Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por exposición blasfema titulada La Venida de Cristo en instalaciones de la
Universidad Nacional de México. Para mayor información acerca de este
desgraciado sacrilegio, consultar el siguiente enlace:
Canto de entrada: “Cristianos, venid, cristianos,
llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La
gracia santificante que nos conceden los Sacramentos, es el mayor don que Dios
puede hacernos, no solo en esta vida terrena, temporal, sino también en la otra
vida, en la eterna, puesto que la gloria de la cual gozan los bienaventurados
en los Cielos eternos, no es otra cosa que el completo desarrollo de la gracia[1][1]. De ahí que el
mayor bien que un alma pueda conseguir en esta vida sea la gracia y de ahí que,
quien muera en gracia, se puede decir que no muere, sino que comienza a vivir
en la eternidad, con la Vida misma del Ser divino Trinitario, con la Vida
Increada del Acto de Ser divino Trinitario.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Por esto mismo, la gracia es la fuente que salta hasta la vida eterna; es la
raíz de la gloria y de la bienaventuranza en los cielos eternos. Dice el
Apóstol: “El precio del pecado es la muerte, mas la gracia de Dios es la vida
eterna” (Rom 6, 23). Si, como dice el Apóstol, la gracia de Dios es
la vida eterna, entonces no sólo debe conducirnos a ella, sino que debe
contenerla, ya en germen, cuando la recibimos en el tiempo, en esta vida. Por
esto mismo, debemos atesorarla y conservarla y acrecentarla, con el mayor de
los cuidados y con más ahínco todavía con el que el avaro cuida y acrecienta su
tesoro.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Si la gracia es la vida eterna y la mayor de las fortunas, entonces la pérdida
de la gracia y el estado de pecado es el mayor de los infortunios, la mayor de
las desgracias. Por esto, el pecado es un mal mayor que la muerte, que es su
castigo; de igual modo, la gracia debe ser un bien más preciado que la gracia
celeste, pues por aquella merecemos esta.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Un filósofo decía: “Colocadme en una mansión con abundancia
de oro y plata; estas cosas no lograrán que yo crezca en mi propia estimación,
porque estos objetos están cerca pero fuera de mí y así no pueden engrandecer
en nada mi espíritu, aun cuando resplandezcan por fuera”. Por el contrario, la
gracia sí puede engrandecer, y lo hace infinitamente, por encima de la
naturaleza creada, a aquel que la posee, porque quien la posee, participa de la
vida divina de la Trinidad. San Cirilo de Alejandría dice así: “La gracia de
Cristo nos viste como de púrpura; nos coloca en una dignidad de la que no es
posible hacerse una idea”. Y no nos podemos hacer una idea, porque no sabemos
cómo es vivir viviendo con la vida de las Tres Divinas Personas como si fuera
nuestra propia vida.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Un autor afirma que la gracia santificante es un honor inimaginable
e impensable para el hombre: “Sacado (el hombre) de su bajeza y de su nativa
oscuridad es transportado, cual otro Adán, sobre este mundo visible, sobre los
animales, sobre los cielos, sobre la dignidad que los ángeles más bellos y
poderosos tenían por naturaleza. Es de saber que los ángeles, según su naturaleza,
no tienen la dignidad que nosotros adquirimos por la gracia. Si ellos no
hubieran recibido de la generosidad divina esta gracia, serían inferiores a
nosotros y en escala mayor que lo somos nosotros con relación a ellos según la
naturaleza. Entonces, por la gracia nosotros, que somos inferiores a los ángeles
por naturaleza, somos elevados a una categoría infinitamente mayor a la de los
ángeles, puesto que por la gracia somos hechos partícipes de la filiación
divina con la cual el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, es hija
de Dios desde la eternidad.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “La Virgen María nos reúne en Nombre
del Señor”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
|
|
[1] Cfr. Matías José Scheeben, Las maravillas de la gracia
divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 23.
No hay comentarios:
Publicar un comentario