Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de la imagen
de Nuestra Señora de Czestochowa por parte de una activista LGTBI, la cual
pintó las aureolas de la Virgen y del Niño Dios con los colores del arco iris. La
información completa sobre tan lamentable suceso se encuentra en el siguiente
enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Sucede
entre los seres humanos que, cuando se quieren realizar grandes obras, ya sea
de arquitectura, de ingeniería, o de cualquier arte o ciencia, se necesita el
concurso de innumerables y afamados hombres expertos en tales temas; además, se
necesitan ingentes sumas de dinero, como así también el esfuerzo de centenares
y de miles de hombres. Sin embargo, Dios, para realizar la obra más grande que
jamás pueda haber realizado, que supera en grandeza y magnificencia a la creación
del universo visible e invisible, esto es, la Santa Misa, no necesita más que
un hombre –pecador-, el sacerdote ministerial, al cual hace partícipe de su
omnipotencia, concediéndole la facultad de realizar el Milagro de los milagros,
la Transubstanciación, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la
Sangre del Señor.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Para
la confección del Santísimo Sacramento del altar, la obra más grandiosa y
magnífica dentro de las obras grandiosas y magníficas de Dios, no es necesario,
como sucede para las grandes obras entre los humanos, ni innumerables hombres
de ciencia y de arte, ni que tampoco “trabajen ni suden” otros tantos
innumerables hombres. En efecto, para la realización del Santísimo Sacramento
del altar, la Sagrada Eucaristía, sólo necesita Dios de un hombre, frágil y
pecador, al cual le ha concedido ser partícipe en el Sacerdocio Sumo y Eterno
de Dios Hijo, Jesucristo, para poder llevarla a cabo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que la simpleza y facilidad con que
se confecciona la Eucaristía no nos prive de asombrarnos y maravillarnos acerca
del portento admirable que significa la Presencia real, verdadera y substancial
del Hombre-Dios en la Hostia consagrada!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Para
realizar la obra más grande que jamás puedan contemplar los cielos y la tierra,
la Eucaristía, Dios no necesita, además del sacerdote ministerial, más que de
unas cuantas pocas palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, para
obrar el prodigio más espectacular que pueda existir en cielos y tierra[1]. Si
un hombre pudiera resucitar muertos, o mover montañas, o desplazar al océano,
con su sola palabra, esto sería motivo de gran admiración. Si esto es así, ¿por
qué entonces no nos admiramos de algo que implica la puesta en acto de una
potencia que sólo puede pertenecer a Dios, como lo es la conversión del pan y
del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor?
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Para
quien comulga en estado de gracia, la comunión eucarística supone, ante todo,
un aumento de gracia habitual[2]. Esto
sucede en aquel que recibe el Santísimo Sacramento del altar dignamente, y se
traduce en un fortalecimiento del alma, en un refuerzo de todas las virtudes,
en la extinción de malos hábitos, en el aumento de la castidad y pureza del
cuerpo y también en un aumento de la pureza del alma, que es el fortalecimiento
en la fe verdaderamente católica en la Eucaristía, esto es, la Presencia en
Persona del Hijo de Dios en la Hostia consagrada.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
La
comunión en estado de gracia tiene también otro efecto, admirabilísimo y de
gran provecho para el alma, y es la unión del alma con Cristo, lo cual hace que
el alma no sólo sea un solo espíritu con el Espíritu de Dios, sino que “a la
misma carne la hace carne de Cristo, uniéndola a la carne del mismo Cristo y
dicen los Padres que esto se hace de tal manera que es una unión real, por lo
que se hacen una carne –el alma que comulga y Cristo- y es la razón por la
cual, por ser la carne del que comulga una con la de Cristo, habrá de resucitar
y habrá de revestirse con los dotes de la misma gloria de Cristo y esto aun
cuando todos los demás hombres no resucitasen”[3]. Es
decir, mientras que con los alimentos terrenos éstos se convierten en el
organismo del que los consume, con el alimento celestial, la Sagrada
Eucaristía, sucede que es la Eucaristía la que convierte en sí al que la
consume. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que siempre nos postremos en acción de gracias por tan inmenso don,
la Eucaristía, que nos convierte en Cristo cuando comulgamos en gracia!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “El Ángel vino de los cielos”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 178.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 179.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 179.
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