
Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y
desagravio por la oleada de profanaciones ocurrida en Francia en templos
católicos el mes de marzo de 2019. De modo particular, en una de estas
profanaciones, en el templo de Nuestra Señora de los Niños (Notre Dame de les
enfants) en Nimes, un grupo de desconocidos “pintaron
en su interior una cruz con excrementos humanos, saquearon el altar,
destrozaron el Sagrario y robaron las hostias consagradas”. La información
relativa a tan lamentables sucesos se encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Un camino excelente para
apreciar el valor infinito de la gracia es contemplar lo que Dios Trino hizo
para adquirirla para nosotros[1].
Dios Padre pidió a Dios Hijo que se encarnase por obra de Dios Espíritu Santo
en el seno de la Virgen Madre: he aquí una primera acción de Dios, que deja el
trono de los cielos y no repara en los sublimes espíritus angelicales, para
encarnarse en ese cielo en la tierra, en donde inhabitaba el Espíritu Santo, el
seno virginal de la Madre de Dios. Ya la sola obra de la Encarnación, el hecho
más grandioso jamás ocurrido en la historia de la humanidad, es un evento
grandioso, realizado por Dios para conseguirnos la gracia, que merece toda
nuestra admiración, nuestro asombro, nuestra honra, nuestro amor y nuestra
adoración. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía,
intercede por nosotros, para que siempre demostremos nuestro amor y
agradecimiento a tu Hijo Jesús por habernos conseguido la gracia santificante!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
¿Qué no hizo Dios para darnos la gracia? ¿Qué no dejó de
hacer, para conseguirnos la gracia? No contento con humillarse por nosotros en
la Encarnación, aunque si bien es cierto que esta humillación estuvo atenuada porque
bajó del cielo del seno del Padre al cielo en la tierra que es el seno de la
Virgen Madre, pero no por eso deja de ser humillación, el Verbo del Padre
asumió en su Persona divina a nuestra naturaleza humana, siendo así como si un
rey majestuoso asumiera la figura de un pordiosero. Es decir, sin dejar de ser
Dios, se hizo hombre y ocultó, por un milagro de su omnipotencia, la gloria con
la que debía aparecer ante nuestros ojos, la misma gloria de la Epifanía y del
Tabor, para poder sufrir la Pasión, porque si tenía su cuerpo glorificado, como
le corresponde en la realidad, no podría haber sufrido la Pasión. Es decir, además
de encarnarse, ocultó su gloria visible, para poder sufrir por nosotros la
Pasión y Muerte en Cruz y así darnos la gracia.
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
¿Qué de trabajos no evitó Dios encarnado para darnos la
gracia?[2] Habiéndose
hecho hombre sin dejar de ser Dios –para que nosotros, por la gracia, nos
hiciéramos Dios por participación-, el Verbo Encarnado creció como niño, sujeto
a una madre y un padre amorosísimos, pero también sufrió por nosotros la
amenaza de muerte de Herodes, apenas nacido, con lo cual hubo de padecer
también por nuestra salvación el exilio, para evitar la muerte que el rey
Herodes quería propinarle, por envidia y por temor a ser desplazado en su
reyecía. Así, incluso recién nacido, y siendo todavía Niño pequeño, el Verbo de
Dios encarnado hubo de sufrir amenazas de muerte, exilio, pobreza y toda clase
de privaciones, todo para conseguirnos la gracia. ¿No merece acaso todo nuestro
reconocimiento, nuestra admiración, nuestra adoración y nuestro amor, en el
tiempo y en la eternidad? ¡Nuestra Señora
de la Eucaristía, enséñanos a amar y adorar a tu Hijo Jesús en la Eucaristía,
para así poder agradecerle continuamente el don de la gracia!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ya siendo hombre joven, hubo de dejar la casa paterna y
despedirse, con todo el dolor del alma, de su Madre amantísima, porque debía
comenzar su prédica pública y porque debía comenzar la etapa final de su
misterio pascual de muerte y resurrección y es así que, con lágrimas en los
ojos y con su Corazón Sagrado inmerso en el dolor, para conseguirnos la gracia,
el Verbo de Dios encarnado abrazó a su Madre Santísima por última vez en la
puerta de su casa en Nazareth y emprendió el viaje que lo llevaría a la Santa
Cruz y a los Cielos, y todo para conseguirnos la gracia. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que unidos a ti en tu adoración
continua al Santísimo Sacramento del altar, adoremos en espíritu y en verdad a
tu Hijo Jesús en la Eucaristía!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Habiendo emprendido el camino de la predicación de la
Buena Nueva, el Verbo de Dios hecho hombre hubo de sufrir trabajos, penas,
sudores, cansancio[3],
como si fuera un hombre más, aunque no lo era, y todo lo hizo teniendo en la
mente y en el corazón un solo pensamiento, nuestro nombre particular y un solo
deseo, darnos la gracia. Llegada la Hora de la Pasión, el Verbo de Dios se
internó en el peligroso desierto para ayunar por cuarenta horas y enfrentar y
derrotar al maligno en sus tentaciones, para darnos ejemplo; cuando comenzó su
Pasión, recibió más de cinco mil azotes, que dejaron su Cuerpo convertido en
una llaga viviente; fue coronado por burla con una corona de espinas; sufrió el
dolor inenarrable de la crucifixión de manos y pies; sufrió la humillación de
estar crucificado; sufrió hambre y sed en medio de sus tormentos en la Cruz;
sufrió el abandono de sus discípulos, incluido el abandono aparente de su
Padre, que lo llevó a exclamar “¿Por qué me has abandonado?”, aunque todos
estos abandonos y sufrimientos estuvieron, de alguna manera, compensados por la
Única que no lo abandonó, la Virgen Santísima, que al pie de la Cruz se
convirtió en Nuestra Señora de los Dolores. Sufrió insultos estando en la Cruz
y sufrió una agonía de tres horas, hasta que finalmente, consumada la Pasión y
nuestra Redención, entregó con un grito su espíritu al Padre. Incluso después
de muerto, su Cuerpo sufrió un último ultraje, al ser atravesado su Corazón por
la lanza del costado romano, siendo su respuesta a este ultraje, como Dios
misericordioso que es, el derramar sobre nuestras almas el océano infinito de
su Amor Misericordioso, por medio del Agua y la Sangre que brotaron de su
Corazón traspasado. Todo esto y más, mucho más, sufrió el Redentor para darnos
la gracia santificante. ¿No hemos de agradecerle postrándonos ante su Presencia
Eucarística, adorándolo en espíritu y en verdad y dándole gracias y amándolo,
en el tiempo y en la eternidad?
Oración final: “Dios mío,
yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 108.