domingo, 16 de febrero de 2025

Hora Santa en reparación por profanación del Santísimo Sacramento por hombre poseído en México 150225

 



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación cometida contra el Santísimo Sacramento del Altar por parte de un hombre poseído en Méxio. Para mayores datos acerca de este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=meyOg09oovY

Canto de entrada: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La gracia santificante que nos comunican los Sacramentos, es más valiosa y aventaja todavía más, incalculablemente, a todos los milagros, afirma un autor[1]. Es decir, no basta con afirmar que la gracia supera los bienes naturales, puesto que también excede los milagros obrados por el mismo Dios. La gracia se manifiesta en las obras de misericordia y cuando más se destaca esta misericordia divina es al otorgar Dios su gracia al hombre. Nuestro Señor dice que quienes creen en Él realizarán cosas mayores que Él mismo en la tierra (Jn 14, 12). Dice San Agustín que como ejemplo podría servir el caso de San Pedro que, con su sombra, curaba a los enfermos, algo que no se lee de Nuestro Señor. Pero esta verdad aparece todavía con mayor claridad en la obra de la justificación, a la que los fieles deben cooperar personalmente en lo que a ellos se refiere y a los demás, cada cual a su manera. Es cierto que no somos nosotros los que producimos la gracia, pero no lo es menos que, con la ayuda de Dios, podemos prepararnos a recibirla, haciéndonos dignos de ella, infundiendo aliento a los demás; en una palabra, que podemos llevar a cabo cosas mayores que los milagros de Cristo[2].

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

Tanto para Dios como para la gracia es algo más glorioso que los milagros. Mediante el milagro, obrado de ordinario sobre la materia, Dios devuelve la salud o la vida. Por la gracia, su acción termina en el alma, por así decirlo la vuelve a crear, la eleva sobre la naturaleza, deposita en ella el germen de la vida sobrenatural, se reproduce en ella, le imprime la imagen de su propia naturaleza. De esa manera se convierte, por así decirlo, en el milagro más estupendo de la omnipotencia divina. La gracia supera la creación del cielo y de la tierra y de los ángeles; no se la puede comparar sino con la generación del propio Hijo de Dios. Es asimismo sobrenatural, grande, misteriosa, ya que, según la frase de San León, “nos hacemos participantes de la generación de Cristo”[3].

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

Cuando los santos obran milagros, Dios se vale de ellos como de intermediarios; para nada interviene el poder de los mismos, sino el del mismo Dios. Cuando nos da la gracia, Dios exige de nosotros una cooperación más estrecha: quiere que, con su ayuda, nos preparemos a recibirla; quiere que la aceptemos, que la conservemos, que la aumentemos, es decir, Dios quiere de nosotros un acto de nuestro libre albedrío para aceptar su gracia santificante, quiere nuestra libre aceptación, nuestra libre cooperación en el aceptar su gracia santificante.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación.

De esta manera, Dios nos confía una dignidad de grado infinita. Él se une a nuestra alma, por la gracia, así como el esposo a la esposa. Nuestra alma, por la virtud que recibe, puede reproducir en sí misma la imagen divina y convertirse en hija adoptiva de Dios. Dios confía a su Iglesia el poder admirable de comunicar, mediante su enseñanza y sus sacramentos, la gracia santificante a sus hijos y así no hay cosa más grandiosa, bella y admirable que esta obra de la Iglesia Madre sobre sus hijos, los hijos de Dios, que causa admiración a hombres y ángeles. Trabajemos por lo tanto en adquirir la gracia santificante y también para aumentarla, no solo en nosotros, sino también en nuestros seres queridos y en todo prójimo, incluidos en nuestros enemigos, según el mandato de Jesús: “Ama a tu enemigo”.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

Si los hombres conocieran la inmensidad del valor infinito de la gracia, no dudarían ni por un instante en romper con todo pecado, incluido el más mínimo pecado venial, dando comienzo a una nueva vida, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida de los hijos regenerados por la Sangre Preciosísima del Cordero, brotada del Costado traspasado por la lanza el Viernes Santo, Costado del cual mana Sangre y Agua, la gracia santificante que se comunica por los Santos Sacramentos de la Iglesia Católica a través del tiempo y del espacio, a lo largo y ancho de la tierra, por todos los siglos, hasta el fin de los tiempos. La recepción de la gracia por los Sacramentos es una obra más grande que resucitar un muerto, porque por la resurrección se resucita un muerto corporal, mientras que por la gracia se vuelve a la vida al espíritu, que estaba muerto a la vida de la gracia por el pecado mortal y se lo hace partícipe de la vida misma de la Santísima Trinidad. Es por esto que dice San Agustín: “Si Dios te ha hecho hombre, y tú con la ayuda de Dios, se entiende te haces justo (recibes la gracia, N. del R.), realizas una obra mayor que la producida por Dios”[4].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones del Santo Padre.



[1] Cfr. Matías José Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 20.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 20.

[3] Serm. 21, c. 3.

[4] Serm. 169 (15 De Verbis Apostoli), c. II. N 13.


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