martes, 12 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por robo sacrílego de Hostias consagradas en Sanchinarro, España 090319



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación del Santísimo y el robo sacrílego de Hostias consagradas en la parroquia de Sanchinarro, España. La información relativa al sacrílego robo se encuentra en el siguiente enlace:


En la información se narra así lo sucedido: “En la noche del sábado 9 al domingo 10 entraron en nuestra parroquia para robar y además de los destrozos habituales, consiguieron echar abajo la estructura que soporta al sagrario y reventaron la puerta del mismo. Para robar el copón tiraron al suelo las formas consagradas y lo peor es que se llevaron la cajita con el viril de la custodia (…) Agradecemos las oraciones para desagraviar a nuestro Señor”. Nos unimos al pedido de oración y desagravio del párroco, al tiempo que pedimos por la conversión de quienes cometieron tan horrendo ultraje a Jesús Eucaristía.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Los santos constituyen, para nosotros, inestimables ejemplos de amor a la gracia[1]. Así, por ejemplo, el Apóstol San Pablo, de quien decía San Agustín: “Él corre (para alcanzar más gracia, N. del R.) y tú te estás mano sobre mano! Él dice que aún no es perfecto, ¡y tú te glorías de la perfección! Confundidos sean los que te dicen: “¡Ea, qué bueno está, bueno está!”. Y tú seas confundido entre ellos, porque también te dices: “¡Bueno está, bueno está!”. ¿Cómo puede estar bueno, si lo que tienes es poco y lo que debes tener es mucho y lo que puedes alcanzar infinito? No para Dios de enriquecernos con su gracia hasta que nosotros no paramos. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca nos demos por satisfechos en el trabajo de alcanzar, conservar e incrementar la gracia santificante!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Con respecto al deseo de la gracia, continúa San Agustín[2]: “Acuérdate de la mujer de Loth, que en el mismo camino, ya libre de Sodoma, miró atrás y al mismo instante en que volvió los ojos se quedó allí hecha estatua de sal, para que te sazonara a ti, porque para ejemplo tuyo se te dio, para que tengas corazón y no te quedes detenido en el camino. Atiende a la que se paró y tú pasa adelante; atiende a la que volvió los ojos y tú alarga el paso y extiéndete a lo que te falta por andar adelante, como lo hacía San Pablo”. No seamos como la mujer de Loth y recordando las palabras del Señor –“El que pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios”-, no solo no volvamos ni por un segundo nuestros ojos hacia atrás sino que, enfocando la vista del alma en Jesús Eucaristía, nos dirijamos, con todas las fuerzas de nuestras almas, hacia Él, Presente en la Eucaristía, para adorarlo en esta vida y continuar luego adorándolo por la eternidad.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Afirma un autor[3] que el Apóstol Pablo nos dio verdadero ejemplo de cómo debe el alma esforzarse por la gracia. En efecto, habiendo sido él justificado de manera milagrosa; habiendo sido enriquecido de colmadísima gracia; habiendo sido arrebatado al tercer cielo; habiendo padecido tantos trabajos, tribulaciones y penitencias, así y todo, se olvidaba de todo y ponía los ojos en lo que le quedaba. De la misma manera nosotros y mucho más todavía, que ni a los talones le llegamos a tan grande Apóstol en cuanto a gracia se refiere, no debemos nunca darnos por satisfechos en el trabajo de conseguir y acrecentar la gracia y nunca debemos decir, en cuanto a gracia se refiere, que ya hemos hecho todo o que ya lo hemos dado todo, porque en ese mismo instante nos sucederá lo que a la mujer de Loth, quedándonos petrificados en nuestra vida espiritual.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El deseo actual de la gracia debe ser, para el alma, cuanto menos, igual o mayor al deseo con el cual se entregaba antes a la perdición[4]. En efecto, el Apóstol[5] dice: “Cosa muy humana y hacedera odio, por la flaqueza de vuestra carne: que así como entregasteis vuestros miembros a que sirviesen a la inmundicia para la maldad -esto es, de una maldad en otra-, así también ahora los entreguéis a que sirvan a la justicia para la santificación” –esto es, para que os santifiquéis cada día más-. Comentando este pasaje, Orígenes afirma que el Apóstol avergüenza con estas palabras “a los que le oyen, para que por lo menos hagan a la justicia aquel servicio que antes hicieron a la maldad”. ¡Concédenos, Nuestra Señora de la Eucaristía, un impulso a la gracia basado en el amor, para que no solo nos despeguemos de lo bajo y terreno de esta vida, sino para que tendamos con todas nuestras fuerzas a la unión con tu Hijo Jesús que la gracia nos obtiene!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si no podemos igualar ni imitar en obras a los santos, al menos los imitemos e igualemos en el deseo insaciable de santidad: que deseemos la gracia y la santidad con no menos ardor e intensidad con que antes deseábamos el pecado y nuestra perdición; que el alma en este ardiente deseo de Dios se equipare al menos al avaro en relación al dinero. En relación al amor al dinero y al amor que debiéramos tener a la gracia, dice así San Isidoro el griego[6]: “El horrendo amor del dinero, como sea así que no nos le haya dado naturaleza, sino que venga de fuera como peregrino, nunca se envejece; por afrente tiene verse harto; no sabe qué es alegría; no sufre topar con fin; antes cada día está más vigoroso, más fuerte y valiente y procura ser más vehemente; no sólo traba guerra con los otros afectos, sino que va también contra sí mismo y forcejea con sumo estudio el superarse”. Esto es lo que nos dice San Isidoro, por lo cual debería darnos vergüenza que tanto amor tengamos al dinero o a las cosas de la tierra y tan poca estima, amor y deseo a la gracia. Lo que el santo nos quiere decir, en definitiva, es que con el mismo –o mayor- ardor y deseo con que el avaro busca el dinero, así debemos nosotros ansiar y desear la gracia, pues su riqueza no tiene fin. Es decir, el deseo de la gracia debería tener, en nosotros, la constancia, la insaciabilidad, la vehemencia y la fogosidad que el avaro posee por el dinero y de tal manera que, afirmándose este deseo de la gracia en nuestros corazones, se plante allí de manera tan firme, que arrastre tras de sí todos los demás afectos del corazón. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, danos un deseo ardiente de la gracia que brota del Corazón traspasado de tu Hijo Jesús!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del Cielo”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 90.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 90.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 91.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 91.
[5] Rom. 6.
[6] Lib. 3, epist. 107.

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