martes, 19 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación y desagravio por profanación eucarística en Guanajuato, México 160319


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Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación y desagravio por la profanación eucarística ocurrida en una parroquia de Guanajuato, México. En el siguiente enlace se puede recabar más  información acerca del lamentable suceso:


         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

El ser un ser humano tiene sus desventajas: el hombre sufre vida breve, necesidades extremas, enfermedades agudas y crónicas, dolores intensos, trabajos continuos, tribulaciones, enfermedad, muerte, todo lo cual no tiene el ángel. Sin embargo, el hombre, en medio de sus dolores y padecimientos, tiene un consuelo que no lo tiene el ángel: ¡Dios se hizo hombre, sin dejar de ser Dios y no se hizo ángel![1] Es decir, a pesar de todas las miserias que debe el hombre soportar en esta tierra, tiene el consuelo que no tienen los ángeles: ¡Dios se hizo hermano de los hombres y no hermano de los ángeles! ¡Y además por la gracia, está llamado a ser Dios por participación, lo cual es un honor y una honra infinitamente más grandes que el ser simplemente ángeles!¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que las tribulaciones y penurias de esta vida no nos quiten la alegría de saber que Dios se ha hecho hombre para que nosotros, hombres, nos hagamos Dios por participación por la gracia!

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Teniendo nosotros los hombres una honra tan grande y tan inmensamente maravillosa, como es la de ser hijos adoptivos de Dios Padre por la gracia y la de ser hermanos del Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre, sería para nosotros una gran desdicha si buscáramos honras y placeres mundanos[2]. Desde el momento en que nos inclináramos, siquiera levemente, para adquirir dicha y placeres mundanos, olvidando el don inapreciable de la gracia que nos hace hijos de Dios y hermanos de Cristo, nos haríamos inmensamente infelices, merecedores de las peores condenas y desdichas. No hay otra cosa más grande que el ser Dios y eso lo somos por participación, por la gracia y no hay mayor honra y dicha y gloria para el hombre que el ser Dios por participación, por la gracia. La ambición de cosas terrenas o de cualquier cosa que no sea la gracia de Dios, solo puede atraer grandes desgracias sobre nosotros, los hombres. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, no permitas que ofendamos a tu Hijo Jesús prefiriendo los nauseabundos placeres del mundo, antes que las dulzuras de la gracia divina!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

No afrentemos a Cristo, teniendo con Cabeza tan santa, deseos bajos e impropios de los hijos de Dios. Si Él nos ha honrado más que a los ángeles –infinitamente más que a ellos- no lo afrentemos viviendo como demonios, como hombres de baja calaña, que buscan lo más bajo del mundo, despreciando la nobleza inigualable de la gracia[3]. Al respecto, así dijo Galfrido: “Después que Dios tomó ser hombre, es cosa muy digna y puesta en razón que el hombre sepa a Dios; que todas sus obras, sus palabras, sus pensamientos, tengan siempre algo de temor y amor divinos”. Por lo tanto, como dice un autor[4], “no afrentemos a Cristo viviendo contrarios a Cristo; que no se diga de nosotros, los hombres, llamados a ser Dios por participación por la gracia, que vivimos como las bestias, guiados por la pasión y no por la razón iluminada por la gracia. Que no se diga de uno, que es del linaje de Cristo y que, habiendo sido liberado por Él de las garras del demonio, voluntariamente se ha ido a poner en el cepo del ángel caído. Debido a que somos más honrados que los ángeles, estamos obligados por esta altísima participación de Dios y honra que recibió toda nuestra naturaleza, a no ser otra cosa menos que Dios.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Dice así San Juan Crisóstomo[5]: “Reverenciemos esta nuestra cabeza; pensemos atentamente cuyos somos y de cuan respetable cabeza somos cuerpo, a cuyo imperio toda creatura está sujeta. Verdaderamente que es muy justo que nos esmeremos en mostrarnos mejores que los ángeles, ¿qué digo mejores?, sino mucho más excelentes que los mismos arcángeles, como los que hemos alcanzado sobre ellos la primacía de tan grande honra; porque no tomó Dios la naturaleza angélica, como dijo San Pablo escribiendo a los Hebreos, sino el linaje de Abraham. No a un principado, no a una potestad ni naturaleza angélica, sino nuestra naturaleza tomó y reparó y la hizo asentar en su solio sublime: ¿qué digo hizo asentar? Aquella preciosa púrpura de su carne, no sólo la adornó comoquiera, sino que a sus pies puso todas las cosas”.

 Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El mismo autor continúa[6]: “Ruego, pues, que reverenciemos este legítimo parentesco que nuestra carne ha contraído con Cristo. Temamos no sea alguno de nosotros cortado de su cuerpo; no caiga alguno, ni se vea alguien indigno de tan grande Cabeza. Si alguno de nosotros se pusiera una diadema en la suya y una preciosísima corona de oro, ¿qué no hiciéramos para parecer dignos de aquellas piedras preciosas, aunque muertas y sin alma? Pues ahora que no nos han puesto en la cabeza diadema alguna, sino lo que es más excelente, Cristo es hecho nuestra Cabeza, ¿por qué no hacemos caso de ella? Los ángeles la reverencian con toda honra, los arcángeles y todos los poderíos del cielo; y nosotros, siendo Cuerpo de esta Cabeza, ¿por qué, ni por esta gracia, ni por otra cosa la reverenciamos? ¿Qué esperanza nos queda de alcanzar nuestra salvación? Acuérdate de aquel solio Real; trae a la memoria aquella excelentísima gracia de la honra que te han hecho; porque sólo este pensamiento nos puede aterrar más que si nos pusieran el Infierno delante de los ojos. Piensa dentro de ti, junto a quién está aquesta tu Cabeza y esto sólo bastará para estimularte a toda obra de piedad y virtud, pues tu Cabeza está la más cercana cosa a Dios, al lado derecho del Padre, asentada y entronizada sobre todas los principados, potestades y virtudes”. Hasta aquí San Juan Crisóstomo, quien nos declara que hemos de hacer el haberse Dios unido a nuestra naturaleza, para que así participase todo el linaje humano de la honra de su divinidad.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 94.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 95.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 95.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 95.
[5] Homil. 5 in epist. ad Ephes., in Moral.
[6] Cfr. ibidem.

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