viernes, 8 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por decapitación de imagen de la Virgen de Lourdes en Francia 080319



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje cometido contra una imagen de Nuestra Señora de Lourdes, que fue decapitada en Francia en el mes de marzo de 2019. El informe relativo a tan lamentable profanación de una imagen sagrada de la Virgen se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Cuando el Rey David engrandece la generación eterna en que el Padre le comunicó al Hijo toda su substancia con sus perfecciones y atributos divinos, haciéndolo partícipe del Ser y de la Naturaleza divina, no hace mención a las innumerables perfecciones y atributos, sino que sólo menciona la santidad, poniendo en palabras del Padre Eterno aquello que dice a su Hijo: “Con resplandores de santidad te engendré de mis entrañas antes del lucero”[1]. En otras traducciones, se lee: “Entre resplandores de santidad te engendré” y esto porque la santidad es el más glorioso de los nombres divinos, ya que trasciende a todos los atributos de Dios. Ahora bien, considerando que el día de nuestro bautismo también nosotros fuimos engendrados “entre esplendores de santidad”, porque por la gracia bautismal se nos concedió la participación en la filiación divina del Hijo de Dios, ¿no deberíamos caer de rodillas en acción de gracias por tan grande amor demostrado por el Padre Eterno para con nosotros, al engendrarnos como hijos adoptivos suyos “entre resplandores de santidad”?

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La grandeza y magnificencia de la gracia es algo que no puede expresarse en el lenguaje humano, por cuanto lo que comunica al hombre es lo más grande que hay en Dios y es su santidad. Esta santidad es en Dios “corona de su cabeza y la gloria que no ha dado a naturaleza alguna que la participe quedándose en su estado”[2]. Es decir, Dios hizo partícipes de sus perfecciones y atributos divinos a las naturalezas que no son Dios, pero no las hizo partícipes de su divinidad. Por ejemplo, hizo partícipes de su vida a toda naturaleza que tiene vida; hizo partícipes de su inteligencia a las naturalezas angélica y humana, que tienen inteligencia así de Él participada; hizo partícipes de su poder, como por ejemplo a los fuertes; a los doctos, de su sabiduría. Todos estos atributos están participados en las cosas naturales y por razón de su esencia; sin embargo, no hay ninguna naturaleza que tenga, por naturaleza, participada la santidad[3]. Si los ángeles y los hombres bienaventurados son santos, es porque recibieron participada la santidad, por medio de la gracia, al momento de ser creados, los ángeles, y en el momento de ser bautizados, los hombres, pero ninguno la recibió por su propia naturaleza. Postrémonos entonces en acción de gracias y adoración a Dios Uno y Trino por habernos hechos partícipes de su santidad por medio de la gracia santificante.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por la gracia el alma se hace partícipe de la más grande excelencia de todas las grandes excelencias en Dios y es la santidad. A esta excelsitud de Dios es a lo que se refería Nuestro Señor Jesucristo cuando dijo que “ninguno era bueno sino solo Dios”[4], debido a que solo a Dios le compete, por naturaleza, tener la bondad y la santidad divinas. En cuanto a las otras creaturas, sean ángeles u hombres, aun cuando se considere a los más altos serafines y a los santos de más alta santidad, la santidad no les corresponde por naturaleza: si son santos, es porque esta santidad les ha sido participada desde lo alto, como un don concedido gratuitamente, pero no porque les perteneciera por naturaleza. Las creaturas –como los ángeles y los hombres- son espirituales por naturaleza; son vivientes por naturaleza; son intelectivos por naturaleza; pero ninguno es santo por naturaleza[5]. Sólo Dios es, por naturaleza, santo y de tal magnitud, que es la Santidad Increada en sí misma, de manera que nada ni nadie es santo si no es hecho partícipe de la santidad divina. Agradezcamos, postrados ante el sagrario, al Dios de la Eucaristía, el don inconmensurable de haber sido hechos santos por participación, por medio de la gracia divina.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Afirma un autor[6] que los serafines, que son las creaturas más excelentes del mundo, no podían salir de su asombro al contemplar la santidad divina y, en el colmo de su admiración, no podían decir otra cosa que repetir incesantemente: “Santo, Santo, Santo”. Los serafines, dice San Basilio, se estremecían por el solo hecho de tomar en sus bocas el nombre de “Santo” y de considerar que sólo a Dios le pertenece el ser Santo por naturaleza. Por esta razón, por estar estremecidos de admiración, de amor y de adoración, es que los serafines se cubrían con sus alas sus rostros. Si esto sucede con los serafines, que se estremecían al contemplar al Dios tres veces Santo, ¿qué debería suceder con nosotros, que lo contemplamos no con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma, a este Dios tres veces Santo, en la Eucaristía y que no sólo lo contemplamos, sino que por la gracia lo recibimos en nuestros corazones, que así se transforman en sagrarios vivientes? ¿No deberíamos acaso también nosotros, estremecernos de admiración, de amor y de adoración, y postrarnos ante el Dios del sagrario?

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los ángeles, como los serafines, clamaban extasiados y repetían sin cesar “Santo, Santo, Santo”, al contemplar la sublime excelsitud de la santidad divina. ¡Cuánto difiere esta actitud, de la actitud de los hombres pecadores, que no consideran en absoluto o tienen por poca cosa a la santidad divina! Y esto se ve cotidianamente, por cuanto los hombres pecadores prefieren otras cosas, antes que la santidad de Dios Tres veces Santo[7]. En efecto, la santidad divina es despreciada y ultrajada cada vez que el hombre pecador elige y tiene por más estima aquello que más contraría a la santidad divina, como lo es el pecado. El hombre que obra así, obra como ciego y como si no tuviera razón, pues la razón es obnubilada por el pecado y la pasión. Pero no solo el pecado debe ser desechado y menospreciado en favor de la gracia: cualquier cosa buena, incluso aquellas consideradas buenas y excelentes por los hombres, porque son buenas y excelentes por naturaleza, debe ser considerado igual a la nada, cuando se la compara con la santidad divina y también con la gracia, que es la que permite acceder, por participación, a esta gracia divina. El hombre sensato, el hombre que quiere agradar a Dios, debe estimar, por encima de todo lo estimable, a la santidad de Dios y a su gracia, puesto que la gracia es preciosa por encima de todo lo precioso, desde el momento en que por ella el hombre, creatura pecadora, que es nada más pecado, se ve no solo libre del pecado, sino que se ve elevado a una excelencia que jamás podría ni siquiera haber soñado y es el participar de la santidad divina. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que apreciemos el don inestimable de la gracia divina, que nos hace ser santos, al darnos la participación en la santidad de Dios tres veces Santo!

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.

        


[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 77.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[4] Cfr. Mc 10, 18.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c., 78.
[6] Cfr. Nieremberg, o. c., 78.
[7] Cfr. Nieremberg, o. c., 79.

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