miércoles, 12 de junio de 2019

Hora Santa en reparación por los ataques contra la Santa Cruz de Jesús 120619



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los ataques llevados a cabo contra la Santa Cruz de Jesús. Para ampliar sobre el tema, se pueden consultar los siguientes enlaces:



Canto inicial: “Oh, Buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Con respecto a la amistad, dice un proverbio: “Quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro”[1]. Precisamente, y dando la razón a este proverbio, sucede entre los seres humanos que hay personas que se consideran afortunadas cuando encuentran un amigo, porque un buen amigo es un verdadero tesoro espiritual para el alma. Ahora bien, si la amistad entre humanos es un hecho frecuente, a partir de Cristo, el hombre tiene acceso a la amistad con Dios. El mismo Cristo lo dice: “Ya no os llamo siervos, sino “amigos”. ¡Cuán afortunado es el hombre que encuentra en Cristo Eucaristía a su mejor amigo!

         Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         Reflexionando acerca del hecho de que en Cristo Dios se hace amigo del hombre, Santo Tomás[2] afirma: “Asómbrate de la suma dignación de Dios para contigo. Dios te ennobleció, ¡oh hombre!, constituyéndote señor de los animales irracionales que te son inferiores (pero) admírate hasta que mueras de puro asombro, que Aquel cuyo esclavo deberías ser, manda que seas su amigo”. Entonces, si debemos asombrarnos de que Dios nos hizo ser amos de los seres irracionales, ¡cuánto más debemos asombrarnos de que Él, siendo infinitamente superior a nosotros por su naturaleza divina, quiera ser nuestro amigo, nos llame “amigos” y nos trate como tales!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         Continúa Santo Tomás, en su reflexión sobre la amistad que Dios ofrece al hombre en su Hijo Unigénito, Jesús de Nazareth: “Ten, pues, cuidado de ser amigo de Aquel de quien eres amado y de ser esclavo de Aquel a quien estás tan obligado”. Es decir, Santo Tomás nos anima a que, ante la dignación que nos hace Dios de ser sus amigos, nosotros respondamos de nuestra parte, haciendo el esfuerzo de corresponder a tan grande muestra del Divino Amor y nos comportemos como amigos de Quien deberíamos ser en realidad esclavos. Estamos obligados por el Amor de Dios a ser amigos del Amor de Dios encarnado, Cristo Jesús.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

         Si la Sagrada Escritura –afirma un autor[3]- considera bienaventurado –feliz, dichoso, afortunado- a quien encuentra un buen amigo –“Bienaventurado es el que halla un amigo verdadero”[4]-, quien encuentre a Dios por amigo, ¿qué felicidad será la suya? Es decir, si el solo hecho de encontrar un buen amigo terreno, humano, es causa de felicidad para el hombre, ¿no será causa de felicidad inenarrable el encontrar a Dios por amigo? Dios nos sale al encuentro en Cristo Jesús, para no llamarnos más “siervos”, como nos corresponde, sino para llamarnos “amigos”, porque así de magnífico es el Amor de su Sagrado Corazón. Correspondamos al amor de amistad que Dios nos ofrece en Jesús, haciendo el firme propósito de vivir en gracia y de evitar cualquier cosa que pueda ofender a Dios, nuestro Amigo del alma.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

         Afirma un autor[5] que “es gran cosa tener a Dios por Padre adoptivo, pero tenerle por amigo, aún dice más grandeza y amor, porque según muchos filósofos, incluido Santo Tomás, anteponen el vínculo de amistad al de la sangre y parentesco. Por esto mismo, dicen algunos teólogos que tan grande puede ser el amor de amistad de un amigo, que incluso se lo deba amar más que a los propios padres”. Si esto es así entre los hombres, es decir, si a un amigo se lo puede llegar a amar más que a los propios progenitores, ¡con cuánta mayor razón debemos amar a Dios por sobre todas las cosas, habiéndonos Él adoptado como hijos y luego declararnos su Amor de amistad para con nosotros! No nos alcanzarán las eternidades de eternidades para dar gracias a Dios por tanto Amor Misericordioso demostrado para con nosotros, al habernos adoptado primero como hijos y luego darnos su Amor de amistad.

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

        


[1] Eclo 6, 17.
[2] 2, 2, q. 23, a. 1.
[3] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 185.
[4] Eclo 26.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 185.

No hay comentarios:

Publicar un comentario