sábado, 27 de enero de 2018

Hora Santa en reparación por incendio de iglesias en Chile 150118


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la agresión sufrida por la Iglesia, con motivo de la última visita papal a Chile, visita en la cual fueron incendiadas varias iglesias. La información relativa a tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:


Como siempre lo hacemos, pediremos por quienes perpetraron esta agresión, por su conversión, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         El Cristo Eucarístico es el mismo Cristo histórico –el que realizó milagros y resucitó por sí mismo, glorificando su naturaleza humana con su Ser divino trinitario- que viene a nosotros por medio de la Iglesia, ya que es por el sacerdocio ministerial que se confecciona el Santísimo Sacramento del altar. Es gracias a la Iglesia, entonces, que el alma fiel puede acceder a la unión con el Hombre-Dios Jesucristo, el Cristo histórico que, luego de morir en la cruz, entregando su Cuerpo y Sangre por nuestra salvación, resucitó y se continúa donando, con su Cuerpo y su Sangre, por medio de la Eucaristía. Sin la Iglesia, no sería posible el don eucarístico, y sin la Eucaristía, la Iglesia solo tendría para ofrecer a los hombres un poco de pan y de vino, pero de ninguna manera, el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. La Iglesia no está en este mundo para combatir la pobreza y el hambre corporales de la humanidad, pero sí para terminar para siempre con la pobreza y el hambre espirituales, y esta obra la cumple cada vez que dona los hombres la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná, que sacia al hombre en su sed de Dios y lo enriquece en su pobreza espiritual con la donación del Ser divino trinitario del Hombre-Dios, contenido en la Eucaristía.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al asistir a la Santa Misa, es necesario siempre recordar el carácter esencialmente sacrificial de la misma, puesto que esto condiciona la preparación del alma y la predispone a la participación: no es lo mismo participar a un mero ágape religioso, que a la renovación incruenta y sacramental de un sacrificio, que por otra parte, es el sacrificio más importante para la humanidad por cuanto por este sacrificio, que es el de Cristo en la cruz, los hombres obtienen su eterna salvación. Asistir a la Santa Misa que ofrece la Iglesia, entonces, es asistir al Santo Sacrificio de la Cruz, y si es un sacrificio, la mejor forma de participar, es uniéndose al mismo, espiritualmente. El ofrecimiento de sí mismo se produce en el momento de la presentación de las ofrendas del pan y del vino por parte del celebrante[1]: en ese momento, el alma se ofrece a sí misma, espiritualmente, junto con sus sacrificios espirituales, sobre el altar, para que cuando el Espíritu Santo, que en el momento de las palabras de la consagración produce el milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión de las substancias del pan y del vino en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, así también convierta los sacrificios espirituales, la vida y el ser de los fieles, unidos a la Ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Jesús, en “ofrenda espiritual agradable al Padre”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El alma fiel no debe caer nunca en la tentación racionalista, la cual se presenta toda vez que, rechazando la luz de la fe de la Santa Iglesia Católica, se pretende reducir el misterio de la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, rebajándolo a los estrechos límites de la capacidad de la razón humana. La Eucaristía no es pan, sino “Pan de Vida eterna”, “Pan Vivo bajado del cielo”, “Verdadero Maná” donado por el Padre a los que peregrinamos por el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial. Si la Eucaristía fuera solo un pan y no el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, de ninguna manera sería nuestro sustento en nuestro peregrinar terreno hacia el Cielo. Si fuera solo pan, nunca recibiríamos, en cada comunión sacramental, el Amor de Dios que late en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Si fuera solo pan, no podríamos adorar la Eucaristía, porque no adoraríamos al Cordero de Dios, sino solo un poco de pan. Sin embargo, gracias a Dios, y tal como nos enseña el Magisterio de la Santa Madre Iglesia desde hace más de dos mil años, la Eucaristía es Cristo Dios en Persona, y viene al alma de aquel que lo recibe con fe, con amor, en estado de gracia y recibe la adoración de quien se postra ante su Presencia real, verdadera y substancial, en el Santísimo Sacramento del Altar.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor se produce en virtud de un milagro llamado “transubstanciación”, milagro que es realizado por el Espíritu Santo, cada vez que el sacerdote ministerial pronuncia sobre el pan y el vino las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”. La tentación racionalista ocurre cuando, cediendo al límite de la razón humana, se rechaza la verdad de la transubstanciación, verdad revelada por el Cielo mismo a través de Nuestro Señor Jesucristo, explicada, custodiada y transmitida por el Magisterio de la Iglesia, y se la reemplaza por doctrinas humanas, racionalistas, como la “transignificación”, la “transdestinación”, la “transfinalización”. Con estas doctrinas humanas se afirma, erróneamente, que la Eucaristía es solo pan bendecido, que merece veneración por ser, precisamente, un pan bendecido en una ceremonia religiosa, pero de ninguna manera es el Cuerpo y la Sangre de Cristo y por lo tanto no puede ser adorado. Cuando se hace esto, cuando se cede a la tentación racionalista, se vacía de contenido sobrenatural el misterio de la Eucaristía y se piensa en la Eucaristía como lo que no es, un trozo de pan bendecido. Esta no es la fe de la Iglesia, porque la fe de la Iglesia nos dice que la Eucaristía no es un pan bendecido por la intención del celebrante, sino “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, Cristo Dios, el Verbo Eterno del Padre que prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del Altar, que se nos dona en apariencia de pan y de vino, pero que es Él, Dios Hijo en Persona, que nos vivifica con su vida divina, la vida misma de la Trinidad. Hablar de y asimilar la “transubstanciación”, según la fe de la Iglesia, no es una mera digresión teológica, sino un signo de “nueva conciencia y madurez espiritual”[2], pedida por la Iglesia, propia de los hijos adoptivos de Dios.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando se refieren a la Santa Misa, los Padres de la Iglesia la parangonan con “las dos mesas del Señor”[3], esto es, la mesa de la Palabra leída, la Sagrada Escritura proclamada a la asamblea, y la mesa de la Palabra de Dios, encarnada y oculta en apariencia de pan, la Eucaristía. La Eucaristía es la Palabra de Dios encarnada que, por medio del sacramento, se dona a sí misma como alimento exquisito para el alma. Pero antes de la mesa del sacramento, la Iglesia sirve la mesa de la Palabra de Dios leída y escuchada, por medio de la lectura de la Sagrada Escritura. La Iglesia prepara a sus hijos, por medio de la Palabra de Dios leída y escuchada[4], para recibir a la Palabra de Dios que prolonga su encarnación, en el Santísimo Sacramento del altar. Para el católico, la lectura de la Escritura no se queda nunca en sí misma, sino que actúa como una preparación para la recepción, en el corazón, del mismo Dios Hijo, que viene a su alma por medio de la Hostia consagrada. La comunión eucarística, entonces, debe estar precedida de la adoración eucarística y esta, a su vez, de la escucha atenta, piadosa, llena de fe, de la Palabra de Dios expresada en la liturgia[5]. Por alimentarnos con las dos mesas del Señor, la de la Palabra de Dios expresada en la Escritura, y la de la Palabra de Dios encarnada en la Eucaristía, debemos estar siempre agradecidos a la Santa Madre Iglesia.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Pueblo de reyes, asamblea santa”.    








[1] Cfr. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, II, 9.
[2] Cfr. Dominicae Cenae, II, 9.
[3] Cfr. Dominicae Cenae, III, 10.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

sábado, 20 de enero de 2018

Hora Santa en reparación por ofensa a la Eucaristía por parte de un teólogo italiano 180118


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la escandalosa reducción de la Eucaristía a un acto de erotismo. La increíble afrenta a la Eucaristía se puede encontrar en el siguiente enlace:
Este hecho es un ESCÁNDALO: el periodista italiano Andrea Grillo presenta el artículo de un sacerdote teólogo, Manuel Belli, profesor de Teología Sacramental en el Seminario de Bérgamo y también educador de seminaristas en la misma ciudad, llamado “Eucaristía. Cuerpo, comida y eros”. En el mencionado artículo, la Eucaristía es reducida a un acto de “erotismo", lo cual es una inaceptable y blasfema herejía.
Del Cuerpo de Cristo dice así Bellli: “A menudo en la tradición nos arriesgamos a poner tanto énfasis en la idea de que ese pan y vino ya no son tales sino el cuerpo y la sangre de Jesús y en el hecho de que los sentidos no nos deben engañar si sólo ven el pan y el vino, nos hemos arriesgado a pensar un poco mágicamente sobre la realidad de la presencia del cuerpo de Cristo (...) Vivimos por símbolos. Y el cuerpo de Jesús no es más que un buen pan partido”. Ambas afirmaciones son heréticas, blasfemas y sacrílegas: la Presencia real no es magia y el afirmar esto es ya indicio de una mentalidad gnóstica, neo-pagana y esotérica, y no cristiana; por otra parte, el Cuerpo de Cristo no es “más que un buen pan partido”, sino la substancia glorificada del Cordero de Dios.
Cuando escribe sobre la Santa Misa como “comida”, comete los mismos sacrilegios: “La misa es una comida ritualizada (...) Pero no podemos olvidar que en la Misa nos sentamos a la mesa con los demás. Incluso la dimensión de la comunidad no carece de importancia. Lo primero que ocurre al participar en la Eucaristía es que nos encontramos: la celebración comienza con el acto de la reunión”. Esto no es verdad, puesto que el Santo Sacrificio de la Cruz –que se hace presente de modo sacramental en la Última Cena, anticipando el Sacrificio del Calvario- jamás puede ser reducido a una “comida ritualizada”.
Por último, lo más grave es cuando relaciona a la Eucaristía con el erotismo: “EROS –“Tomad, esto es mi cuerpo" y una frase que sin ninguna dificultad podría ser contextualizada en lo que un hombre dice a su mujer, o viceversa. El sacerdote T. Radcliffe  (NT, Radcliffe afirmó que el sexo homosexual puede ser una expresión de la autodonación de Cristo: “El sexo gay (...) debemos preguntar qué significa, y hasta qué punto es eucarístico”) Belli escribió: “Deseo hablar de la última cena y la sexualidad. Puede parecer un poco extraño, pero creo que por un momento. La última cena y la sexualidad, las palabras centrales fueron: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros”. La Eucaristía, como el sexo, se centra en el don del cuerpo (...) Entendemos la Eucaristía a la luz de la sexualidad y la sexualidad a la luz de la Eucaristía”.
Por lo tanto, para este sacerdote hereje -Manuel Belli-, “Hay un componente erótico de la Eucaristía, que no debe ser descuidado. Entre dos amantes hay un código corporal que excede la naturaleza de las palabras”. La Eucaristía es don del Cuerpo Sacratísimo de Cristo, un Cuerpo Purísimo, por ser el Cuerpo de Dios Encarnado, y ni siquiera mínimamente contaminado por la concupiscencia del pecado. La Eucaristía es donación del Amor de Dios, que nada tiene que ver con la pasión desordenada del hombre. Rechazamos todas y cada una de las afirmaciones de este hereje.
Como siempre lo hacemos, pediremos por quienes perpetraron este sacrilegio, por su conversión, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

La Eucaristía no es, jamás, un mero alimento; aunque es instituida en el curso de un alimento –precisamente, la Última Cena, el Jueves Santo-, sin embargo su carácter esencial es el de ser la actualización del Santo Sacrificio del Calvario. Como enseña la Santa Iglesia desde su misma institución, “la Eucaristía es, por encima de todo, un sacrificio”[1]; es el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesús, muerto en la Cruz, resucitado y glorificado, que está en la Eucaristía con el mismo Cuerpo glorioso con el que está “sentado a la derecha de Dios Padre” (cfr. Mc 16, 19) en el Reino de los cielos. La Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Jesús, y aun cuando a nuestros ojos y sentidos corporales parezcan pan y vino, ya no lo son más, puesto que donde estaban las substancias de ambos –vino y cuerpo-, ahora están las substancias humanas divinizadas del Cuerpo y la Sangre de Cristo y la substancia divina de la Persona Segunda de la Trinidad. La conversión del pan y del vino es realizada por obra del Espíritu Santo, quien con su omnipotencia divina produce el milagro de la transubstanciación, en el momento en el que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, y esto de manera tal que sobre el altar eucarístico y ante nuestros ojos, oculto bajo la apariencia de pan y vino, se encuentra “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (cfr. Jn 1, 29-51), Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la Eucaristía tenemos la esperanza de la vida eterna, una vida que no es esta vida terrena, sino la vida misma de la Trinidad, aunque no se trata de solo una esperanza, sino de  una esperanza que se hace realidad en nuestro aquí y ahora, porque por la Eucaristía recibimos, ya en esta vida terrena, sujeta al paso del tiempo, la vida eterna, vida divina que Jesús nos dona en cada comunión eucarística, tal como lo afirman los santos: “Del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en Eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la Eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección” [2]. Es esta esperanza –esperanza de la vida divina que recibimos de modo anticipado en la tierra por la comunión eucarística-, la que nos lleva a proclamar, en cada Santa Misa, la fe en la resurrección, obtenida para nosotros por Jesús y su sacrificio en cruz. Sin embargo, no necesitamos morir para, en cierto modo, comenzar a vivir desde ahora la vida eterna, por cuanto esta vida eterna está incoada en la Eucaristía, obteniéndola nosotros del mismo Jesucristo, cuando nos unimos a Él por la comunión sacramental. Como dicen los santos, por medio de la Eucaristía, nos ofrecemos en cuerpo y alma a nuestro Dios, recibiendo de Él el anticipo de la vida eterna: “Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando con nuestra ofrenda nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu”[3].  

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Como afirma el Papa Juan Pablo II, “la Eucaristía es un sacrificio”[4], es el “sacrificio de la Redención”[5], es el “sacrificio de la Nueva Alianza”[6]; es el sacrificio por el cual el hombre, al serle cancelado el pecado y serle concedida la gracia de la filiación divina, regresa a Dios. En la fe de la Santa Iglesia Católica, la Eucaristía no es un mero recuerdo, piadoso y religioso, de la Última Cena: es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio de la Cruz. Así es como lo cree la Iglesia de todos los tiempos: “El sacrificio actual (…) es como Aquel que un día ofreció el Unigénito Verbo Encarnado, es ofrecido (hoy como entonces) por Él, siendo el mismo y único sacrificio”[7]. A través de la Eucaristía, “el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesucristo, el Hombre-Dios”[8]. Como verdadero y único sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza, la Eucaristía obra la Redención, “restituyendo a Dios”[9] al hombre, al cancelar Nuestro Señor, con su sacrificio en la cruz, el pecado, que era lo que lo separaba al hombre de su Creador. Solo por Jesucristo, el Hombre-Dios, Presente en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, puede el hombre reconciliarse con Dios Uno y Trino y regresar a Él. Es imposible, para el hombre, la unión con Dios, fuera de la Eucaristía y de la Santa Iglesia Católica. Fuera de la Eucaristía, y fuera de la Iglesia, por medio de la cual se confecciona el Santísimo Sacramento del Altar, no hay salvación posible.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es el sacrificio de la Nueva Ley por el cual Jesús se ofrece, a través de los siglos, por medio de la Iglesia y el sacerdocio ministerial, a las almas de los fieles, bajo la apariencia de pan, para colmarlos de su gracia y de su vida divina. La Santa Misa es por lo tanto el mismo sacrificio de la Cruz, ofrecido en el Calvario hace más de veinte siglos, que se actualiza y prolonga en el tiempo, oculto en la liturgia eucarística, pero siendo en substancia y en esencia el mismo y único sacrificio del Calvario. Esto es así porque si el Viernes Santo Jesús ofreció su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la cruz, a la vista de todos, en la Santa Misa ofrece ese mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, aunque ahora de modo incruento y sacramental, por lo que no son dos sacrificios distintos, el del Calvario y el de la Misa, sino uno mismo, ofrecido de dos modos: cruento el del Calvario, incruento el de la Santa Misa. Y tanto en el Calvario como en la Misa, la Persona que une hipostáticamente a sí a la naturaleza humana de Jesús, es la misma y única Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo Eterno del Padre. Es decir, en el Calvario, Jesús se ofreció por nuestra salvación derramando su Sangre y entregando su Cuerpo en la cruz; en el Altar Eucarístico –que por esto puede ser llamado “Nuevo Calvario”-, Jesús derrama su Sangre en el Cáliz y entrega su Cuerpo en la Hostia consagrada, siendo entregados su Cuerpo y su Sangre a nosotros bajo las apariencias de pan y vino, estando presente en las mismas, en virtud de la unión hipostática, Jesucristo, el Hombre-Dios, vivo, glorioso, resucitado, lleno de la vida, de la gloria y del amor divinos, que se derraman sin límites sobre el alma que comulga en gracia, con fe y piedad, pero sobre, todo, con amor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Sacrificio de Jesús en la Cruz –renovado incruenta y sacramentalmente en la Santa Misa- es el único sacrificio de la Nueva Ley, por cuanto es el único sacrificio digno de la majestad divina, al ser la ofrenda y el oferente el mismo Jesucristo, Dios Nuestro Señor. Por este sacrificio, el Señor Jesús aplacó la Divina Justicia, obtuvo todos los méritos necesarios para nuestra salvación y cumplió nuestra redención y si bien son méritos para todos los hombres de todos los tiempos, los aplica solo por medio de su Iglesia, esto es, el Santo Sacrificio de la Misa. Luego de reflexionar acerca del inefable misterio que constituye el Santísimo Sacramento del altar, al asistir a la Santa Misa, entonces, postrémonos y ofrezcamos a Dios Uno y Trino la Santa Eucaristía, en acción de gracias y en adoración, y pidamos las gracias que necesitemos para una vida santa, ante todo y la principal, la gracia de la contrición del corazón y la perseverancia final en la fe y en las buenas obras. De esa manera, estaremos seguros de poder continuar la acción de gracias, el amor y la adoración que le tributamos en el tiempo, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos.

 Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.     





[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae a todos los obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, II, 9.
[2] San Ireneo, Libro 4, 18, 1-2. 4. 5: SC 100, 596-598. 606. 610-612.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae a todos los obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, II, 9.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Synodus Constantinopolitana adversus Sotericum (enero 1156 y mayo 1157): Angelo Mai, Spicilegium romanum, t. X, Romae 1844, 77; PG 140, 190.
[8] Cfr. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, II, 9.
[9] Cfr. ibidem.

lunes, 15 de enero de 2018

Hora Santa en reparación por profanación del sagrario en Brasil 040118


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de un sagrario ocurrida en Brasil en Enero de 2018. La información relativa al triste hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:
         Como siempre lo hacemos, pediremos por quienes perpetraron este sacrilegio, por su conversión, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y por todo el mundo.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         El mandamiento más importante de todos, y en el que está contenida y resumida toda la Ley Nueva de la caridad de Jesucristo, es el primero, en el que se manda “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Ahora bien, puesto que se trata de un mandamiento nuevo, en el sentido de que el amor con el que se debe amar a Dios, al prójimo y a uno mismo, no es el mero amor humano, como en el Antiguo Testamento, sino con el Amor de Cristo, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo –en esto radica la novedad del mandamiento de la caridad de Jesús-, es imposible cumplirlo, sino se recibe un Amor proporcionado al mandamiento. Y ese Amor proporcionado al mandamiento, es el Amor que arde en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; es el Divino Amor, el Espíritu Santo, el Amor con el cual el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre desde la eternidad. Es por este motivo que solo por la Eucaristía es que el alma es capaz de cumplir este mandamiento de la caridad, porque es a través de la Eucaristía que, por la comunión eucarística, el alma recibe el Amor celestial, el Espíritu Santo, que lo hace capaz de cumplir con creces el mandamiento de la caridad, con lo cual se vuelve “perfecto, como el Padre del cielo, que es perfecto”. Si la vida cristiana consiste en vivir el Primer Mandamiento, es en la Eucaristía, “Sacramento del Amor” [1], en donde el cristiano encuentra el Ser Divino del cual brota el Divino Amor que hace que el cumplimiento de esa vida no sea una mera utopía sino verdaderamente real y eficaz.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al recibir la Eucaristía por la comunión sacramental, la Eucaristía realiza la caridad, el amor sobrenatural, en el alma del cristiano que comulga en gracia, con fe, con piedad y con amor. Esta “realización” de la caridad significa que el alma del cristiano recibe, o más bien se hace partícipe, de un nuevo modo de amar, el modo de amar de Dios mismo, puesto que recibe a la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo, donado por el Cristo Eucarístico.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El hombre, con sus solas fuerzas naturales, nunca podrá construir una civilización en la que el amor de caridad sea la amalgama social y la razón es que, además de estar manchado por el pecado original, sus fuerzas humanas simplemente son insuficientes para esa tarea. Sin embargo, Dios viene en nuestra ayuda, concediéndonos aquello que hará posible que toda la humanidad, unida en una sola Fe, en una sola Iglesia y en un solo Credo –la Fe, la Iglesia y el Credo católicos-, viva en un estado de paz y de armonía jamás conocidos: la Eucaristía. La Eucaristía es “signo de unidad” y “vínculo de caridad”[2]: unidad, porque une a los hombres, por medio del Cuerpo de Cristo, a Dios Padre, ya que Cristo es el Único Camino al Padre (cfr. Jn 14, 6); es vínculo de caridad, porque así como el cuerpo humano está animado y vivificado por el alma espiritual, así los miembros que forman el Cuerpo de Cristo, los bautizados en la Iglesia Católica, están animados por el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, el Divino Amor. Y así como “el Cuerpo de Cristo crucificado abate el muro de odio que separa a judíos y gentiles” (cfr. Ef 2, 14), así el Cuerpo de Cristo sacramentado, la Eucaristía, une a judíos y gentiles en el Amor de Dios. Por la Eucaristía, los hombres reciben al Espíritu Santo que los une al Padre y es esto lo que los convierte en verdaderos hermanos. Solo de esta manera, es decir, por medio de la Eucaristía, podrá la humanidad encontrar la paz y el Amor que solo Dios puede conceder. Sin Eucaristía, no hay fraternidad humana posible; con la Eucaristía, es posible amar, en el Amor de Dios, a todo hombre[3], incluidos aquellos que son nuestros enemigos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Hombre-Dios Jesucristo se dona a sí mismo con todo el Amor de su Sagrado Corazón en la Cruz, pero también, anticipadamente, lo hace en la Última Cena, en el ámbito de un banquete. Jesús, que junto al Padre dona el Espíritu Santo, se entrega el Jueves Santo bajo la apariencia de pan y vino y lo hace por el mismo motivo por el que viene a nosotros como Niño recién nacido y como Hombre crucificado: así como nadie tiene temor en acercarse a un niño recién nacido y a un hombre que agoniza en la cruz, así tampoco nadie tiene temor en acercarse a algo que parece pan, pero no lo es. De esta manera, el hombre no tiene ninguna excusa para no acercarse a Dios, o para afirmar que tiene “miedo” de Dios, porque Dios viene al hombre como un niño indefenso, como un hombre indefenso y agonizante en la cruz y como apariencia de pan y de vino. Además, en la Eucaristía se agrega el aspecto del convivium fraterno que le proporciona al hombre el compartir la mesa y los alimentos con sus amigos[4].  Pero la Eucaristía es mucho más que un banquete fraterno: es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio que actualiza, bajo apariencia de pan y vino, el don del Amor del Sagrado Corazón de Jesús. Y de un modo análogo, a como  el pan y el vino satisfacen el apetito del hombre, así la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y eterna, extra-colma el apetito de Amor, de Vida, de Paz, de Justicia, de Alegría, que tiene el hombre, porque lo que se dona en la Eucaristía es el mismo Ser divino trinitario, del cual brotan todos estos dones que colman al hombre.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En la liturgia eucarística es “esencial e inmutable el carácter de “sacrum” de la Eucaristía”[5], en cuanto es un misterio sobrenatural absoluto que proviene del seno mismo de Dios Uno y Trino. Fue Jesús mismo, el Redentor de los hombres, el que instituyó la Eucaristía como “Mysterium” el Jueves Santo, en el cenáculo, durante la Última Cena[6]. La Misa es una “acción santa y sagrada”[7] porque el Sacerdote Sumo y Eterno (cfr. Heb 3, 1; 4, 15), que ofrece el sacrificio del altar, el sacrificio de la Nueva Alianza, a través del sacerdote ministerial[8], es Jesucristo, el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Trinidad y por lo tanto, la Santidad Increada en sí misma. Es “santa y sagrada” porque en ella actúa Jesucristo, el Cordero de Dios, cuya Humanidad santísima fue ungida por el Espíritu Santo (cfr. Hch 10, 38; Lc 4, 18) en el instante mismo de la concepción, Humanidad que, gloriosa, se encuentra unida a la Segunda Persona de la Trinidad en la Eucaristía y que comunica de su gracia santificante a quien lo recibe, por la comunión sacramental, en estado de gracia, con fe y con amor. La Eucaristía es “santa y sagrada” porque “el oferente y el ofrecido, el consagrante y el consagrado”[9] es Cristo Dios, el Verbo Eterno del Padre encarnado y operante a través del sacerdote ministerial. En la Santa Misa se confecciona el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía, que contiene el Ser trinitario divino, que es la Santidad Increada en sí misma y esa es la razón por la cual es, por antonomasia, la “acción santa y sagrada”[10], por la cual se comunica la santidad y lo sagrado por antonomasia, el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, a los fieles que participan de la Cena del Señor. No hay acción más agradable a Dios Trino que la Eucaristía, porque en ella, el que se ofrece como Víctima expiatoria, el que ofrece la Acción de gracias y el que adora y ama a la Trinidad es el Hijo de Dios, Cristo Dios. Y es por esta acción “santa y sagrada”, don trinitario por excelencia al hombre viador y pecador, que debemos postrarnos en acción de gracias y adoración, en el tiempo y en la eternidad.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.      
        
        



[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae a todos los Obispos de la Iglesia sobre el Misterio y el Culto de la Eucaristía, I, 5.
[2] 1 Cor 10, 17.
[3] Cfr. Dominicae Cenae, I, 6.
[4] Cfr. Juan Pablo II, Domincae Cenae, I, 7.
[5] Cfr. ibidem, II, 8.
[6] Cfr. ibídem.
[7] Cfr. ibídem.
[8] Cfr. ibídem.
[9] Cfr. ibídem.
[10] Cfr. ibídem.