miércoles, 29 de agosto de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a la Virgen en Universidad de Córdoba en Argentina 280818



El triste momento en el que unos irreverentes estudiantes retiran la imagen de la Virgen que estaba ubicada en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, el pasado 28 de Agosto de 2018.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el ultraje cometido contra la Virgen en la Universidad de Córdoba, en Argentina: un grupo de estudiantes, con total irreverencia, sacaron de su sitial una imagen de la Madre de Dios que allí se encontraba. La información relativa al lamentable hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:


         Pediremos por la conversión de quienes cometieron esta ofensa a la Virgen, como así también por la conversión propia, la de nuestros seres queridos y la del mundo entero.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

         Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

En un mundo caracterizado por el materialismo y el hedonismo, Jesús nos dona la Santa Cruz, como luz para el espíritu y como medio de purificación ya desde la tierra. El materialismo, el hedonismo o búsqueda de satisfacer los deseos carnales y sensuales, no solo asfixia al espíritu, sino que lo cubre además con una densa capa de oscuridad. Las almas que niegan a Dios y se dedican a satisfacción de sus pasiones, viven “en oscuridad y sombras de muerte”, porque por allí no se encuentra Dios ni tampoco el camino que conduce a Dios. Es por esto que la tribulación de la Cruz es un gran don del Cielo, desde el momento en que es de Cristo crucificado de donde se desprende una intensísima luz divina que envuelve al alma, tanto más, cuanto más cerca el alma se encuentra de la Cruz. Acercarnos a la Cruz, postrarnos ante Jesús crucificado, besar las llagas ensangrentadas de sus pies, es una gracia de inestimable valor, por cuanto nos sustrae de las tinieblas y nos envuelve en la luz y la Vida de Dios Trino.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Sin la luz de la gracia santificante, el alma queda sumergida en  tinieblas espirituales que se manifiestan en dos direcciones: materialismo, entendido como cosmovisión que niega la existencia de Dios y la trascendencia del hombre hacia la vida eterna, y la ausencia de caridad o de amor sobrenatural, tanto a Dios como a los demás hombres, pudiendo llegar, en casos extremos, al odio. El ser humano sólo puede salir de esta oscuridad en la que se ve envuelto, si es iluminado por la luz de Cristo, que brota refulgente desde la Cruz. De lo contrario, no hay forma de que el alma encuentre ni siquiera un mínimo resquicio de luz divina. De ahí la enorme importancia de la Cruz, de la necesidad literalmente vital de la Cruz, porque sin la luz que brota de la Cruz, el alma se queda a oscuras y en “sombras de muerte”, porque no tiene la Vida divina que la luz de la Cruz le otorga.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Cruz –el dolor- que es don de Dios conduce a Dios por la razón de que es don de Dios, un don cuyo objetivo es el retorno del alma a su Creador; los dolores que los hombres se provocan entre sí no conducen a Dios porque no se originan en Él ni tienen por objetivo conducir a Él. Cuando Dios da un dolor, si ese dolor se acepta y se abraza la Cruz, ese dolor se convierte en luz que ilumina al alma con la divina sabiduría. Si el dolor no se acepta, el alma permanece en la oscuridad, porque le falta la respuesta al don del dolor, que es abrazar la Cruz. Hasta tanto no se abrace la Cruz con amor, el dolor donado por Dios no puede iluminar al alma, porque esta permanece voluntariamente en la oscuridad, al no abrazar la Cruz.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando Dios da el don de la Cruz, su objetivo es que la luz de la Cruz ilumine al alma que ha recibido el don. Si el alma abraza la Cruz, ese objetivo se cumple, porque el alma es iluminada por la luz de la Cruz. Una vez que el alma es iluminada por la Cruz, deja de estar en las tinieblas y comienza a ser ella misma partícipe de la divina luz. Es decir, está en condiciones de iluminar a las demás almas que viven “en tinieblas y en sombras de muerte”. Entonces, el abrazar la Cruz, luego de recibido el don del dolor, tiene por efecto no solo la iluminación del alma en particular, sino también la iluminación de otras almas que serán alumbradas por la luz divina que inhabita en el alma en gracia. Abrazar la Cruz tiene por lo tanto un efecto multiplicador de la luz: no solo el alma que recibió el don del dolor es iluminada, sino también muchas almas que a partir de entonces reciben la luz divina por intermedio del alma en gracia.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El hombre ha sido creado por Dios Trino para ser bienaventurado. Pero esa bienaventuranza no comienza sino cuando el alma, una recibido el don del dolor, abraza la Cruz, porque es ahí cuando recibe la iluminación que viene de lo alto. Con la luz de la Cruz viene la Vida divina, porque Dios es luz y comunica de su Vida divina a quien ilumina y a su vez, con la luz y la vida, viene la Alegría, la verdadera alegría, la alegría que brota del Ser divino trinitario como de una fuente inagotable, por cuanto Dios es “Alegría infinita”, como dicen los santos[1]. Y en esa Alegría donada desde la Cruz, el alma encuentra la paz y la bienaventuranza y, con la bienaventuranza, alcanza el fin para el cual fue creada, el ser feliz, el ser bienaventurada. Una vez que alma sacia su sed de felicidad en la Cruz, ya nada más desea, sino quedar eternamente abrazada a la Cruz. La bienaventuranza eterna del hombre comienza ya en esta vida, por medio de la Cruz, porque en la Cruz se dona al alma Dios Trino y Dios Trino es, en sí mismo, Alegría infinita.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Santa Teresa de los Andes.

jueves, 23 de agosto de 2018

Hora Santa en reparación por ataque a templos católicos por abortistas en Argentina 210818



Templo católico profanado por grupos abortistas en Argentina, Agosto de 2018.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el ataque sufrido por tres templos católicos a manos de grupos abortistas. La información pertinente a tan lamentable hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La consagración del pan y del vino en la Santa Misa, además del efecto de la transubstanciación, ejerce para la Iglesia y para las almas un efecto concomitante al de la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor[1]. Por el hecho mismo de que la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, tanto la Iglesia como las almas en particular, reciben una abundancia tal de gracias que es imposible siquiera de imaginar, gracias que es necesario conocer para aprovechar la Sagrada Comunión. La esencia de la Misa está en la consagración porque es allí en donde Cristo, que es Dios, convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, por el poder del Espíritu que Él, junto al Padre, espiran en conjunto sobre las ofrendas del altar. En donde quiera que un sacerdote, en el transcurso de la Santa Misa, repita las palabras de Cristo “Esto es mi Cuerpo”, se produce la transubstanciación, esto es, la conversión del pan en su Cuerpo –y luego la conversión del vino en su Sangre- y esto es una gracia que va precedida por otra gracia, la gracia de la donación total, sin reservas, del Divino Amor, porque es por el Amor de Dios que Cristo obedece al Padre y sube a la Cruz y es por el Amor de Dios que Cristo obedece a las palabras del sacerdote ministerial y se queda en la Eucaristía. El Amor de Dios, entonces, es la gracia que precede y acompaña a la transubstanciación, pero también es el Amor de Dios el que continúa en acto luego de la consagración, porque es por Amor y solo por Amor que Cristo se entrega al alma en cada comunión eucarística. La consagración, entonces, es un acto de amor de parte de Dios: la comunión eucarística y la adoración eucarística que la precede, en consecuencia, deben ser un acto de amor por parte del alma que comulga.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La consagración, considerada desde un punto de vista meramente espiritual, es la fuente superabundante de gracias inefables, gracias que los fieles por lo general desconocen o le prestan poca atención[2]. Si la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario y si ese sacrificio es para Jesús el hecho más importante de su vida, pues allí se consuma su ofrenda por Amor al Padre, entonces para la Iglesia –y también para las almas de los bautizados- no hay nada más importante que la Santa Misa[3]. Es decir, no hay nada más importante para la Iglesia que la reproducción sacramental de la muerte de Cristo sobre la cruz, reproducción que se lleva a cabo sobre el altar eucarístico. Si el Sacrificio del Calvario es la más alta manifestación de la Potencia del Amor de Dios, el Sacrificio del Altar, que la reproduce, es de igual manera la misma manifestación máxima del Amor de Dios. La Eucaristía se convierte así en el medio más grandioso que tiene Dios para comunicar su Amor, por cuanto la Eucaristía es el mismo Sagrado Corazón que, ofrecido una vez en la Cruz, se ofrece cada vez incruentamente sobre el altar, por manos del sacerdote ministerial. Es por esta razón que para los bautizados, nada ni nadie puede ni debe ser, en esta vida, más importante, que la Eucaristía.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En la Escritura, se nos dice que debemos tener “los mismos sentimientos que Cristo” (cfr. Fil 2, 5). ¿Cuáles sentimientos? Los que Jesús tuvo en la Última Cena y en la Cruz y estos sentimientos los debe pedir el alma para tenerlos, particularmente presentes, en el momento de la consagración, repitiendo insistentemente la jaculatoria: “Jesús, haz mi corazón semejante al Vuestro”[4]. En realidad, tener los mismos sentimientos de Cristo es algo que el mismo Cristo nos pide explícitamente en el Evangelio: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La consagración es fuente inefable de gracias porque pone en acto, sobre el altar eucarístico, el supremo sacrificio de amor de Jesús, su oblación en la Cruz. Es para este sublime momento que el alma debe prepararse –de ahí la importancia del silencio y la meditación antes de la Misa-, de manera que cuando el sacerdote pronuncie las palabras de la consagración y Jesús se haga Presente con su Sagrado Corazón Eucarístico, el alma, postrada ante el altar, se una mística y sobrenaturalmente al Corazón Eucarístico de Jesús, en comunión de fe, de gracia y amor. “Lo semejante se une a lo semejante”, dice un adagio filosófico. En este caso, el corazón del alma debe asemejarse al Corazón de Cristo, poseyendo los mismos sentimientos que tuvo Cristo en la Última Cena y en la Cruz, para fundirse espiritualmente, por la comunión, en un abrazo místico.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Un alma que se uniera al sacerdote ministerial en el momento en el que éste pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”- y lo hiciera con el mismo Amor que Jesús tiene en su Corazón –Amor que es el Espíritu Santo-, cumpliría un acto de inefable caridad[5], por cuanto la oblación de Cristo en la Cruz y en el altar eucarístico es un acto de inefable caridad, tanto hacia el Padre, como hacia los hombres. Sería un acto de caridad inefable e inigualable porque no estaría motivada por el amor humano, sino que sería una moción del Espíritu Santo. Por esta unión en el amor, la fe y la gracia, a Cristo, en el momento de la consagración, el alma se convierte en corredentora, porque se vuelve corredentora en Cristo Redentor. Al ofrendarse a sí mismo en el momento de la consagración, Jesucristo realiza un acto de amor sobrenatural de valor infinito, porque proviene de su Corazón de Dios, que es infinito y eterno y el alma que, por la gracia, posea los mismos sentimientos que Cristo y se una a Él en la consagración, participa místicamente de la oblación de Jesucristo, oblación que es no de una parte de su vida, sino de su vida toda, aún más, de su Acto de Ser divino trinitario. Por esta razón, unirse a Cristo, por la gracia, la fe y el amor, en la consagración, es el más grande acto de amor a Dios y a los hombres que un alma pueda realizar. Ésta es una de las gracias más admirables de la consagración.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         ¿Puede un alma apropiarse del Amor de caridad de Cristo en su oblación al Padre?[6] Como hemos visto, la respuesta a esta pregunta es afirmativa, porque cuando el alma se une a Cristo por la fe y por el amor, participa místicamente de su vida de una manera tal que puede decirse que se apropia de su Amor de caridad. Y como este Amor de caridad del Sagrado Corazón es oblativo, porque se ofrece a Dios y a los hombres, el alma se ofrece, en Cristo, a Dios y a los hombres. Por esta oblación, el hombre se trasciende a sí mismo y se inmola, en Cristo y por la Iglesia, para la salvación del mundo. Por esta razón, es aconsejable rezar esta oración antes de la consagración[7]: “Padre Nuestro, que eres el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, llena mi corazón con el Amor que Tú tienes por nosotros; el mismo Amor que inhabita en el Corazón sacerdotal de tu Hijo Único, Sumo y Eterno Sacerdote; Amor por el cual Él, en obediencia filial, lo llevó a subir a la Cruz para ofrecerse como Víctima expiatoria por nuestros pecados y por nuestra salvación, reparando así tu honor y salvando a la humanidad pecadora. Si tu Hijo se hizo Carne y se anonadó a sí mismo, tomando sobre sí los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, expiándolos por medio de su dolorosa Pasión, todo lo hizo movido por el infinito y eterno Amor de su Sagrado Corazón, Amor que es el mismo Amor Divino que inhabita en Ti, oh Padre del cielo. Por esta razón, te pido que me hagas participar del mismo Amor que envuelve con sus sagradas llamas al Sagrado Corazón y haz que por este Amor me una a Cristo en la consagración, el momento en el que la Santa Madre Iglesia, al consagrar el pan y el vino, renueva el Santo Sacrificio de la Cruz, por el cual nuestros pecados fueron borrados por la Sangre del Cordero y nuestras almas fueron santificadas por la gracia que brota del Corazón traspasado de Jesús”.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al Cielo iré y la contemplaré”.



[1] Francois Charmot, La Messe, source de saintetè, Editions Spes, Paris 1959, 146.
[2] Cfr. Charmot, ibidem, 147.
[3] Cfr. Charmot, ibidem, 147.
[4] Cfr. Charmot, ibidem, 149.
[5] Cfr. Charmot, ibidem, 149.
[6] Cfr. Charmot, ibidem, 149.
[7] Cfr. Charmot, ibidem, 150.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Hora Santa en reparación y desagravio por demoliciones de iglesias católicas en China 180718



Una de las iglesias católicas demolidas en China. 
En primer plano, el busto de una imagen destruida de la Virgen.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la demolición injustificada de tres iglesias parroquiales católicas en China. La información relativa a este hecho se puede confrontar en los siguientes sitios:

ucanews.com, Shandong, China;


Además de esto, las imágenes sagradas –entre ellas, estatuas de la Virgen y de Jesús- fueron destruidas por completo.

Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El fundamento de nuestra santidad consiste en rendir a Dios el culto que le es debido y el centro del culto perfecto que podemos rendir a Dios es la Santa Misa[1]. A través de la Santa Misa, el Santo Sacrificio del altar, ofrecemos a Dios Trino la máxima gloria que, en cuanto viadores, podemos tributarle desde la tierra. La razón es que, lo que le ofrecemos a Dios por medio de la Santa Misa, no es pan de trigo y agua, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, único don digno de la divina majestad. Así lo expresa la Iglesia cuando el sacerdote ostenta la Hostia ya consagrada: “Por Él, con Él y en Él, a ti Dios Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. No existe un don más grandioso y majestuoso, digno de la grandiosidad y majestuosidad del Padre, que la ofrenda del Cuerpo y la Sangre de Dios Hijo, por medio del Espíritu Santo, tal como se realiza en la liturgia eucarística de la Santa Misa. Por la Eucaristía, le ofrecemos a Dios Omnipotente el más grande honor y la plenitud de la gloria que Él se merece por su infinita majestad y que nosotros podemos ofrecer en la debilidad de nuestro estado de viadores y pecadores.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Puesto que Dios Trino es la Santidad Increada, Él es la fuente de toda santidad y ninguna creatura, por perfecta que sea, puede alcanzar, ni siquiera el más mínimo grado de santidad, sino participa de la infinita santidad de Dios[2]. Esta santidad, expresada en la majestuosidad de la liturgia eucarística, es donada a los hombres por medio de la Eucaristía, por cuanto la Eucaristía es el mismo Dios Tres veces Santo y la Santidad Increada en sí misma. La santidad de Dios es eterna como Él es eterno, es decir, no tiene comienzo ni fin; Dios es santo desde siempre y continuará siendo santo por toda la eternidad. La creatura como el hombre, que vive en el tiempo y en el espacio y está sometida al pecado y al mal, puede sin embargo, a pesar de esto, participar de la santidad eterna de Dios, aun desde esta vida y aun siendo viador y pecador. La manera de hacerlo es por medio de la gracia sacramental: de la confesión primero, que le quita los pecados y lo llena de gracia y de la Eucaristía después, que lo une, estando ya en gracia, a Dios, que es infinitamente santo.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La luminosa trascendencia de la santidad de Dios puede, por lo tanto, inhabitar en el corazón del hombre viador, aun cuando éste sea pecador, porque por la gracia el hombre se vuelve digno de participar de la divina santidad[3]. Así, el hombre comienza a experimentar, ya desde esta vida, el triunfo obtenido por Jesucristo con su sacrificio en cruz, sobre los tres grandes enemigos de la humanidad: el Pecado, el Demonio y la Muerte porque la santidad divina, de la cual el hombre se hace partícipe por la gracia, es a la vez de eterna, omnipotente. Sin la gracia que hace partícipes de la santidad divina, el hombre vive sometido a la concupiscencia y es dominado por las insidias del Enemigo de las almas, pero con la gracia, al ser partícipe de la santidad de Dios, se vuelve absolutamente triunfante sobre estos enemigos, saliendo victorioso en las luchas entabladas contra los enemigos de su salvación. Si el hombre, libremente, decide prescindir de esta participación a la santidad divina, sucumbe irremediablemente ante la potencia que sobre él ejercen el Pecado, el Demonio y la Muerte. Se vuelven así realidad las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5). Y también se hace realidad su contrapartida positiva: “Unidos a Mí (por la Eucaristía), todo os será posible”.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por medio del Santo Sacrificio del altar el hombre, que es indigno a causa de su pecado –indigno incluso de ser conservado en el ser-, puede sin embargo ofrendar a Dios un don digno de su majestad infinita, por cuanto los sacramentos –principalmente, la Eucaristía- son, a la par que “para la salud de los hombres”, para rendir culto a Dios[4]. Según Santo Tomás[5], los sacramentos son tanto para el culto de Dios, como para la purificación del hombre. Por la Eucaristía, el hombre rinde culto infinito a Dios, sumamente agradable y digno de Dios, por cuanto no hay nada más digno y grandioso que la Eucaristía que pueda ser ofrecido a Dios. Pero también él se purifica, porque por la Eucaristía, por la comunión eucarística, se ve libre de sus pecados, sino de los mortales, al menos de los veniales, es decir, la Eucaristía lo purifica. Así, por la Santa Misa, permanece unido, del modo más perfecto posible, aquello que es inseparable: la gloria de Dios –la Eucaristía glorifica a Dios infinitamente, por cuanto quien se ofrece en sacrificio es Dios Hijo encarnado- y la santificación del hombre –la Eucaristía, como hemos visto, santifica al hombre que la recibe en estado de gracia-. En el Santo Sacrificio del altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz, reside por lo tanto el culto perfecto que el hombre tributa a Dios Trino, al ofrecerle –santificado él por la gracia- el Cuerpo y la Sangre del Cordero, contenidos en la Eucaristía.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Todo nuestro ser, toda nuestra religión, toda nuestra vida espiritual, deben estar marcados por la oblación interna de nosotros mismos, por cuanto esta oblación interna es debida a Dios como Creador, Redentor y Santificador de nuestras almas y a nadie más que a Él[6]. Ahora bien, esta oblación interior debe manifestarse de una manera externa y sensible, en razón de nuestra propia composición como seres humanos, de cuerpo y alma. Somos espíritu y materia unidos en forma substancial, de manera que la vida del espíritu debe manifestarse a través de la expresión del cuerpo, sensible y material. Esto se cumple cabalmente en la Santa Misa, pues en ella, al tiempo que nos postramos y adoramos interiormente al Dios Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, lo hacemos exteriormente también ante la Eucaristía, postrándonos y arrodillándonos ante el Santísimo Sacramento del altar, como muestra exterior de adoración que está precedida por la adoración interior, previamente efectuada en el corazón. Sobre la cruz, Cristo no solamente ha destruido los pecados, sino que ha instituido el rito de la religión católica, ofreciéndose a sí mismo a Dios como una víctima[7]. Unirnos a esta Víctima -que cuelga de la cruz y que está en Persona en la Eucaristía- por la fe, la adoración, el amor y la gracia sacramental, constituyen por lo tanto la suma perfección de la vida espiritual de todo cristiano.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

        



[1] Cfr. Francois Charmot, S. J., La Messe, source de sainteté, Editions Spes 1959, Cap. I, 15.
[2] Cfr. Charmot, ibidem.
[3] Cfr. Charmot, ibidem.
[4] Cfr. Charmot, ibidem.
[5] III Pars, q. 62, a. 6, corp.
[6] Cfr. Charmot, ibidem.
[7] Cfr. Charmot, ibidem.