrados todos, ya que todos, sin excepción, se santificaron por la devoción, la piedad, el amor y la adoración a la Eucaristía. Como expresión de este deseo de unión con Jesús Eucaristía, Santa Teresa del Niño Jesús escribió el siguiente maravilloso poema eucarístico: “Deseos junto al sagrario”, en el que, entre otras cosas, dice: “Querría ser el cáliz donde adoro la Sangre divina. Pero también yo puedo recogerla por las mañanas en el Santo Sacrificio: más querida es para Jesús mi alma que el más precioso vaso de oro”. Cuando el alma comulga, se convierte en algo más precioso, no solo que un vaso de oro, sino que los mismos cielos, porque contiene a Aquel a quien los cielos no pueden contener, Cristo Jesús.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Un día la cielo iré y la contemplaré”.




[1] Cit. en Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, 57.
[2] Cit. en Manelli, o. c., 56.

sábado, 12 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por ultraje a Cristo crucificado Israel 120119



La pretendida "obra artística" en la que la mascota de McDonald's, el payaso, reemplaza a Jesús crucificado, no es una "obra de arte", sino una lisa y llana profanación sacrílega contra el Hijo de Dios. Además de reparar tamaña ofensa contra Nuestro Señor, pedimos la conversión de los autores de la misma.

          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el ultraje cometido contra Jesús crucificado en un museo en Haifa, Israel. El ultraje consistió en que la figura de Nuestro Señor Jesucristo crucificado fue reemplazada por la de una mascota de una reconocida cadena de comida rápida. La información relativa a tan lamentable suceso se encuentra en el siguiente enlace:


          Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Al encarnarse en el seno de María Santísima, obedeciendo el pedido de Dios Padre, el Hijo de Dios, Jesucristo, iniciaba su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual el Verbo Eterno del Padre habría de derrotar, mediante su sacrificio y muerte en Cruz, al Demonio, a la Muerte y al Pecado. Es decir, con su Encarnación y con su Pasión y Muerte en Cruz, el Logos del Padre, la Sabiduría encarnada, ofreciéndose como Víctima Pura y Santa en el altar de la Cruz el Viernes Santo, habría de derrotar, de una vez y para siempre, a los tres grandes enemigos de la humanidad. Ahora bien, esta victoria absoluta, total y definitiva sobre los enemigos mortales del hombre, no eran el objetivo final de la Encarnación del Verbo: el objetivo final era comunicarnos su Ser divino trinitario y, con su Ser divino, su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Y para esto es que el Verbo continúa y prolonga su Encarnación, en cada Santa Misa, en cada Eucaristía: para donarnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Por la comunión eucarística, Jesús, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, no nos da uno de sus dones y tampoco nos da un poco de su Amor: en cada comunión eucarística, Jesús se nos dona con todo su Ser, con todo su Acto de Ser divino trinitario, del cual brota el Amor de Dios, el Amor con el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre desde la eternidad, el Espíritu Santo. Al comunicarnos su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en cada Eucaristía, Jesús se nos dona todo Él, sin reservarse nada para sí, para que nosotros seamos, por así decirlo, sus “dueños” en el Amor. Jesús se nos dona, en cada comunión eucarística, con la totalidad de su Ser divino trinitario y con la totalidad de su Humanidad santísima glorificada, para que lo poseamos, para que Él sea, para cada uno de nosotros, nuestra posesión personal. Jesús no se contenta con darnos un don, ni siquiera muchos dones: Jesús se nos dona con todo su Ser divino, para que lo poseamos y Él sea nuestro y nosotros seamos de Él. Quien desee poseer bienes, que entonces desee poseer la Eucaristía, porque en la Eucaristía no están algunos de los bienes celestiales más preciados, sino que está el Bien Increado en sí mismo y Fuente de todo bien, Jesús Eucaristía.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Cuando Jesús se nos dona en la Eucaristía, nos dona su divinidad y su humanidad glorificada. Cuando decimos que Jesús nos dona su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, estamos diciendo que la Persona Segunda de la Trinidad nos dona su Ser divino trinitario y su Humanidad Santísima y glorificada. Es decir, en la Santa Comunión, Jesús se dona en su totalidad a mí y a mi alma y de tal manera, que se hace mío, se convierte en algo de mi propiedad personal. Así lo entendían los santos, como Santa Gema Galgani, que luego de la comunión eucarística, le decía a Jesús: “Soy dueña de Ti”[1]. Y no lo decía de modo metafórico, sino que era el Espíritu Santo quien le dictaba lo que sucedía en ese momento de la comunión: Jesús se dona de tal manera al alma que lo recibe por la comunión, que la persona lo posee de modo personal; es decir, la persona que comulga se hace “dueña” de Dios Hijo, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía para prolongar y actualizar el don de Sí mismo que hizo en la Cruz, en la cima del Monte Calvario. Otro santo, el beato Contardo Ferrini, luego de comulgar, expresaba así esta idea de la prolongación de la Encarnación de Jesús en la Eucaristía: “Jesús se encarna en nuestro corazón”. Es decir, el Hijo de Dios se encarna en el seno virgen de María para donarse todo Él sin reservas, al alma que lo recibe con amor y en estado de gracia y lo hace para, por así decirlo, prolongar su Encarnación en cada corazón.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          En el Cielo, los ángeles de Dios se postran ante el Cordero y lo adoran continuamente, día y noche, por toda la eternidad. Para los ángeles de Dios, no hay nada que los colme de más alegría, amor y paz, que adorar al Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús. La adoración del Cordero Místico, Cristo Jesús, constituye, para los ángeles, la tarea más agradable que el mismo Dios les pudiera encargar. Los ángeles son mensajeros de Dios y ejecutan sus órdenes con presteza y amor; también por orden de Dios, protegen a los hombres de las acechanzas del Demonio y les enseñan el camino de la gracia y de la virtud, para que puedan ingresar en el Reino de los cielos. Pero no hay tarea más agradable, para los espíritus angélicos celestiales, que adorar al Cordero de Dios en los cielos, por eternidades sin fin. Ahora bien, los ángeles no interrumpen su tarea de adoración en ningún momento, ni siquiera cuando el Cordero Místico, oculto en apariencia de pan, ingresa en un alma por la Sagrada Comunión: incluso entonces, los ángeles continúan adorando y amando a Jesús ininterrumpidamente, tal como lo hacen en el Cielo[2]. Al respecto, dice así San Bernardo: “Cuando Jesús está corporalmente presente en nosotros, los Ángeles hacen la guardia de honor en torno a nosotros”. Es decir, según los santos, cuando comulgamos y recibimos a Jesús por la Eucaristía, los Ángeles nos rodean y continúan haciendo en la tierra, en torno a nuestro alrededor, lo mismo que hacen en el Cielo: adorar y amar al Cordero Místico de Dios, Jesús Eucaristía.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          En el Evangelio, Jesús revela algo sorprendente: nos dice qué es lo que sucede en la comunión eucarística: “El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre permanece en Mí y Yo en Él” (Jn 6, 56). Es decir, cuando una persona comulga la Eucaristía –esto es “comer su Carne y beber su Sangre”-, no sucede lo mismo que cuando se ingiere un poco de pan, puesto que la Eucaristía no es pan, sino una Persona, la Segunda de la Trinidad, oculta en apariencia de pan. Y porque la Eucaristía es una Persona divina, el Hijo de Dios, cuando se comulga la Eucaristía, la Persona Segunda de la Trinidad, Cristo Jesús, ingresa en el alma, en lo más profundo del ser del hombre y allí permanece. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando dice que quien “come su Cuerpo y bebe su Sangre Él permanece en quien lo comulga y quien lo comulga permanece en Él”: la comunión eucarística, si bien exteriormente semeja a cuando un hombre ingiere un alimento, es en realidad una interacción entre dos personas unidas por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque Dios Hijo ingresa y permanece en el alma y el alma recibe a Jesús Eucaristía y permanece unido a Él por el Amor. Nunca comulguemos de modo mecánico y automático, como quien ingiere un poco de pan: comulguemos en el Amor, abriendo las puertas de nuestros corazones para que Jesús ingrese en ellos y allí permanezca, con nosotros, y nosotros con Él.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 55.
[2] Cfr. Manelli, ibidem.

viernes, 11 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por robo sacrílego de la Eucaristía en Pietralcina Italia 110119



          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de Hostias consagradas “en la tierra del Padre Pío”, tal como lo consigna el siguiente informe de prensa:


Nos unimos a la oración de adoración y reparación pedida por el administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo (Italia), Mons. Luiggi Renna, quien “lamentó el robo de la Eucaristía en un hospital ubicado en la región donde sirvió durante años el Padre Pío” el pasado 09 de enero de 2019. Puesto que estos robos son hechos con la intención explícita de cometer sacrilegios contra la Eucaristía, además de la reparación, pediremos por la conversión de los autores de tan grave delito.

           Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

          Probablemente no haya, entre los seres humanos, algo tan beneficioso para la humanidad entera y al mismo tiempo, desconocida y es la Santa Misa. La sola asistencia a la Misa, con las debidas disposiciones –en estado de gracia, con fervor, con piedad, con el ánimo dispuesto a subir al Calvario con Jesús- trae, según algunos autores, innumerables beneficios espirituales al alma. Por ejemplo: “obtiene el arrepentimiento y el perdón de las culpas, disminuye la pena temporal debida por los pecados, debilita el imperio de Satanás  y los ardores de la concupiscencia, consolida los vínculos de la incorporación a Cristo, preserva de los peligros y desgracias, abrevia la duración del Purgatorio, procura una mayor grado en el Cielo”[1]. ¡Cuántos hombres mendigan favores a las creaturas, sin detenerse en lo que deben hacer para obtener migajas, si es que las obtienen, mientras que Dios Uno y Trino, en cada Santa Misa, da a cada alma bienes celestiales infinitamente más valiosos que el universo entero! No dejemos que el mundo y sus vanos atractivos nos desvíen del único tesoro por el que vale dar la vida en la tierra, la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Con relación a los bienes celestiales incalculables que proporciona una sola Misa, decía San Lorenzo Justiniano: “Ninguna lengua humana puede enumerar los favores que tienen su origen en el sacrificio de la Misa: el pecador se reconcilia con Dios, el justo se hace más justo, se cancelan las culpas, se aniquilan los vicios, se alimentan las virtudes y los méritos y se rebaten las insidias diabólicas”. ¡Cuántas veces los seres humanos, necesitados de paz, de amor, de sabiduría, de justicia, se dirigen en el camino opuesto al de la Santa Misa, pretendiendo que simples creaturas les proporcionen lo que anhelan, pero que no pueden obtener de las creaturas porque las creaturas simplemente no las poseen! Sólo Dios Trinidad, en su infinita Sabiduría y en su eterno Amor es capaz de extra-colmar el alma humana no solo con los bienes que el alma pretende, sino con dones que la creatura humana no puede ni siquiera imaginar. Si las almas apreciaran el valor de una sola Santa Misa, si pudieran darse cuenta que en una sola Eucaristía está la plenitud del Amor, de la Alegría, de la Paz, en suma, de toda la felicidad que el alma anhela desde el instante mismo en que es concebida, si eso sucediera, los templos no se encontrarían vacíos como en nuestros días, sino que rebalsarían de personas deseosas de unirse, por la comunión eucarística, al Hombre-Dios Jesucristo.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Los hombres, que anhelan en sus corazones la felicidad, la alegría, la paz y el amor, cometen el error, no en desear estas cosas, que estas cosas las desea por naturaleza, sino en buscarlas en lugares equivocados. Los hombres pretenden que simples creaturas humanas, que son “nada más pecado”, les concedan la plenitud del amor que anhelan en sus corazones, sin darse cuenta que así no solo jamás conseguirán lo que buscan, sino que serán cada vez más infelices. Por esta razón, San Leonardo de Puerto Mauricio decía así a quienes lo escuchaban: “¡Oh pueblo engañado! ¿Qué haces? ¿Por qué no corres a la iglesia a oír todas las misas que puedas? ¿Por qué no imitas a los ángeles que cuando se celebra la Misa bajan en escuadrones desde el Cielo y se quedan en torno a nuestros altares, en adoración, para interceder por nosotros?”[2].

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Todo ser humano desea ser feliz, según Aristóteles; el problema es que, según San Agustín, el ser humano busca la felicidad en lugares en los que jamás la encontrará. Las almas buscan paz y felicidad en los bienes materiales, en las riquezas del mundo, en la sensualidad, en el poder, en el mundo de la materia y de la sensación, o bien en el mundo del espíritu, pero en espiritualidades en las que el Dios del Amor y de la Paz no está. Sólo en Jesucristo Eucaristía puede el hombre encontrar aquello que tanto anhela, la felicidad que lo embriaga, el amor que lo hace elevar en éxtasis, la paz verdadera que inunda su alma como un océano de alegría. Si los cristianos, en vez de volcarse hacia el mundo y sus falsos atractivos, imitaran a los ángeles, que día y noche se postran en adoración ante el Cordero de Dios, Presente en Persona en la Eucaristía; si los cristianos se dejaran conducir por la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Eucaristía, con la docilidad y mansedumbre de un cordero, hacia su Jesús en la Eucaristía, entonces los cristianos habrían encontrado algo infinitamente más grandioso y valioso que el Paraíso y que el Cielo mismo, el Hombre-Dios Jesucristo y nada más desearían, ni en esta vida ni en la otra.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Si es verdad que todos necesitamos de la gracia para ingresar en el Reino de los Cielos, es verdad también que en ningún otro lugar Dios otorga tantas gracias como en la Santa Misa[3]. San Felipe Neri decía: “Con la oración pedimos a Dios las gracias; en la Santa Misa le obligamos a dárnoslas”. Es decir, por la Santa Misa no solo pedimos, dice el santo, sino que obligamos a Dios a que nos dé las gracias que le pedimos y la razón es que el que pide por nosotros esas gracias necesarias para nuestra salvación, es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que precisamente, por nuestra salvación y por nuestro amor, se ofrece como Víctima Inmolada en el Santo Sacrificio de la Cruz y lo renueva en cada Santa Misa. Acudamos a la Santa Misa para que, ofreciendo por manos del sacerdote ministerial, el sacrificio Santo y Puro, el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, Dios Trino se vea obligado, por el Amor del Sagrado Corazón, a darnos las gracias que necesitamos, nosotros y nuestros seres queridos, para nuestra eterna salvación.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 31.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

miércoles, 2 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por profanación contra la Eucaristía en México 010119



          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la profanación sufrida por la Sagrada Eucaristía en México, en el estado de Tabasco. Debido a que las Hostias fueron robadas, lo más probable es que detrás de la profanación se encuentre una secta satánica. La información relativa al penoso hecho se encuentra en el siguiente enlace:


          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

No bastarían ni esta vida, ni eternidades de eternidades, para agradecer el don que significa el Santo Sacrificio de la Misa. No digamos comprender, porque no se puede comprender, puesto que viene del seno mismo de la Trinidad; pero sí podemos agradecer y para agradecer por este don, como dijimos, no bastan, ni esta vida terrena, ni la vida eterna vivida por los siglos sin fin, dada la enormidad que es este don. Con relación a la Santa Misa, San Alfonso María de Ligorio afirmó: “Dios mismo no puede hacer que haya una acción más santa y más grande que la celebración de una Santa Misa”. Y la razón es que la Santa Misa contiene la Vida, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios. No despreciemos el enorme e inmerecido don de la Santa Misa por entretenimientos vanos, mundanos y pasajeros y acudamos a la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, no solo los Domingos, sino todos los días.

 Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Con relación a la Santa Misa, dice así el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que iba a ser entregado, instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, en el que perpetuar el Sacrificio de la Cruz a lo largo de los siglos, hasta que Él vuelva”[1]. Es decir, la Última Cena no fue simplemente un banquete a la usanza hebrea: fue la Primera Misa de la historia, en la que el Sumo y Supremo Sacerdote, Jesucristo, consagró por primera vez las ofrendas del pan y del vino, convirtiéndolas en su Cuerpo y su Sangre, dando a su Iglesia, representada en sus Apóstoles, ordenados sacerdotes ministeriales por Él mismo, la tarea de “hacer en memoria suya” lo que Él hizo en la Última Cena, para que todos los hombres de todos los tiempos fuéramos capaces de alcanzar el fruto de la Rendención, el Preciosísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Cuando en la Santa Misa nos encontramos ante el altar eucarístico, nos encontramos también, asombrosamente, ante el mismo Gólgota, aunque nuestros sentidos y nuestra razón nos digan lo contrario. En este sentido se expresa el Papa Pío XII: “El altar de nuestras iglesias no es diferente del altar del Gólgota; es también un monte coronado por la Cruz y el crucifijo en el que tiene lugar la reconciliación de Dios con el hombre”. Y Santo Tomás dijo: “La celebración de la Misa vale tanto como vale la muerte de Jesús en la Cruz”. Entonces, cuando vamos a Misa, vamos al Calvario, nos encontramos, misteriosamente, en el Gólgota, en la cima del Monte Calvario, junto a la Virgen, que está de pie al lado de la Cruz, junto a San Juan Evangelista, que postrado besa los pies de Jesús. Asistamos a la Santa Misa y participemos de la muerte redentora del Salvador, uniéndonos a María Santísima y al Apóstol Juan en su amor y adoración al Cordero de Dios, que por nuestra salvación, se ofrece en el altar de la Cruz y en la Cruz del altar.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

La Santa Misa es la prueba tangible del Amor y de la Misericordia infinitas de Dios por nosotros. Si alguien osara dudar del Amor de Dios, debería asistir a la Santa Misa y contemplar, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, en el que el Salvador, a través de su Corazón traspasado en la Cruz, derrama su infinita Misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero. Un autor dice así: “En realidad, al renovar el Sacrificio de la Pasión y de la Muerte de Jesús, la Santa Misa es algo tan grande que basta por sí sola para contener la Justicia Divina”[2]. No tema, pues, el pecador, acercarse a la Santa Misa, ya que lo único que quiere Nuestro Salvador es darnos, no una parte, no un simple grado de amor, sino todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Acudamos, nosotros, pecadores, al Tribunal de la Misericordia, el Sacramento de la Penitencia y con el corazón convertido en Nuevo Portal de Belén, recibamos con amor y adoración al Niño Dios, que quiere nacer en nuestros corazones, por la Comunión Eucarística, para darnos su Amor.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Sin la Santa Misa, el mundo se vendría literalmente abajo y los hombres no tendríamos ni esperanzas ni razón de ser y existir, porque en la Santa Misa, quien aparece y se manifiesta, entre las manos del sacerdote, bajo apariencia de pan, es el mismo Dios, de infinita majestad, de potencia infinita y de majestad eterna y por lo tanto es quien tiene en su brazo todo el peso de la Justicia Divina. Decía así Santa Teresa de Ávila a sus consagradas: “Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotras? Todo perecería aquí abajo porque sólo ella puede parar el brazo de Dios”. Afirman los santos que sin la Santa Misa, no habría esperanzas de salvación para los hombres y el eje mismo de la tierra se vería desplazado. En efecto, San Alfonso María de Ligorio dice: “Sin la Santa Misa, la tierra estaría aniquilada hace mucho tiempo a causa de los pecados de los hombres”; mientras que San Pío de Pietralcina decía así: “Sería más fácil que la tierra se gobernara sin el sol, que sin la Santa Misa”. Por último, y dando testimonio de que en la Santa Misa se derrama el Amor Misericordioso de Dios, San Leonardo de Puerto Mauricio afirmaba: “Creo que si no hubiera Misa, el mundo ya se habría hundido bajo el peso de su iniquidad. La Misa es el poderoso apoyo que lo mantiene”. No esperemos a ver suprimido el Santo Sacrificio del Altar –pues está profetizado, para cuando Nuestro Señor regrese por segunda vez- para decidirnos a asistir a la Santa Misa. Acudamos a la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz y postrémonos en adoración y en acción de gracias a Nuestro Redentor, que por nuestra salvación dio su Vida en la Cruz y continúa dándola en cada Santa Misa.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 47.
[2] Cfr. Stefano Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 30.