Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de Hostias
consagradas ocurrida en la parroquia Nuestra Señora de Torcoroma en Cúcuta,
Colombia, por parte de desconocidos. Recordamos que quien comete este sacrilegio, incurre en excomunión latae sententiae, reservada a la Santa Sede. El informe completo acerca del sacrílego
robo se consigna en el siguiente enlace:
Nos unimos a la Santa Misa en
reparación y desagravio que llevará a cabo la diócesis de Cúcuta, al tiempo que
rezaremos por la conversión de quienes cometieron este acto sacrílego.
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Los bienes temporales, aun aquellos que son más valiosos y
cuantiosos, son menguados y cortos y siempre terminan por faltar y, por lo
menos, con la muerte, se terminan todos para siempre[1]. En
lo que respecta al sujeto que puede gozar de ellos, el hombre, aun siendo el
hombre más rico del mundo, es poco el uso que puede hacer de ellos, porque su
capacidad de fruición es, como él, limitada. Es decir, no puede un hombre, por
rico que sea, disfrutar de los bienes como si fueran muchos hombres; tampoco
los puede disfrutar todos a la vez y la vez que los disfruta, el hecho en sí de
disfrutarlos es corto y pasajero[2]. En
comparación la gracia, que es de suyo infinita en duración, puede el alma
gozarla tanto en la vida como más allá de esta vida, es decir, después de la
muerte y esto sin límite alguno. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, ayúdanos para que en nuestra ceguera no
desaprovechemos el inestimable don de la gracia santificante!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
respecto a la duración y al disfrute de la gracia por parte del hombre, se
expresa así San Juan Crisóstomo[3]: “La
gracia de Dios no tiene fin, siempre se adelanta a cosas mayores, lo cual no
acontece así entre los hombres: porque si ha alcanzado alguien una magistratura,
no queda en él perpetuamente, pues finalmente le deponen de ella, porque si el
poder humano no quitare aquel oficio honroso, por lo menos la muerte que ha de
venir le arrebatará. No son de esta manera los bienes que Dios nos concede, de
los cuales no hay cosa que pueda desposeer a quien los tiene, ni hombre nacido,
ni el tiempo, ni la fuerza de las adversidades, ni el demonio; finalmente, ni
la muerte cuando acometa: antes y después de muertos los poseeremos con más
firmeza y mientras más adelante pasáremos con ellos más en ellos y mayores los
gozaremos”. No hay punto de comparación, entonces, entre los bienes terrenas y
materiales, escasos y poco duraderos, que finalizan inevitablemente con la
muerte, y el don preciosísimo de la gracia, cuyo gozo continúa incluso después
de esta vida y para siempre.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Haciendo esta comparación entre la caducidad de los bienes
temporales y la infinitud y eternidad de los bienes celestiales, como lo es el
de la gracia, el hecho de que los hombres se esfuercen tanto por los primeros,
que antes o después les faltarán, y queden tan sin cuidado con respecto a los segundos,
que nunca habrán de faltar y tampoco se terminarán. Lo que es temporal, caduco,
terreno, no merece ser amado con deseos de infinidad, como si hubieran de durar
para siempre o como si se hubieran de gozar para siempre. En cambio, sí merece
ser buscada, amada y deseada la gracia que, poseyéndola en esta vida, se
continúa luego gozando de ella en la otra vida, trocada ya en gloria celestial[4]. La
gracia, que es infinita en duración y que puede aumentar sin fin, sí merece ser
amada con deseos de infinidad. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que la luz de tu Hijo Jesús ilumine nuestra ceguera,
para que nunca dejemos de lado el goce de la gracia, por la posesión de bienes
caducos y efímeros!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
el deseo sin límites de la gracia debemos imitar a los santos. El Apóstol San
Pablo[5],
habiendo recibido la gracia santa de Dios, consideraba que no había recibido
nada en relación a lo que le faltaba y, puesto que no era perfecto, se
esforzaba más y más para alcanzar cada vez más la gracia santificante. Es decir,
al contemplar a los santos, la consideración que hacemos es que ellos no se
contentaron con despreciar los bienes terrenos en favor de la gracia –“Todo lo
estimo en nada en comparación con Cristo Jesús”[6]-,
sino que se esforzaron, de modo incansable, para conservar e incrementar la
gracia, pues sabían que esta era infinita y que infinito y eterno era su goce. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ayúdanos
para que seamos capaces de desprendernos de la fascinación que sobre nosotros
ejercen los bienes temporales, para que dediquemos nuestros esfuerzos a
adquirir, conservar y acrecentar la santa gracia de Dios!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia merece ser amada con deseo de infinitud y eternidad. Ahora bien, si se
tiene la fortuna de conseguirla en esta vida, no debe el alma quedarse en ese
grado alcanzado, dando por finalizada su conservación y acrecentamiento, porque
siendo su capacidad de aumento y goce infinitos, quien esto hiciere,
retrocedería en la vida espiritual, corriendo el riesgo de no llegar nunca al
final del camino[7].
Es decir, no debe el alma darse por satisfecha, aun teniendo la gracia, con lo
que tiene, sino que, movida por una santa ambición, debe tender a desearla cada
vez más. Al respecto, San Agustín[8]
decía: “Por mucho que hayamos vivido en esta vida, por mucho que hayamos
aprovechado, no diga alguno: “Bástame esto, ya soy justo”. El que esto dijere,
éste se ha quedado en medio del camino y no ha sabido llegar. Dondequiera que
dijere “basta”, allí quedó atollado”. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que nunca nos demos por satisfechos con la gracia
obtenida y que nuestro corazón la desee cada vez más y más, para así
acrecentarla más allá de lo imaginable!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 88.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 88.
[3] Homil. 9, De Roman.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 89.
[5] Cfr. Fil 3.
[6] Cfr. Fil 3, 8.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 89.
[8] In Psalm. 69.
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