martes, 11 de junio de 2019

Hora Santa en reparación por decapitación de imagen de la Virgen en Mar del Plata, Argentina 110619



Imagen decapitada de la Virgen Santísima en su advocación de la Inmaculada Concepción.
Ocurrió en la iglesia San Benito del barrio Belisario Roldán de Mar del Plata. 
Además de destrozos y de la profanación de la imagen de la Virgen, los delincuentes robaron el equipo de música, ropa, alimentos, dos libros religiosos y ornamentación para misa.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la decapitación de una imagen de la Virgen en Mar del Plata, Argentina, el pasado mes de junio de 2019. La información relativa a tan lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Dios estima tanto la gracia en nuestras almas, que para que la obtengamos no ha dudado en enviar a la muerte en Cruz a su Hijo Unigénito[1]; no ha dudado en pedirle que sufra la Pasión y la muerte más ignominiosa, humillante y dolorosa que pueda  haber, la muerte en Cruz. Pero no sólo eso hace Dios para que vivamos en gracia: también realiza, en cada Santa Misa, el Milagro de los milagros, esto es, la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. No banalicemos el esfuerzo que Dios Trino hace por nuestro bien, y procuremos vivir en gracia y alimentarnos, cada vez que nos sea posible, con el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.

         Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         Afirma un autor[2] que, “por la Sangre de Jesús que se nos da en este Sacramento”, consideremos cómo estima Dios la vida de la gracia en nosotros, que por sustentarla ha hecho cosas tan maravillosas y obrado tantos prodigios, como lo es la Eucaristía –y continúa haciéndolo día a día, a lo largo y ancho de todo el orbe-, con el objetivo de que nosotros también estimemos la vida de la gracia y entendamos que, por conservarla, hemos de estar dispuestos, incluso, a dar la vida por ella. Es mejor perder la vida terrena por evitar una mala acción, un pecado, que perder la vida eterna por no hacerlo.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         Si Dios Uno y Trino se empeña en hacer obras tan grandes, día a día, obras entre las que se incluye la Obra más grande de Dios, obra que no puede ser superada ni por el mismo Dios, y es la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, ¿por qué entonces los hombres nos distraemos con tantas distracciones mundanas, al punto de preferir estas banalidades –cuando no verdaderos pecados- y no acudimos a postrarnos en acción de gracias y adoración por la Presencia sacramental del Hijo de Dios en la Eucaristía?

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

       Para no dejar caer en el vacío tanto esfuerzo y tantos prodigios que hace Dios Trinidad para que vivamos en gracia y para que nos alimentemos del Cuerpo y la Sangre del Cordero, es necesario que nos detengamos a contemplar la grandeza incomparable de la Eucaristía, alimento celestial por excelencia con el cual el alma es nutrida con la Carne del Cordero de Dios y es saciada en su sed de Dios por la Sangre de este Cordero[3], convertidos en tales luego de la transubstanciación, es decir, luego del prodigio por el cual, por las palabras de la consagración, se convierten las materias inertes del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús de Nazareth, el Hijo Unigénito de Dios encarnado para nuestra salvación.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

         Nunca estará de más meditar en este admirable prodigio: en cómo nuestras míseras almas son alimentadas con un manjar que deleita a los ángeles, la Sagrada Eucaristía. Y luego de meditar y ponderar las maravillas de este don, el Verdadero Maná bajado del cielo, al que tenemos acceso cuando queramos por el exceso de Amor de la Divina Misericordia, hagamos el propósito de no solo no perder nunca la gracia –sin la gracia no podemos acceder a este admirable Sacramento-, sino que procuremos acrecentarla con obras de misericordia y de evitar toda clase no ya de obras malas, sino de imperfecciones voluntarias. Hagamos el propósito, dice un autor[4], de siempre crecer en gracia, no haciendo obra que no sea de Dios y por Dios. Con relación a esta alimentación nuestra con el Pan Vivo bajado del cielo es que dice el Apóstol San Pedro que se nos da leche para que crezcamos –esto es, el Cuerpo y la Sangre del Señor- por ser la leche alimento más que propicio para no sólo sustentar la vida de las creaturas sino para hacerlas crecer sanas y robustas. San Cirilo y San Dionisio dicen[5]: “Como niños recién nacidos, apeteced la leche racional sin engaño”. Como hijos de Dios, debemos ser como niños, en la pureza y en la simplicidad y esta pureza y simplicidad nos la da la gracia, para que así podamos ser alimentados con el alimento del espíritu, el Santísimo Sacramento del altar. Como hijos de Dios, con la gracia en el alma y alimentados con el Alimento Santo y Puro, la Eucaristía, vivamos sin engaño y sin doblez, con toda simplicidad y veracidad, hasta que lleguemos a ser varones perfectos en la otra vida, en donde reinaremos por la eternidad, adorando al Cordero en los cielos.

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.

        


[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 182.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 182.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 183.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 183.
[5] Dion., De Eccl. Hier., cap. 5; Cyr., De Coena Dom.

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