sábado, 30 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por robo de Hostias consagradas en Nimes Francia 210319


Iglesias profanadas en Francia

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la oleada de profanaciones ocurrida en Francia en templos católicos el mes de marzo de 2019. De modo particular, en una de estas profanaciones, en el templo de Nuestra Señora de los Niños (Notre Dame de les enfants) en Nimes, un grupo de desconocidos “pintaron en su interior una cruz con excrementos humanos, saquearon el altar, destrozaron el Sagrario y robaron las hostias consagradas”. La información relativa a tan lamentables sucesos se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Un camino excelente para apreciar el valor infinito de la gracia es contemplar lo que Dios Trino hizo para adquirirla para nosotros[1]. Dios Padre pidió a Dios Hijo que se encarnase por obra de Dios Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre: he aquí una primera acción de Dios, que deja el trono de los cielos y no repara en los sublimes espíritus angelicales, para encarnarse en ese cielo en la tierra, en donde inhabitaba el Espíritu Santo, el seno virginal de la Madre de Dios. Ya la sola obra de la Encarnación, el hecho más grandioso jamás ocurrido en la historia de la humanidad, es un evento grandioso, realizado por Dios para conseguirnos la gracia, que merece toda nuestra admiración, nuestro asombro, nuestra honra, nuestro amor y nuestra adoración. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros, para que siempre demostremos nuestro amor y agradecimiento a tu Hijo Jesús por habernos conseguido la gracia santificante!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

¿Qué no hizo Dios para darnos la gracia? ¿Qué no dejó de hacer, para conseguirnos la gracia? No contento con humillarse por nosotros en la Encarnación, aunque si bien es cierto que esta humillación estuvo atenuada porque bajó del cielo del seno del Padre al cielo en la tierra que es el seno de la Virgen Madre, pero no por eso deja de ser humillación, el Verbo del Padre asumió en su Persona divina a nuestra naturaleza humana, siendo así como si un rey majestuoso asumiera la figura de un pordiosero. Es decir, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre y ocultó, por un milagro de su omnipotencia, la gloria con la que debía aparecer ante nuestros ojos, la misma gloria de la Epifanía y del Tabor, para poder sufrir la Pasión, porque si tenía su cuerpo glorificado, como le corresponde en la realidad, no podría haber sufrido la Pasión. Es decir, además de encarnarse, ocultó su gloria visible, para poder sufrir por nosotros la Pasión y Muerte en Cruz y así darnos la gracia.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

¿Qué de trabajos no evitó Dios encarnado para darnos la gracia?[2] Habiéndose hecho hombre sin dejar de ser Dios –para que nosotros, por la gracia, nos hiciéramos Dios por participación-, el Verbo Encarnado creció como niño, sujeto a una madre y un padre amorosísimos, pero también sufrió por nosotros la amenaza de muerte de Herodes, apenas nacido, con lo cual hubo de padecer también por nuestra salvación el exilio, para evitar la muerte que el rey Herodes quería propinarle, por envidia y por temor a ser desplazado en su reyecía. Así, incluso recién nacido, y siendo todavía Niño pequeño, el Verbo de Dios encarnado hubo de sufrir amenazas de muerte, exilio, pobreza y toda clase de privaciones, todo para conseguirnos la gracia. ¿No merece acaso todo nuestro reconocimiento, nuestra admiración, nuestra adoración y nuestro amor, en el tiempo y en la eternidad? ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, enséñanos a amar y adorar a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, para así poder agradecerle continuamente el don de la gracia!

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ya siendo hombre joven, hubo de dejar la casa paterna y despedirse, con todo el dolor del alma, de su Madre amantísima, porque debía comenzar su prédica pública y porque debía comenzar la etapa final de su misterio pascual de muerte y resurrección y es así que, con lágrimas en los ojos y con su Corazón Sagrado inmerso en el dolor, para conseguirnos la gracia, el Verbo de Dios encarnado abrazó a su Madre Santísima por última vez en la puerta de su casa en Nazareth y emprendió el viaje que lo llevaría a la Santa Cruz y a los Cielos, y todo para conseguirnos la gracia. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que unidos a ti en tu adoración continua al Santísimo Sacramento del altar, adoremos en espíritu y en verdad a tu Hijo Jesús en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Habiendo emprendido el camino de la predicación de la Buena Nueva, el Verbo de Dios hecho hombre hubo de sufrir trabajos, penas, sudores, cansancio[3], como si fuera un hombre más, aunque no lo era, y todo lo hizo teniendo en la mente y en el corazón un solo pensamiento, nuestro nombre particular y un solo deseo, darnos la gracia. Llegada la Hora de la Pasión, el Verbo de Dios se internó en el peligroso desierto para ayunar por cuarenta horas y enfrentar y derrotar al maligno en sus tentaciones, para darnos ejemplo; cuando comenzó su Pasión, recibió más de cinco mil azotes, que dejaron su Cuerpo convertido en una llaga viviente; fue coronado por burla con una corona de espinas; sufrió el dolor inenarrable de la crucifixión de manos y pies; sufrió la humillación de estar crucificado; sufrió hambre y sed en medio de sus tormentos en la Cruz; sufrió el abandono de sus discípulos, incluido el abandono aparente de su Padre, que lo llevó a exclamar “¿Por qué me has abandonado?”, aunque todos estos abandonos y sufrimientos estuvieron, de alguna manera, compensados por la Única que no lo abandonó, la Virgen Santísima, que al pie de la Cruz se convirtió en Nuestra Señora de los Dolores. Sufrió insultos estando en la Cruz y sufrió una agonía de tres horas, hasta que finalmente, consumada la Pasión y nuestra Redención, entregó con un grito su espíritu al Padre. Incluso después de muerto, su Cuerpo sufrió un último ultraje, al ser atravesado su Corazón por la lanza del costado romano, siendo su respuesta a este ultraje, como Dios misericordioso que es, el derramar sobre nuestras almas el océano infinito de su Amor Misericordioso, por medio del Agua y la Sangre que brotaron de su Corazón traspasado. Todo esto y más, mucho más, sufrió el Redentor para darnos la gracia santificante. ¿No hemos de agradecerle postrándonos ante su Presencia Eucarística, adorándolo en espíritu y en verdad y dándole gracias y amándolo, en el tiempo y en la eternidad?

 Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 108.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 109.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 109.

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