jueves, 25 de octubre de 2018

Hora Santa en reparación por Halloween 241018



          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la festividad diabólico-pagana de Halloween. En esta festividad, de manifiesto carácter satánico, se cometen innumerables sacrilegios eucarísticos, además de sacrificios humanos. Para reparar por esta celebración del Infierno, ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado.

         Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santo Tomás de Aquino afirma que “el bien de la gracia de un hombre solo es mayor que el bien de la naturaleza de todo el universo”[1]. Es decir, la gracia santificante que embellece el alma de un solo hombre, tiene más valor que todo el universo. Y según San Agustín, la gracia de Dios no solamente sobrepasa a todas las estrellas y todos los cielos, sino también a todos los ángeles[2]. La razón es que, por la gracia, el alma recibe la participación en la vida divina trinitaria, lo cual es un bien infinitamente más grandioso que si Dios diera a alguien todos los bienes del mundo y le concediera todas las perfecciones naturales de un ángel[3]. Por esta razón, no hay nada más precioso que la gracia que nos mereció el Hijo de Dios con su sacrificio en la cruz, así como tampoco hay mayor desgracia que su pérdida por parte de un alma[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, Mediadora de todas las gracias, que pueda yo comprender el valor infinito de la gracia!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la Escritura se narra que el profeta Jeremías se puso a llorar la pérdida de toda una ciudad. Cuando Job perdió todos sus bienes naturales –casas, ganados, hijos y salud-, sus amigos quedaron sin habla por siete días. Ahora bien, si alguien pierde la gracia, pierde algo inmensamente más valioso que una ciudad entera y que todos los bienes naturales que se puedan poseer. Si se pierde la gracia, se pierde aquello que levanta al alma por encima de la naturaleza, no solo la humana, sino también la angélica; se pierden los dones del Espíritu Santo y al mismo Espíritu Santo; se pierde el ser hijo adoptivo de Dios; se pierde el ser su amigo y gozar de su Presencia trinitaria en el corazón; se pierde a Dios Uno y Trino y con esto no se necesita perder nada más, porque quien perdió a Dios, lo perdió todo. El desprecio y la pérdida de la gracia hace al hombre el ser más miserable del universo, así como su posesión lo enaltece por encima de los ángeles, hasta ponerlo a los pies de Dios. Pierden la gracia quienes estiman por más valiosos los tesoros de la tierra que al mismo Dios. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, danos una conciencia viva y un amor sobrenatural a la gracia, para que seamos capaces de preferir morir antes que ofender a Dios y perder la gracia por el pecado!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

El hombre terrenal, que “atesora para sí y no para Dios”, que idolatra los bienes materiales y les da su corazón, no sabe lo que hace, porque prefiere el oro y la plata, que comparados con la gracia son como la arena y el barro, antes que el más grande bien espiritual que jamás el alma pueda siquiera soñar, la participación en la vida divina de Dios Uno y Trino. El corazón del hombre, herido por el pecado original, se engaña cuando se deja atrapar por el mundo y sus bienes, siendo esto el mayor mal, porque en el corazón no hay lugar para Dios y el mundo: o está entronizado Dios en el corazón, por medio de la gracia, o está entronizado el mundo en el corazón del hombre sin Dios y sin la gracia. Para no caer en este engaño, es necesario meditar acerca de la grandeza de la gracia y cuánto supera en majestad y gloria a todos los bienes del mundo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ayúdanos para que seamos prontos en rechazar al mundo y sus atractivos, y prontos para conservar la gracia y acrecentarla!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

El Apóstol Pedro nos llama también a apreciar la gracia, con estas palabras: “Grandísimas y preciosas promesas nos ha dado Dios para que por ellas nos hagamos participantes de la naturaleza divina, huyendo de toda la corrupción de deseos que hay en el mundo” (2 Pe 1). Las maravillas de la gracia divina, que nos hace partícipes de la naturaleza y de la vida de Dios Trino, son incompatibles con las cosas del mundo, porque el mundo y todo lo que el mundo ofrece es perecedero, mientras que por la gracia nos unimos a Dios, que es eterno. Los bienes de la gracia son llamados “grandísimos y preciosos”, mientras que los bienes del mundo son de tal naturaleza dañinos para el alma, que hay que “huir” de ellos lo antes posible. Con respecto a la grandeza de la gracia, dice San Juan Crisóstomo: “Quien aprecia y admira la grandeza de la gracia que viene de Dios, este tal será para adelante más cuidadoso y atento de su aprovechamiento y salud espiritual y mucho más inclinado al estudio de las virtudes”. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, inclina nuestro corazón a tu Hijo, Jesús Eucaristía, Gracia Increada y Fuente de toda gracia, para que viviendo en la gracia en el tiempo, merezcamos la gloria eterna!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La gracia es un bien tan grande, que es digno de estimarse por encima de cualquier otro bien terreno, por grande y numeroso que este sea. Éste es el bien del cual dijo Nuestro Señor que hay que atesorar en el cielo: “Atesorad tesoros en el cielo”. No se pueden atesorar en el cielo ni el oro ni la plata, pero sí la gracia que hace al alma partícipe de la naturaleza divina y fue obtenida para nosotros al altísimo precio de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Es de Dios Uno y Trino, Dios eterno, de donde descienden, a través del Corazón traspasado de su Hijo en la Cruz, y a través del Corazón Eucarístico de su Hijo Presente en la Eucaristía, toda gracia y todo bien, de donde se sigue que quien esté tanto más cerca de la Cruz y de la Sagrada Eucaristía, tanta más gracia recibirá en su alma. Y al contrario también es verdad: quien más se aleje de la Cruz y de la Eucaristía, tanta menos gracia poseerá en sí. Es la Virgen la que está al pie de la Cruz y al pie del sagrario, por lo que a Ella le debemos implorar que no permita que nuestras pasiones nos alejen de su Hijo Jesús. ¡Oh Virgen Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, que estás de pie en la Cruz, en la cima del Monte Calvario, y estás de rodillas ante el sagrario, adorando la Presencia Eucarística de tu Hijo Jesús, no permitas que la mundanidad a la que estamos inclinados nos aleje de ti y de tu Hijo, Fuente Increada de la gracia!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] 1, 2, q. 113, ad. 2.
[2] Lib. Ad. Bonif., cap. 6.
[3] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 9.
[4] Cfr. Nieremberg, o. c.

viernes, 19 de octubre de 2018

Hora Santa en reparación por el derribo de una Cruz por parte de migrantes islamistas en Grecia 121018



La Santa Cruz de Jesús, derribada en la isla griega de Lesbos por parte de migrantes islamistas, en octubre de 2018.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el derribo de una Cruz, ocurrida en una isla de Grecia, el pasado 12 de Octubre de 2018. El blasfemo acto de derribar la Cruz fue llevado a cabo por un grupo de migrantes islamistas, puesto que consideraban que la Cruz era ofensiva para ellos. La información acerca del lamentable suceso se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Santa Madre Iglesia saluda a la Santa Cruz con esta jubilosa exclamación: “¡Oh Cruz gloriosa y digna de admiración y de veneración! Debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. ¿Por qué la Iglesia celebra, exalta, adora la Cruz? Mientras el mundo aborrece la Cruz y donde la ve, desea desterrarla, desclavarla y arrojarla por el suelo, la Santa Madre Iglesia, por el contrario, la ensalza, la venera y, todavía más, la adora. ¿Por qué? ¿Por qué este contraste tan marcado, entre el mundo y la Iglesia? Porque el mundo mira la Cruz sin fe; la mira con la sola razón humana y la razón humana está contaminada y herida por el pecado original. Además, el mundo mira la Cruz con la oscuridad que sobre él arroja el Príncipe de las tinieblas y por eso detesta, odia la Cruz. Para el mundo sin Dios, la Cruz es símbolo de tortura, de muerte, de humillación, pero para la Santa Madre Iglesia, que mira el mundo con los ojos de la fe, la Cruz es la Fuente de la salvación de los hombres y el signo victorioso con el que Dios derrota para siempre a los tres grandes enemigos del hombre: el Demonio, la Muerte y el Pecado. Por esta razón, mientras el mundo odia la Cruz, la Santa Madre Iglesia la venera, la ensalza y la adora, porque en la Cruz está el Salvador del mundo, Cristo Jesús.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Para los católicos, la relación entre la Cruz y la gloria de Dios es parte de nuestra fe y esto es así, porque para nosotros, quien cuelga de la Cruz no es, ni un profeta, ni un revolucionario, ni un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos: para nosotros, los católicos, que contemplamos la Cruz con los ojos de la Santa Madre Iglesia, quien cuelga de la Cruz es el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios hecho carne, Dios Hijo encarnado, que se hace hombre sin dejar de ser Dios, para que los hombres, unidos a Él por la gracia, la fe y el amor, nos hagamos Dios por participación. ¡Cuánta ignorancia demuestran quienes odian la Cruz! ¡Cuánto mal se hacen a ellos mismos y a los demás, cuando combaten a la Cruz! Porque en la Cruz está la salvación, en la Cruz está la gloria de los hombres, en la Cruz está el Redentor, que sólo misericordia, amor y perdón otorga a quienes a Él se acercan, con el corazón contrito y humillado, a los pies de la Santa Cruz.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Para el mundo sin Dios y para el hombre sin el conocimiento del verdadero Dios, la Cruz es ignominia, humillación, maldición, dolor, muerte. Cuando el hombre contempla la Cruz sin la luz de la fe, sin la gracia en su alma y con su sola razón contaminada por el pecado original, se origina en él un sentimiento humano de rechazo a la Cruz, porque en la Cruz se sufre: quien está crucificado, no está en un lecho de rosas, sino que está en el madero ensangrentado de la Cruz. Pero a esta visión humana de la Cruz, se le agrega la visión preternatural del Ángel caído, visión que le agrega, a la visión del hombre pecador de rechazo de la Cruz, el sentimiento de odio hacia la Cruz. En efecto, el hombre, por sí mismo, sin la gracia de Dios, experimenta naturalmente un rechazo de la Cruz, porque la Cruz es dolor y el hombre rechaza el dolor; pero cuando hay odio hacia la Cruz, este sentimiento ya excede las pasiones del hombre, para ser propiedad del Ángel caído, que hace partícipe al hombre pecador de su odio hacia la Cruz. El Demonio odia la Cruz porque en ella fue vencido para siempre; el Demonio odia la Cruz, porque en el mismo momento en que el Cordero fue crucificado, el Ángel caído fue precipitado para siempre en lo más profundo del Infierno. El cristiano, por lo tanto, necesita del auxilio de la gracia, para no caer en el error del naturalismo, de ver a la Cruz como lugar de dolor sin sentido, y para rechazar también el odio preternatural del Ángel caído, que ve en la Cruz el signo de la derrota del Infierno. Solo la gracia de Dios puede evitar que caigamos en el naturalismo, que nos lleva a rechazar la Cruz, y en el odio preternatural del Príncipe de las tinieblas, que lleva al hombre a odiar la Cruz. Sólo la gracia puede hacernos amar la Santa Cruz de Jesús.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Es la Santa Cruz la que hace que la religión católica se convierta en la única religión que trae al mundo una luz nueva, una luz que no viene del hombre ni del ángel, sino de Dios Trino mismo. De la Cruz brota la Luz, porque el que cuelga del madero es Cristo Dios y Dios es Luz Increada en sí mismo y fuente de toda luz creada y participada. Sin la Cruz, el mundo está en tinieblas, porque es de la Cruz de donde se irradia al mundo la Luz de Jesús, la Luz del Cordero del Apocalipsis, que es la Lámpara de la Jerusalén celestial. Por esta razón, quien se acerca a la Cruz, es iluminado con esta luz nueva, celestial, sobrenatural, la luz de Dios, que disipa y derrota a las tinieblas del pecado y de la ignorancia que envuelven al hombre. Pero la Luz de la Cruz, que es Cristo Jesús, disipa y derrota también las tinieblas y sombras de muerte en las que vive el hombre, porque Él es el Dios Viviente, que con su muerte en Cruz derrota a la muerte y concede al hombre su Vida divina. Por último, la Luz de la Cruz derrota a un tercer tipo de tinieblas, las tinieblas vivientes, los ángeles del Infierno, los ángeles caídos, rebeldes, apóstatas, los espíritus malvados de los aires que se negaron a servir y a adorar a Dios Trino. Y porque la Cruz los vence con su Luz gloriosa, es que los ángeles de las tinieblas odian la Cruz y transmiten ese odio a los hombres malvados y perversos. Que la Virgen de los Dolores, que está al pie de la Cruz, interceda para que por la gracia de Dios no solo jamás rechacemos la Cruz, sino que vivamos arrodillados ante la Cruz y abrazados a los pies crucificados y sangrantes de Nuestro Señor Jesucristo, en la cima del Monte Calvario.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         El mundo, caído en el pecado original, está bajo el gobierno del Maligno, el cual solo desea la perdición del hombre, en cuanto éste es imagen de Dios. Puesto que a Dios nada puede hacerle, la Serpiente Antigua busca arrastrar hacia el abismo de la perdición al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Busca inyectarle en su corazón el veneno de su propio corazón angélico pervertido: el veneno del ateísmo, del naturalismo, del hedonismo, de la lujuria y de toda clase de pecados. Para lograr su objetivo, el Demonio tienta al hombre, así como tentó a Nuestro Señor Jesucristo llevándolo al pináculo del templo y prometiéndole dominar sobre las naciones, con la tentación del poder, del dinero, de la fama mundana, que en el fondo esconden la adoración luciferina. El Demonio tienta al hombre, ofreciéndole el dominio del mundo si lo adora a él, la Serpiente Antigua. Pero Dios no nos deja solos, no nos abandona nunca: mientras el Demonio ofrece el mundo, previa adoración suya, Dios no nos lleva al pináculo del templo, sino a la cima del Monte Calvario y, a cambio de que lo adoremos a Él, que está en la Cruz, y le entreguemos nuestro corazón por medio de las manos de la Virgen, Dios nos ofrece algo más grande que el mundo entero y es el Reino de los cielos. Todavía más, nos ofrece, a cambio de que nos postremos en su adoración ante la Santa Cruz, algo infinitamente más grandioso que el Reino de los cielos, y es su propio Sagrado Corazón, contenido en la Sagrada Eucaristía. Postrémonos ante Jesús crucificado en el Monte Calvario y entreguemos nuestro corazón a la Santísima Virgen María, para que obtengamos a cambio algo infinitamente más grandioso que el Reino de los cielos: el seno de Dios Padre.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.