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Imagen decapitada de la Virgen Santísima en su advocación de la Inmaculada Concepción.
Ocurrió en la iglesia San Benito del barrio Belisario Roldán de Mar del Plata.
Además de destrozos y de la profanación de la imagen de la Virgen, los delincuentes robaron el equipo de música, ropa, alimentos, dos libros religiosos y ornamentación para misa.
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la decapitación de una imagen
de la Virgen en Mar del Plata, Argentina, el pasado mes de junio de 2019. La información
relativa a tan lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cristianos, venid,
cristianos, llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Dios estima tanto la gracia en nuestras almas, que para que
la obtengamos no ha dudado en enviar a la muerte en Cruz a su Hijo Unigénito[1];
no ha dudado en pedirle que sufra la Pasión y la muerte más ignominiosa,
humillante y dolorosa que pueda haber,
la muerte en Cruz. Pero no sólo eso hace Dios para que vivamos en gracia: también
realiza, en cada Santa Misa, el Milagro de los milagros, esto es, la conversión
de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.
No banalicemos el esfuerzo que Dios Trino hace por nuestro bien, y procuremos
vivir en gracia y alimentarnos, cada vez que nos sea posible, con el Pan Vivo
bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Afirma un autor[2]
que, “por la Sangre de Jesús que se nos da en este Sacramento”, consideremos
cómo estima Dios la vida de la gracia en nosotros, que por sustentarla ha hecho
cosas tan maravillosas y obrado tantos prodigios, como lo es la Eucaristía –y continúa
haciéndolo día a día, a lo largo y ancho de todo el orbe-, con el objetivo de
que nosotros también estimemos la vida de la gracia y entendamos que, por
conservarla, hemos de estar dispuestos, incluso, a dar la vida por ella. Es mejor
perder la vida terrena por evitar una mala acción, un pecado, que perder la
vida eterna por no hacerlo.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Si Dios Uno y Trino se empeña en hacer obras tan grandes,
día a día, obras entre las que se incluye la Obra más grande de Dios, obra que
no puede ser superada ni por el mismo Dios, y es la conversión del pan y del
vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, ¿por qué entonces los
hombres nos distraemos con tantas distracciones mundanas, al punto de preferir estas
banalidades –cuando no verdaderos pecados- y no acudimos a postrarnos en acción
de gracias y adoración por la Presencia sacramental del Hijo de Dios en la
Eucaristía?
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Para no dejar caer en
el vacío tanto esfuerzo y tantos prodigios que hace Dios Trinidad para que
vivamos en gracia y para que nos alimentemos del Cuerpo y la Sangre del
Cordero, es necesario que nos detengamos a contemplar la grandeza incomparable
de la Eucaristía, alimento celestial por excelencia con el cual el alma es
nutrida con la Carne del Cordero de Dios y es saciada en su sed de Dios por la
Sangre de este Cordero[3],
convertidos en tales luego de la transubstanciación, es decir, luego del
prodigio por el cual, por las palabras de la consagración, se convierten las
materias inertes del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús de
Nazareth, el Hijo Unigénito de Dios encarnado para nuestra salvación.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Nunca estará de más meditar en este admirable prodigio: en
cómo nuestras míseras almas son alimentadas con un manjar que deleita a los
ángeles, la Sagrada Eucaristía. Y luego de meditar y ponderar las maravillas de
este don, el Verdadero Maná bajado del cielo, al que tenemos acceso cuando
queramos por el exceso de Amor de la Divina Misericordia, hagamos el propósito
de no solo no perder nunca la gracia –sin la gracia no podemos acceder a este
admirable Sacramento-, sino que procuremos acrecentarla con obras de
misericordia y de evitar toda clase no ya de obras malas, sino de
imperfecciones voluntarias. Hagamos el propósito, dice un autor[4],
de siempre crecer en gracia, no haciendo obra que no sea de Dios y por Dios.
Con relación a esta alimentación nuestra con el Pan Vivo bajado del cielo es
que dice el Apóstol San Pedro que se nos da leche para que crezcamos –esto es,
el Cuerpo y la Sangre del Señor- por ser la leche alimento más que propicio
para no sólo sustentar la vida de las creaturas sino para hacerlas crecer sanas
y robustas. San Cirilo y San Dionisio dicen[5]: “Como
niños recién nacidos, apeteced la leche racional sin engaño”. Como hijos de
Dios, debemos ser como niños, en la pureza y en la simplicidad y esta pureza y
simplicidad nos la da la gracia, para que así podamos ser alimentados con el
alimento del espíritu, el Santísimo Sacramento del altar. Como hijos de Dios,
con la gracia en el alma y alimentados con el Alimento Santo y Puro, la
Eucaristía, vivamos sin engaño y sin doblez, con toda simplicidad y veracidad,
hasta que lleguemos a ser varones perfectos en la otra vida, en donde
reinaremos por la eternidad, adorando al Cordero en los cielos.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo
por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 182.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 182.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 183.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 183.
[5] Dion., De Eccl. Hier., cap. 5; Cyr., De
Coena Dom.
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