miércoles, 2 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por profanación contra la Eucaristía en México 010119



          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la profanación sufrida por la Sagrada Eucaristía en México, en el estado de Tabasco. Debido a que las Hostias fueron robadas, lo más probable es que detrás de la profanación se encuentre una secta satánica. La información relativa al penoso hecho se encuentra en el siguiente enlace:


          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

No bastarían ni esta vida, ni eternidades de eternidades, para agradecer el don que significa el Santo Sacrificio de la Misa. No digamos comprender, porque no se puede comprender, puesto que viene del seno mismo de la Trinidad; pero sí podemos agradecer y para agradecer por este don, como dijimos, no bastan, ni esta vida terrena, ni la vida eterna vivida por los siglos sin fin, dada la enormidad que es este don. Con relación a la Santa Misa, San Alfonso María de Ligorio afirmó: “Dios mismo no puede hacer que haya una acción más santa y más grande que la celebración de una Santa Misa”. Y la razón es que la Santa Misa contiene la Vida, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios. No despreciemos el enorme e inmerecido don de la Santa Misa por entretenimientos vanos, mundanos y pasajeros y acudamos a la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, no solo los Domingos, sino todos los días.

 Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Con relación a la Santa Misa, dice así el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que iba a ser entregado, instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, en el que perpetuar el Sacrificio de la Cruz a lo largo de los siglos, hasta que Él vuelva”[1]. Es decir, la Última Cena no fue simplemente un banquete a la usanza hebrea: fue la Primera Misa de la historia, en la que el Sumo y Supremo Sacerdote, Jesucristo, consagró por primera vez las ofrendas del pan y del vino, convirtiéndolas en su Cuerpo y su Sangre, dando a su Iglesia, representada en sus Apóstoles, ordenados sacerdotes ministeriales por Él mismo, la tarea de “hacer en memoria suya” lo que Él hizo en la Última Cena, para que todos los hombres de todos los tiempos fuéramos capaces de alcanzar el fruto de la Rendención, el Preciosísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Cuando en la Santa Misa nos encontramos ante el altar eucarístico, nos encontramos también, asombrosamente, ante el mismo Gólgota, aunque nuestros sentidos y nuestra razón nos digan lo contrario. En este sentido se expresa el Papa Pío XII: “El altar de nuestras iglesias no es diferente del altar del Gólgota; es también un monte coronado por la Cruz y el crucifijo en el que tiene lugar la reconciliación de Dios con el hombre”. Y Santo Tomás dijo: “La celebración de la Misa vale tanto como vale la muerte de Jesús en la Cruz”. Entonces, cuando vamos a Misa, vamos al Calvario, nos encontramos, misteriosamente, en el Gólgota, en la cima del Monte Calvario, junto a la Virgen, que está de pie al lado de la Cruz, junto a San Juan Evangelista, que postrado besa los pies de Jesús. Asistamos a la Santa Misa y participemos de la muerte redentora del Salvador, uniéndonos a María Santísima y al Apóstol Juan en su amor y adoración al Cordero de Dios, que por nuestra salvación, se ofrece en el altar de la Cruz y en la Cruz del altar.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

La Santa Misa es la prueba tangible del Amor y de la Misericordia infinitas de Dios por nosotros. Si alguien osara dudar del Amor de Dios, debería asistir a la Santa Misa y contemplar, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, en el que el Salvador, a través de su Corazón traspasado en la Cruz, derrama su infinita Misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero. Un autor dice así: “En realidad, al renovar el Sacrificio de la Pasión y de la Muerte de Jesús, la Santa Misa es algo tan grande que basta por sí sola para contener la Justicia Divina”[2]. No tema, pues, el pecador, acercarse a la Santa Misa, ya que lo único que quiere Nuestro Salvador es darnos, no una parte, no un simple grado de amor, sino todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Acudamos, nosotros, pecadores, al Tribunal de la Misericordia, el Sacramento de la Penitencia y con el corazón convertido en Nuevo Portal de Belén, recibamos con amor y adoración al Niño Dios, que quiere nacer en nuestros corazones, por la Comunión Eucarística, para darnos su Amor.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Sin la Santa Misa, el mundo se vendría literalmente abajo y los hombres no tendríamos ni esperanzas ni razón de ser y existir, porque en la Santa Misa, quien aparece y se manifiesta, entre las manos del sacerdote, bajo apariencia de pan, es el mismo Dios, de infinita majestad, de potencia infinita y de majestad eterna y por lo tanto es quien tiene en su brazo todo el peso de la Justicia Divina. Decía así Santa Teresa de Ávila a sus consagradas: “Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotras? Todo perecería aquí abajo porque sólo ella puede parar el brazo de Dios”. Afirman los santos que sin la Santa Misa, no habría esperanzas de salvación para los hombres y el eje mismo de la tierra se vería desplazado. En efecto, San Alfonso María de Ligorio dice: “Sin la Santa Misa, la tierra estaría aniquilada hace mucho tiempo a causa de los pecados de los hombres”; mientras que San Pío de Pietralcina decía así: “Sería más fácil que la tierra se gobernara sin el sol, que sin la Santa Misa”. Por último, y dando testimonio de que en la Santa Misa se derrama el Amor Misericordioso de Dios, San Leonardo de Puerto Mauricio afirmaba: “Creo que si no hubiera Misa, el mundo ya se habría hundido bajo el peso de su iniquidad. La Misa es el poderoso apoyo que lo mantiene”. No esperemos a ver suprimido el Santo Sacrificio del Altar –pues está profetizado, para cuando Nuestro Señor regrese por segunda vez- para decidirnos a asistir a la Santa Misa. Acudamos a la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz y postrémonos en adoración y en acción de gracias a Nuestro Redentor, que por nuestra salvación dio su Vida en la Cruz y continúa dándola en cada Santa Misa.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 47.
[2] Cfr. Stefano Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 30.

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