miércoles, 16 de enero de 2019

Hora Santa en reparación por ofensas contra Jesús y la Virgen por parte de cantante de rap Italia 150119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por las ofensas perpetradas contra Nuestro Señor Jesucristo y contra María Santísima por parte del cantante de rap italiano llamado “Fedez”. La información pertinente a tan lamentable hecho se puede encontrar en los siguientes enlaces:



          Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

Los cristianos –más específicamente, los católicos- poseen algo que los integrantes de otras religiones no pueden ni siquiera imaginar: poseen al Dios mismo en Persona, oculto en apariencia de pan, en la Sagrada Eucaristía. En las Escrituras, en el Apocalipsis, Jesús dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre, entraré en él y cenaré con él y él Conmigo”. Esta promesa de Jesús –la de entrar en el alma de una persona- se cumple cada vez que alguien comulga en estado de gracia y lleno de piedad, amor y adoración. En efecto, la comunión eucarística es el cumplimiento cabal de esta promesa de Jesús y es la razón por la cual los católicos tienen algo que los integrantes de otras religiones no tienen, y es la posibilidad de que Dios en Persona no solo ingrese en el alma, sino que inhabite en el alma, convirtiendo al alma en algo más grande y precioso que los cielos, porque por la comunión comienza a estar Dios en el alma y el alma en Dios.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          El pensamiento piadoso de que Dios habría de entrar en el alma por la comunión eucarística es lo que alentaba la vida de los santos y es en lo que los santos ponían toda su esperanza y felicidad. Los hombres, por lo general, en su gran mayoría, ponen sus esperanzas y deseos de felicidad en las cosas mundanas y es por esa razón que no son felices, porque lo mundano no puede, por imposibilidad absoluta, dar paz, alegría y felicidad al alma. Solo la comunión eucarística lo puede hacer, porque por la comunión ingresa en el alma, convirtiéndola en un sagrario viviente, el Dios de los cielos, colmándola de su paz, de su alegría, de su amor, de su fortaleza, de su sabiduría. ¡Cómo se engañan los hombres cuando acuden a otras creaturas e incluso a ídolos, que por naturaleza y definición nada pueden hacer ni nada pueden dar, sino solo angustia, tristeza e incluso la muerte! Si los hombres tan solo imitaran a los santos, que ponían en la comunión eucarística toda su esperanza, distinta, muy distinta, sería la vida en esta tierra, porque esta vida se convertiría en un anticipo del cielo.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los santos centraban sus esperanzas y alegrías en una sola cosa: en la Eucaristía. Para ellos, su mayor felicidad era la unión con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en Persona en la Eucaristía. Son innumerables los ejemplos de los santos que, dejando toda su fortuna material en la tierra, ingresaron en los claustros para estar no solo un poco más de tiempo, sino toda la vida en estado de adoración y acción de gracias a Jesús Eucaristía. Son innumerables los ejemplos de los santos que renunciaron a sus riquezas materiales, a sus títulos de nobleza, a sus posesiones, a sus posiciones sociales mundanas, para ingresar en el anonimato de la oración, de la adoración eucarística y de la comunión eucarística diaria. Visto con los ojos de la fe, los santos fueron los que hicieron el mejor “negocio” que jamás alguien podría hacer: por renunciar a las migajas que representan las fortunas materiales y los títulos mundanos, recibieron a cambio la más grande riqueza de todas, la Sagrada Eucaristía, en la que se contiene nada menos que a Dios Hijo encarnado, que es la Sabiduría del Padre eterno. Así lo comprendían los santos: no hay fortuna más grande, ni en este mundo ni en el otro, que estar unidos al Hijo de Dios encarnado. Santa Gema Galgani, pensando en la comunión eucarística que habría de hacer al día siguiente, decía así: “Es de noche, me acerco a mañana por la mañana: Jesús me poseerá y yo poseeré a Jesús”[1]. ¿Qué puede haber de mayor valor en el universo, que la comunión eucarística, que contiene al Sagrado Corazón de Jesús?

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los católicos, por lo general, no tomamos conciencia, o al menos no meditamos como debiéramos, acerca del inmenso don de la Eucaristía. Cuando leemos en el Evangelio los numerosos y asombrosos milagros realizados por Jesús, como la curación de enfermos, la resurrección de muertos, la expulsión de demonios, pensamos cuán afortunados eran los destinatarios de tales milagros. Sin embargo, los santos nos hacen ver que, en realidad, nada tenemos que envidiarles, pues nosotros tenemos algo infinitamente más valioso que los milagros del Evangelio, y es la Eucaristía, en donde se encuentra en Persona el Autor de esos milagros, Cristo Jesús. Al respecto, decía así San Juan Crisóstomo: “Vosotros envidiáis a la mujer que tocó el vestido de Jesús, a la pecadora que bañó sus pies con lágrimas, a las mujeres de Galilea que tuvieron la suerte de seguirle en su peregrinación, a los apóstoles y a los discípulos con los que conversaba familiarmente, al pueblo de aquel tiempo que escuchaba las palabras de gracia y de salvación que salían de sus labios. Vosotros llamáis felices a los que le vieron… Pero, venid al altar y le veréis, le daréis santos besos, le bañaréis con vuestras lágrimas y le llevaréis dentro de vosotros como María Santísima”[2].

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

No existe santo que no se haya santificado sin la comunión eucarística. No existe santo que no haya ganado su ingreso al cielo sin adorar la Eucaristía. No se puede nombrar a uno, porque en realidad deberían ser nombrados todos, ya que todos, sin excepción, se santificaron por la devoción, la piedad, el amor y la adoración a la Eucaristía. Como expresión de este deseo de unión con Jesús Eucaristía, Santa Teresa del Niño Jesús escribió el siguiente maravilloso poema eucarístico: “Deseos junto al sagrario”, en el que, entre otras cosas, dice: “Querría ser el cáliz donde adoro la Sangre divina. Pero también yo puedo recogerla por las mañanas en el Santo Sacrificio: más querida es para Jesús mi alma que el más precioso vaso de oro”. Cuando el alma comulga, se convierte en algo más precioso, no solo que un vaso de oro, sino que los mismos cielos, porque contiene a Aquel a quien los cielos no pueden contener, Cristo Jesús.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Un día la cielo iré y la contemplaré”.




[1] Cit. en Stefano Maria Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, 57.
[2] Cit. en Manelli, o. c., 56.

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