viernes, 11 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por robo sacrílego de la Eucaristía en Pietralcina Italia 110119



          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de Hostias consagradas “en la tierra del Padre Pío”, tal como lo consigna el siguiente informe de prensa:


Nos unimos a la oración de adoración y reparación pedida por el administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo (Italia), Mons. Luiggi Renna, quien “lamentó el robo de la Eucaristía en un hospital ubicado en la región donde sirvió durante años el Padre Pío” el pasado 09 de enero de 2019. Puesto que estos robos son hechos con la intención explícita de cometer sacrilegios contra la Eucaristía, además de la reparación, pediremos por la conversión de los autores de tan grave delito.

           Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

          Probablemente no haya, entre los seres humanos, algo tan beneficioso para la humanidad entera y al mismo tiempo, desconocida y es la Santa Misa. La sola asistencia a la Misa, con las debidas disposiciones –en estado de gracia, con fervor, con piedad, con el ánimo dispuesto a subir al Calvario con Jesús- trae, según algunos autores, innumerables beneficios espirituales al alma. Por ejemplo: “obtiene el arrepentimiento y el perdón de las culpas, disminuye la pena temporal debida por los pecados, debilita el imperio de Satanás  y los ardores de la concupiscencia, consolida los vínculos de la incorporación a Cristo, preserva de los peligros y desgracias, abrevia la duración del Purgatorio, procura una mayor grado en el Cielo”[1]. ¡Cuántos hombres mendigan favores a las creaturas, sin detenerse en lo que deben hacer para obtener migajas, si es que las obtienen, mientras que Dios Uno y Trino, en cada Santa Misa, da a cada alma bienes celestiales infinitamente más valiosos que el universo entero! No dejemos que el mundo y sus vanos atractivos nos desvíen del único tesoro por el que vale dar la vida en la tierra, la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Con relación a los bienes celestiales incalculables que proporciona una sola Misa, decía San Lorenzo Justiniano: “Ninguna lengua humana puede enumerar los favores que tienen su origen en el sacrificio de la Misa: el pecador se reconcilia con Dios, el justo se hace más justo, se cancelan las culpas, se aniquilan los vicios, se alimentan las virtudes y los méritos y se rebaten las insidias diabólicas”. ¡Cuántas veces los seres humanos, necesitados de paz, de amor, de sabiduría, de justicia, se dirigen en el camino opuesto al de la Santa Misa, pretendiendo que simples creaturas les proporcionen lo que anhelan, pero que no pueden obtener de las creaturas porque las creaturas simplemente no las poseen! Sólo Dios Trinidad, en su infinita Sabiduría y en su eterno Amor es capaz de extra-colmar el alma humana no solo con los bienes que el alma pretende, sino con dones que la creatura humana no puede ni siquiera imaginar. Si las almas apreciaran el valor de una sola Santa Misa, si pudieran darse cuenta que en una sola Eucaristía está la plenitud del Amor, de la Alegría, de la Paz, en suma, de toda la felicidad que el alma anhela desde el instante mismo en que es concebida, si eso sucediera, los templos no se encontrarían vacíos como en nuestros días, sino que rebalsarían de personas deseosas de unirse, por la comunión eucarística, al Hombre-Dios Jesucristo.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Los hombres, que anhelan en sus corazones la felicidad, la alegría, la paz y el amor, cometen el error, no en desear estas cosas, que estas cosas las desea por naturaleza, sino en buscarlas en lugares equivocados. Los hombres pretenden que simples creaturas humanas, que son “nada más pecado”, les concedan la plenitud del amor que anhelan en sus corazones, sin darse cuenta que así no solo jamás conseguirán lo que buscan, sino que serán cada vez más infelices. Por esta razón, San Leonardo de Puerto Mauricio decía así a quienes lo escuchaban: “¡Oh pueblo engañado! ¿Qué haces? ¿Por qué no corres a la iglesia a oír todas las misas que puedas? ¿Por qué no imitas a los ángeles que cuando se celebra la Misa bajan en escuadrones desde el Cielo y se quedan en torno a nuestros altares, en adoración, para interceder por nosotros?”[2].

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Todo ser humano desea ser feliz, según Aristóteles; el problema es que, según San Agustín, el ser humano busca la felicidad en lugares en los que jamás la encontrará. Las almas buscan paz y felicidad en los bienes materiales, en las riquezas del mundo, en la sensualidad, en el poder, en el mundo de la materia y de la sensación, o bien en el mundo del espíritu, pero en espiritualidades en las que el Dios del Amor y de la Paz no está. Sólo en Jesucristo Eucaristía puede el hombre encontrar aquello que tanto anhela, la felicidad que lo embriaga, el amor que lo hace elevar en éxtasis, la paz verdadera que inunda su alma como un océano de alegría. Si los cristianos, en vez de volcarse hacia el mundo y sus falsos atractivos, imitaran a los ángeles, que día y noche se postran en adoración ante el Cordero de Dios, Presente en Persona en la Eucaristía; si los cristianos se dejaran conducir por la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Eucaristía, con la docilidad y mansedumbre de un cordero, hacia su Jesús en la Eucaristía, entonces los cristianos habrían encontrado algo infinitamente más grandioso y valioso que el Paraíso y que el Cielo mismo, el Hombre-Dios Jesucristo y nada más desearían, ni en esta vida ni en la otra.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Si es verdad que todos necesitamos de la gracia para ingresar en el Reino de los Cielos, es verdad también que en ningún otro lugar Dios otorga tantas gracias como en la Santa Misa[3]. San Felipe Neri decía: “Con la oración pedimos a Dios las gracias; en la Santa Misa le obligamos a dárnoslas”. Es decir, por la Santa Misa no solo pedimos, dice el santo, sino que obligamos a Dios a que nos dé las gracias que le pedimos y la razón es que el que pide por nosotros esas gracias necesarias para nuestra salvación, es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que precisamente, por nuestra salvación y por nuestro amor, se ofrece como Víctima Inmolada en el Santo Sacrificio de la Cruz y lo renueva en cada Santa Misa. Acudamos a la Santa Misa para que, ofreciendo por manos del sacerdote ministerial, el sacrificio Santo y Puro, el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, Dios Trino se vea obligado, por el Amor del Sagrado Corazón, a darnos las gracias que necesitamos, nosotros y nuestros seres queridos, para nuestra eterna salvación.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 31.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

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