Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la
profanación sufrida por la Sagrada Eucaristía en México, en el estado de
Tabasco. Debido a que las Hostias fueron robadas, lo más probable es que detrás de la profanación se encuentre una secta satánica. La información relativa al penoso hecho se encuentra en el siguiente
enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado.
Primer misterio (misterios a elección).
Meditación.
No bastarían ni esta vida, ni eternidades de
eternidades, para agradecer el don que significa el Santo Sacrificio de la
Misa. No digamos comprender, porque no se puede comprender, puesto que viene
del seno mismo de la Trinidad; pero sí podemos agradecer y para agradecer por
este don, como dijimos, no bastan, ni esta vida terrena, ni la vida eterna
vivida por los siglos sin fin, dada la enormidad que es este don. Con relación a
la Santa Misa, San Alfonso María de Ligorio afirmó: “Dios mismo no puede hacer que
haya una acción más santa y más grande que la celebración de una Santa Misa”. Y
la razón es que la Santa Misa contiene la Vida, la Pasión, la Muerte y la
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios. No despreciemos el
enorme e inmerecido don de la Santa Misa por entretenimientos vanos, mundanos y
pasajeros y acudamos a la renovación incruenta y sacramental del Santo
Sacrificio de la Cruz, no solo los Domingos, sino todos los días.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
relación a la Santa Misa, dice así el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador,
en la Última Cena, la noche en que iba a ser entregado, instituyó el Sacrificio
eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, en el que perpetuar el Sacrificio de
la Cruz a lo largo de los siglos, hasta que Él vuelva”[1]. Es
decir, la Última Cena no fue simplemente un banquete a la usanza hebrea: fue la
Primera Misa de la historia, en la que el Sumo y Supremo Sacerdote, Jesucristo,
consagró por primera vez las ofrendas del pan y del vino, convirtiéndolas en su
Cuerpo y su Sangre, dando a su Iglesia, representada en sus Apóstoles,
ordenados sacerdotes ministeriales por Él mismo, la tarea de “hacer en memoria
suya” lo que Él hizo en la Última Cena, para que todos los hombres de todos los
tiempos fuéramos capaces de alcanzar el fruto de la Rendención, el Preciosísimo
Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando en
la Santa Misa nos encontramos ante el altar eucarístico, nos encontramos
también, asombrosamente, ante el mismo Gólgota, aunque nuestros sentidos y
nuestra razón nos digan lo contrario. En este sentido se expresa el Papa Pío
XII: “El altar de nuestras iglesias no es diferente del altar del Gólgota; es
también un monte coronado por la Cruz y el crucifijo en el que tiene lugar la
reconciliación de Dios con el hombre”. Y Santo Tomás dijo: “La celebración de
la Misa vale tanto como vale la muerte de Jesús en la Cruz”. Entonces, cuando
vamos a Misa, vamos al Calvario, nos encontramos, misteriosamente, en el
Gólgota, en la cima del Monte Calvario, junto a la Virgen, que está de pie al
lado de la Cruz, junto a San Juan Evangelista, que postrado besa los pies de
Jesús. Asistamos a la Santa Misa y participemos de la muerte redentora del
Salvador, uniéndonos a María Santísima y al Apóstol Juan en su amor y adoración
al Cordero de Dios, que por nuestra salvación, se ofrece en el altar de la Cruz
y en la Cruz del altar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Santa Misa es la prueba tangible del Amor y de la
Misericordia infinitas de Dios por nosotros. Si alguien osara dudar del Amor de
Dios, debería asistir a la Santa Misa y contemplar, con los ojos del alma
iluminados por la luz de la fe, la renovación incruenta y sacramental del Santo
Sacrificio de la Cruz, en el que el Salvador, a través de su Corazón traspasado
en la Cruz, derrama su infinita Misericordia sobre nosotros y sobre el mundo
entero. Un autor dice así: “En realidad, al renovar el Sacrificio de la Pasión
y de la Muerte de Jesús, la Santa Misa es algo tan grande que basta por sí sola
para contener la Justicia Divina”[2]. No
tema, pues, el pecador, acercarse a la Santa Misa, ya que lo único que quiere
Nuestro Salvador es darnos, no una parte, no un simple grado de amor, sino todo
el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Acudamos, nosotros, pecadores, al
Tribunal de la Misericordia, el Sacramento de la Penitencia y con el corazón
convertido en Nuevo Portal de Belén, recibamos con amor y adoración al Niño
Dios, que quiere nacer en nuestros corazones, por la Comunión Eucarística, para
darnos su Amor.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Sin la
Santa Misa, el mundo se vendría literalmente abajo y los hombres no tendríamos
ni esperanzas ni razón de ser y existir, porque en la Santa Misa, quien aparece
y se manifiesta, entre las manos del sacerdote, bajo apariencia de pan, es el
mismo Dios, de infinita majestad, de potencia infinita y de majestad eterna y
por lo tanto es quien tiene en su brazo todo el peso de la Justicia Divina. Decía
así Santa Teresa de Ávila a sus consagradas: “Sin la Santa Misa, ¿qué sería de
nosotras? Todo perecería aquí abajo porque sólo ella puede parar el brazo de
Dios”. Afirman los santos que sin la Santa Misa, no habría esperanzas de
salvación para los hombres y el eje mismo de la tierra se vería desplazado. En efecto,
San Alfonso María de Ligorio dice: “Sin la Santa Misa, la tierra estaría
aniquilada hace mucho tiempo a causa de los pecados de los hombres”; mientras
que San Pío de Pietralcina decía así: “Sería más fácil que la tierra se
gobernara sin el sol, que sin la Santa Misa”. Por último, y dando testimonio de
que en la Santa Misa se derrama el Amor Misericordioso de Dios, San Leonardo de
Puerto Mauricio afirmaba: “Creo que si no hubiera Misa, el mundo ya se habría
hundido bajo el peso de su iniquidad. La Misa es el poderoso apoyo que lo
mantiene”. No esperemos a ver suprimido el Santo Sacrificio del Altar –pues está
profetizado, para cuando Nuestro Señor regrese por segunda vez- para decidirnos
a asistir a la Santa Misa. Acudamos a la Santa Misa, renovación incruenta y
sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz y postrémonos en adoración y en
acción de gracias a Nuestro Redentor, que por nuestra salvación dio su Vida en
la Cruz y continúa dándola en cada Santa Misa.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[2] Cfr. Stefano Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de
Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 30.
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