sábado, 12 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por ultraje a Cristo crucificado Israel 120119



La pretendida "obra artística" en la que la mascota de McDonald's, el payaso, reemplaza a Jesús crucificado, no es una "obra de arte", sino una lisa y llana profanación sacrílega contra el Hijo de Dios. Además de reparar tamaña ofensa contra Nuestro Señor, pedimos la conversión de los autores de la misma.

          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el ultraje cometido contra Jesús crucificado en un museo en Haifa, Israel. El ultraje consistió en que la figura de Nuestro Señor Jesucristo crucificado fue reemplazada por la de una mascota de una reconocida cadena de comida rápida. La información relativa a tan lamentable suceso se encuentra en el siguiente enlace:


          Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Al encarnarse en el seno de María Santísima, obedeciendo el pedido de Dios Padre, el Hijo de Dios, Jesucristo, iniciaba su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual el Verbo Eterno del Padre habría de derrotar, mediante su sacrificio y muerte en Cruz, al Demonio, a la Muerte y al Pecado. Es decir, con su Encarnación y con su Pasión y Muerte en Cruz, el Logos del Padre, la Sabiduría encarnada, ofreciéndose como Víctima Pura y Santa en el altar de la Cruz el Viernes Santo, habría de derrotar, de una vez y para siempre, a los tres grandes enemigos de la humanidad. Ahora bien, esta victoria absoluta, total y definitiva sobre los enemigos mortales del hombre, no eran el objetivo final de la Encarnación del Verbo: el objetivo final era comunicarnos su Ser divino trinitario y, con su Ser divino, su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Y para esto es que el Verbo continúa y prolonga su Encarnación, en cada Santa Misa, en cada Eucaristía: para donarnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Por la comunión eucarística, Jesús, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, no nos da uno de sus dones y tampoco nos da un poco de su Amor: en cada comunión eucarística, Jesús se nos dona con todo su Ser, con todo su Acto de Ser divino trinitario, del cual brota el Amor de Dios, el Amor con el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre desde la eternidad, el Espíritu Santo. Al comunicarnos su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en cada Eucaristía, Jesús se nos dona todo Él, sin reservarse nada para sí, para que nosotros seamos, por así decirlo, sus “dueños” en el Amor. Jesús se nos dona, en cada comunión eucarística, con la totalidad de su Ser divino trinitario y con la totalidad de su Humanidad santísima glorificada, para que lo poseamos, para que Él sea, para cada uno de nosotros, nuestra posesión personal. Jesús no se contenta con darnos un don, ni siquiera muchos dones: Jesús se nos dona con todo su Ser divino, para que lo poseamos y Él sea nuestro y nosotros seamos de Él. Quien desee poseer bienes, que entonces desee poseer la Eucaristía, porque en la Eucaristía no están algunos de los bienes celestiales más preciados, sino que está el Bien Increado en sí mismo y Fuente de todo bien, Jesús Eucaristía.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Cuando Jesús se nos dona en la Eucaristía, nos dona su divinidad y su humanidad glorificada. Cuando decimos que Jesús nos dona su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, estamos diciendo que la Persona Segunda de la Trinidad nos dona su Ser divino trinitario y su Humanidad Santísima y glorificada. Es decir, en la Santa Comunión, Jesús se dona en su totalidad a mí y a mi alma y de tal manera, que se hace mío, se convierte en algo de mi propiedad personal. Así lo entendían los santos, como Santa Gema Galgani, que luego de la comunión eucarística, le decía a Jesús: “Soy dueña de Ti”[1]. Y no lo decía de modo metafórico, sino que era el Espíritu Santo quien le dictaba lo que sucedía en ese momento de la comunión: Jesús se dona de tal manera al alma que lo recibe por la comunión, que la persona lo posee de modo personal; es decir, la persona que comulga se hace “dueña” de Dios Hijo, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía para prolongar y actualizar el don de Sí mismo que hizo en la Cruz, en la cima del Monte Calvario. Otro santo, el beato Contardo Ferrini, luego de comulgar, expresaba así esta idea de la prolongación de la Encarnación de Jesús en la Eucaristía: “Jesús se encarna en nuestro corazón”. Es decir, el Hijo de Dios se encarna en el seno virgen de María para donarse todo Él sin reservas, al alma que lo recibe con amor y en estado de gracia y lo hace para, por así decirlo, prolongar su Encarnación en cada corazón.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          En el Cielo, los ángeles de Dios se postran ante el Cordero y lo adoran continuamente, día y noche, por toda la eternidad. Para los ángeles de Dios, no hay nada que los colme de más alegría, amor y paz, que adorar al Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús. La adoración del Cordero Místico, Cristo Jesús, constituye, para los ángeles, la tarea más agradable que el mismo Dios les pudiera encargar. Los ángeles son mensajeros de Dios y ejecutan sus órdenes con presteza y amor; también por orden de Dios, protegen a los hombres de las acechanzas del Demonio y les enseñan el camino de la gracia y de la virtud, para que puedan ingresar en el Reino de los cielos. Pero no hay tarea más agradable, para los espíritus angélicos celestiales, que adorar al Cordero de Dios en los cielos, por eternidades sin fin. Ahora bien, los ángeles no interrumpen su tarea de adoración en ningún momento, ni siquiera cuando el Cordero Místico, oculto en apariencia de pan, ingresa en un alma por la Sagrada Comunión: incluso entonces, los ángeles continúan adorando y amando a Jesús ininterrumpidamente, tal como lo hacen en el Cielo[2]. Al respecto, dice así San Bernardo: “Cuando Jesús está corporalmente presente en nosotros, los Ángeles hacen la guardia de honor en torno a nosotros”. Es decir, según los santos, cuando comulgamos y recibimos a Jesús por la Eucaristía, los Ángeles nos rodean y continúan haciendo en la tierra, en torno a nuestro alrededor, lo mismo que hacen en el Cielo: adorar y amar al Cordero Místico de Dios, Jesús Eucaristía.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          En el Evangelio, Jesús revela algo sorprendente: nos dice qué es lo que sucede en la comunión eucarística: “El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre permanece en Mí y Yo en Él” (Jn 6, 56). Es decir, cuando una persona comulga la Eucaristía –esto es “comer su Carne y beber su Sangre”-, no sucede lo mismo que cuando se ingiere un poco de pan, puesto que la Eucaristía no es pan, sino una Persona, la Segunda de la Trinidad, oculta en apariencia de pan. Y porque la Eucaristía es una Persona divina, el Hijo de Dios, cuando se comulga la Eucaristía, la Persona Segunda de la Trinidad, Cristo Jesús, ingresa en el alma, en lo más profundo del ser del hombre y allí permanece. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando dice que quien “come su Cuerpo y bebe su Sangre Él permanece en quien lo comulga y quien lo comulga permanece en Él”: la comunión eucarística, si bien exteriormente semeja a cuando un hombre ingiere un alimento, es en realidad una interacción entre dos personas unidas por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque Dios Hijo ingresa y permanece en el alma y el alma recibe a Jesús Eucaristía y permanece unido a Él por el Amor. Nunca comulguemos de modo mecánico y automático, como quien ingiere un poco de pan: comulguemos en el Amor, abriendo las puertas de nuestros corazones para que Jesús ingrese en ellos y allí permanezca, con nosotros, y nosotros con Él.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 55.
[2] Cfr. Manelli, ibidem.

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