jueves, 21 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por ultraje vandálico contra imagen de la Virgen María en Perú 160319


Atentando contra una imagen de la Virgen María.

Imagen vandalizada de la Virgen en Perú, Marzo de 2019.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación y desagravio por el ultraje cometido contra la Madre de Dios, al haber sido decapitada una imagen suya en Perú. La información relativa al sacrílego hecho se encuentra en el siguiente enlace:


De esta manera relata la información periodística el vandálico acto contra la imagen de Nuestra Señora: “Una imagen de la Virgen María fue atacada por un grupo de vándalos que la dejaron sin cabeza. El hecho se registró al ingreso del pueblo joven Independencia en el distrito de Alto Selva Alegre. Los vecinos de la zona se percataron de lo ocurrido y avisaron al servicio de serenazgo, pero no se ha podido identificar a los autores”.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

En una ocasión, mientras Jesús predicaba, le avisaron que afuera estaban “su Madre y parientes”. Jesús respondió: “¿Quién es mi Madre y quiénes son mis hermanos?”[1]. Y extendiendo la mano y señalando a sus discípulos dijo: “Estos son mis hermanos. Y cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y madre y hermana”. De esta manera, Jesús nos enseña que Él estima más el parentesco espiritual dado por la gracia, antes que el parentesco carnal dado por la naturaleza[2]. Sin embargo, al mismo tiempo está diciendo que la Virgen es más dichosa por participar Ella de la naturaleza divina por la gracia que no por el mismo Dios haber participado de Ella la humana naturaleza. En otras palabras, Jesús no desprecia a la familia biológica, pero considera que es más dichosa que la familia biológica, aquella familia espiritual compuesta por la hermandad que da la gracia santificante. Por la gracia santificante, que nos hace cumplir la voluntad de Dios, el alma se convierte en madre, hermana y hermano del Hombre-Dios Jesucristo.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al respecto, dice San Agustín[3]: “El excelentísimo y divino Maestro Cristo Jesús, oído el nombre de Madre, de la cual, como cosa propia y que le tocaba, le habían avisado, porque era terreno, le desechó en comparación del parentesco celestial; y haciendo memoria con sus discípulos de la misma consanguineidad celestial, mostró cómo la Santísima Virgen estaba como los demás Santos en el mismo género de parentesco con Él”. Porque por este parentesco de la gracia, más era que por el de naturaleza. Por eso concluye el propio Agustín: “Luego más bienaventurada es la Virgen María creyendo la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo”. Y agrega: “El parentesco de Madre no aprovechara cosa alguna a la Virgen María, si no hubiera llevado en su corazón a Cristo más dichosamente que le llevó en su vientre”. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nosotros, que por don inmerecido hemos recibido la gracia que nos hace hermanos en Cristo, haz que seamos siempre dignos de tal don recibido!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Estas consideraciones deben ser bien meditadas y reflexionadas por el hombre pecador, por aquel hombre que está pronto a desechar el título de hermano espiritual del Hombre-Dios Jesucristo concedido por la gracia, en favor de los bienes del mundo[4]. Si como dice San Agustín, a la Madre de Dios de poco y nada le aprovecharía el ser Madre de Dios sin la gracia, ¿cómo es posible que el hombre pecador piense, siquiera por un instante, que les ha de aprovechar más la honra, los aplausos y la fama mundana, antes que la gracia? ¿Cómo puede aprovechar al alma recibir la vanagloria, los honores y placeres del mundo, si ha borrado conscientemente su nombre del libro de la vida, al despreciar la gracia? ¿Cómo pueden los bienes terrenos ser de algún provecho a alguien, que voluntariamente desprecia la gracia? ¿Qué le aprovechará al hombre, ser dueño de todo el mundo, si no tiene la gracia? ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, líbranos de la ceguera de dejar de lado la gracia por los vanos aplausos, honores y bienes del mundo, que en nada aprovechan a nuestra alma!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Virgen Santísima es Madre de Dios, pero esta excelencia, dicen algunos autores, no es de tanto provecho para su alma como lo es el recibir la gracia. La razón es que, por tomar Dios la sangre de una mujer, ni Dios se santifica más de lo santo que es Él –que es la Santidad Increada y Dios tres veces Santo-, ni tampoco la santifica a Ella por esto solo, según San Agustín. En cambio, cuando el alma está en gracia y así participa de la naturaleza divina, nos santificamos por el contacto con la naturaleza de Dios y esto es mucho más que el hecho de que Dios participe la sangre de su Madre porque como dijimos, al participar Dios la sangre de una mujer, ni se santifica ni la santifica, como sí sucede cuando el alma participa de la naturaleza divina. lo cual es cosa excelentísima, porque además de santificar el alma y de hermosearla y adornarla y levantarla al ser y grado divino, hace que la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo, se aposente en nuestros corazones[5], así como una dulce paloma blanca se aposenta en su nido inmaculado. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que siempre llevemos grabado a fuego esta verdad: que por la gracia participamos de la naturaleza divina y así nos santificamos!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La presencia del Espíritu Santo en el alma es otra ocasión para reflexionar acerca de la excelencia de la gracia. En efecto, si la Virgen tuvo en su vientre al Hijo de Dios –como sucede con toda madre con su hijo-, el que está en gracia tiene en su alma al Espíritu Santo, que es tan bueno y tan infinito y tan Dios como lo es el Hijo. Por otra parte, mientras que por naturaleza la Virgen Santísima alojó en su cuerpo virginal por nueve meses al Hijo de Dios, luego de lo cual lo dio a nacer pura, milagrosa y virginalmente, hay que considerar que en el alma del que está en gracia, mientras no exista el impedimento del pecado, está en dicha alma el Espíritu Santo por toda la eternidad. Por esta razón, el que está en gracia, no sólo debe tratarlo como merece tan gran huésped, sino que debe procurar, con una vida santa, tener santos pensamientos, deseos puros y obrar obras de pura misericordia, para así ser digno templo de la Tercera Persona de la Trinidad Santísima. Así dice un autor, dirigiéndose al alma que, por la gracia, tiene en sí al Espíritu Santo: “¡Oh alma limpísima, que tienes dentro de ti al que no cabe en la infinitud de los cielos! ¡Oh alma, que no se estrecha en ti el que llena el orbe de esta tierra! ¡Oh alma, que encierras dentro de ti al Incomprensible! ¡Oh alma, más capaz que el cielo! ¡Oh alma, que tienes en ti la luz eterna, más resplandeciente infinitas veces que el sol! ¡Oh alma en gracia, si te conocieses, cómo te estimarías, cómo procurarías adornar tu vida, más limpia que los cielos, más pura que los ángeles, más fervorosa y ardiente que los serafines! Sabiendo esto, digamos a la Virgen: ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, aumenta en nosotros el conocimiento y el amor de la Divina Gracia, que hace que el Espíritu de Dios more en nuestros corazones, así como la dulce paloma mora en su nido de amor!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Mt 12.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 102.
[3] Epist. 38.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 104.
[5] Cfr. Nieremberg, 105.

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