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martes, 7 de enero de 2020

Hora Santa en reparación por incendio de iglesia en Chile 040120



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el incendio de una iglesia en Chile. Para mayores detalles de este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

         Una de las causas por las que los ángeles celebran la gracia en el alma de un hombre, es por el mismo bien del hombre, porque por la gracia no solo se quitan todos los males del hombre, sino que recibe una multitud de bienes espirituales, el primero de todos, el ser hijos adoptivos de Dios[1]. Así como se hace fiesta en todo un reino cuando nace algún hijo al rey, de la misma manera, cuando nace por la gracia un hijo a Dios, lo festeja todo el cielo y recibe gran gozo todo el Reino de Dios.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Segundo misterio del Rosario.

         Meditación.

         Si un niño que naciera primogénito de un gran rey, cuando todo el reino estaba en fiestas y en regocijos, él conociera que todo aquello era por su causa, ¿qué gozo tendría? Pues lo que no puede tener un niño pequeño, sí lo puede quien se acaba de confesar con verdadero dolor: tiene que saber que la causa de la alegría en el Reino es él, que se ha hecho hijo de Dios y ha renacido a la gracia y a la vida de Dios[2]. El hombre debe conocer que por él se hace fiesta en el cielo, por ser él hijo de Dios por la gracia, por eso, que no contriste al Santo Espíritu de Dios con una vida lejana a la gracia.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Tercer misterio del Rosario.

         Meditación.

         Los ángeles tienen gran estima por la vida de la gracia y se ponen contentos cuando un pecador comienza a vivir la vida de los hijos de Dios y es por eso que tienen tanto cuidado por los justos, de modo que no sólo el ángel de la guarda de cada uno, sino muchos otros le suelen guardar y acompañar y miran por él, lo cual es un privilegio singular y honra de los siervos de Dios[3].

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Cuarto misterio del Rosario.

         Meditación.

         El Evangelista San Juan describe en su Evangelio a la “mujer revestida de sol”[4], que además de ser figura de la Madre de Dios, es figura del alma que está en gracia, porque de la misma manera el alma está llena toda de resplandores y hermosura, y vestida de sol de justicia cuando está en gracia y así como la mujer revestida de sol estaba rodeada por ángeles, así lo está el alma en gracia[5].

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Quinto misterio del Rosario.

         Meditación.

Del santo Jacob, cuando se tornaba a su tierra, dice la Sagrada Escritura que le salieron a recibir los ángeles de Dios, los cuales el Santo Patriarca dijo que eran ejércitos del Señor y puso por nombre a aquel lugar Manahin, que quiere decir dos escuadrones militantes o dos ejércitos, porque vio en aquel puesto dos ejércitos de los ángeles tutelares de dos provincias y esto es lo que les sucede a las almas de los justos: estando una vez muy tentado el abad Moisés, se fue a ver a otro abad Isidoro, el cual, subiéndose a lo alto de la casa, le mostró un grande ejército de espíritus soberanos y le dijo: “Todos estos ángeles envía el Señor de los ejércitos en favor de sus siervos; mira cómo están muchos más por nosotros, como dijo el profeta Eliseo”[6]. Quien está en gracia, está custodiado por numerosos ángeles que velan por él.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
        



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 323.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 323.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 324.
[4] Cfr. Ap 12, 1.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 324.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 325.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Hora Santa en reparación por quema de puerta de iglesia en Lyon, Francia 0912119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la quema de la puerta de una iglesia en Lyon, Francia. Para mayor información acerca de este lamentable hecho, consultar el siguiente enlace:


Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

         La causa de todo mal cuanto hay en la tierra es el pecado, pues el pecado es el mal de los males y por él se causa todo mal[1]. Un solo pecado cometido por nuestros padres, bastó para derramar sobre el mundo y la humanidad entera una cantidad incontable de calamidades, corrupción, desgracias, enfermedades, dolencias, latrocinios, violencias y desdichas, porque cuanta ha habido y habrá desde que Adán pecó hasta que se acaben los hombres, todos nacen en el mismo veneno.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

         Cuantos pecados hay en el mundo, todos son efectos de un mismo pecado, el pecado original, porque no se puede decir de esta pestilencia, sino que es la causa de tantas penas y culpas[2]. Pues aunque son tan sin número las penas de la vida, son más las culpas y todas, penas y culpas, brotaron del pecado. Un solo pecado cometido por nuestros padres en el Paraíso, bastó para que se derramaran sobre el mundo y la humanidad una avalancha incontenible de males y esto es para ponderar de cuánto mal sea el pecado.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.  

Meditación.

         No hay monstruo más horrendo que el pecado, ni el demonio tiene otra deformidad sino la que el pecado le concedió[3]. El alma debe temblar de sólo pensar que pueda pecar, pues con el pecado se le quita la gracia y se le viene encima toda clase de incontables males, unos peores que otros. Quien ama a su alma, la guardará de todo pecado y hará todo lo que esté a su alcance para mantenerse fuera de esta pestilencia. Demostraría no estar en sus sanos cabales quien, sabiendo todo lo que el pecado le trae, no dudaría así mismo en pecar y continuar pecando.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio. 

Meditación.

A éste monstruo tan grande y fuerte que es el pecado, hay sólo una forma de vencerlo y destruirlo y es por la gracia[4]. Este enemigo es fortísimo, pero todavía es más fuerte la gracia que lo destruye y prevalece sobre él. Ambos actúan de forma contraria: mientras el pecado mata al hombre, la gracia lo vivifica. Mientras el pecado lo deforma, la gracia lo hermosea. Con razón dijo David de sus pecados, que “como peso muy grave se habían agravado sobre él”. Así sucede con el pecador, que se sacude de encima el yugo suave del Redentor, la Santa Cruz y se pone en cambio el peso del pecado: mientras el yugo del Redentor lo alivia porque le quita los pecados, el pecado sólo aumenta el peso de sus maldades.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

         La gracia es tan poderosa, que destruye esta inmensa calamidad que es el pecado, y lo hace tan fácilmente como la espuma se deshace por un soplo[5]. La gracia levanta al hombre caído; la gracia resucita al que estaba mortalmente separado de Dios por el pecado; la gracia alivia al que estaba oprimido. Todo esto puede la gracia, por ser santidad de Dios que se derrama sobre la creatura, con la cual se hace agradable a Dios aquel quien la tiene. La gracia arrasa con los pecados mortales con los que se encuentra, porque quita todos los males con la potencia de Dios.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 298.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 298.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 299.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 299.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 299.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Eucaristía, Misterio de la Fe


          En la Santa Misa, luego de la consagración eucarística, luego de hacer la genuflexión, el sacerdote, al incorporarse, exclama, dirigiéndose al Pueblo fiel: “Este es el misterio de la fe”[1]. Con esta expresión –“misterio de la fe”-, está reconociendo que lo que tiene delante de sí, la Eucaristía, que ya no es más lo que era, un poco de pan, es algo que sobrepasa absolutamente la razón: es, precisamente, un “misterio”, algo que no puede ser comprendido en su totalidad, sino simplemente ser aceptado y creído, porque sobrepasa nuestra capacidad de comprensión. La Eucaristía es el don admirable, ante el cual los ángeles del cielo se postran en adoración, porque es el Cordero de Dios: es Dios Hijo en Persona, que se hace Presente, delante de nuestros ojos, bajo el velo sacramental, con su misterio pascual de muerte y resurrección, actualizando su sacrificio salvífico y redentor. Por el “misterio de la fe”, la Santa Misa, la Eucaristía, tenemos delante de nuestros ojos, al “Cordero de Dios como degollado” descripto en el Apocalipsis (5, 6), al cual le rinden homenaje de adoración los ángeles, postrándose ante su presencia en el altar del cielo; ése mismo Cordero, y no otro, ése mismo Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se encuentra, por el milagro de la transubstanciación, no solo en el cielo, delante de los ángeles, sino en el altar eucarístico, delante de nuestros ojos, oculto bajo las especies sacramentales del pan y del vino. Esto es lo que la Iglesia llama “misterio de la fe”.
         Con otras palabras, lo dice Juan Pablo II en su Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”: el Papa afirma que lo que recibe la Iglesia en la Eucaristía no es “un don más entre otros”, sino “el don por excelencia”, porque es el mismo Señor Jesús en Persona, que se dona a sí mismo, “en su santa humanidad”, con su misterio redentor, salvífico: “La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y ‘se realiza la obra de nuestra redención’.
         La Santa Misa es un misterio de fe, es decir, es algo que no puede aprehender ni explicar con la sola razón humana, porque contiene en sí misma, en las palabras del Santo Padre Juan Pablo II, a la totalidad del misterio pascual de Jesucristo -Pasión, Muerte y Resurrección-, misterio que es salvífico y redentor, y esto es inalcanzable para la sola razón del hombre: “El sacrificio eucarístico -es decir, la Santa Misa- no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la Eucaristía ‘pan de vida’ (Jn 6, 35-48)”[2].
         En otras palabras, el Santo Padre nos está diciendo que cuando asistimos a Misa, se actualiza para nosotros, por el misterio de la liturgia, el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, misterio por el cual nos salva, pero que al mismo tiempo, ¡se nos dona en la Eucaristía en su totalidad como Pan de vida! Es algo verdaderamente incomprensible; es un misterio insondable, de una profundidad inagotable: un Dios que, por Amor a mí, se encarna hace dos mil años, sufre la Pasión, muere en la cruz, resucita, se hace Presente en mi vida personal y en mi existencia -en los días de mi vida terrena, en el siglo XXI en el que vivo-, por medio del misterio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, haciendo en la Santa Misa lo mismo que hace en la cruz -entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz, así como entregó su Cuerpo y derramó su Sangre en la cruz-, para donarse como Pan de Vida eterna, para que cuando yo lo comulgue, reciba su propia vida, que no es mi vida creatural, mi vida de ser humano, sino la vida suya, la vida divina del Hombre-Dios, para que yo comience a vivir con la vida de su Ser divino trinitario, siendo aun un peregrino en el desierto de la vida terrena, que camina hacia la Jerusalén celestial. ¡Un verdadero misterio de la fe y del Amor de un Dios, que no escatima nada para demostrarme su Amor!
         Ahora bien, el Santo Padre introduce un elemento nuevo, que nos toca de cerca a nosotros, porque hasta ahora, el “misterio de la fe”, es una acción eminentemente divina; sin embargo, ahora, dice Juan Pablo II, hay algo que nos pertenece a nosotros, y que es necesario para que “la eficacia salvífica del sacrificio (de Jesús) se realice plenamente”, y ese algo, es la libre decisión nuestra de entrar en comunión con nuestro Dios que se nos ofrece como Pan de vida eterna en el altar. Dice así Juan Pablo II: “La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su Cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su Sangre, “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente”[3].
         El Santo Padre nos quiere decir que hasta aquí, Dios ha puesto todo de su parte; pero ahora, somos nosotros los que debemos poner de nuestra parte, para que la salvación se lleve verdaderamente a cabo, y es el que deseemos ser salvos por Cristo Jesús; que deseemos entrar en comunión con Él, y para eso, debemos aceptarlo como nuestro Salvador, y debemos unirnos a Él en su Cuerpo sacramental, para recibir el don de su Espíritu. Es decir, debemos mostrar, con nuestro libre albedrío, que queremos unirnos a Él -en estado de gracia, por supuesto- y recibir su Cuerpo sacramentado, para recibir el don de su Espíritu -en realidad, ver acrecentado el don del Espíritu, ya recibido en el bautismo-, para que la salvación sea eficaz, porque la salvación no es algo "automático", desde el momento en que somos seres libres -Dios y nosotros- los que entramos en comunión, en unión común, de vida y de amor: "”Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como 'sello' en el sacramento de la Confirmación”[4].
         Por último, el Santo Padre sostiene que, por la liturgia eucarística, nos unimos, misteriosamente, a la liturgia de los cielos, puesto que la liturgia eucarística es como una “ventana” -un “resquicio”, dice el Santo Padre-, que desde el cielo se abre sobre la tierra. De esta manera, el Santo Padre nos recuerda al profeta Isaías cuando exclama a Dios, suplicándole, que se digne rasgar los cielos –“Si rasgaras los cielos y descendieras”[5]-; el profeta, contemplando la majestuosa hermosura de Dios, ha quedado desolado, al compararla con la realidad de este mundo, y es por eso que clama, implora, suplica, que Dios, con su belleza inabarcable, se digne "rasgar los cielos", y descender: "Si rasgaras los cielos y descendieras". A este profeta nos recuerda el Santo Padre en este párrafo de Ecclesia de Eucharistia: "Cuando nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial; la Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta su luz"[6].
         Sin embargo, tal vez, siendo un poco osados, podemos ir un poco más allá de las palabras del Santo Padre, y podemos decir que, cuando celebramos la liturgia del Cordero, es decir, la Santa Misa, Dios ha escuchado al profeta, y ha rasgado los cielos, y ha descendido con su incomparable majestad y hermosura, porque desciende, desde los cielos, el Maná verdadero, la Eucaristía, y puesto que la Eucaristía es Nuestro Señor Jesucristo, es decir, Dios Hijo en Persona, más que "un rayo de la Jerusalén celestial", y más que "un resquicio del cielo", podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la Eucaristía es muchísimo más que eso, porque la Eucaristía es el Cordero en Persona, y el Cordero es la "Lámpara de la Jerusalén celestial" (cfr. Ap 21, 22) y es el Dios Tres veces Santo, a quien los cielos mismos no pueden contener.
         La Eucaristía es más que un resquicio del cielo, y es más que un rayo de la Jerusalén celestial: es, como lo anuncia la Iglesia, cual nuevo Juan Bautista en el desierto del mundo y de la historia, desde el altar eucarístico, en el momento en el que sacerdote ministerial eleva la Eucaristía luego de la consagración, "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"[7]. Y este Cordero se dona a sí mismo como alimento, en el Banquete celestial, la Santa Misa, de modo que los hijos de Dios se alimentan no con un manjar exquisito, preparado y servido por Dios Padre, para que tengan fuerzas en su peregrinar, pro el desierto del mundo, hacia la Jerusalén celestial. Este manjar está compuesto por platos suculentos, que no se encuentran en ningún lugar de la tierra: la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado; el Pan de Vida eterna, la Humanidad Santísima del Jesús de Nazareth, inhabitada por la divinidad, y el Vino de la Vid verdadera, la Sangre del Hombre-Dios Jesucristo, obtenida luego de ser triturada esta Vid en la Vendimia de la Pasión. Y este manjar, exquisito y suculento, servido por Dios Padre para sus hijos pródigos en el Banquete celestial, la Santa Misa, concede a quienes se alimentan de él con fe y con amor, una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, que los hace entrar en comunión con las Tres Divinas Personas de la Santísima y augustísima Trinidad. Al alimentarse de este banquete, el cristiano vive la vida nueva, la vida de los hijos de Dios, que no es un modo humano de vivir las virtudes, sino que es un modo de vivir en comunión de vida más íntima con Jesús, que se dona en la Eucaristía, para que después de unirse a Él y contemplarlo en el Amor, lo comunique por la misericordia.
         La comunión eucarística, a su vez, es equivalente a la contemplación en el Monte Tabor, por eso es que nos detenemos en su consideración, al reflexionar sobre el misterio eucarístico.
El episodio del Monte Tabor es una revelación trinitaria, que la reserva Dios para aquellos a quienes considera sus amigos más íntimos: “Ya no os llamaré siervos...; a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho y haré saber cuantas cosas oí de mi Padre”[8]. No es propio del criado entrar en el aposento más íntimo de la familia de su señor; y a la criatura sólo le compete de suyo honrar a Dios como a su Señor; no ha de atreverse a echar una mirada en los misterios de Su seno y de Su Corazón. Y si se le permite hacerlo, precisamente por ello entra en amistad con Dios; porque solamente a los amigos suelen revelarse los misterios más íntimos[9]. Y es este misterio íntimo de la Trinidad y del futuro de gloria y felicidad que está reservado a quienes lo sigan de cerca en la cruz, es lo que Cristo revela en la intimidad de la comunión eucarística a los cristianos.
Así el cristiano se levanta infinitamente por encima de los límites de su naturaleza, de su razón, de su mezquindad; e iniciado en los misterios de su Señor, se siente llamado a los privilegios y a las obligaciones de un amigo verdadero.
Y la exigencia es la de la correspondencia con obras de amor, de misericordia, de compasión, de caridad, de perdón, de amor a los enemigos, de bendición a los que los persiguen, tal como pide Jesús en el Evangelio, de perdonar “setenta veces siete”, de desterrar de una vez y para siempre, no solo todo odio y todo rencor, sino absolutamente el más mínimo resquicio de enojo, para con el prójimo que es, por algún motivo circunstancial, “enemigo” del cristiano, de manera tal, que en el corazón del cristiano, que recibe a Jesús en la Eucaristía, solo se encuentre Fe y Amor. No puede ser de otra manera, porque si por ser la revelación de este misterio una prueba extraordinaria del Amor divino para con el cristiano, esto mismo exige, de parte del cristiano, una gratitud y una correspondencia de amor sin límites, porque al transfigurarse y revelar su gloria y su origen trinitario, Cristo revela la plenitud de la bondad divina y la revela como queriéndola comunicar a sus amigos. Se revela como Dios bueno no sólo por poseer infinitos bienes, sino también infinitamente bueno por comunicarlos completamente[10], y así el cristiano debe corresponder, donándose completamente, en el olvido de sí mismo –de sus pasiones-, de manera tal que su prójimo vea en él a una imagen viviente, a una copia viva de Jesucristo, y ya no más a él.
De esta manera, de la compañía íntima con Cristo en el Nuevo Tabor –el altar es como el Monte Tabor, porque así como en el Tabor, Cristo manifestó su gloria para luego ocultarla bajo su Humanida Santísima, así en el altar eucarístico, Cristo manifiesta la gloria de su Cuerpo resucitado a los ojos de la fe, al tiempo que la oculta a los ojos del cuerpo, bajo las especies eucarísticas- el cristiano contempla el misterio insondable de Jesús en la Eucaristía –la Eucaristía no es un poco de pan, sino el Hombre-Dios vivo, con su Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de la luz y de la vida divina, tal como se encuentra en los cielos, solo que oculto bajo las especies eucarísticas-, recibiendo de Jesús el Amor que brota a raudales de su Sagrado Corazón, y esa contemplación en la adoración eucarística, es la garantía de que el cristiano, que en esta tierra y en el tiempo adora al Cordero oculto en las especies eucarísticas, está llamado a contemplarlo cara a cara, en la intuición inmediata de su Ser trinitario, en la otra vida, en la eternidad, en la Bienaventuranza, tal como es en sí. La dicha sobrenatural de la criatura en la visión intuitiva de Dios es preludiada y anticipada por la revelación de la Trinidad en la Transfiguración del Monte Tabor y es anticipada también en la oscuridad de la fe, en la adoración eucarística; la fe en la Trinidad es el gozo anticipado de la intuición bienaventurada; tiende un puente para unir el alma con el cielo; mientras mora todavía en la tierra, la levanta al seno de Dios; la introduce en la alegría de su Señor. Y si la bienaventuranza del mismo Dios tiene su mayor gozo en la comunión y relación mutua de las Personas, la fe en la Trinidad ya nos da a saborear algo de la dulzura y amabilidad más íntimas de Dios[11].
El cristiano, por lo tanto, que contempla, en la oscuridad de la fe, la inefable majestuosidad del Ser trinitario, y que se goza en el íntimo y silencioso diálogo de Amor que la Trinidad de Personas establece con Él en la adoración eucarística, está llamado a dar testimonio de esta bienaventuranza, comunicando a los demás el Amor de Jesucristo, ante todo con el testimonio de una vida fundamentada en Cristo Jesús, es decir, fundamentada en la pobreza de la cruz, en la castidad, en el amor misericordioso demostrado en obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. El cristiano que confiesa sacramentalmente, que comulga diariamente, que adora a la Eucaristía, está llamado a anunciar al mundo que la felicidad plena y definitiva no está en la vida presente ni en las cosas del mundo, sino en Dios Uno y Trino, y así lo señala el Santo Padre Juan Pablo II al referirse a la vida consagrada: “...la misión de la vida consagrada: señalar como meta a los demás hermanos y hermanas, fijando la mirada en la paz futura, la felicidad definitiva que está en Dios”[12].
Al llamado de Cristo a dar testimonio, y a la comunicación de Su santidad que Cristo realiza al cristiano, el cristiano debe responder con la santidad de vida[13], y la santidad se desprende de la cruz: la pobreza de la cruz, la castidad de la cruz, la obediencia de la cruz. Si no refleja a Cristo crucificado con su vida, el cristiano puede considerarse un impostor, cuyo padre no es Dios, sino el Demonio, el Padre de la mentira: “Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, pero no ama a su prójimo, a quien ve, es un mentiroso” (1 Jn 4, 20). Por eso, si bien el Monte Tabor es la revelación de la gloria de Cristo como Verbo del Padre hecho carne, es también la preparación para la cruz[14]. Cristo lleva al cristiano junto a sí en el Tabor, le revela su gloria y luego la oculta, para que, como Él, por la cruz arribe a la resurrección[15].


[1] Cfr. Misal Romano.
[2] Cfr. Ecclesia de Eucharistia, Cap. 1, Eucaristía, Misterio de fe.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] 64, 1.
[6] Cfr. Ecclesia de Eucaristia, Cap. 1.
[7] Cfr. Misal Romano.
[8] Jn 15, 15.
[9] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 136.
[10] Cfr. Scheeben, Los misterios, 137.
[11] Cfr. Scheeben, Los misterios, 138.
[12] Cfr. Juan Pablo II, Vita consecrata, 33.
[13] Cfr. Juan Pablo II, Vita consecrata, 33.
[14] Cfr. Juan Pablo II, Vita consecrata, 14.
[15] Cfr. Misal Romano, Prefacio de la Transfiguración del Señor.

jueves, 14 de marzo de 2013

Hora Santa en acción de gracias por el Santo Padre Francisco



El Santo Padre Francisco
rezando ante el altar
de Santa María la Mayor
en su primera actividad como
Pontífice electo.


         Inicio: Entramos en el Oratorio. Venimos a adorar a Jesús Sacramentado, y también a agradecer y pedir por el nuevo Santo Padre Francisco, que Él nos ha regalado como don de su Sagrado Corazón, para la Iglesia, para el mundo y para nuestra Patria, Argentina. Venimos a postrarnos a los pies de Jesús Eucaristía por esta muestra de su Amor insondable, manifestado en la elección del Papa Francisco, y venimos a pedirle nos conceda la gracia de agradecer a tanto Amor, por medio del crecimiento en la santidad y en las obras de misericordia. Pedimos la asistencia de nuestros ángeles custodios, para que lleven nuestras oraciones al Corazón Inmaculado de María, para que la Virgen las lleve a su vez al Sagrado Corazón de su Hijo Jesús.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de entrada: “Te adoramos, Hostia divina”.

         Meditación

         Jesús, Sumo y Eterno Pastor, te damos gracias por el Santo Padre Francisco, por su devoción y amor a la Eucaristía, porque así nos enseña que el Corazón de la Iglesia eres Tú en el Santísimo Sacramento del altar, para que siendo Tú en el Santísimo Sacramento del altar, nuestro único tesoro, seamos capaces de poner nuestros corazones en Ti, Jesús Eucarístico, y así se cumplan en nosotros tus palabras: “Donde esté tu corazón, ahí estará tu tesoro” (Mt 6, 21). Guiados por el amor del Papa Francisco a la Eucaristía, apegamos y adherimos nuestros corazones a Tu Presencia Eucarística, nuestro único tesoro.

         Meditación en silencio.

         Jesús, Sumo Pontífice, te agradecemos por el Papa Francisco, un papa mariano que  ha demostrad a lo largo de su vida sacerdotal su gran amor a la Virgen, y como señal de este amor, en su primer día como Papa electo, ha acudido a agradecer e implorar la asistencia de María Santísima; te pedimos que, guiados por su ejemplo, acudamos siempre y en todo momento a la protección de María Santísima, tu y nuestra tierna Madre del cielo.

         Meditación en silencio.

         Jesús, Pastor Bueno, te agradecemos por el Papa Francisco, por su defensa de la vida por nacer y de toda vida humana, vida que viene de Ti, que eres la Vida Increada, demostrada en su firme oposición al aborto, cualquiera que este sea. Haz que, guiados por su ejemplo, seamos también valientes defensores de los más desprotegidos, los niños por nacer, y de todos aquellos a quienes la “cultura de la muerte” decreta injustamente que no pueden vivir, como los enfermos terminales o en coma.

         Meditación en silencio.

         Jesús, Rey de los cielos, te agradecemos por el Papa Francisco, por su valiente y encendida defensa de la familia creada por Ti, la única familia posible, fuera de la cual ninguna familia puede ser llamada familia, la familia formada por papá-varón, mamá mujer y los hijos, nacidos como frutos del amor esponsal. Haz que, bajo su guía, no solo sepamos también defender a esta familia, sino que nuestra tarea evangelizadora tenga como fin hacer de la Eucaristía el centro de toda familia.

         Meditación en silencio.

         Jesús, Pontífice Eterno, que con tu Cruz unes el cielo con la tierra y reconcilias  a los hombres con Dios, te agradecemos por el Papa Francisco, por su amor al hombre como creatura tuya, creado por Ti a tu imagen y semejanza, creado varón y mujer, amor por el cual el Santo Padre Francisco se opone firmemente a la ideología de género, verdadero plan del Príncipe de las tinieblas y Padre de la mentira (Jn 8, 44) para destruir tu Creación. Haz que, bajo su Magisterio pontificio, sepamos dar razones de tu Sabiduría, reflejada en la Creación del género humano en sexos complementarios, varón y mujer, y danos la luz necesaria para que seamos capaces de ver la perversión demoníaca que pretende igualar lo que tu infinita Sabiduría ha creado no iguales sino complementarios.

         Meditación en silencio.

        Jesús, Sacerdote Eterno, te agradecemos por el Santo Padre Francisco, por su lucidez para desenmascarar al Príncipe de las tinieblas y Padre de la mentira, que busca destruir tu obra Creadora, instaurando su Reino, el Reino de las tinieblas, en donde prevalecen el aborto, la eutanasia, las familias alternativas, la ideología de género, y todo tipo de aberración contra-natura. Te pedimos que, guiados por tu Vicario en la tierra, sepamos instaurar el Reino de Dios entre los hombres, con la fuerza de la Cruz y de la Eucaristía; que nunca dejemos de rezarte a Ti, Cristo el Señor, porque como nos dice el Santo Padre, quien no Te reza a Ti, Hijo de Dios, le reza al demonio: “Quien no reza al Señor, reza al diablo, ya que cuando no se proclama a Cristo, se proclama la mundanidad del diablo”. 

         Meditación en silencio.

         Jesús, Sumo Sacerdote, te damos gracias por el Papa Francisco, por su amor a los pobres y desposeídos de la tierra, que nos recuerda que los ricos de bienes terrenos deben aspirar a vivir la santa pobreza de la Cruz, lo cual significa no estar apegados a los bienes de la tierra, y que los pobres deben aspirar a poseer los bienes del Reino de los cielos, el primero de todos, la Sagrada Eucaristía, lo cual significa no estar apegados a los bienes de la tierra. Haz que, guiados por su ejemplo, vivamos la santa pobreza de la Cruz y trabajemos por acumular “tesoros en el cielo” (Mt 6, 20), por medio de obras de misericordia.

         Meditación en silencio.

Jesús, Pastor Eterno, te damos gracias por el Papa Francisco, por su humildad, su sencillez, y su pobreza franciscana, que les recuerda a los poderosos del mundo que la gloria mundana, opuesta a la gloria de Dios, no vale nada, y es sólo “vanidad de vanidades”, y que su tarea como gobernantes es servir al Bien Común de la sociedad, y no el propio provecho, única forma de “acumular tesoros en el cielo”. Haz que también nosotros aspiremos sólo a la gloria de la Cruz y rechacemos toda gloria mundana.

Meditación en silencio.

Pero también porque su humildad, sencillez y pobreza franciscana, son un modelo y ejemplo para la Iglesia toda, y para sus hijos, quienes de esta manera somos conducidos a una mayor imitación de Cristo humilde, sencillo y pobre, alejándonos así del peligro de la soberbia y de la atracción por las riquezas y vanos honores del mundo que, delante de Dios, son como humo que se lleva el viento.

Meditación en silencio.

Te pedimos, Jesús, Sumo Pontífice, que asistas con tu poder divino al Santo Padre Francisco, para que, sostenido en tu Cruz y recibiendo la fuerza divina que de ella emana, sea capaz de hacer frente a los inmensos desafíos que el mundo de hoy plantea  a la Iglesia, y porque siguen vigentes los problemas que llevaron a renunciar al Santo Padre Benedicto XVI. Haz que sepamos ayudarlo con la fuerza de nuestra oración, y para ello atráenos a tu Cruz, porque cuanto más cerca estemos de tu Cruz, más fuertes seremos en Ti.

Meditación en silencio.

Meditación final: Jesús, finalizamos ya nuestra Hora Santa; debemos retirarnos a nuestros quehaceres cotidianos. Te agradecemos nuevamente por tu Vicario en la tierra, el Papa Francisco, y le pedimos a la Virgen que, como Madre nuestra, nos acompañe en nuestro regreso al mundo y nos cubra con su manto, nos lleve en su regazo y nos refugie en su Inmaculado Corazón, para que nuestra alabanza y adoración a Ti sea continua, de noche y de día. Y haz que, cuando sea el momento de la próxima Hora Santa, nos tome de la mano y nos conduzca ante tu Presencia, para adorarte y gozarnos en Tu Presencia, como anticipo del gozo eterno que nos dará tu contemplación y adoración en los cielos.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de salida: “El trece de mayo”.