lunes, 31 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por ofensa contra la Navidad en EE. UU. por parte de secta satánica 241218



Escultura satánica que profana la Navidad llamada "Snaketivity", 
colocada en la municipalidad de Illinois, Estados Unidos.

          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el ultraje cometido contra la Navidad por parte de la secta satánica llamada “Templo Satánico” de Chicago. La profanación y ultraje del festejo navideño consistió en la colocación, en la rotonda de la municipalidad del Estado de Illinois, Estados Unidos, una estatua que representa al Demonio en el momento en que tienta a Eva para que cometa el pecado original. La blasfema pieza “artística”, que lleva el nombre de “Snaketivity”, fue puesta, a modo de burla blasfema contra el Nacimiento del Señor, junto al árbol de Navidad. La noticia relativa al triste evento se puede encontrar en el sitio: es.churchpop.com

          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

En el Evangelio, Jesús realiza una promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Puesto que Jesús no hace promesas en vano, esa promesa la cumplió. ¿De qué manera? Quedándose en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con el mismo Cuerpo, la misma Sangre, la misma Alma y la misma Divinidad con que se encuentra en el Reino de los cielos. Jesús no está en la Eucaristía como en un simple recuerdo o conmemoración: está en la Eucaristía con su Acto de Ser divino trinitario, con el mismo Acto de Ser con el cual se encuentra en el cielo. El Cristo Eucarístico es el mismo y único Cristo que es adorado en los cielos por ángeles y santos. La única diferencia que nos separa a nosotros de los ángeles y santos es que ellos contemplan al Cordero cara a cara en el cielo, mientras que nosotros lo contemplamos con los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe: no vemos a Jesús con los ojos del cuerpo porque está oculto a nuestros sentidos corporales por la apariencia de pan. La forma de cumplir su promesa de “estar todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo”, es por medio del Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es “el Emanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt 1, 23)[1].

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Segundo Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

Aunque los ojos del cuerpo y los sentidos nos digan que la Eucaristía es solo un poco de pan, la fe de la Iglesia nos dice algo substancialmente distinto: la fe de la Iglesia nos dice que la Eucaristía es solo apariencia de pan y que en ella está Presente el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia, en su Magisterio, nos dice así: “la fe de la Iglesia es esta: que uno e idéntico es el Verbo de Dios y el Hijo de María, que padeció en la Cruz, que está presente en la Eucaristía, que reina en el Cielo”[2]. Por esta razón, para el cristiano que milita en la tierra y peregrina hacia la Jerusalén celestial, el estar de rodillas, adorando la Eucaristía, es el equivalente al estar delante del Cordero, viéndolo y adorándolo cara a cara, por parte de los ángeles y santos. Jesús se queda en Persona en la Eucaristía, con su Acto de ser divino trinitario y con su Humanidad glorificada, para acompañarnos todos y cada uno de nuestros días, para consolarnos en las penas, para fortalecernos en las tribulaciones, para alegrar nuestros días y para santificar nuestras vidas. Jesús en la Eucaristía nos acompaña y se queda en medio nuestro, siendo para nosotros el “Emanuel, el Dios con nosotros”.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

La Eucaristía es, literalmente, todo para el cristiano. Si el cristiano tiene la Eucaristía –si la adora, si comulga en estado de gracia-, no necesita nada más. La razón es que la Eucaristía es Dios en Persona y Dios, cuando ingresa en el alma por la comunión eucarística, o cuando irradia su gracia desde la Eucaristía en la adoración eucarística, extra-colma al alma con todo tipo de dones, pero, sobre todo, lo colma con su Presencia Personal. Y teniendo a Dios en el alma, que lo es Todo, el alma no necesita nada más. Muchos cristianos, al no hacer esta consideración, dejan de lado la Eucaristía y se derraman por el mundo buscando lo que el mundo no puede dar: alegría, paz, amor, sabiduría celestial, fortaleza. Se comportan como un hombre que, teniendo en su casa alimento para todo un año, deja de lado esos alimentos y sale a mendigar mendrugos de pan. San Agustín expresa esta verdad de la siguiente manera: “Dios, siendo Omnipotente, no pudo dar más; siendo Sapientísimo, no supo dar más; siendo riquísimo, no tuvo más para dar”. En la Eucaristía, Dios nos da su omnipotencia, su sabiduría, la riqueza de su divinidad y no por grados, sino que se nos da todo Él en Persona, sin reservarse nada. Por eso, quien tiene la Eucaristía, aunque no tenga nada humanamente hablando, lo tiene todo, y al revés también es cierto: quien lo tiene todo humanamente hablando, pero no tiene la Eucaristía, no tiene nada.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

La Eucaristía es la plenitud del Amor de Dios. Quien se une a Jesús Eucaristía, se funde, por así decirlo, con su Sagrado Corazón Eucarístico y su corazón se ve colmado con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que arde en el Corazón de Jesús. Todo verdadero amor surge del Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y no hay verdadero amor si no es participación de este amor puro, santo, inmaculado, eterno y celestial. Dice San Bernardo: “La Eucaristía es el amor que supera a todos los amores del cielo y de la tierra”, y la razón es que es el Amor de Dios, que es infinito y eterno. Un hecho concreto nos habla de la grandeza del Amor de Dios contenido en la Eucaristía: “un día, un emir árabe, Abd-el-Kadre, yendo por las calles de Marsella en compañía de un oficial francés, se encontró con un sacerdote que llevaba el Santo Viático a un moribundo. El oficial francés se paró, se descubrió la cabeza y se arrodilló. El amigo le preguntó la razón de ese saludo. “Adoro a mi Dios que el sacerdote está llevando a un moribundo”, respondió el oficial. “¿Cómo es posible –dijo el emir- que podáis creer vos que Dios que es tan grande se vuelva tan pequeño y consienta en ir también a las buhardillas de los pobres? Nosotros los mahometanos tenemos una idea mucho más alta de Dios”. “Eso es porque vosotros –contestó el oficial- tenéis solamente una idea de la grandeza de Dios, pero no conocéis su Amor”[3]. Todo el Amor de Dios se contiene en la Sagrada Eucaristía y quien posee la Eucaristía, aun siendo humanamente el más miserable de los hombres, posee el Amor de Dios y, con el Amor de Dios, lo posee todo y nada más necesita.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Quinto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Son los santos los que comprendieron, cabalmente, el hecho de que la Eucaristía es el Amor de Dios en su plenitud, que arde en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y se comunica al alma por la comunión. Santa Gema Galgani decía: “No puedo soportar el pensar que Jesús en la prodigiosa expansión de su amor se hace sentir y se manifiesta hasta en su última creatura con todos los esplendores de su corazón”. Porque no soportaba estar un instante sin el Amor Eucarístico de Jesús, Santa Gema deseaba también ser una “tienda de amor” en la que pudiera estar siempre Jesús Eucaristía; quería tener “un lugarcito en el copón”, para estar siempre con Jesús Eucaristía; quería llegar a ser “la bola de fuego del Amor” de Jesús[4]. Otra santa que vivía literalmente del Amor Eucarístico era Santa Teresita del Niño Jesús. Cuando estaba ya gravemente enferma, acudía a la Iglesia caminando penosamente para recibir a Jesús Eucaristía. Una mañana, después de la comunión, la encontraron agotada en su celda. Una de las Hermanas le hacía ver que no debía esforzarse tanto. Santa Teresita respondió: “¡Oh! ¿Qué son estos sufrimientos en comparación con una Comunión?”. Y puesto que no podía comulgar diariamente, como lo deseaba, puesto que en ese entonces no estaba permitido, decía a Jesús Eucaristía: “Quedaos en mí como en el Sagrario, no os alejéis de vuestra pequeña hostia”[5]. Ser un sagrario viviente de Jesús, ser una hostia viva, por participación al Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, como lo deseaban y lo eran los santos, debe ser el objetivo principal en la vida de todo cristiano.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 15.
[2] S. S. Pío XII.
[3] Cfr. Manelli, o. c., 19.
[4] Cfr. Manelli, o. c., 20-21.
[5] Cfr. Manelli, o. c., 21.

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