Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la ola de ataques sufridos
por la Iglesia en Alemania, unos treinta en dos meses. La información completa
acerca de este lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Oh Buen Jesús, yo creo firmemente”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Entre los seres humanos, cuando alguien quiere ser verdadero
amigo de un hombre que es poderoso, se expone a correr muchos riesgos, puesto
que estos hombres, aunque en sí pueden ser buenos, están rodeados por lo general de un ambiente de intriga, de
traición, de delación y es así que para alcanzar su amistad, se deben correr
muchos riesgos[1].
No sucede así con Dios, que es Rey de reyes y Señor de señores, pues no es
necesario que vayamos en busca de su amistad, desde el momento en que Él mismo
nos la concede gratuitamente, aun antes de que nosotros se la pidamos, al
llamarnos “amigos y no siervos” en la Última Cena.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
El corazón humano, afirma un autor[2],
no puede aspirar a otra cosa ni hay cosa alguna que le dé tamaña felicidad, que
el ser amigo de Dios. Esto, en efecto, constituye una dicha inimaginable y una
dignidad incomparable, el tener a Dios por amigo y esto, pudiéndolo alcanzar
sin riesgos ni los peligros ni los trabajos que se dan entre las relaciones
humanas. Es decir, la amistad con Dios está, para el hombre, al alcance de su
mano, por así decirlo: sólo basta que el hombre, despojándose del hombre nuevo
por la gracia, acepte la mano que el Creador le tiende para concederle su
amistad. Con sólo hacer esto, el hombre se verá colmado con la dicha más grande
que puede haber en esta vida y en la otra, el tener a Dios Uno y Trino por amigo.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Con relación al tema de la amistad, dijo San Agustín[3] a
un compañero: “Ruégote que me digas adónde desearás llegar con todos estos
trabajos: ¿qué buscamos? ¿Qué es por lo que militamos? ¿Pueden llegar nuestras
esperanzas en palacio a más que ser amigos del emperador? Pues en esto, ¿qué
estabilidad hay? Todo está lleno de peligros, ¿y por cuántos peligros se llega
a este peligro mayor? ¿Y cuándo será ello? Pero si quiero ser amigo de Dios, al
momento lo seré”. Es decir, si entre los hombres, al querer alcanzar una
amistad buena de alguien poderoso, se corren peligros verdaderos, no ocurre lo
mismo con Dios, que es infinitamente más poderoso que el más poderoso de los
hombres y que, sin merecerlo nosotros, nos llama “amigos” y no “siervos”.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Entre los hombres, aun entre los mejores amigos, puede
suceder en algún momento que, por alguna circunstancia, falte el apoyo de un
buen amigo, aunque éste luego lo compense de otras formas. Sin embargo, esto no
sucede con Dios: “De parte de Dios -afirma un autor[4]-
no falta nunca la amistad”, porque Él es el “Amigo fiel que nunca falla”,
aunque nosotros le fallemos y es Él quien se ha encarnado, ha pasado por toda
clase de padecimientos, hasta morir en cruz y luego, no conforme con esto, a
pesar de Ascender al cielo, se ha quedado entre nosotros y se quedará, hasta el
fin del mundo, en la Eucaristía, sólo para darnos nuestra amistad. Dios jamás
rompe su amistad con nosotros: somos nosotros los que, con el pecado, rompemos
nuestra amistad con Dios. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ayúdanos para que,
si nos sucede la desgracia de quebrantar nuestra amistad con Dios por el
pecado, la recuperemos prontamente por el Sacramento de la Confesión!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Si
Dios Uno y Trino se ha dignado a ser nuestro amigo, sin siquiera nosotros poder
imaginar que podríamos alcanzar tal galardón inmerecido, entonces “guardemos
las leyes de amigos, pues Dios las ha guardado; tengamos un mismo sentir y un
mismo querer, no negando nada a Dios, ni mirando en algo nuestro gusto, sino
sólo el divino, procurando ser en todo semejantes a nuestro amigo tan leal y
amable”[5]. Un
filósofo pagano, Aristóteles, afirmó que, para fundar una verdadera amistad,
los amigos tienen que ser semejantes, no sólo en costumbres, sino en virtudes. Entonces,
si Dios es Espíritu Purísimo, busquemos guardar la pureza de cuerpo y alma; si
Dios es Amor Perfectísimo, entonces busquemos amar a Dios, al prójimo y a
nosotros mismos, con un amor que sea lo más perfecto y puro posible y así con
todo. Otra cosa a tener en cuenta es que es de amigos el tener mucha
familiaridad, por lo que debemos asistir con asiduidad a la Adoración
Eucarística, en donde Dios nos declara su Amor por nosotros, debiendo nosotros
corresponder a esta declaración de Amor,
dándole todo el amor del que seamos capaces a Jesús Eucaristía.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo
por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 191.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 191.
[3] Confes., lib. 8, cap. 6.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 192.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 192.
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