Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el acto vandálico cometido
contra una iglesia ortodoxa en Grecia. Para mayores datos, consultar el
siguiente enlace:
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).
Meditación.
Afirma
un autor que, por la gracia, “está uno en comunión con los santos, participando
de todos sus bienes espirituales”[1]. Es
decir, otro de los privilegios espirituales de la gracia es hacer al que la
posee capaz de las obras satisfactorias de los santos y de todos sus bienes
espirituales, gozando entera y cumplidamente del bien que hay en la comunión de
los santos, participando de todas sus riquezas.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Esta
participación en la comunión de los santos y su participación en sus riquezas
espirituales, es la causa de la alegría que tenía David cuando dijo al Señor con
gran gozo de su alma: “Participante soy de todos los que te temen y guardan tus
Mandamientos”. Con razón se goza de esto el santo rey, porque es una cosa de
grande honra y provecho ser uno participante de todos los bienes espirituales
de los santos del cielo y de la tierra[2].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ahora
bien, con los pecadores, es decir, con los que no poseen la gracia, no sucede
así, puesto que están excluidos de muchos de estos bienes y gran parte de
ellos, excomulgados. Esto es así, porque el pecador carece del Espíritu Santo y
de la comunión con los santos y justos. Por esto mismo, no hay mayor desdicha
que, debiendo uno una gran deuda, no pudiera éste pagarla, ni aun cuando
hubieren hombres dispuestos a saldar su deuda con sus riquezas, porque está
este hombre inhabilitado para recibir estas riquezas. Esto es lo que sucede con
el pecador[3].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
esta desdicha está quien carece de la gracia, el cual, debiendo a Dios pagar
las penas de sus pecados, ni él puede mientras está en ése estado –el estado de
pecado-, ni pueden otros ayudarle para esto; y repartiendo los siervos de Dios
la satisfacción de sus obras liberalísimamente a quien quieren, a ellos –a los
pecadores- no les dan, ni les pueden dar, una migaja de ellas, y ni aunque les
dieran todas pudieran ayudarles a satisfacer por la más mínima de las penas que
deben[4].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Aunque
aplicasen los mártires cuanta satisfacción tenían en sus tormentos, los
patriarcas sus limosnas, los profetas sus ansias y deseos y los santos
religiosos sus observancias y aun si la Virgen Santísima les ofreciera los
inestimables tesoros de sus merecimientos para satisfacción de las penas que
deben, no serían admitidos ni les aprovecharía cosa alguna toda la satisfacción
de los santos. Y, lo que es más, ni la infinita satisfacción de Cristo fuera
admitida, ni lo pudiera ser, para que se le perdonase al que está sin gracia,
la deuda de las penas que debe, en cuanto por estar en pecado mortal merece de
suyo ser castigado[5].
Esto nos lleva a ponderar cuán desgraciada es el alma que se encuentra en
pecado mortal y cuánto debemos valorar el estado de gracia, para perseverar
siempre en él. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que nunca perdamos la gracia por el pecado y si eso llegara a suceder,
que prontamente recuperemos el estado de gracia, acudiendo a la Santa
Confesión!
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 350.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 350.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 350-351.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 351.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 351.
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