miércoles, 30 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por ataque con bombas a iglesia Catedral de Filipinas por parte de ISIS 280119


Atentado en catedral de Filipinas - Foto: Cortesía: Armed Forces of the Philippines - Western Mindanao Command

Las dos bombas colocadas en el interior y el exterior de la Catedral de Filipinas por parte de la secta fundamentalista islámica ISIS dejaron un saldo de veinte muertos y más de cien heridos.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el brutal atentado perpetrado por la secta fundamentalista islámica ISIS contra la iglesia Catedral de Filipinas, el pasado 20 de enero de 2019. Dice así el informe periodístico: “Dos bombas colocadas por el Estado Islámico (ISIS) explotaron con pocos minutos de diferencia mientras se celebraba la Misa en la Catedral de Jolo, en el sur de Filipinas, dejando al menos 20 muertos y 111 heridos”. La totalidad de la información se puede encontrar en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Los católicos tenemos un privilegio que no lo tiene el profesante de ninguna otra religión en el mundo: comulgamos a nuestro Dios. Es decir, por la comunión eucarística, nuestro Dios en Persona ingresa en el alma, convirtiendo al cuerpo, templo del Espíritu Santo, en morada de la Trinidad y al corazón en altar eucarístico. Los santos eran conscientes de tan grande privilegio y es por eso que, luego de comulgar, no se retiraban distraídamente, sino que permanecían diálogo de vida y amor con el Dios de la Vida y el Amor, Cristo Jesús, que había ingresado en ellos. Aprovechaban el tiempo posterior a la comunión para compenetrarse y fusionarse con Cristo Jesús, para ser en Él una sola cosa en el Amor. Así, decía Santa Gema Galgani: “Eres mi presa amorosa, como yo soy presa de tu inmensa caridad”.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Si bien la Santa Misa es representación incruenta del Santo Sacrificio del altar, la comunión eucarística es unión íntima del alma con el mismo Cordero, quien precisamente ha ofrecido su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad como alimento del hombre. De hecho, se nos presenta como si fuera un alimento terrestre, como si fuera un simple pan, aunque ya no es pan, sino la Persona divina del Verbo de Dios unida a su Humanidad Santísima y por esta razón, Pan de ángeles. Lo que consumimos en la Eucaristía es alimento no terreno y humano, porque ya no es más pan y trigo, sino la substancia divina de la Persona del Hijo de Dios y la substancia divinizada y glorificada de Jesús de Nazareth, unida a esta Persona divina. Por esta razón, en el Apocalipsis (19, 9) se dice: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!” y no se lo dice en forma metafórica, sino literal; por esta razón también es que la Iglesia, parafraseando al Apocalipsis, luego de la transubstanciación, de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, dice, por medio del sacerdote ministerial y haciendo ostentación de la Hostia recién consagrada: “Dichosos los invitados al banquete celestial”. Y la Iglesia tampoco lo dice en forma metafórica, porque la Eucaristía es un verdadero banquete celestial.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          La unión de la Persona del Verbo con su Humanidad Santísima en el seno purísimo de María Virgen es comparada, por los Padres de la Iglesia, a la unión esponsal: el Verbo de Dios se une, esponsalmente, con verdadero amor esponsal divino, a la humanidad, en el momento de la Encarnación. Pues bien, esta unión esponsal, llevada a cabo de forma general en la Encarnación, se consuma, en cada ser humano en particular, por medio de la comunión eucarística. Jesús ingresa en el alma, por la Eucaristía, así como el esposo ingresa en la habitación nupcial. Dice un autor[1]: “En la Comunión Eucarística el alma realiza verdaderamente, en celeste unión virginal, el amor nupcial con Jesús Esposo, a quien puede decir con el arrebato tiernísimo de la Esposa del Cantar de los cantares, arrebatada en éxtasis: “¡Que me bese con los besos de su boca!” (Cant 1, 1). A su vez, el alma, recibiendo la Eucaristía, moja sus labios con la Sangre del Cordero, así como los hebreos mojaban las jambas de las puertas con la sangre del cordero para que el paso del Ángel exterminador no les hiciera nada, al ver en ellas la sangre del sacrificio. En este caso, no es el Ángel exterminador el que pasa de largo al ver la Sangre del sacrificio, sino que es el Cordero mismo, sacrificado por amor a la humanidad, el que ingresa en el alma para darle todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          ¡Cuántos hombres de buena voluntad, que profesan otras religiones, por desconocimiento de la verdadera y única religión, no se postrarían, fundidos en un solo corazón, en acción de gracias, luego de recibir la Sagrada Comunión! Y nosotros, los católicos, que tenemos la oportunidad de ser una sola cosa con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; que tenemos la oportunidad de recibir no una chispa, sino las llamas que envuelven a su Sagrado Corazón Eucarístico, para así ser incendiados en el Divino Amor; que tenemos la oportunidad de unirnos a Él todos los días, comulgando en gracias, ¿somos conscientes realmente de que por la comunión eucarística se produce esta admirable fusión entre el Corazón del Cordero y el corazón del que comulga? ¿O más bien, dejándonos llevar por las impresiones de nuestros sentidos, comulgamos como quien se lleva a la boca un poco de pan y seguimos tan tranquilos con nuestros pensamientos mundanos? ¿Nos damos cuenta de que esta unión por la comunión eucarística es un anticipo de la unión, por la visión beatífica, en el cielo, por toda la eternidad?

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si comulgamos distraídamente; si no buscamos la fusión del corazón luego de la comunión eucarística –así como el hierro se funde y se hace uno solo con el fuego-; si no damos gracias por haber recibido al Cordero de Dios por la Eucaristía, entonces estaremos pasando por alto lo más substancial de nuestra religión y haremos que nuestros días pasen en vano. No desaprovechemos el tiempo posterior a la comunión eucarística y postrémonos en acción de gracias por la misma, como dice un autor[2]: “La acción de gracias después de la Santa Comunión es una pequeña experiencia del amor celestial en esta tierra; en el cielo, en efecto, ¿cómo amaremos a Jesús siendo eternamente uno con Él? Jesús amado, Jesús dulcísimo, ¡cómo debemos agradecerte cada Santa Comunión que nos concedes! ¿No tenía, quizá, razón Santa Gema al decir que en el Cielo te agradecería la Eucaristía más que cualquier otra cosa? ¡Qué milagro de amor el estar enteramente fundido contigo, Jesús!”. Cuando agradecemos a Dios por sus beneficios, le agradecemos muchas cosas, pero, ¿le agradecemos el más grande de sus beneficios, el entregársenos Él, todo Él, por la Santa Comunión?

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] P. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 67.
[2] Cfr. Manelli, o. c., 67.

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