lunes, 4 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por ultraje de figura de Jesús en Brasil 030319


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El Diablo, rodeado de otros ángeles caídos, festejan el "triunfo" sobre Nuestro Señor Jesucristo, vencido en el suelo. Esta imagen blasfema fue representada ante miles de espectadores en el Carnaval de Brasil, en el mes de marzo de 2019.

Inicio: Con ocasión del Carnaval, fiesta pagana y demoníaca por excelencia, unos participantes se burlaron de Nuestro Señor Jesucristo, representándolo como si fuera vencido por el Demonio. Ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario en reparación por esta ofensa contra el Redentor del mundo. La información y el video en el que se puede ver esta ofensa a Nuestro Señor se pueden recabar en los siguientes enlaces:



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Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          Entre los seres humanos, cuando alguien se dispone a afrontar un viaje largo y difícil, toma precauciones, como la de asegurarse las provisiones y así no morir de inanición. En este sentido, el pan hecho de trigo y agua es esencial para mantener la vida, junto a la carne. Con ambos alimentos, un hombre puede mantenerse vivo en medio de las tribulaciones que suponen el realizar una larga travesía. El cristiano también afronta un largo viaje, pero no hacia un destino terreno, sino hacia la vida eterna, hacia la Jerusalén celestial, pero para afrontar este viaje, no se aprovisiona con alimentos terrenos, con pan hecho de trigo y agua y con carne de animales, que sirven para saciar el hambre corporal y mantener la vida terrena: el cristiano se alimenta, en su peregrinar hacia la Jerusalén celestial, con un pan que ya no es pan de trigo y agua, sino el Pan de Vida eterna, y se alimenta no carne de animales, sino con la Carne del Cordero de Dios, la Sagrada Eucaristía. En el desierto de la vida, el cristiano se alimenta, en su peregrinar hacia el Reino de Dios, con el Pan Vivo bajado del Cielo y con la Carne del Cordero de Dios, la Hostia consagrada. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que deseemos alimentarnos con el Pan de los Ángeles, la Sagrada Eucaristía!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Cuando los seres humanos preparan pan de trigo y agua y lo cocinan en el fuego, no lo hacen para que este pan quede allí, sino para ser consumido. Con este pan, se mantiene la vida corporal y se evita la inanición del cuerpo y así la persona continúa con vida. El cristiano no se alimenta sólo de este pan material: el principal alimento del cristiano es el Pan Vivo bajado del cielo, hecho con el trigo que caído en tierra dio fruto, es decir, el Cuerpo de Jesús que murió en la Cruz y dio el fruto de la Resurrección: el cristiano se alimenta con la Eucaristía, el Pan que contiene el Cuerpo vivo, glorioso y resucitado de Jesús, lleno de la gloria y de la luz divina, que nutre el alma con la misma substancia divina, concediéndole la vida eterna. Si con el pan material el hombre conserva su vida corporal y terrena, con el Pan de Vida eterna el hombre alimenta su alma con la vida misma de Dios, la vida divina de la Trinidad. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestro anhelo en esta vida sea recibir el Pan Vivo bajado del cielo, tu Hijo Jesús en la Eucaristía!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los santos son los que comprendieron, con mayor profundidad e inteligencia espiritual, el valor de la Eucaristía como alimento super-substancial del alma. San Roberto Belarmino, para estimular a los fieles a la Sagrada Comunión y en contra de los errores protestantes[1], decía así: “El pan de trigo que alimenta nuestro cuerpo, no se prepara con tanto trabajo sólo para mirarlo; se hace para que lo comamos. Así el Pan de Vida, el Pan de los Ángeles, no se ofrece solamente para nuestra adoración y nuestro homenaje, sino que se nos ha dado como alimento. Vayamos, pues, a esta comida para alimentar nuestra alma y fortificarla”. El alma se alimenta y fortifica con la Eucaristía porque por la misma no recibe trigo y agua, sino la substancia misma de la Trinidad. Al comulgar la Eucaristía, el alma es fortalecida con la fortaleza misma de Dios, porque por la Eucaristía ingresa Dios Todopoderoso en el alma. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que el Cuerpo de tu Hijo resucitado sea el Alimento de nuestras almas cuando se sientan afligidas y agobiadas!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

A quienes transitamos por este valle de lágrimas que es la vida y la existencia terrena, Jesús nos dice en el Evangelio: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados y Yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Pero no solo lo dice en el Evangelio: lo dice también desde la Eucaristía, porque la Eucaristía es el cumplimiento de su promesa de estar “todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo”: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Desde la Eucaristía, Jesús nos conforta con su gracia y nos llama a Él, pero no solo para que lo adoremos y nos postremos ante su Presencia sacramental sino para que, con el alma en gracia, lo recibamos por la Comunión Eucarística, de manera tal que, consumiéndolo en el Pan Eucarístico, recibamos de Él su Vida, su Amor, su Luz, su Paz y su Fortaleza. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, condúcenos a tu Hijo Jesús, Presente en Persona en la Hostia consagrada, para recibir de Él su vida, su luz, su amor y su paz!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando sentía que las pruebas de la vida eran superiores a ella, la sierva de Dios Luisa Margherita Claret de la Touche decía: “El que mantiene el mundo está en mí. La Sangre de un Dios circula por mis venas. No temas, alma mía: el Señor del mundo te ha tomado en Sus brazos y quiere que te recuestes en Él”[2]. Ésta es la fórmula con la cual los santos de todos los tiempos han vencido todas las pruebas, angustias y tribulaciones de esta vida: la Sagrada Comunión Eucarística. Porque por la Sagrada Eucaristía estaba en ellos el Dios que venció al mundo, al Demonio y a la carne, es que los santos no encontraron obstáculo alguno en esta vida hacia la santidad y si los encontraron, los superaron con toda facilidad. Esto es así porque Jesús lo dijo en el Evangelio: “Sin Mí, nada podéis hacer”. Es decir, sin la Eucaristía, nada podemos hacer, ni siquiera respirar; con la Eucaristía, todo lo podemos, porque nos alimentamos con la substancia divina del Dios que es Omnipotencia y Amor infinitos. Por esta razón, San Vicente de Paúl decía a sus misioneros: “Cuando habéis recibido a Jesús, ¿puede haber un sacrificio imposible para vosotros?”. Y San Vicente Ferrer, en los dos años que sufrió la cárcel como perseguido, “sobreabundó de gozo en todas las tribulaciones” (2 Cor 7, 4) porque consiguió celebrar todos los días la Santa Misa en medio de los cepos, las cadenas y la oscuridad de la cárcel. De nuevo, sin la Eucaristía, no podemos nada; con la Eucaristía, no solo vencemos las tribulaciones y angustias de esta vida, por grandes que sean, sino que conseguimos algo que ni siquiera podemos imaginar: el Reino de los cielos. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que la Hostia consagrada sea nuestro alimento en el peregrinar hacia la Jerusalén celestial!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.


[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 75.
[2] Cit. en Manelli, o. c.

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