viernes, 7 de junio de 2019

Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa 070619



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en acción de gracias por el don más admirable jamás dado a los hombres por Dios y el fundamento de su Iglesia Católica, el Santo Sacrificio del altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz.

Canto inicial: “Adorote devote, latens Deitas”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         La Santa Misa es una representación perfectísima, incruenta y sacramental, afirma un autor[1] y con él, todo el Magisterio y la Tradición de la Iglesia-, de la Pasión de Cristo y del tremendo sacrificio que ofreció por nuestros pecados con su muerte y el derramamiento de su Sangre. Si Cristo ofreció su Sangre derramada en la cruz, aquí también –en la Santa Misa- se ofrece la Sangre Preciosísima del Cordero derramada. La diferencia es que, en el altar de la Cruz, en el Calvario, esa Sangre derramada que brotaba de sus heridas, recorría su Cuerpo crucificado y finalizaba en la tierra: en la Santa Misa, la Sangre Preciosísima del Cordero es recogida en el Cáliz del altar eucarístico.

         Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

Si Cristo murió en la Cruz desangrando su Cuerpo, en la Santa Misa, místicamente, se ve la misma y única muerte de Cristo, apartándose por virtud de las palabras de la consagración la Sangre de Cristo de su Cuerpo[2] –por eso se consagran por separado el pan y el vino, para significar esta separación sacrificial del Cuerpo y la Sangre en la Cruz-: en la Santa Misa, la Sangre de Cristo se pone, por virtud de las mismas palabras de la consagración –que obran el milagro de la Transubstanciación- la Sangre de Cristo en el Cáliz eucarístico y el Cuerpo en la Hostia. Si en la Cruz entregó su Cuerpo en la Cruz y derramó su Sangre, en la Santa Misa entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz del altar.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

En el Sacrificio de la Cruz, en el Calvario, el Cuerpo y la Sangre de Cristo dejan de pertenecer a este mundo, para pasar a ser propiedad exclusiva del Padre[3]: en la Santa Misa, las substancias del pan y del vino –propiedades de la tierra y de este mundo- se convierten en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Cordero, que por el Espíritu Santo son llevados hasta el altar del cielo, porque son ya propiedad exclusiva del Padre. Si el pan y el vino pertenecían  a la tierra, el Cuerpo y la Sangre de Cristo pertenecen al Padre.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

En el Santo Sacrificio del Calvario, se abrieron las compuertas de la misericordia y de la santidad de Dios, cuando el Corazón Sagrado del Cordero fue traspasado por la lanza, siendo derramadas sobre la humanidad las misericordias infinitas del Corazón de Dios. En la Santa, este derramarse incontenible de la Divina Misericordia se repite, porque se renueva incruenta y sacramentalmente la muerte y la resurrección del Señor, de manera que quien asiste a Misa, asiste al abrirse de las compuertas de la Misericordia Divina que se derraman, incontenibles, sobre las almas de los hombres.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Por el Santo Sacrifico del Calvario el Hombre-Dios glorifica a la Trinidad, al tiempo que salva a los hombres, resucita a los muertos y les concede la glorificación de sus cuerpos[4]. También en la Santa Misa se encuentra todo esto, porque tanto en el Sacrificio del Gólgota, como en el Santo Sacrificio del altar, se encuentra Cristo santo y santísimo, lleno de gracia, bienaventurado y glorificado en su alma. En la Santa Misa se encuentra con su Cuerpo glorificado, como habiendo pasado ya su misterio pascual de muerte y resurrección. Por esta razón, el efecto de este Sacramento es “dar mucha gracia –en realidad, da a la Gracia Increada, Cristo Jesús-, además de conceder el derecho particular a la vida eterna y a la bienaventuranza en el Reino de los cielos, tanto para el alma, como para el cuerpo, de cuya resurrección es causa”[5].

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 181.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 181.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 181.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 181.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 182.

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