Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del
Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de Hostias
consagradas “en la tierra del Padre Pío”, tal como lo consigna el siguiente
informe de prensa:
Nos
unimos a la oración de adoración y reparación pedida por el administrador
Apostólico de la Arquidiócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo
(Italia), Mons. Luiggi Renna, quien “lamentó el robo de la Eucaristía en un
hospital ubicado en la región donde sirvió durante años el Padre Pío” el pasado
09 de enero de 2019. Puesto que estos robos son hechos con la intención
explícita de cometer sacrilegios contra la Eucaristía, además de la reparación,
pediremos por la conversión de los autores de tan grave delito.
Canto inicial: “Cantemos
al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado.
Primer misterio (misterios a elección).
Meditación.
Probablemente
no haya, entre los seres humanos, algo tan beneficioso para la humanidad entera
y al mismo tiempo, desconocida y es la Santa Misa. La sola asistencia a la
Misa, con las debidas disposiciones –en estado de gracia, con fervor, con
piedad, con el ánimo dispuesto a subir al Calvario con Jesús- trae, según
algunos autores, innumerables beneficios espirituales al alma. Por ejemplo: “obtiene
el arrepentimiento y el perdón de las culpas, disminuye la pena temporal debida
por los pecados, debilita el imperio de Satanás
y los ardores de la concupiscencia, consolida los vínculos de la
incorporación a Cristo, preserva de los peligros y desgracias, abrevia la
duración del Purgatorio, procura una mayor grado en el Cielo”[1].
¡Cuántos hombres mendigan favores a las creaturas, sin detenerse en lo que
deben hacer para obtener migajas, si es que las obtienen, mientras que Dios Uno
y Trino, en cada Santa Misa, da a cada alma bienes celestiales infinitamente
más valiosos que el universo entero! No dejemos que el mundo y sus vanos
atractivos nos desvíen del único tesoro por el que vale dar la vida en la
tierra, la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con relación
a los bienes celestiales incalculables que proporciona una sola Misa, decía San
Lorenzo Justiniano: “Ninguna lengua humana puede enumerar los favores que
tienen su origen en el sacrificio de la Misa: el pecador se reconcilia con
Dios, el justo se hace más justo, se cancelan las culpas, se aniquilan los
vicios, se alimentan las virtudes y los méritos y se rebaten las insidias
diabólicas”. ¡Cuántas veces los seres humanos, necesitados de paz, de amor, de
sabiduría, de justicia, se dirigen en el camino opuesto al de la Santa Misa,
pretendiendo que simples creaturas les proporcionen lo que anhelan, pero que no
pueden obtener de las creaturas porque las creaturas simplemente no las poseen!
Sólo Dios Trinidad, en su infinita Sabiduría y en su eterno Amor es capaz de extra-colmar
el alma humana no solo con los bienes que el alma pretende, sino con dones que
la creatura humana no puede ni siquiera imaginar. Si las almas apreciaran el
valor de una sola Santa Misa, si pudieran darse cuenta que en una sola
Eucaristía está la plenitud del Amor, de la Alegría, de la Paz, en suma, de
toda la felicidad que el alma anhela desde el instante mismo en que es
concebida, si eso sucediera, los templos no se encontrarían vacíos como en
nuestros días, sino que rebalsarían de personas deseosas de unirse, por la
comunión eucarística, al Hombre-Dios Jesucristo.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los hombres,
que anhelan en sus corazones la felicidad, la alegría, la paz y el amor,
cometen el error, no en desear estas cosas, que estas cosas las desea por
naturaleza, sino en buscarlas en lugares equivocados. Los hombres pretenden que
simples creaturas humanas, que son “nada más pecado”, les concedan la plenitud
del amor que anhelan en sus corazones, sin darse cuenta que así no solo jamás
conseguirán lo que buscan, sino que serán cada vez más infelices. Por esta
razón, San Leonardo de Puerto Mauricio decía así a quienes lo escuchaban: “¡Oh
pueblo engañado! ¿Qué haces? ¿Por qué no corres a la iglesia a oír todas las
misas que puedas? ¿Por qué no imitas a los ángeles que cuando se celebra la
Misa bajan en escuadrones desde el Cielo y se quedan en torno a nuestros
altares, en adoración, para interceder por nosotros?”[2].
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Todo ser
humano desea ser feliz, según Aristóteles; el problema es que, según San
Agustín, el ser humano busca la felicidad en lugares en los que jamás la
encontrará. Las almas buscan paz y felicidad en los bienes materiales, en las
riquezas del mundo, en la sensualidad, en el poder, en el mundo de la materia y
de la sensación, o bien en el mundo del espíritu, pero en espiritualidades en
las que el Dios del Amor y de la Paz no está. Sólo en Jesucristo Eucaristía
puede el hombre encontrar aquello que tanto anhela, la felicidad que lo
embriaga, el amor que lo hace elevar en éxtasis, la paz verdadera que inunda su
alma como un océano de alegría. Si los cristianos, en vez de volcarse hacia el
mundo y sus falsos atractivos, imitaran a los ángeles, que día y noche se
postran en adoración ante el Cordero de Dios, Presente en Persona en la
Eucaristía; si los cristianos se dejaran conducir por la Madre de Dios, Nuestra
Señora de la Eucaristía, con la docilidad y mansedumbre de un cordero, hacia su
Jesús en la Eucaristía, entonces los cristianos habrían encontrado algo
infinitamente más grandioso y valioso que el Paraíso y que el Cielo mismo, el
Hombre-Dios Jesucristo y nada más desearían, ni en esta vida ni en la otra.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si es
verdad que todos necesitamos de la gracia para ingresar en el Reino de los
Cielos, es verdad también que en ningún otro lugar Dios otorga tantas gracias
como en la Santa Misa[3]. San
Felipe Neri decía: “Con la oración pedimos a Dios las gracias; en la Santa Misa
le obligamos a dárnoslas”. Es decir, por la Santa Misa no solo pedimos, dice el
santo, sino que obligamos a Dios a que nos dé las gracias que le pedimos y la
razón es que el que pide por nosotros esas gracias necesarias para nuestra
salvación, es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que precisamente, por
nuestra salvación y por nuestro amor, se ofrece como Víctima Inmolada en el
Santo Sacrificio de la Cruz y lo renueva en cada Santa Misa. Acudamos a la
Santa Misa para que, ofreciendo por manos del sacerdote ministerial, el sacrificio
Santo y Puro, el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, Dios Trino se vea obligado,
por el Amor del Sagrado Corazón, a darnos las gracias que necesitamos, nosotros
y nuestros seres queridos, para nuestra eterna salvación.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 31.
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