jueves, 31 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por ataque a iglesia en Maracaibo por parte del comunismo chavista 270119





Los colectivos "chavistas-maduristas", eufemismo por "bandas de comunistas delincuentes armados" perpetraron una profanación contra la 
Iglesia Parroquial Nuestra Señora de Guadalupe, 
en la localidad de Maracaibo, Venezuela, provocando destrozos, profanando el Santísimo Sacramento y dejando heridos a más de quince fieles. Condenamos y repudiamos este otro lamentable hecho a manos del régimen narco-comunista que ha usurpado el poder en Venezuela desde hace veinte años.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el brutal atentado perpetrado por la secta comunista chavista contra la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe en Maracaibo, Venezuela. Los pormenores y el vídeo acerca de este lamentable hecho se pueden encontrar en el siguiente enlace: 

          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Para describir la acción sobrenatural –invisible y, en la mayoría de los casos, no percibida por los sentidos- que se verifica en la comunión eucarística, los santos han acudido a repetidas figuras, tomadas de la vida cotidiana, tales como por ejemplo, el agua. Así, por ejemplo, San Cirilo de Alejandría, Padre de la Iglesia, utiliza la  imagen del agua que hierve para describir la fusión de amor que se produce con Jesús Sacramentado[1]: “El que comulga está santificado, divinizado en su cuerpo y en su alma a la manera del agua que, puesta sobre el fuego, hierve…”. Es decir, para el santo, el alma que comulga recibe tanto calor del Amor del Corazón Eucarístico de Jesús, que es como si su corazón estuviera en ebullición en el agua hirviendo.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          La presencia de todo un Dios en el alma no puede ni debe pasar desapercibida. Quien comulga la Eucaristía y a los segundos ya está pensando en cosas mundanas, lo único que demuestra es que, o pensó que comulgaba un poco de pan y no merecía mayor atención, o si pensó que era a Dios a quien comulgaba, también decidió que no merecía mayor atención. De todas maneras, comulgar así es, de parte del cristiano, cuanto menos, una irreverencia y una muestra de desagradecimiento. Los santos eran bien conscientes de que la acción de gracias luego de la comunión debía ser no solo prolongada en el tiempo, sino intensa en la misma acción de gracias. Algunos santos hacían acción de gracias de una hora de reloj. Al respecto, Santa Teresa de Jesús, decía así a sus hermanas en religión: “Entretengámonos cariñosamente con Jesús y no perdamos la hora que sigue a la comunión: es un tiempo excelente para tratar con Dios y para presentarle los intereses de nuestra alma… Porque sabemos que Jesús bueno se queda con nosotras hasta que el calor natural haya consumido los accidentes del pan, debemos tener gran cuidado en no perder tan bella ocasión de tratar con Él y presentarle lo que necesitamos”.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Todavía más, siempre conscientes de la presencia del Señor Jesús en el alma como efecto de la comunión, y convirtiendo sus corazones en otros tantos sagrarios vivientes en los que adoraban a Jesús Eucaristía, santos como San Juan de Ávila, San Ignacio de Loyola y San Luis Gonzaga hacían la acción de gracias, de rodillas, durante dos horas. Santa María Magdalena dei Pazzi, hacía acciones de gracia tan largas, que con frecuencia pasaba por alto los horarios de las comidas en comunidad y decía: “Los minutos que siguen a la comunión son los más preciosos que tenemos en la vida; los más adecuados de nuestra parte para tratar con Dios y de parte de Dios, para darnos su Amor”. Los santos no se quedaban ni dormitando, ni pensando en banalidades, luego de la comunión: convertían sus corazones en sagrarios vivientes y allí continuaban adorando a Jesús Eucaristía, tal como lo hacían antes de la comunión.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Muchos cristianos, inmediatamente después de comulgar, se olvidan por completo qué es lo que acaban de hacer y, como si de desmemoriados se tratara, comienzan a pensar en cosas mundanas y banales. Tal como si no hubieran comulgado o como si hubieran ingerido un poco de pan. Muchos también muestran la misma actitud cuando, apenas finalizada la misa, salen a toda prisa para continuar con sus tareas habituales, como si el Dios del universo no hubiera entrado en sus almas. San Felipe Neri, para hacer ver la importancia que tiene un alma cuando comulga, hacía acompañar de dos monaguillos con velas encendidas a los que, habiendo comulgado, salían de la iglesia inmediatamente después de comulgar. Cuando alguien invita a un huésped a su casa –y más todavía, si ese huésped es distinguido-, no se es descortés con él, dejándolo sólo en la sala de recepción, para ir al jardín a dar de alimentar las mascotas. No, cuando llega un huésped, se busca de tratarlo de la mejor manera posible, de modo que el huésped se sienta a gusto en casa. Hay santos que dicen que muchos han recibido a huéspedes y en realidad eran ángeles. ¡Cuánta más atención debemos prestar a nuestro Huésped de honor, Cristo Jesús, cuando por la comunión ingresa en esa casa que es nuestra alma! ¿Lo dejaremos sólo, mientras nos entretenemos en pensamientos mundanos o, por el contrario, nos quedaremos con Él, dándole muestras de acción de gracias, de amor y de adoración, por haberse dignado a visitar nuestras humildes moradas?

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Hay un motivo más para hacer una acción de gracias más prolongada y esto es de interés de nuestra parte: Santa Teresa de Ávila decía que Jesús “devuelve el céntuplo de la recepción que se le hace”. Es decir, puesto que “Dios no se deja ganar en generosidad”, tampoco se deja ganar, ni en el tiempo que le dediquemos luego de la comunión, ni en el escaso amor que seamos capaces de prodigarle ante su Presencia. Una vez, un compañero del Padre Pío de Pietralcina contó que un día fue a confesarse con el santo, acusándose, entre otras cosas, de que había omitido la acción de gracias en la Santa Misa por causa de una obligación de su ministerio. El Padre Pío, benévolo cuando escuchaba otras faltas, se puso muy serio cuando oyó ésta, con el rostro sombrío y dijo con una voz firme: “Tengamos cuidado de que el no-poder no sea el no-querer. ¡La acción de gracias la debes hacer siempre, si no lo pagarás caro!”. Que esta suave reprimenda del Santo Padre Pío a este fraile, sea también para nosotros: no descuidemos la acción de gracias, convirtamos nuestros corazones en otros tantos altares eucarísticos en donde sea colocado Nuestro Señor Jesucristo, y adorémoslo allí todo el tiempo necesario, luego de la comunión.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Escogidos, Madrid 2006, 70.

miércoles, 30 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por profanación eucarística en JMJ Panamá 2019


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          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por las profanaciones eucarísticas ocurridas en la JMJ llevadas a cabo en Panamá, en enero de 2019. Numerosos reportes, como el citado abajo, indican que muchas Hostias consagradas finalizaron en el suelo. Para reparar por estas ofensas y sacrilegios, es que ofrecemos esta Hora Santa. El relato acerca de este infortunado suceso puede encontrarse en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          Los Padres de la Iglesia llamaban a Jesús “Carbón ardiente” o “ántrax”, puesto que consideraban que su Humanidad, al contacto con el fuego de su Divinidad, en el momento de la Encarnación, quedó incandescente por este fuego, así como la brasa queda incandescente por las llamas. El nombre, además de adecuado para expresar la realidad de la Encarnación –la Humanidad queda envuelta en las llamas de la Divinidad- sirve también para, por analogía, describir lo que sucede verdaderamente en el alma –y no en sentido metafórico- cuando el alma comulga en gracia, con piedad, fervor y amor: así como la madera se convierte en brasa ardiente al contacto con el fuego, así el alma, al caer sobre ella al menos una ligerísima chispa del fuego que envuelve al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, así queda convertida, en leño y carbón que era, en una brasa ardiente en el Amor Divino. Pidamos siempre la gracia, a Nuestra Señora de la Eucaristía, de que nuestros pobres corazones, oscurecidos por el pecado y la nada de nuestro ser, sean como el pasto seco, como la leña o el pasto seco que, al contacto con una chispa del Amor Divino del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, se enciendan al instante en ese Fuego de Amor.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Cuando el alma comulga –en estado de gracia, con piedad, con fervor y, sobre todo, con amor-, se une de tal manera al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que puede decirse que se fusiona y se hace una sola cosa con Él, así como el hierro, penetrado por el fuego, se vuelve incandescente y se vuelve una sola cosa con él. Para expresar la realidad que sobreviene al alma –una realidad que es un misterio, pero no por eso es menos real-, San Vicente Ferrer utilizaba tres imágenes para ilustrar esta fusión de amor con Jesús en la comunión: “El que comulga está santificado, divinizado en su cuerpo y en su alma a la manera del agua que, puesta sobre el fuego, hierve… La Comunión actúa como la levadura, que metida dentro de la masa de harina la fermenta toda… De la misma manera que calentando juntos dos pedazos de cera, la cera de ambos se convertirá en una sola masa de cera, así creo yo que quien se alimenta de la Carne y la Sangre de Jesús, queda fundido de la misma forma con Él y se encuentra que está él en Cristo y Cristo en él”.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los santos se referían a sí mismos como “nada más pecado”: es decir, consideraban que nuestra humanidad, con todos sus dones –el alma inmortal y sus potencias, como la inteligencia y la voluntad, más el cuerpo, con toda la perfección de su funcionamiento-, eran “nada” en comparación con la Perfección absoluta del Ser divino trinitario. Pero no sólo era “nada”, sino que lo consideraban además como “pecado”, por haber sido contaminada toda persona humana por la peste del pecado original y es por eso que decían de ellos que eran “nada más pecado”. Y si los santos, que eran santos, se consideraban así a sí mismos, ¡cuánto más a nosotros nos corresponde calificarnos como “nada más pecado!”. Ahora bien, Dios, que no es que desconozca esta realidad, no vacila, movido por el infinito Amor de su Misericordia, en unirse a nosotros, “nada más pecado”, por la comunión eucarística. Siempre que estemos en estado de gracia, es decir, que rechacemos el pecado con todas nuestras fuerzas y nos veamos efectivamente libres de él por la gracia, Dios no rehusará unirse a nosotros, a pesar de que somos “nada más pecado”. ¡Es un incomprensible misterio de Amor Divino!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Por esta razón, Santa Gema Galgani se mostraba asombrada por la unión que se producía entre el Dios de la Eucaristía y el alma, que es “nada más pecado” y decía: “Jesús todo y Gema nada”[1]. Ella, que era una santa y una de las más grandes santas de los últimos tiempos, se consideraba a sí misma como “nada”. ¡Cuánto debemos aprender de los santos! También Gema exclamaba extasiada, cuando contemplaba este misterio: “¡Cuánta dulzura, Jesús, en la Comunión! ¡Quiero vivir abrazada contigo, contigo abrazada quiero morir!”. A su vez, otro santo, el beato Contardo Ferrini, escribía: “¡La comunión! ¡Oh, dulces caricias del Creador con la creatura! ¡Oh, inefable elevación del espíritu humano! ¿Qué cosa tiene el mundo que se pueda comparar con estas alegrías purísimas del Cielo, con estas muestras de la gloria eterna?”. Cada comunión eucarística es “una muestra de la gloria eterna”. ¿Dejaremos pasar nuestras comuniones, una tras otra, como si sólo consumiéramos un trocito de pan y no la substancia divina de la Persona del Hijo de Dios? ¿Seguiremos tratando a la Eucaristía como a un inerte trocito de pan, siendo el Hijo de Dios en Persona, que viene a nuestra “nada más pecado”, sólo para darnos su Divino Amor?

           Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Cuando comulgamos, rara vez nos ponemos a considerar que la Eucaristía es obra de Dios Uno y Trino[2] y que, por lo que se llama “circunmiseción”, donde está una Persona divina, están las otras. Esto quiere decir que, si bien en la Eucaristía está Presente en Persona, el Hijo de Dios, esto es, la Segunda Persona de la Trinidad, están también presentes el Padre y el Hijo. Pero consideremos la primera idea: la Eucaristía es obra de la Santísima Trinidad: en efecto, Dios Padre es quien pide a Dios Hijo que se encarne en el seno purísimo de María para morir en cruz y donarnos el Espíritu Santo a través de su Corazón traspasado, el Viernes Santo, con lo que la muerte de Cristo y el don del Espíritu es una obra de la Trinidad; ahora bien, como en la Santa Misa se renueva incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio de la Cruz –es el mismo y único sacrificio de la Cruz, renovado bajo los velos sacramentales-, también podemos decir que la Santa Misa y la Eucaristía son dones de la Santísima Trinidad. De esto eran conscientes los santos: un día, Santa María Magdalena dei Pazzi, después de la comunión, arrodillada entre las novicias, con los brazos en cruz, abrió los ojos al cielo y dijo: “Hermanas, si comprendiéramos que el tiempo que duran en nosotros las especies eucarísticas, Jesús está presente y actúa en nosotros inseparablemente con el Padre y el Espíritu Santo y que, por tanto, es toda la Trinidad Santísima…”, sin poder terminar de hablar, porque fue arrebatada en un éxtasis de amor sublime. Demos gracias a la Santísima Trinidad por cada Eucaristía, porque cada Eucaristía es obra suprema de Dios Uno y Trino.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 68.
[2] Cfr. Manelli, o. c., 68.

Hora Santa en reparación por ataque con bombas a iglesia Catedral de Filipinas por parte de ISIS 280119


Atentado en catedral de Filipinas - Foto: Cortesía: Armed Forces of the Philippines - Western Mindanao Command

Las dos bombas colocadas en el interior y el exterior de la Catedral de Filipinas por parte de la secta fundamentalista islámica ISIS dejaron un saldo de veinte muertos y más de cien heridos.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el brutal atentado perpetrado por la secta fundamentalista islámica ISIS contra la iglesia Catedral de Filipinas, el pasado 20 de enero de 2019. Dice así el informe periodístico: “Dos bombas colocadas por el Estado Islámico (ISIS) explotaron con pocos minutos de diferencia mientras se celebraba la Misa en la Catedral de Jolo, en el sur de Filipinas, dejando al menos 20 muertos y 111 heridos”. La totalidad de la información se puede encontrar en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Los católicos tenemos un privilegio que no lo tiene el profesante de ninguna otra religión en el mundo: comulgamos a nuestro Dios. Es decir, por la comunión eucarística, nuestro Dios en Persona ingresa en el alma, convirtiendo al cuerpo, templo del Espíritu Santo, en morada de la Trinidad y al corazón en altar eucarístico. Los santos eran conscientes de tan grande privilegio y es por eso que, luego de comulgar, no se retiraban distraídamente, sino que permanecían diálogo de vida y amor con el Dios de la Vida y el Amor, Cristo Jesús, que había ingresado en ellos. Aprovechaban el tiempo posterior a la comunión para compenetrarse y fusionarse con Cristo Jesús, para ser en Él una sola cosa en el Amor. Así, decía Santa Gema Galgani: “Eres mi presa amorosa, como yo soy presa de tu inmensa caridad”.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Si bien la Santa Misa es representación incruenta del Santo Sacrificio del altar, la comunión eucarística es unión íntima del alma con el mismo Cordero, quien precisamente ha ofrecido su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad como alimento del hombre. De hecho, se nos presenta como si fuera un alimento terrestre, como si fuera un simple pan, aunque ya no es pan, sino la Persona divina del Verbo de Dios unida a su Humanidad Santísima y por esta razón, Pan de ángeles. Lo que consumimos en la Eucaristía es alimento no terreno y humano, porque ya no es más pan y trigo, sino la substancia divina de la Persona del Hijo de Dios y la substancia divinizada y glorificada de Jesús de Nazareth, unida a esta Persona divina. Por esta razón, en el Apocalipsis (19, 9) se dice: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!” y no se lo dice en forma metafórica, sino literal; por esta razón también es que la Iglesia, parafraseando al Apocalipsis, luego de la transubstanciación, de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, dice, por medio del sacerdote ministerial y haciendo ostentación de la Hostia recién consagrada: “Dichosos los invitados al banquete celestial”. Y la Iglesia tampoco lo dice en forma metafórica, porque la Eucaristía es un verdadero banquete celestial.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          La unión de la Persona del Verbo con su Humanidad Santísima en el seno purísimo de María Virgen es comparada, por los Padres de la Iglesia, a la unión esponsal: el Verbo de Dios se une, esponsalmente, con verdadero amor esponsal divino, a la humanidad, en el momento de la Encarnación. Pues bien, esta unión esponsal, llevada a cabo de forma general en la Encarnación, se consuma, en cada ser humano en particular, por medio de la comunión eucarística. Jesús ingresa en el alma, por la Eucaristía, así como el esposo ingresa en la habitación nupcial. Dice un autor[1]: “En la Comunión Eucarística el alma realiza verdaderamente, en celeste unión virginal, el amor nupcial con Jesús Esposo, a quien puede decir con el arrebato tiernísimo de la Esposa del Cantar de los cantares, arrebatada en éxtasis: “¡Que me bese con los besos de su boca!” (Cant 1, 1). A su vez, el alma, recibiendo la Eucaristía, moja sus labios con la Sangre del Cordero, así como los hebreos mojaban las jambas de las puertas con la sangre del cordero para que el paso del Ángel exterminador no les hiciera nada, al ver en ellas la sangre del sacrificio. En este caso, no es el Ángel exterminador el que pasa de largo al ver la Sangre del sacrificio, sino que es el Cordero mismo, sacrificado por amor a la humanidad, el que ingresa en el alma para darle todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          ¡Cuántos hombres de buena voluntad, que profesan otras religiones, por desconocimiento de la verdadera y única religión, no se postrarían, fundidos en un solo corazón, en acción de gracias, luego de recibir la Sagrada Comunión! Y nosotros, los católicos, que tenemos la oportunidad de ser una sola cosa con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; que tenemos la oportunidad de recibir no una chispa, sino las llamas que envuelven a su Sagrado Corazón Eucarístico, para así ser incendiados en el Divino Amor; que tenemos la oportunidad de unirnos a Él todos los días, comulgando en gracias, ¿somos conscientes realmente de que por la comunión eucarística se produce esta admirable fusión entre el Corazón del Cordero y el corazón del que comulga? ¿O más bien, dejándonos llevar por las impresiones de nuestros sentidos, comulgamos como quien se lleva a la boca un poco de pan y seguimos tan tranquilos con nuestros pensamientos mundanos? ¿Nos damos cuenta de que esta unión por la comunión eucarística es un anticipo de la unión, por la visión beatífica, en el cielo, por toda la eternidad?

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si comulgamos distraídamente; si no buscamos la fusión del corazón luego de la comunión eucarística –así como el hierro se funde y se hace uno solo con el fuego-; si no damos gracias por haber recibido al Cordero de Dios por la Eucaristía, entonces estaremos pasando por alto lo más substancial de nuestra religión y haremos que nuestros días pasen en vano. No desaprovechemos el tiempo posterior a la comunión eucarística y postrémonos en acción de gracias por la misma, como dice un autor[2]: “La acción de gracias después de la Santa Comunión es una pequeña experiencia del amor celestial en esta tierra; en el cielo, en efecto, ¿cómo amaremos a Jesús siendo eternamente uno con Él? Jesús amado, Jesús dulcísimo, ¡cómo debemos agradecerte cada Santa Comunión que nos concedes! ¿No tenía, quizá, razón Santa Gema al decir que en el Cielo te agradecería la Eucaristía más que cualquier otra cosa? ¡Qué milagro de amor el estar enteramente fundido contigo, Jesús!”. Cuando agradecemos a Dios por sus beneficios, le agradecemos muchas cosas, pero, ¿le agradecemos el más grande de sus beneficios, el entregársenos Él, todo Él, por la Santa Comunión?

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] P. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 67.
[2] Cfr. Manelli, o. c., 67.

domingo, 27 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por representación blasfema de Jesucristo como Baphomet en Lublín, Polonia 250119





Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje a Nuestro Señor Jesucristo realizado en una iglesia en Lublín, Polonia, en la que inadecuada e irrespetuosamente se colocó una figura del Redentor, en el altar mayor, con alas de murciélago y con patas de cabra. La información relativa al lamentable hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Muchos cristianos, deseosos de progresar en la vida cristiana, realizan numerosos esfuerzos, incontables peregrinaciones, meditaciones, ayunos, oraciones. No está mal que hagan todo esto; por el contrario, es lo que deben hacer. Pero dicen los santos que hay un método infalible que puede hacer que todas estas cosas, realizadas para la perfección del alma, alcancen su máxima eficacia y es la comunión eucarística. En efecto, dice San Pedro Julián Eymard que “cuando se ha prendido una chispa eucarística en un alma, se ha puesto en su corazón una semilla divina de vida y de todas las virtudes, la cual es eficaz por sí sola, por decirlo de alguna manera”[1]. Pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía, la Santísima Virgen María, que nuestros corazones sean como el pasto seco o como un leño seco, para que ante el contacto con esa brasa ardiente que es la Eucaristía, nuestros corazones se enciendan en todas las virtudes celestiales, pero, sobre todo, en el infinito Amor a Jesús Eucaristía.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Un gran número de cristianos, deseosos de progresar en su vida de hijos de Dios, se dan a la lectura de libros piadosos que, efectivamente, hacen germinar en ellos, sino las virtudes, al menos el deseo de las mismas, con lo cual se dan a la tarea de ejercitarse en las mismas. Sin embargo, y siempre según los santos, sin dejar de hacer esto, los cristianos deberían alimentar sus almas en libros que los introduzcan en el misterio del amor eucarístico, como los de San Pedro Julián Eymard. Éste mismo escribió así las siguientes palabras: “Aquí tienes mi vida, querido Jesús; heme aquí dispuesto a comer piedras, a morir abandonado con tal de conseguir alzaros un trono, daros una familia de amigos, un pueblos de adoradores. Los cristianos que quieran crecer en su vida de hijos de Dios, alimentándose de la Eucaristía, por medio de la comunión eucarística y la adoración eucarística, pueden formar ese “pueblo de adoradores” con el que soñaba San Pedro Julián Eymard.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Según las Escrituras, todo cristiano debe amar a Cristo, a riesgo de caer en anatema si no lo hace: “El que no ama al Señor, ¡anatema sea!” (1 Co 16, 22). Ahora bien, para poder hacer realidad este amor a Cristo, no es necesario haber vivido en el tiempo de Jesús, ya que el mismo Jesús, que caminó por Palestina realizando innumerables curaciones y prodigios de todo tipo, es el que se encuentra, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. No somos nosotros los que vamos a Él, sino que es Él quien viene a nosotros, por medio del misterio de la Eucaristía, atravesando el tiempo y el espacio, para venir a nuestros corazones. Y el motivo por el cual Jesús realiza este admirable prodigio, el de venir a nuestras almas por la comunión eucarística, no es otro distinto que el que lo llevó a encarnarse y luego morir en cruz y resucitar: es el Amor a Dios y a los hombres lo que lleva a Jesús a bajar del cielo en cada Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía y así poder ingresar en nuestros corazones y, una vez allí, derramar la plenitud del contenido de su Corazón Eucarístico, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Si queremos amar a Cristo, entonces acudamos a Jesús Eucaristía, para colmarnos con el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Para los santos, en este mundo, no había nada más deseable que no fuera la Sagrada Eucaristía. La Eucaristía era todo para ellos, era la razón de su ser y de su existir: no deseaban nada del mundo, pero ni siquiera tampoco en la religión buscaban puestos de honor, ni ser considerados, ni ser tenidos en cuenta: lo único que pedían era la Eucaristía. Así lo escribía Santa Margarita María de Alacquoque al dejar el mundo y consagrarse a Dios mediante un voto particular, escribiendo lo siguiente: “Todo para la Eucaristía, nada para mí”[2]. Una vez, estando enferma y sin poder comulgar, la Santa tenía tantos deseos de recibir a Jesús Eucaristía, que decía: “Tengo tal deseo de la Santa Comunión que si fuera necesario andar descalza sobre un camino de fuego para alcanzarla lo haría con una alegría indecible”[3]. La Santa desearía caminar sobre el fuego, con tal de comulgar. Para ir a la Santa Misa, nosotros, los cristianos comunes y corrientes, ¿debemos caminar sobre brasas ardientes? Por cierto que no, por lo que deberíamos preguntarnos: ¿tenemos en el corazón el deseo ardiente de recibir a Jesús Eucaristía, o más bien nos dejamos llevar por la pereza y la indolencia?

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Otros santos expresaron así su amor por la Eucaristía, por ejemplo, Santa Catalina de Siena, decía así a su confesor: “Padre, tengo hambre; por amor de Dios, dad a esta alma su alimento, Jesús Eucaristía; y también: “Cuando no puedo recibir al Señor, voy a la Iglesia y allí Lo contemplo… Lo sigo contemplando… y esto me sacia”. Santa Bernardita, en su larga y penosa enfermedad, contó una vez la felicidad que sentía en sus horas de insomnio porque podía unirse a Jesús en el Sacramento y señalando una pequeña custodia dorada que tenía enfrente sobre una cortinilla en torno a su lecho decía: “Verla me da el deseo y la manera de inmolarme cuando me doy más cuenta del aislamiento y del sufrimiento”. ¿Experimentamos nosotros, que tenemos la oportunidad de comulgar todos los días, la necesidad de recibir al Amor de los amores, Jesús Eucaristía? Si no lo experimentamos, pidamos esa gracia a Nuestra Señora de la Eucaristía.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día la cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 18.
[2] Cfr. Manelli, ibidem.
[3] Cfr. Manelli, ibidem.