miércoles, 20 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por el incendio sacrílego de la Iglesia de San Sulpicio en Francia 190319



Iglesia de San Sulpicio quemada en Francia, Marzo de 2019.


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el incendio sacrílego cometido contra la iglesia de San Sulpicio en Francia el pasado 19 de marzo de 2019. La información relativa al lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Si por la Encarnación del Verbo participamos los cristianos, en cierta manera, de esta misma Encarnación –aunque para hacerlo plenamente necesitamos recibir el Sacramento del Bautismo- y por eso mismo nos sentimos honrados, hay una segunda participación, de su propio Cuerpo y Sangre que se nos comunica en la Eucaristía, por la cual la participación es más inmediata y personal que la participación de la Encarnación[1]. En efecto, por la Encarnación, sólo una naturaleza singular del género humano –la naturaleza humana santísima de Jesús de Nazareth- fue la que se unió al Verbo Eterno del Padre en el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo; por el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo cada naturaleza singular –siempre que esté en estado de gracia, se entiende- se incorpora al mismo Cristo, lo cual es una honra incomparable y aún más grande que la de la Encarnación. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ilumínanos con la luz de la gracia de tu Hijo, para que siempre demos gracias por la comunicación que Jesús nos hace de su Cuerpo y de su Sangre en cada comunión eucarística!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la comunión eucarística, esto es, por participación de su Cuerpo y su Sangre Preciosísimos, todo aquel que comulga en estado de gracia, se hace uno en el Hijo, ya que es unido a Él por el Espíritu Santo, convirtiéndose en Cuerpo y Sangre de Jesucristo[2]. No hay acontecimiento, honra, estima, honor y gloria más grande que éste para el alma: que el mismísimo Dios de cielos y tierra, al que los ángeles y santos se postran en adoración continua en los cielos, que venga al pecho del que comulga y que convierta al corazón del que lo recibe en altar y sagrario de la Sagrada Eucaristía. No podemos responder sino con amor, adoración, asombro y generosidad ante tanto honor que nos hace el mismo Dios, al convertir nuestras almas en templo de la Trinidad y nuestros corazones en sagrarios vivientes y altares en donde se adora a Dios Hijo que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que al comulgar ningún pensamiento profano nos aleje de este pensamiento de amor, adoración y acción de gracias a Cristo Eucaristía que viene a nuestros pobres corazones!

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la comunión eucarística, Jesús Eucaristía se une de modo tan íntimo a nuestro ser, que se convierte en sangre de nuestra sangre y en huesos de nuestros huesos. Podemos decir que en nuestra sangre humana circula la Sangre divina del Cordero de Dios[3] y que nuestros frágiles huesos son convertidos en templos vivientes más preciosos que las más hermosas catedrales, porque son vivificados y santificados por la Presencia vida del Cordero de Dios que por la comunión ha venido a nosotros. Luego de la comunión eucarística, o hacemos silencio ante la imposibilidad de manifestar con palabras tamaña honra que nos hace el Dios del cielo al venir a nuestra débil naturaleza humana, o bien debemos deshacernos en halagos y sentimientos de gratitud, amor y adoración por su Presencia viva en nuestras almas.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La mayor honra que tuvieron los espíritus angélicos fue la de adorar a Dios en nuestra naturaleza, ¿qué debemos hacer, en retribución a nuestro Dios, por habernos hecho una sola carne y cuerpo con su Cuerpo, el Cuerpo de Cristo por la Eucaristía?[4] Hay una forma de agradecer semejante honor impensable, San Juan Crisóstomo[5] dice así: “Si eres Cuerpo de Cristo lleva la cruz, pues Él también la llevó. Sufre execraciones y maltratamiento asqueroso –como los sufrió Él-. Sufre bofetadas, sufre clavos. De esta manera fue tratado aquel tu cuerpo que no admitió pecado y no fue hallado en su boca engaño. Sus manos no dejaron de hacer otra cosa que pudiesen ayudar la pobreza ajena. De aquella su boca jamás salió algo menos decente. Oyó decir aquella contumelia: “Endemoniado estás” y no respondió palabra mala, quedándose en Sí muy manso. Pues todos cuantos participamos de este Cuerpo y cuantos gustamos de su Sangre, traigamos a la memoria que este Cuerpo es de Aquel que reside sobre los cielos, que es adorado humildemente por los ángeles, que asiste inmediatamente a la inmortal omnipotencia de Dios. Con la Sangre de tal Persona bañamos nuestros labios. ¡Ay de mí y con cuántas vidas nos ha prevenido para salvarnos y guiarnos a la vida eterna! Nos hizo su propio Cuerpo y también nos dio su propio Cuerpo para que le comiésemos, ¡y que nada de eso nos arredre de nuestros vicios! ¡Oh gruesas tinieblas de ceguedad! ¡Oh abismo profundo de insensibilidad! ¡Oh estupendo embaucamiento del entendimiento humano! ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, por el amor de tu Hijo, no permitas que luego de recibirlo, lo deshonremos deseando otra cosa que no sea el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico!

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Continúa San Juan Crisóstomo: “El Apóstol[6] dice: “Sabed las cosas de arriba, adonde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pues después de tales extremos y muestras de benignidad del Creador para con nosotros, no sé cómo andan algunos tan acongojados procurando riquezas u otro bien temporal, consumiéndose tan miserablemente y carcomiéndose de sus mismos afectos. ¡No echáis de ver cómo en nuestro cuerpo cualquier parte superflua y que no es de provecho, se suele cortar, porque poco aprovecha haya sido parte de nuestro cuerpo cuando está ya sin vida o descompuesta o que al restante del cuerpo corrompe y daña? No confiemos en que fuimos del Cuerpo de Cristo porque si este cuerpo natural, cuando sucede lo dicho, se corta, ¿qué no se padecerá de rigor en las cosas que pertenecen a la voluntad libre, cuando no se persevera en el propósito una vez hecho? Cuando el cuerpo no puede comer, entonces muere y esto mismo pasa con nosotros cuando cerramos los oídos al Espíritu Santo: entonces perecemos, cuando no queremos recibir algún sustento espiritual; entonces muchos males, como humores corrompidos, nos oprimen y corrompen”. Con esto declara San Juan Crisóstomo lo que debemos por estar participaciones divinas –la comunión eucarística-, honrándonos mucho de ser un Cuerpo con Cristo, obrando santísimamente, sufriendo pacientísimamente, viviendo más que angélicamente, temiendo si no hacemos así, ser cortados como miembros inútiles y como descompuestos orgánicamente[7].

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María la Reina del Cielo”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 97.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 98.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 98.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 98.
[5] 1, c.
[6] Col 3.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 98.

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