lunes, 25 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por ofensa contra Cristo crucificado en Montreal, Canadá 230319


CRUCIFIX

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje sufrido por Nuestro Señor Crucificado en el ayuntamiento de Montreal, Canadá, del cual fue retirado por considerar que ya no era “necesario”, pues el hombre había “evolucionado”. La información relativa a tan triste suceso se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          El hombre en la tierra está destinado, inevitablemente, a morir y esto como consecuencia del pecado original, puesto que fue entonces que perdió el don de la inmortalidad que Dios había concedido a la humanidad por medio de los Primeros Padres, Adán y Eva. Sin embargo, si bien es cierto que estamos destinados a la muerte terrena, Dios, que nos ama tanto, ha puesto remedio a este destino nuestro y lo ha cambiado por otro destino: de destino de muerte, por la Cruz de Cristo, lo ha convertido en destino de vida eterna. Y no es necesario morir en la muerte terrena para comenzar a vivir la vida eterna. Esta vida eterna nos viene incoada en la Eucaristía, pues la Eucaristía es Dios Hijo encarnado, que es la Eternidad en sí misma y Él nos comunica de su Vida eterna, cada vez que comulgamos. Por la Eucaristía, nuestro destino de muerte terrena se cambia y convierte en destino de Vida eterna.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Para el hombre viador, que es “nada más pecado”, según afirman los santos, la Eucaristía constituye el Bien Supremo[1] que jamás podría siquiera ser imaginado por el hombre. Si por el pecado nuestro cuerpo envejece, se enferma y muere, por la Eucaristía nuestro destino de muerte se convierte en destino de Vida divina. Así lo afirman los santos, como por ejemplo, San Gregorio Niceno: “Nuestro cuerpo unido al Cuerpo de Cristo –en la Eucaristía, N. del R.-, adquiere un principio de inmortalidad, porque se une al Inmortal”[2]. Porque recibe la Vida eterna incoada en la Eucaristía, nuestro cuerpo terreno, que está destinado a la muerte terrena, al comulgar, recibe en sí la inmortalidad y algo que es infinitamente más grande que la inmortalidad: recibe al Dios Inmortal y Eterno en Persona, Cristo Jesús.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          A medida que pasa el tiempo, la vida humana se va acortando, paulatinamente, puesto que el destino inevitable de todo ser humano es el de morir. Sin embargo, gracias al sacrificio de Jesús en la Cruz, en el Monte Calvario, nuestro destino de muerte ha sido trocado en destino de Vida y no porque vayamos a vivir más años en esta vida terrena, sino porque Jesús no sólo destruyó la muerte y el pecado en la cruz –además de vencer al demonio-, sino que nos concedió su vida, que es la vida misma de la divinidad, la Vida de Dios Uno y Trino. Y esta vida se nos comunica, participada, en forma anticipada, ya desde esta vida, en cada comunión eucarística. Por la Eucaristía, Jesús se nos dona y nos comunica su Vida divina, por lo que al comulgar nos hacemos poseedores, en germen, de la vida eterna, haciéndose realidad ya desde esta vida las palabras de Jesús en el Evangelio: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna” (Jn 6, 54). Al comulgar, es decir, al comer la Carne glorificada y la Sangre resucitada del Cordero de Dios, comemos y bebemos nuestra futura resurrección y glorificación, por la cual viviremos para siempre, como lo dice Jesús, también en el Evangelio: “El que coma este Pan vivirá para siempre” (Jn 6, 58).

          Silencio para meditar.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          El don de la Vida eterna, contenido y comunicado en la Eucaristía a las almas de los fieles que comulgan con reverencia, amor y adoración, es tan grande, que los mismos ángeles lo reconocen, haciendo reverencia a los cuerpos de quienes han fallecido en esta vida, habiendo recibido la Comunión Eucarística. Así lo afirma nada menos que un santo doctor, San Juan Crisóstomo[3]: “Por respeto a la divina Eucaristía, los Ángeles hacen guardia de honor en torno a los cuerpos de los elegidos que descansan en el seno de la tierra”. Y si en la tierra hacen reverencia al cuerpo muerto de los bautizados que en vida recibieron la Eucaristía, en el cielo, los Ángeles les tributan honor y reverencia por el mismo motivo, pues por la vida divina que recibieron de la Eucaristía, en el cielo los santos poseen mayor honra y gloria que los ángeles más poderosos.

          Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Muchos viven esta vida terrena con una perspectiva demasiado materialista, la cual les hace olvidar el destino de vida eterna al que Jesús nos llama, gracias a su misterio pascual de muerte y resurrección. En efecto, en el Evangelio, Jesús dice: “Yo Soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Estas palabras de Jesús deberían servir al cristiano para despegar su corazón de los atractivos de este mundo y comenzar a desear la unión con Cristo muerto en cruz y resucitado. Tanto si la vida es demasiado dura, como si transcurre sin mayores dificultades y sin tribulaciones, las palabras de Jesús deberían servir de consuelo, sea cual sea su estado de vida: si está cargado de tribulaciones, pensar que esta vida y sus tribulaciones pasa y que luego nos esperan las eternas alegrías del cielo; y si la vida es tranquila y sin dificultades, pensar de igual manera que esta vida terrena pasará tarde o temprano y que recién en el cielo, en la contemplación del Cordero y de Dios Uno y Trino, comenzarán las verdaderas alegrías que, por la misericordia de Dios, habrán de durar por la eternidad. De una u otra forma, Jesús Eucaristía es siempre consuelo, alegría y esperanza para el alma del cristiano. La actitud del cristiano, sea cual sea su estado de vida, debe ser la de los santos, cuyo único deseo era unirse a Jesús Eucaristía, como por ejemplo Santa Teresa de Ávila quien, moribunda, al ver acercarse al sacerdote que le traía el Santo Viático, con fuerzas sobrehumanas se incorporó y, con el rostro radiante de alegría, exclamó: “Señor, era ya hora de vernos”[4]. Desear unirnos a Jesús en la Eucaristía en esta vida y luego por toda la eternidad, en el Reino de los cielos, debe ser el único deseo de todo cristiano, sea cual sea su estado de vida terrena.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 79.
[2] Cit. en Manelli, o. c., 79.
[3] Cit. en Manelli, o. c., 79.
[4] Cit. en Manelli, o. c., 79.

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