domingo, 24 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por iglesias incendiadas en Francia 200319


Incendio en la iglesia de Saint-Sulpice de París

Iglesia de San Sulpicio en Francia, vandalizada y arrasada por el fuego.


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los ataques vandálicos sufridos por una docena de iglesias en Francia en Marzo de 2019. La información pertinente a tan lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Muchos hombres desean honores, fama, riquezas, bienes terrenos y viven y se desviven por ellos, haciendo lo que está a su alcance –no siempre de forma lícita- para conseguirlos. Muchos hombres desean el aplauso del mundo, la honra que los hombres se dan mutuamente entre sí; desean ser estimados, tenidos en cuenta, y que todos hablen de ellos. También estos hacen lo que está a su alcance para conseguir los aplausos humanos y no siempre lo que hacen o el medio por el que lo consiguen, es lícito. Si estos hombres meditaran un poco, se darían cuenta, por un lado, de lo caduco e inútil que es lo que desean; por otro lado, se darían cuenta que la Iglesia, por medio de la gracia, les concede un bien espiritual infinitamente mayor que los que ellos buscan y que les provoca una satisfacción y una paz espiritual que aquellos no pueden nunca proporcionar.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Como afirma un autor[1], quien está en gracia posee en sí al Espíritu Santo y con este tan ilustrísimo huésped, ¿quién, en su sano juicio, desearía alguna otra cosa que no sea sólo tenerlo a Él, que es el Amor de Dios? Y si algún hombre no está en gracia, sólo tiene que ponerse a considerar cuán fácil ha dispuesto Dios las cosas para que el Divino Amor haga de cada corazón un nido en donde vaya a reposar la Dulce Paloma del Espíritu Santo: sólo hace falta la gracia de la contrición y una buena confesión sacramental, y el corazón se ve convertido en un nido viviente en donde el Espíritu Santo va a hacer su nido, así como las palomas hacen sus nidos en los tejados. ¡Oh, cuánta vanidad en el mundo, cuánta vanidad de vanidades, que hacen que el Divino Amor no sólo no sea amado, sino ignorado y despreciado e intercambiado por bienes terrenos que son polvo y nada en su comparación!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Quien está en gracia y posee en sí al Espíritu Santo, dicen los más renombrados autores, debe procurar a este Divino Huésped agraderle y para ello no son necesarias ni cosas lujosas ni acciones extraordinarias: bastan pensamientos puros, deseos santos y obras de misericordia y este Huésped Divino ya se da por satisfecho. Esto, sumado a un horror y una detestación del pecado, bastan para que el Amor de Dios permanezca en el alma del agraciado, sin querer salir de allí, tomando a esa alma como propiedad suya y haciendo que el alma lo tome a Él, el Amor de Dios, como algo de su propiedad.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Quien está en gracia y por lo tanto posee en sí al Espíritu Santo, ¿no habrá de dedicarle, al menos unos minutos por día, para contemplarlo, para elevarle unas oraciones de adoración y alabanza, para declararle su acción de gracias por haberlo elegido para ser su hospedero y para amarlo como Él se merece, es decir, con todas las fuerzas de las que se es capaz?[2] ¿Podría alguien, teniendo a tan Ilustre Huésped, el Espíritu Santo, dejar pasar todo un día, sin dedicarle siquiera una mirada, una contemplación, una jaculatoria de amor, adoración y agradecimiento? ¿Podría alguien que aloja en su corazón al Amor de Dios, hacer alguna obra que no sea del agrado del Amor de Dios, sino obras contrarias al Él? ¿No se comportaría acaso como un mal hospedero, como un desconsiderado para con su Huésped de honor, dándole un trato que no corresponde a su divina dignidad? ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca pasemos por alto la Presencia en el alma de tan Hermoso Huésped y procuremos su contento no unos minutos ni una hora, sino todo el día, todos los días, para que este Huésped que es el Amor de Dios, permanezca siempre en nuestros corazones!

         Silencio para meditar.  

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Si son los santos quienes nos dan ejemplo de cómo tratar a tan Sublime Huésped, lo es mucho más la Santísima Virgen María, cuya alma, cuerpo y corazón estuvieron llenos del Espíritu Santo desde su misma concepción Inmaculada. Por eso mismo, imitemos en su trato a la Madre de Dios; imitémosla en el cuidado que Ella tuvo en cuidar y servir no solo a su Hijo, sino al Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Los ojos, el alma, el corazón y todo su ser estaban permanentemente postrados ante su Divina Presencia, adorándolo día y noche y amando a Dios Trino con el mismo Amor con el que se aman el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Parafraseando a San Epifanio[3], digamos así: “¡Oh alma, que tienes en ti al Espíritu Santo, al Dios al que no pueden contener los cielos; al Dios que es la luz eterna: si te conocieras, cómo te estimarías, cómo procurarías adornar tu vida, más limpia que los cielos, más pura que los ángeles y más ardiente que los serafines!”.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 106.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 105.
[3] In Serm. De V. Jaud.

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