lunes, 18 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por mortal y sacrílego ataque contra Catedral en Filipinas 270119


Atentado en catedral de Filipinas - Foto: Cortesía: Armed Forces of the Philippines - Western Mindanao Command

Dos bombas colocadas por el Estado Islámico (ISIS) explotaron con pocos minutos de diferencia mientras se celebraba la Misa en la Catedral de Jolo, en el sur de Filipinas, dejando al menos 20 muertos y 111 heridos.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el brutal atentado contra la Catedral de Filipinas, en la que hubo más de cien víctimas. La información relativa al hecho se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          Jesús sabía que esta vida terrena está llena de dificultades y tribulaciones y, para la Iglesia y para quienes quieren cumplir los mandamientos de Dios, persecuciones: por eso dijo en el Evangelio: “Vengan a Mí los que estén afligidos y atribulados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Ahora bien, hay varias formas en las que Jesús puede cumplir y cumple con esta promesa, pero la principal forma de cumplir esta promesa de “aliviar a los que están afligidos y agobiados” es por medio de la adoración eucarística. En efecto, en la Eucaristía, Jesús está Presente en Persona, vivo, real, glorioso y resucitado; Cristo es Dios y Dios está en la Eucaristía, por lo que con su omnipotencia puede hacer, en un instante, que aquello que nos agobia y aflige ya no lo haga más. Pero para eso, Jesús quiere que vayamos a adorarlo y amarlo allí donde Él se encuentra, en el sagrario, en la Eucaristía. Quien esté afligido y agobiado, vaya a postrarse ante el sagrario y Jesús, desde la Eucaristía, lo aliviará.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          La vida en la tierra no está exenta de complicaciones, dificultades y tribulaciones. Por eso dice la Escritura, en el libro de Job: “milicia es la vida del hombre sobre la tierra” (Jb 7, 1). También es cierto que, de manera particular, los cristianos, porque imitan a Cristo que fue perseguido, son perseguidos, de una u otra manera, en la tierra, tal como lo advierte el mismo Jesús, recordando que en esa persecución radica una de las bienaventuranzas del cristiano: “Bienaventurados los perseguidos a causa de Mi Nombre” (cfr. Mt 5, 10). Por otra parte, también las mismas pasiones del hombre viejo hacen la guerra continuamente al cristiano que se decide en nombre de Cristo, a vivir la vida nueva de la gracia, según las Escrituras: “los que son de Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). Pero también es verdad que todo eso es nada con la ayuda de Jesús: “con Jesús todo lo puedo” (Fil 4, 13), porque Jesús es Dios omnipotente y es por lo tanto “todo” (Jn 1, 3) y esto se vuelve particularmente realidad en la Sagrada Eucaristía[1]. Por esta razón decía la sierva de Dios Luisa Margherita Claret de la Touche: “El que mantiene el mundo (Cristo Eucaristía, N. del R.) está en mí. La Sangre de un Dios circula por mis venas. No temas, alma mía: el Señor del mundo te ha tomado en Sus brazos y quiere que te recuestes en Él”. Si es verdad que “sin Jesús nada podemos hacer” (cfr. Jn 15, 5), también es verdad que “con Jesús Eucaristía todo lo podemos”.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Todos los santos, de todos los tiempos, experimentaron esta verdad, la de que “con Jesús, todo lo podemos”. Por ejemplo, San Vicente de Paúl, les decía así a sus misioneros: “Cuando habéis recibido a Jesús, ¿puede haber un sacrificio imposible para vosotros?” y así los animaba a las más grandes empresas, imposibles siquiera de pensar si no fuera con la ayuda de Jesús Eucaristía. A su vez, San Vicente Ferrer, que debido a la persecución por Cristo estuvo dos años en la cárcel, “sobreabundó de gozo en todas las tribulaciones” (2 Cor 7, 4) porque pudo celebrar la Santa Misa todos los días, en medio de los cepos, las cadenas y la oscuridad de la cárcel. Santa Juana de Arco también experimentó la misma fortaleza de parte de Jesús Eucaristía, ya que le permitieron comulgar antes de subir a la hoguera. Así se explica su muerte, una muerte heroica y ante todo santa: en medio de las llamas, cuando estas ya cubrían gran parte de su cuerpo, pidió con toda serenidad que le acercaran un crucifijo y en vez de gritar y dar alaridos por causa del fuego la santa, con toda serenidad besó el crucifijo con gran amor, antes de entregar su espíritu en manos de Dios[2]. Nada de esto podría haber hecho la santa, si Jesús Eucaristía no hubiera estado en ella, comunicándole de su fortaleza y omnipotencia.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Si es cierto que ningún santo se santificó sin Jesús Eucaristía, también es cierto que ningún mártir soportó las enormes e intensas torturas sufridas a manos de sus verdugos, sin el auxilio de Jesús Eucaristía. Desde San Esteban protomártir hasta los mártires cristeros y de la Guerra Civil Española, pasando por San Tarcisio y tantos otros mártires más, no hubo ni uno solo que no recibiera el auxilio de Jesús Eucaristía, quien les comunicó de su omnipotencia divina, dándoles una fuerza sobrehumana que sorprendía a sus verdugos. También los enfermos fueron confortados por Jesús Eucaristía, como por ejemplo, Santa Lidwina, Santa Teresa y la venerable Alejandrina María Da Costa: cuando comulgaban y por un tiempo, mientras les duraban las Sagradas Especies en el cuerpo, les desaparecían los terribles dolores que las atormentaban. No hay santo ni mártir que no haya sido auxiliado por Jesucristo y no hay mártir ni santo que no haya experimentado la verdad de las palabras de Jesús, al recibir la comunión: “Vengan a Mí los que están afligidos y agobiados, que Yo los aliviaré”.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Ahora bien, si las comuniones en momentos de tribulación revelan la omnipotencia de Dios, aquellas realizadas antes de morir representan, para los santos, el anticipo en la tierra de la eterna bienaventuranza en los cielos. Cuando Santo Domingo Savio fue enviado a su casa porque estaba gravemente enfermo, el santo dijo a su padre: “Padre, estaría bien consultar con el Médico Celeste. Yo quiero confesarme y recibir la Comunión”. San Antonio María Claret, al intuir la gravedad de su enfermedad, dijo: “Pensemos primero en el alma, después en el cuerpo” y pidió recibir los Sacramentos, luego de lo cual hizo pasar a los médicos: “Ahora, haced lo que queráis”. San José Cafasso, que se especializaba en la atención a los moribundos, les recomendaba el abandono en manos de Dios hasta el sacrificio de la vida: “Así, si la enfermedad fuera mortal, el sacrificio ya estaría hecho y si se curara, le quedaría el mérito de haberlo ofrecido”. Así, los santos nos enseñan que, antes que el cuerpo, debemos cuidar el alma y que el remedio para esta son el Sacramento de la Confesión y la recepción de la Sagrada Eucaristía[3].

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 75.
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 75.
[3] Cfr. Manelli, ibidem, 78.

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