Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por el cruel asesinato cometido contra una religiosa católica en Gabón, África.
La religiosa no desempeñaba actividad política ninguna, como lo exige su
condición de religiosa: sólo había dedicado su vida para atender a los ancianos
más desvalidos y esto como Esposa de Cristo. Vaya esta Hora de adoración para
honrar a esta gloriosa mártir y Esposa del Cordero. Para mayor información,
consultar el siguiente enlace:
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Otra
gran preocupación de los santos por el decoro de la Iglesia y de las almas ha
sido la de exigir la modestia y el pudor en las mujeres[1]. Todos
los santos reafirman constantemente la severidad sobre este punto en particular;
desde San Pablo Apóstol (el velo en las mujeres para que no tengan la cabeza “¡como
si estuviera rapada!” (1 Cor 11,
5-6), hasta San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, etc., hasta San Pío de
Pietrelcina que no admitía medidas a medias, exigiendo siempre vestidos
modestos, largos por debajo de la rodilla.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
¿Y cómo
podría ser de otra forma? San Leopoldo de Castelnuovo echaba fuera de la
Iglesia a las mujeres con vestidos poco modestos, llamándolos “carne de mercado”.
¿Qué diría hoy cuando casi todas las mujeres, incluso dentro de la Iglesia, destrozan
el pudor y la decencia?[2]
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Hasta en los lugares sagrados ellas siguen las
diabólicas artes de Eva con la concupiscencia del hombre, como dice el Espíritu
Santo (Eclo 7, 26); pero la justicia
de Dios no dejará impune tanta necedad e inmundicia; más bien, como dice el
Apóstol: “Fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es
una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios” (Col 3, 5-6)[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los santos han recomendado siempre, con el ejemplo y con
la palabra, la angélica compostura para entrar en la Iglesia, signándose
devotamente con el agua bendita, hacer una genuflexión piadosamente y adorar a
Jesús Sacramentado, uniéndose a los Ángeles y a los santos que están alrededor.
Si uno se queda en oración es necesario recogerse con cuidado para conservarse
atento y devoto[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
También es bueno acercarse lo más posible al altar del
Santísimo porque el Beato Juan Duns Scoto ha demostrado que el influjo físico
de la Humanidad Santísima de Jesús es tanto más intensa cuanto más cerca se
está de su Cuerpo y su Sangre. Santa Gema Galgani, en efecto, decía que, a
veces, no le era posible acercarse más al altar del Santísimo porque se le
encendía un fuego tan grande de amor en su corazón que se le podía llegar a
quemar el vestido en el pecho[5].
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio
de Autores Católicos Escogidos, Apostolado Mariano, Sevilla s. d,128.
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