miércoles, 20 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por ultraje contra Jesucristo en Innsbruck, Austria 040319



Una sacrílega "obra de arte": el Cuerpo Sacrosanto de Nuestro Señor Jesucristo 
utilizado sacrílegamente como las manecillas de un reloj.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje cometido contra Nuestro Señor Jesucristo en una iglesia en Innsbruck, Austria, en la que una imagen de Nuestro Señor fue utilizada como si fueran las manecillas de un reloj. La información acerca del lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Afirman algunos autores[1] que el don de la gracia, por la cual el alma participa de la naturaleza divina, es tan alto, que es inferior a ella cualquier prerrogativa que se encuentre en las creaturas. En el Antiguo Testamento, la dignidad de Moisés y David, como gobernadores y príncipes del Pueblo de Dios, fue enorme, como así también la de Samuel y Elías; también la de San Juan Bautista, que fue el Precursor del Hijo de Dios, llegándolo a bautizar en el río Jordán: ahora bien, todas estas dignidades, comparadas con la gracia son poco y nada[2]. Esto quiso decir el Señor cuando dijo que “Entre los nacidos de mujer, ninguno es mayor que el Bautista, pero el menor del Reino de los cielos es mayor que él”. Es decir, Nuestro Señor no compara al Bautista con los ángeles y bienaventurados, sino con los hombres de la ley de la gracia, que se llama Reino de los cielos. Compara lo mejor de la Sinagoga con lo mejor de la Iglesia; lo más alto de la ley escrita con lo menor del Evangelio en un niño recién bautizado, que renació a la vida de la gracia: el oficio y dignidad del Bautista es mayor que el de los de la Sinagoga y de los nacidos de mujer, pero no tiene que ver todo eso con los que nacen de Dios, porque el menor de los que han renacido del Espíritu Santo por medio de la gracia es mayor que el mayor de los que han nacido de mujer.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En otras palabras, a los ojos de Cristo es de tanta estima la gracia, que el menor en su estado es mayor que todo lo mejor de la ley antigua, incluidos la potestad de Moisés, el mando de Samuel, el reino de David, la sabiduría de Salomón, el poder de Elías sobre el cielo y el mismo bautismo del Bautista en el Jordán[3]. No sólo es mayor a las potestades y dignidades dadas a los hombres, sino también a los ángeles: más es un grado de gracia que da Dios a un pobre enfermo que agoniza en un hospital, que el poder de los ángeles y arcángeles sobre los elementos y especies de la naturaleza y el universo todo; este pequeño grado de gracia es más que el poderío de las virtudes para obrar prodigios; es más que el mando de las dominaciones y tronos sobre los espíritus de otro orden o jerarquía; es más que el supremo dominio del serafín que preside los ejércitos celestiales. Todas estas dignidades son menos que el menor grado de gracia y sin la gracia no importarían mucho. En efecto, ¿qué le aprovechó al primer ángel que perdió la gracia el principado que sobre otros tenía? Quedó hecho un demonio[4] y lo perdió todo; pero si con la gracia quedara, aunque lo perdiera todo, no perdiera mucho.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Todas las excelencias de los hombres, concedidas por Dios, y las preeminencias de los espíritus del cielo, son menos que la gracia. En estas dignidades está comprendida la dignidad de la  Reina de hombres y ángeles, que si se apartaran todas las excelencias de las que está llena, es más la gracia que todas esas excelencias juntas, y entre estas excelencias entra el mismo ser la Madre de Dios[5]. Esto es de por sí una gran maravilla, que el ser Madre de Dios sea por sí menos que la gracia, ya que si fuera Madre de Dios sin la gracia, no importaría mucho este título si no tuviera la gracia y la gracia por sí sola importa muy mucho y vale más en sí misma que cualquier título y dignidad que las creaturas puedan recibir, incluido el título y dignidad de Madre de Dios.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por el hecho de que es Madre de Dios, su Hijo Jesús le debe agradecimiento, los ángeles veneración, los hombres reverencia y honor y todos admiración, además de que todas las creaturas le deben sujeción y el tratarla como Reina del mundo. Ahora bien, con todo eso, si careciera de la gracia, la Virgen daría el imperio de todo el mundo e incluso el ser Madre de Dios, con tal de no privarse de la misma. Esto porque es más en la Virgen la gracia que la maternidad virginal de Dios[6]. Es más ser Hija de Dios por la gracia que Madre de Dios por naturaleza. Y con todo el amor que el Hijo le tiene a la Madre, si hubiera otra creatura que tuviera más gracia que Ella, la amaría y estimaría Cristo más que a su propia Madre. Lo cual no se da en la realidad, pero al menos en el plano teórico pasaría así.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Esto lo dio a entender el mismo Señor cuando, habiéndole dicho a voces una mujer “Bienaventurado el vientre que te trajo y los pechos que mamaste”[7], agregó el Salvador, que aunque quiso más a su Madre que cualquier otro hijo: “Antes son bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”. Al responder así, no hizo a agravio a su Madre, porque Ella fue la que mejor que otra creatura en el mundo oyó la palabra divina y la guardó y cumplió perfectísimamente, pero dio a entender que era más esto en su Madre y en otra cualquiera persona que el ser su propia Madre, y que esto era por lo cual Ella era la más bienaventurada y sin lo cual le aprovecharía poco el ser su Madre natural, y es así como lo declaran muchos santos[8].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 100.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 100.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 101.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 102.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 102.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 102.
[7] Lc 11, 28.
[8] V. S. Just., q, 136 ad orthod.; Cypr, Serm. De Pass. Dom.; Aug. Inf, et in Joan, Tract. 10; Beda in Luc.

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