miércoles, 30 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por profanación eucarística en JMJ Panamá 2019


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          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por las profanaciones eucarísticas ocurridas en la JMJ llevadas a cabo en Panamá, en enero de 2019. Numerosos reportes, como el citado abajo, indican que muchas Hostias consagradas finalizaron en el suelo. Para reparar por estas ofensas y sacrilegios, es que ofrecemos esta Hora Santa. El relato acerca de este infortunado suceso puede encontrarse en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          Los Padres de la Iglesia llamaban a Jesús “Carbón ardiente” o “ántrax”, puesto que consideraban que su Humanidad, al contacto con el fuego de su Divinidad, en el momento de la Encarnación, quedó incandescente por este fuego, así como la brasa queda incandescente por las llamas. El nombre, además de adecuado para expresar la realidad de la Encarnación –la Humanidad queda envuelta en las llamas de la Divinidad- sirve también para, por analogía, describir lo que sucede verdaderamente en el alma –y no en sentido metafórico- cuando el alma comulga en gracia, con piedad, fervor y amor: así como la madera se convierte en brasa ardiente al contacto con el fuego, así el alma, al caer sobre ella al menos una ligerísima chispa del fuego que envuelve al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, así queda convertida, en leño y carbón que era, en una brasa ardiente en el Amor Divino. Pidamos siempre la gracia, a Nuestra Señora de la Eucaristía, de que nuestros pobres corazones, oscurecidos por el pecado y la nada de nuestro ser, sean como el pasto seco, como la leña o el pasto seco que, al contacto con una chispa del Amor Divino del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, se enciendan al instante en ese Fuego de Amor.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Cuando el alma comulga –en estado de gracia, con piedad, con fervor y, sobre todo, con amor-, se une de tal manera al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que puede decirse que se fusiona y se hace una sola cosa con Él, así como el hierro, penetrado por el fuego, se vuelve incandescente y se vuelve una sola cosa con él. Para expresar la realidad que sobreviene al alma –una realidad que es un misterio, pero no por eso es menos real-, San Vicente Ferrer utilizaba tres imágenes para ilustrar esta fusión de amor con Jesús en la comunión: “El que comulga está santificado, divinizado en su cuerpo y en su alma a la manera del agua que, puesta sobre el fuego, hierve… La Comunión actúa como la levadura, que metida dentro de la masa de harina la fermenta toda… De la misma manera que calentando juntos dos pedazos de cera, la cera de ambos se convertirá en una sola masa de cera, así creo yo que quien se alimenta de la Carne y la Sangre de Jesús, queda fundido de la misma forma con Él y se encuentra que está él en Cristo y Cristo en él”.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los santos se referían a sí mismos como “nada más pecado”: es decir, consideraban que nuestra humanidad, con todos sus dones –el alma inmortal y sus potencias, como la inteligencia y la voluntad, más el cuerpo, con toda la perfección de su funcionamiento-, eran “nada” en comparación con la Perfección absoluta del Ser divino trinitario. Pero no sólo era “nada”, sino que lo consideraban además como “pecado”, por haber sido contaminada toda persona humana por la peste del pecado original y es por eso que decían de ellos que eran “nada más pecado”. Y si los santos, que eran santos, se consideraban así a sí mismos, ¡cuánto más a nosotros nos corresponde calificarnos como “nada más pecado!”. Ahora bien, Dios, que no es que desconozca esta realidad, no vacila, movido por el infinito Amor de su Misericordia, en unirse a nosotros, “nada más pecado”, por la comunión eucarística. Siempre que estemos en estado de gracia, es decir, que rechacemos el pecado con todas nuestras fuerzas y nos veamos efectivamente libres de él por la gracia, Dios no rehusará unirse a nosotros, a pesar de que somos “nada más pecado”. ¡Es un incomprensible misterio de Amor Divino!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Por esta razón, Santa Gema Galgani se mostraba asombrada por la unión que se producía entre el Dios de la Eucaristía y el alma, que es “nada más pecado” y decía: “Jesús todo y Gema nada”[1]. Ella, que era una santa y una de las más grandes santas de los últimos tiempos, se consideraba a sí misma como “nada”. ¡Cuánto debemos aprender de los santos! También Gema exclamaba extasiada, cuando contemplaba este misterio: “¡Cuánta dulzura, Jesús, en la Comunión! ¡Quiero vivir abrazada contigo, contigo abrazada quiero morir!”. A su vez, otro santo, el beato Contardo Ferrini, escribía: “¡La comunión! ¡Oh, dulces caricias del Creador con la creatura! ¡Oh, inefable elevación del espíritu humano! ¿Qué cosa tiene el mundo que se pueda comparar con estas alegrías purísimas del Cielo, con estas muestras de la gloria eterna?”. Cada comunión eucarística es “una muestra de la gloria eterna”. ¿Dejaremos pasar nuestras comuniones, una tras otra, como si sólo consumiéramos un trocito de pan y no la substancia divina de la Persona del Hijo de Dios? ¿Seguiremos tratando a la Eucaristía como a un inerte trocito de pan, siendo el Hijo de Dios en Persona, que viene a nuestra “nada más pecado”, sólo para darnos su Divino Amor?

           Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Cuando comulgamos, rara vez nos ponemos a considerar que la Eucaristía es obra de Dios Uno y Trino[2] y que, por lo que se llama “circunmiseción”, donde está una Persona divina, están las otras. Esto quiere decir que, si bien en la Eucaristía está Presente en Persona, el Hijo de Dios, esto es, la Segunda Persona de la Trinidad, están también presentes el Padre y el Hijo. Pero consideremos la primera idea: la Eucaristía es obra de la Santísima Trinidad: en efecto, Dios Padre es quien pide a Dios Hijo que se encarne en el seno purísimo de María para morir en cruz y donarnos el Espíritu Santo a través de su Corazón traspasado, el Viernes Santo, con lo que la muerte de Cristo y el don del Espíritu es una obra de la Trinidad; ahora bien, como en la Santa Misa se renueva incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio de la Cruz –es el mismo y único sacrificio de la Cruz, renovado bajo los velos sacramentales-, también podemos decir que la Santa Misa y la Eucaristía son dones de la Santísima Trinidad. De esto eran conscientes los santos: un día, Santa María Magdalena dei Pazzi, después de la comunión, arrodillada entre las novicias, con los brazos en cruz, abrió los ojos al cielo y dijo: “Hermanas, si comprendiéramos que el tiempo que duran en nosotros las especies eucarísticas, Jesús está presente y actúa en nosotros inseparablemente con el Padre y el Espíritu Santo y que, por tanto, es toda la Trinidad Santísima…”, sin poder terminar de hablar, porque fue arrebatada en un éxtasis de amor sublime. Demos gracias a la Santísima Trinidad por cada Eucaristía, porque cada Eucaristía es obra suprema de Dios Uno y Trino.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 68.
[2] Cfr. Manelli, o. c., 68.

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