viernes, 22 de junio de 2018

Hora Santa en reparación por profanación eucarística en Río Tercero Córdoba Argentina 200618




Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación eucarística ocurrida en  Río Tercero, Córdoba, Argentina, el pasado día 20 de junio de 2018. La información relativa al lamentable hecho se puede encontrar en los siguientes enlaces:



         Como siempre lo hacemos, además de la reparación, pediremos por la conversión de quienes cometieron tan repudiable sacrilegio, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la del mundo entero.

         Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer misterio del Santo Rosario.

         Meditación

Existe una relación entre la comida festiva judía, como la Pascua, y la Última Cena, la Pascua cristiana: en la Pascua judía, el jefe de familia, sentado a la mesa, tomaba un trozo de pan, lo elevaba en alto y en nombre de todos pronunciaba la bendición, recordando los beneficios del Señor y dando gracias a su Nombre; luego, partía el pan y lo distribuía a los comensales[1]. Tiempo después, tomaba el cáliz de vino y, teniéndolo en alto, daba gracias y luego bebía un sorbo. Todos respondían con un “amén”, tanto a la bendición del pan como del vino. Esta acción representaba ingresar en la corriente de bendición de Dios y realizar una comunión de vida entre Dios y los comensales y entre los comensales entre sí. Representaba por lo tanto la unión entre ellos mismos entre ellos y Dios, Dador de todo don y presente en la fraternidad de la mesa. Sin embargo, la Pascua judía era solo una figura de la Pascua real y verdadera, la Pascua cristiana, la Pascua de Cristo: todo lo que estaba representado y figurado en la Pascua judía, es realidad en la Santa Misa, la Pascua cristiana, la comida festiva y sobrenatural cristiana.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

En la Santa Misa, el sacerdote ministerial toma el pan, pronuncia las palabras de la consagración sobre él, lo eleva y da gracias y luego hace lo mismo con el vino estableciendo así, por la consagración y la Presencia real, verdadera y substancial de Dios sobre el altar eucarístico, la unión y la comunión de vida y amor de los que participan a la Santa Misa con Dios y, en Dios, entre ellos mismos. Esta comunión de vida y amor se da de modo similar a la Pascua judía, solo que mientras en esta todo era figura y representación, en la Pascua cristiana, la Santa Misa, todo es la realidad figurada en la Pascua judía. A diferencia de la Pascua judía, en la que la acción de gracias era meramente enunciada, en la Santa Misa esta acción de gracias no es meramente pronunciada, sino acción de gracias hecha realidad por la entrega real del Cuerpo real de Cristo en el altar de la cruz y en la cruz del altar. La Sagrada Eucaristía es la Presencia real no de la bondad de Dios, tal como era representada y figurada en la pascua judía, sino que es la Presencia del Dios Amor y Bondad infinitas en Persona, en la Hostia consagrada.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación

El Evangelio nos relata cómo Jesús se sienta a la mesa con los pecadores y el sentido es el de revelar que los tiempos de la salvación mesiánica ya han llegado y que Dios, Presente en Persona en Jesús, que es el Unigénito encarnado, llama a todos a “comer” y “beber” a la mesa del Reino (cfr. Lc 22, 30; Is 55, 1-3)[2]. La Última Cena está en estrecha relación con estas comidas de Jesús con los pecadores pues en ella se da el cumplimiento del sentido último del comportamiento de Jesús de “sentarse a la mesa con los pecadores”. En efecto, en la Última Cena se cumple lo que Jesús anticipaba al comer con los pecadores: Dios llama a sus hijos a comer y a beber, pero no ya alimentos terrenos, sino su propio Cuerpo y su propia Sangre, que han pasado ya por el misterio de muerte y resurrección y por lo tanto son su Cuerpo y su Sangre glorificados, llenos del Espíritu Santo. Por eso mismo, los pecadores que participan de la Última Cena y “comen y beben” en esta mesa escatológica, se llenan del Espíritu Santo -aunque el requisito es, obviamente, que el alma comulgue en gracia, es decir, que haya recibido antes el perdón sacramental de los pecados. Cada vez que participamos de la Santa Misa y recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Eucaristía, asumimos el papel de los pecadores del Evangelio con los cuales el Señor se sentaba a comer, aunque a diferencia de ellos, lo hacemos habiendo sido redimidos por la Sangre del Salvador.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         En el Evangelio, Jesús no solo come con los pecadores antes de la resurrección, sino que cena también con ellos luego de resucitar. Son tres o cuatro las comidas del Señor con los apóstoles, luego de resucitar (cfr. Lc 24, 13-35; Mc 14, 16; Jn 21, 9-14)[3]. Jesús come con ellos no solo para convencerlos de la realidad de la resurrección –Jesús les muestra las llagas y luego pide de comer- y por lo tanto así reforzar la débil fe de los apóstoles, sino también para mostrar cómo Él, después de resucitado, se hace presente entre los suyos y continúa estando presente entre ellos mediante el signo pascual de la comida[4]. Así como Jesús después de resucitar se hace presente y come con los apóstoles, así también Jesús resucitado se hace Presente en la Santa Misa -actualización y representación sacramental, tanto de la Última Cena, como del Santo Sacrificio de la Cruz-, por lo que el asistir a la Santa Misa, para nosotros, que vivimos a más de veinte siglos del hecho de la Resurrección, es el equivalente a comer con Jesús resucitado, como lo hacían los apóstoles con el Señor, solo que a nosotros Jesús no nos pide de comer, sino que se nos da como alimento, con su Cuerpo resucitado y glorioso, en la Eucaristía.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Jesús se sienta a la mesa también con los discípulos de Emaús; en el episodio, se significa que Jesús está presente en medio de su Iglesia, aun cuando los discípulos de Emaús no sepan reconocerlo y se significa también que esta presencia de Jesús resucitado se hace más patente -en el sentido de visibilidad- al partir el pan, porque es el momento en el que los discípulos de Emaús lo reconocen[5]. Entonces, que Jesús camine con los discípulos de Emaús aunque estos no lo reconozcan, simboliza la Presencia del Señor resucitado en su iglesia, aun cuando muchos piensen que Jesús está ausente; el hecho de que sea reconocido al momento de partir el pan, significa que la Iglesia no lo ve en forma corpórea, pero sí lo “ve” en su Presencia real, verdadera y substancial, en la Eucaristía. Por último, los discípulos de Emaús cenaron con Jesús y lo reconocieron al partir el pan y en ese momento Jesús desapareció; nosotros no lo vemos con los ojos del cuerpo, como lo hicieron los discípulos de Emaús, pero sí lo vemos con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, en la Sagrada Eucaristía, y no solo lo vemos, sino que nos alimentamos de Él por la comunión eucarística.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los ángeles”.


[1] Cfr. Carlo Rocchetta, I Sacramenti della fede, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna7 1998, 96ss.
[2] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[3] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[4] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[5] Cfr. Rocchetta, ibidem.

jueves, 21 de junio de 2018

Hora Santa en reparación por profanación de iglesia por parte de musulmanes Bélgica 070518



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación de una iglesia católica en Bélgica, en la que los musulmanes celebraron el fin del Ramadán dentro de la iglesia. La información pertinente a tan lamentable hecho sacrílego se puede encontrar en el siguiente enlace:

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cual es Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

         Meditación.

         La Encarnación del Hombre-Dios es un misterio sobrenatural y en cuanto tal, se encuentra por fuera del alcance de la razón natural[1]. No porque sea irracional, sino porque es sobrenatural, es decir, sobrepasa la capacidad de raciocinio por lo que para llegar a él, la razón natural necesita del auxilio de la gracia santificante. Es en este misterio de la Encarnación del Logos del Padre en el que la totalidad del plan divino de salvación encuentra su vértice, su punto de convergencia y la posibilidad de comprensión. En otras palabras, si no se contempla el misterio de la Encarnación a la luz de la gracia y de la fe, no se puede comprender y no se entiende el plan divino de salvación. Jesucristo no es un “gran hombre”, uno de esos que cada tanto aparecen en la humanidad, no es tampoco un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos, en el cual la gracia santificante cumple su obra uniendo al hombre Jesús en modo perfecto con Dios. Nada de eso: Jesucristo es el Hombre-Dios, es la Segunda Persona de la Trinidad unida a una naturaleza humana no de forma substancial ni accidental, sino personal, de manera tal que la naturaleza humana de Jesús de Nazareth es la naturaleza humana del Verbo de Dios Encarnado[2]. Si no se parte desde estas consideraciones, se rebaja y reduce el misterio sublime, sobrenatural y absoluto de la Encarnación del Verbo al mísero horizonte de la capacidad de la razón humana[3] y así, se rebaja el misterio de la Iglesia Católica y el misterio de la prolongación de la Encarnación del Verbo en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, en la Eucaristía.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         El misterio de la Encarnación –y el misterio indisolublemente conexo de la Eucaristía como prolongación de la Encarnación- es tan majestuosamente alto y tan sublimemente sobrenatural, que es imposible para la razón deducirlo por sí misma y nunca podría acceder a él si no nos hubiera sido revelado por el Verbo Encarnado en Persona, Jesús de Nazareth. Es decir, es imposible para la razón el deducir, con rigor lógico, la existencia necesaria de la Encarnación partiendo de la reflexión acerca del estado concreto del hombre y del universo[4]. No puede la razón deducir, ni que Dios es Trino, ni mucho menos, que Dios Hijo, se ha encarnado en el seno virgen de María. Tampoco puede deducir que ese Hijo de Dios encarnado, al cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, al mismo tiempo que asciende con su Cuerpo glorioso a los cielos, cumple con su promesa de quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” -con el mismo Cuerpo glorioso con el que ascendió a los cielos- en el sagrario, en la Eucaristía. Nada de esto podría conocer la razón natural, si no fuera revelado por el Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús. La Encarnación del Verbo de Dios trasciende de tal manera el orden racional y natural que no hay en él ni una motivación suficiente para su actuación, ni una imagen proporcionada para su esencia y por este motivo es un misterio en el sentido más estricto de la palabra, y un misterio sobrenatural absoluto[5]. ¡Oh Dios, que al meditar en tu santa Encarnación y en la prolongación de tu Encarnación, la Sagrada Eucaristía, no rebajemos nunca tan grandioso misterio a los estrechos límites de nuestra razón humana!

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

No es intrascendente afirmar que el Verbo se encarnó y que por lo tanto Jesús de Nazareth no es un hombre más ni una persona humana, porque es el Hombre-Dios y la Persona Segunda de la Trinidad: al estar la humanidad de Cristo unida en forma personal –hipostática- a la Segunda Persona de la Trinidad, recibe de ésta la plenitud de santidad, de gracia, de ciencia, de visión beatífica[6], nada de lo cual podría recibir si Jesús fuera una persona humana y no divina. Por esto mismo, el nombre de Cristo es el Ungido por excelencia, ya que este nombre expresa de modo vivo el misterio del Hombre-Dios, porque Cristo es ungido, en el momento en el que su Humanidad es creada, por la divinidad de la Persona Segunda de la Trinidad y por el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. En otras palabras, Cristo es el Ungido por excelencia porque su unción no es otra cosa que la plenitud total de la divinidad del Verbo, unido personalmente a la humanidad que vive en ella corporalmente. La unción de Cristo no es con el aceite perfumado creatural con el que se ungían los sacerdotes, profetas y reyes, sino con el bálsamo perfumado de la divinidad, que con su fuerza vivificante y con su perfume exquisito de santidad la penetra de manera tal que Cristo puede ejercer sobre los hombres esa misma fuerza vivificante divina y colmarlos de los sagrados perfumes de la santidad divina[7]. ¿Y de qué manera Cristo, Verbo Divino, comunica de su divinidad a los hombres? Por medio de la Comunión Eucarística. Quien se une a Cristo Jesús por la Eucaristía –por la Comunión y por la Adoración- recibe de Él la divinidad de la cual su humanidad santísima está colmada.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Los Padres de la Iglesia afirman que Cristo es el Ungido y con esto quieren significar que Cristo, en el momento de la Encarnación en el seno virgen de María, cuando su humanidad fue creada e inmediatamente unida a la Persona del Verbo de Dios, fue ungida por el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo procede del Verbo y del Padre. Fue entonces el Espíritu Santo el que descendió sobre la humanidad de Cristo y, como efusión o perfume del ungüento que es Cristo mismo, unge y aromatiza con su suave fragancia la humanidad de Cristo Jesús[8]. Aunque propiamente la fuente de la unción es Dios Padre, porque sólo Él comunica al Hijo la dignidad y la naturaleza divina, por la cual es ungida la humanidad asumida en la Persona divina del Verbo. Como esta unción plenifica a la humanidad de Cristo con la plenitud de la divinidad, la eleva a la más alta dignidad que pueda imaginarse y la coloca –a esta humanidad de Cristo- en el trono mismo de Dios; allí, sostenida por la Persona divina, se convierte por lo tanto en digna de adoración como Dios mismo. Y es esta mismísima humanidad de Cristo, unida a la Persona del Verbo y colocada en el trono de Dios y que recibe la adoración de ángeles y santos, la que se encuentra oculta bajo las especies eucarísticas, por lo que la adoración eucarística hecha en la tierra, delante de la custodia o del sagrario, es el equivalente, para nosotros los mortales, a la adoración que en el cielo le tributan al Cordero los bienaventurados ángeles y santos.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Es en esto en lo que consiste el misterio de Cristo: en que la unción divina, derramándose desde la surgente primitiva de la divinidad sobre la humanidad, sumerge a la creatura –la humanidad- en Dios y lo convierte, no en un hombre divinizado, sino en el verdadero Hombre-Dios. El misterio de Cristo por excelencia, entonces –y el misterio de la Eucaristía- no consiste en que es ungido únicamente por efusión del Espíritu Santo en la gracia divinizadora, sino por la unión personal con el principio del Espíritu Santo[9]. La unción divina pertenece a la esencia de Cristo Jesús, por lo cual “Cristo” y “Hombre-Dios” significan una misma y sola cosa: ambos nombres expresan el misterio incomprensible, sublime, majestuoso, escondido en la Persona de Jesús: Jesús es el Salvador por su constitución teándrica, esto es, por ser el Hombre-Dios, el Hombre cuya humanidad está unida personalmente a la Persona del Hijo de Dios y que salva a los hombres en virtud de esta unión. La esencia mística de la Persona se encuentra en el nombre “Cristo” –Ungido-, el cual, en cuanto tal, está llamado a ejercer su función redentora. Al momento de ser ungida su humanidad en el seno de la Virgen, Cristo recibió la plenitud de la divinidad y desde Él se propaga esta plenitud de la divinidad a todos aquellos que, por la unión con Cristo Eucaristía, se convierten así en otros tantos “Cristos” y “un solo Cristo con Él”[10]. Entonces, cuanto más el alma adore a Cristo Eucaristía y se una a Él por la comunión sacramental, tanto más será el alma divinizada con la plenitud de la divinidad que inhabita en Cristo Jesús, el Cordero de Dios.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cual es Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Cantemos al Amor de los amores”.

        
        



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, en Francesco Saverio Pancheri, Il mistero di Cristo, Edizioni Messaggero Padova, Padua 1984, 41.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.
[9] Cfr. ibidem.
[10] Cfr. ibidem.

martes, 12 de junio de 2018

Hora Santa en reparación por baile blasfemo durante la Santa Misa en Alemania 040618



“Otro ángel vino y se puso junto al altar con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono”

         (Ap 8, 3).



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una danza blasfema realizada en el transcurso de la celebración de la Santa Misa en Alemania, en Junio de 2018. La información pertinente se puede encontrar en los siguientes enlaces:




           Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

Aunque a los ojos corporales la Santa Misa puede parecer un ritual piadoso, en el cual se recuerda, mediante el uso de la memoria, lo que el Señor Jesús hizo y dijo en la Última Cena, en realidad esconde un misterio sobrenatural que sobrepasa infinitamente la capacidad de comprensión de nuestra razón natural. No se trata de un mero recuerdo psicológico, ni tan siquiera de un recuerdo litúrgico o moral: la Misa es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio de la Cruz, realizado por el Señor Jesús en el tiempo y en el espacio el Viernes Santo sobre la cima del Monte Calvario. Ésta es la razón por la cual la Santa Misa recibe el nombre de “sacrificio”, ya sea “sacrificio eucarístico”, “sacrificio del altar” o “sacrificio de la Eucaristía”. Si no fuera la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, realizado de manera que misteriosa pero realmente se desarrolla delante de nuestros ojos, en el altar eucarístico, no tendría sentido que la Misa llevara el nombre de “sacrificio”. Ahora bien, es verdad que no es una mera memoria, ni psicológica ni moral, ni tampoco litúrgica, y sin embargo, es propiamente un memorial, en el sentido de que se trata de hacer memoria del Santo Sacrificio de la Cruz, un sacrificio que fue realizado en el tiempo y del cual ahora se hace “memoria” –por eso se llama “memorial”-, pero se trata de una memoria muy especial, puesto que, tratándose de un acto realizado por el Hombre-Dios Jesucristo, la memoria o memorial que se hace en la Misa, trae a la actualidad y al presente aquello que es recordado, no en el recuerdo, como sucede en un recuerdo meramente psicológico o moral, sino en la realidad. Es decir, es un “memorial del sacrificio” por el cual el sacrificio recordado se hace presente en su realidad ontológica, en la realidad de su ser. Por eso se puede decir que es la  irrupción de la eternidad de Cristo en el tiempo, porque el recordado y su sacrificio, Cristo, es Dios Eterno entrado en el tiempo, que nos alcanza con su eternidad por medio del Santo Sacrificio de la Misa.

Silencio para meditar.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

La Santa Misa, entonces, es un memorial, un recuerdo, pero que por el poder del Espíritu Santo no solo trae a la memoria, en el recuerdo, a lo recordado, sino que lo trae en su realidad ontológica, substancial, de manera tal que se puede decir, con toda certeza, que por la Santa Misa se hace presente, en el altar eucarístico, el Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo y único Santo Sacrificio del Gólgota del Viernes Santo. En la Santa Misa, aquello que es recordado, el Santo Sacrificio de la Cruz, se hace presente y actual, sobre el altar eucarístico, de forma incruenta y sacramental. Aquello que se hace presente en la Santa Misa es el único y mismo sacrificio de la cruz, el que realizó el Hombre-Dios Jesucristo para la salvación de la humanidad en el ara de la cruz, el Viernes Santo. Esta Presencia de Jesús con su sacrificio en la Cruz no depende ni de la fe del celebrante, ni de la fe de la asamblea, porque se produce la transubstanciación, es decir, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, independientemente de la fe de los que están presentes, al ser pronunciadas las palabras de la consagración sobre las ofrendas de pan y vino. La Presencia de Jesús en la Santa Misa es, por lo tanto, una Presencia real, verdadera y substancial; una Presencia que no depende ni de la fe ni de las intenciones ni del sacerdote ni de la asamblea: se trata de la Presencia, en el tiempo, aquí y ahora, del Dios Eterno encarnado, el Logos eterno del Padre, Jesucristo, en la realidad ontológica de su Ser divino trinitario y en la realidad de su sacrificio pascual de muerte y resurrección.

Silencio para meditar.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación
        
         Puesto que la Misa es un sacrificio, se encuentran en ella todos los elementos de un sacrificio, el mismo y único sacrificio de Jesucristo realizado hace dos mil años en la cima del Monte Calvario: hay una ofrenda que se sacrifica; hay un sacerdote que ofrece un sacrificio; hay un altar en donde se lleva a cabo el sacrificio; hay un destinatario del sacrificio, que es Dios Uno y Trino y hay una asamblea –sin embargo, su presencia no es esencial para el sacrificio-, el Pueblo de Dios, que participa del sacrificio. En el Calvario, el altar era la cruz, pero también la Humanidad Santísima del Verbo: en la Santa Misa, el altar es el altar eucarístico, aunque también la Humanidad Santísima del Verbo; en el Calvario, el Sumo y Eterno Sacerdote era Jesucristo, el Hombre-Dios: en la Santa Misa, el sacerdote ministerial participa del sacerdocio de Jesucristo, por lo que el sacerdote principal continúa siendo Jesucristo; en el Calvario, la ofrenda era el Cordero de Dios, el Hombre-Dios Jesucristo, que se ofrecía al Padre como Víctima Inmaculada, inmolada en el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo, con su Persona divina y su Humanidad santísima unida personalmente a su divinidad: en la Santa Misa, la ofrenda es el mismo y único Cordero de Dios, Cristo Dios, oculto en las apariencias de pan y vino, Presente en Persona, con su divinidad glorificante y su Humanidad santísima glorificada, en la Santísima Eucaristía. Por todo esto, el Santo Sacrificio del Gólgota difiere del Santo Sacrificio de la Misa solo en el modo en el que se ofrece la Víctima y es que, mientras en el Gólgota era cruento, en el altar eucarístico es incruento y sacramental. Pero es el mismo y único Santo  Sacrificio del Calvario.

Silencio para meditar.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación

         Tanto en el Calvario, como en el Santo Sacrificio del Altar, Jesús, el Hombre-Dios, es el Sacerdote, el Altar y la Víctima y esto tiene una fundamental trascendencia porque significa que las acciones del Hombre-Dios, al ser Él la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el tiempo, son las acciones de Dios entrado en el tiempo y por lo tanto, tienen una valencia eterna. Ésta es la razón por la cual, el sacrificio de Jesús, realizado hace dos mil años en el Gólgota, alcanzan a todo tiempo de la humanidad y su valor salvífico se hace extensivo a toda la humanidad. En Jesús, la naturaleza humana está unida a la Persona Segunda de la Trinidad, el Logos o Verbo del Padre y por esa razón, todas las acciones realizadas por Jesús de Nazareth –curar enfermos, expulsar demonios, multiplicar panes y peces, sacrificarse sobre la cruz- son las acciones de Dios hecho hombre. Es decir, las acciones de Jesús de Nazareth no son las acciones de una persona humana, sino de una Persona divina que actuaba y obraba a través de una naturaleza humana, lo cual quiere decir que todo lo que Jesús hacía y decía, era Dios en Persona quien lo hacía y decía, a través de una naturaleza humana, la naturaleza humana de Jesús de Nazareth. Por esta razón, el sacrificio en la Cruz, realizado en el Calvario, es salvífico, porque tiene una valor infinito, al ser el sacrificio de Dios hecho hombre; como tal, es un sacrificio santo, puro, inmaculado, de valor infinito y eterno, sumamente agradable a Dios, por ser hecho por Dios mismo. Y por esta razón es que la Santa Misa, siendo la renovación incruenta y sacramental del sacrificio en Cruz del Hombre-Dios Jesucristo, tenga el mismo valor salvífico del Santo Sacrifico del Calvario. Asistir a la Santa Misa es asistir al Santo Sacrificio de la Cruz, con todo su valor salvífico, infinito y eterno, que alcanza a todos los hombres de todos los tiempos.

Silencio para meditar.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación
        
         Que Jesús no sea un hombre más entre tantos, ni siquiera un hombre santo, ni el más santo entre los santos, sino el Hijo Eterno del Padre encarnado en una naturaleza humana, tiene una importancia trascendental, porque significa que sus acciones no son las acciones de un hombre más, ni de un hombre santo, ni del más santo entre los santos: significa que son las acciones de Dios Tres veces Santo, lo cual cambia radicalmente la perspectiva, el alcance y el significado de sus acciones. Si fuera sólo un hombre, aun siendo el más santo entre los santos, su sacrificio no abarcaría a todos los hombres de todos los tiempos, ni sería suficiente para aplacar a la Justicia Divina, ofendida por los pecados de los hombres, ni serviría para dar acción de gracias a Dios por sus beneficios, ni tampoco para impetrar dones. Pero siendo Jesús quien es, Dios Eterno entrado en el tiempo, que se ofreció en la cruz como la Víctima Purísima y Perfectísima, su sacrificio en cruz, renovado incruentamente en el altar eucarístico, tiene la facultad de alcanzar y ser más que suficiente para la salvación de todos los hombres de todos los tiempos; tiene la santidad necesaria para aplacar la ira divina; tiene la pureza necesaria para que las súplicas de los hombres sean escuchadas; tiene la inocencia más que necesaria para dar la acción de gracias que todo hombre debe a Dios Trino, por el solo hecho de ser Dios Trino. La Santa Misa es el memorial que actualiza el sacrificio de Cristo, el Hombre-Dios y por eso mismo, es el mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, que tiene el poder de salvar nuestras almas de la eterna condenación y de conducirnos a todos los hombres, sin distinción alguna, al Reino de los cielos.
Un Padre Nuestro, Tres Ave Marías y un Gloria, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padre Benedicto y Francisco y también por las Almas del Purgatorio y la conversión de los pecadores.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.