
Dos bombas colocadas por el Estado Islámico (ISIS) explotaron con pocos minutos de diferencia mientras se celebraba la Misa en la Catedral de Jolo, en el sur de Filipinas, dejando al menos 20 muertos y 111 heridos.
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y
el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el brutal atentado contra
la Catedral de Filipinas, en la que hubo más de cien víctimas. La información
relativa al hecho se encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Jesús
sabía que esta vida terrena está llena de dificultades y tribulaciones y, para
la Iglesia y para quienes quieren cumplir los mandamientos de Dios,
persecuciones: por eso dijo en el Evangelio: “Vengan a Mí los que estén
afligidos y atribulados y Yo los aliviaré” (Mt
11, 28). Ahora bien, hay varias formas en las que Jesús puede cumplir y cumple
con esta promesa, pero la principal forma de cumplir esta promesa de “aliviar a
los que están afligidos y agobiados” es por medio de la adoración eucarística. En
efecto, en la Eucaristía, Jesús está Presente en Persona, vivo, real, glorioso
y resucitado; Cristo es Dios y Dios está en la Eucaristía, por lo que con su
omnipotencia puede hacer, en un instante, que aquello que nos agobia y aflige
ya no lo haga más. Pero para eso, Jesús quiere que vayamos a adorarlo y amarlo
allí donde Él se encuentra, en el sagrario, en la Eucaristía. Quien esté
afligido y agobiado, vaya a postrarse ante el sagrario y Jesús, desde la
Eucaristía, lo aliviará.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La vida
en la tierra no está exenta de complicaciones, dificultades y tribulaciones. Por
eso dice la Escritura, en el libro de Job: “milicia es la vida del hombre sobre
la tierra” (Jb 7, 1). También es
cierto que, de manera particular, los cristianos, porque imitan a Cristo que fue
perseguido, son perseguidos, de una u otra manera, en la tierra, tal como lo
advierte el mismo Jesús, recordando que en esa persecución radica una de las
bienaventuranzas del cristiano: “Bienaventurados los perseguidos a causa de Mi
Nombre” (cfr. Mt 5, 10). Por otra
parte, también las mismas pasiones del hombre viejo hacen la guerra
continuamente al cristiano que se decide en nombre de Cristo, a vivir la vida
nueva de la gracia, según las Escrituras: “los que son de Jesús han crucificado
la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). Pero también es verdad que todo eso es nada con la
ayuda de Jesús: “con Jesús todo lo puedo” (Fil
4, 13), porque Jesús es Dios omnipotente y es por lo tanto “todo” (Jn 1, 3) y esto se vuelve
particularmente realidad en la Sagrada Eucaristía[1]. Por
esta razón decía la sierva de Dios Luisa Margherita Claret de la Touche: “El
que mantiene el mundo (Cristo Eucaristía, N. del R.) está en mí. La Sangre de
un Dios circula por mis venas. No temas, alma mía: el Señor del mundo te ha
tomado en Sus brazos y quiere que te recuestes en Él”. Si es verdad que “sin
Jesús nada podemos hacer” (cfr. Jn
15, 5), también es verdad que “con Jesús Eucaristía todo lo podemos”.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Todos los
santos, de todos los tiempos, experimentaron esta verdad, la de que “con Jesús,
todo lo podemos”. Por ejemplo, San Vicente de Paúl, les decía así a sus
misioneros: “Cuando habéis recibido a Jesús, ¿puede haber un sacrificio
imposible para vosotros?” y así los animaba a las más grandes empresas,
imposibles siquiera de pensar si no fuera con la ayuda de Jesús Eucaristía. A su
vez, San Vicente Ferrer, que debido a la persecución por Cristo estuvo dos años
en la cárcel, “sobreabundó de gozo en todas las tribulaciones” (2 Cor 7, 4) porque pudo celebrar la
Santa Misa todos los días, en medio de los cepos, las cadenas y la oscuridad de
la cárcel. Santa Juana de Arco también experimentó la misma fortaleza de parte
de Jesús Eucaristía, ya que le permitieron comulgar antes de subir a la
hoguera. Así se explica su muerte, una muerte heroica y ante todo santa: en
medio de las llamas, cuando estas ya cubrían gran parte de su cuerpo, pidió con
toda serenidad que le acercaran un crucifijo y en vez de gritar y dar alaridos
por causa del fuego la santa, con toda serenidad besó el crucifijo con gran
amor, antes de entregar su espíritu en manos de Dios[2]. Nada
de esto podría haber hecho la santa, si Jesús Eucaristía no hubiera estado en
ella, comunicándole de su fortaleza y omnipotencia.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si es
cierto que ningún santo se santificó sin Jesús Eucaristía, también es cierto
que ningún mártir soportó las enormes e intensas torturas sufridas a manos de
sus verdugos, sin el auxilio de Jesús Eucaristía. Desde San Esteban protomártir
hasta los mártires cristeros y de la Guerra Civil Española, pasando por San
Tarcisio y tantos otros mártires más, no hubo ni uno solo que no recibiera el
auxilio de Jesús Eucaristía, quien les comunicó de su omnipotencia divina,
dándoles una fuerza sobrehumana que sorprendía a sus verdugos. También los
enfermos fueron confortados por Jesús Eucaristía, como por ejemplo, Santa
Lidwina, Santa Teresa y la venerable Alejandrina María Da Costa: cuando
comulgaban y por un tiempo, mientras les duraban las Sagradas Especies en el
cuerpo, les desaparecían los terribles dolores que las atormentaban. No hay
santo ni mártir que no haya sido auxiliado por Jesucristo y no hay mártir ni
santo que no haya experimentado la verdad de las palabras de Jesús, al recibir
la comunión: “Vengan a Mí los que están afligidos y agobiados, que Yo los
aliviaré”.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ahora bien,
si las comuniones en momentos de tribulación revelan la omnipotencia de Dios,
aquellas realizadas antes de morir representan, para los santos, el anticipo en
la tierra de la eterna bienaventuranza en los cielos. Cuando Santo Domingo
Savio fue enviado a su casa porque estaba gravemente enfermo, el santo dijo a
su padre: “Padre, estaría bien consultar con el Médico Celeste. Yo quiero
confesarme y recibir la Comunión”. San Antonio María Claret, al intuir la
gravedad de su enfermedad, dijo: “Pensemos primero en el alma, después en el
cuerpo” y pidió recibir los Sacramentos, luego de lo cual hizo pasar a los
médicos: “Ahora, haced lo que queráis”. San José Cafasso, que se especializaba
en la atención a los moribundos, les recomendaba el abandono en manos de Dios hasta
el sacrificio de la vida: “Así, si la enfermedad fuera mortal, el sacrificio ya
estaría hecho y si se curara, le quedaría el mérito de haberlo ofrecido”. Así,
los santos nos enseñan que, antes que el cuerpo, debemos cuidar el alma y que
el remedio para esta son el Sacramento de la Confesión y la recepción de la
Sagrada Eucaristía[3].
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 75.
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