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ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por la profanación del altar mayor de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Un
hombre profanó el altar mayor de la Basílica de San Pedro en el Vaticano
subiéndose sobre este y lanzando al suelo seis candelabros que estaban
alrededor, informó la agencia de noticias italiana ANSA. Tras arrojar los
candelabros, el hombre se puso de pie sobre el altar, situado bajo el recién
restaurado Baldaquino de Bernini, y retiró el mantel blanco que lo cubría, como
se puede apreciar en un video difundido en redes sociales. A continuación, el
sujeto fue detenido por agentes de seguridad. Para mayor información, consultar
el siguiente enlace: https://www.elperiodico.com/es/internacional/20250208/vaticano-hombre-vandaliza-altar-basilica-san-pedro-114105902
Canto de entrada: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Afirma un autor que la razón por la cual la gracia
supera a todas las cosas creadas es porque no es otra cosa sino “la luz
sobrenatural que desde la profundidad de la divinidad se expande sobre la
creatura racional”[1].
El sol y su luz son inseparables: si el sol es mucho más precioso y perfecto
que la tierra, que por sí misma es oscura, también su luz lo será de la misma
manera. Lo mismo sucede con la gracia: nuestra naturaleza es la tierra que
recibe los rayos del sol divino, que la penetran y la glorifican y así se
convierte en una especie de naturaleza divina. Es decir, la gracia ilumina a
nuestra naturaleza humana, con los rayos de la luz divina trinitaria, así como
los rayos del sol iluminan la tierra.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Ahora bien, sucede que Dios Uno y Trino, a quien
poseemos por participación por la gracia santificante que nos comunican los
sacramentos, no encierra únicamente las perfecciones de todas las cosas, sino
que es infinitamente más perfecto que todas ellas juntas. Igualmente, la gracia
es más preciosa que todos los bienes creados. Se puede afirmar de ella todo lo
que se ha dicho de la Sabiduría: “Ella es superior a los tesoros más preciosos;
ninguna cosa, por apetecible que sea, puede comparársele” (Prov 8, 2). Elevemos
entonces nuestras miradas hacia esos tesoros; veamos si deben desdeñarse o si
por el contrario son dignos de que los busquemos con todo el ardor de nuestro
corazón. Aun cuando poseyéramos todos los bienes de la naturaleza, oro, plata,
poderío, reputación, ciencia, artes, todas estas riquezas se esfumarían ante la
gracia como un montón de tierra o de lodo junto a una piedra preciosa. Por el
contrario, aunque seamos pobres en absoluto, la gracia de Dios por sí sola nos
hace ser más ricos que todos los reyes de este mundo: poseemos lo mejor que la
Santísima Trinidad puede darnos. Así canta el Salmista: “La misericordia de
Dios se extiende sobre todas las creaturas”. Y la Santa Iglesia Católica, la
Esposa Mística del Cordero, reza a su Esposo así en la oración: “…¡Oh Dios, que
manifiestas tu poder singularmente al perdonarnos y al usar de misericordia!”.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
¡No seamos desagradecidos con Dios por semejante don
de su infinita misericordia! Por el contrario, agradezcámosle cada segundo de
nuestra vida, cantando con el Salmista: “¿Quién es el hombre para que lo
recuerdes y el hijo del hombre para que lo visites?” (Sal 144, 9). Si Dios,
según las Escrituras, “ha puesto bajo nuestros pies las ovejas y los bueyes,
las aves del cielo y los peces del mar” (cfr. Sal 8, 7-9) y por esto
debemos estar enormemente agradecidos; ¿cuánto más debemos agradecerle los
tesoros sobrenaturales de la gracia y guardarlos con el mayor de los cuidados?
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Esa es la razón por la que un sabio teólogo, el
Cardenal Cayetano, asegura que no debemos perder de vista los castigos reservados
para los que desprecian la gracia. Nuestro castigo será semejante al de aquellos
hombres del Evangelio que, invitados por el rey a su festín, prefirieron su
propio interés a su goce. También nosotros, atolondrados e ingratos,
despreciamos la invitación al festín de Dios -el Banquete celestial de la Santa
Misa, en donde se sirve la Carne del Cordero, asada en el Fuego del Espíritu
Santo y se bebe el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Hijo de
Dios, y se come el Pan de Vida Eterna, la Sagrada Eucaristía-, para ceder luego
a la tentación del mundo y del demonio, que con sus viles placeres nos vendan
los ojos. ¡Cuán desatinados somos cuando esto hacemos!
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
La distancia inconmensurable que hay entre la gracia y
los bienes de la naturaleza no solamente debe impedirnos la pérdida de aquella
por el pecado mortal, sino que debe impulsarnos a practicar con empeño las
virtudes que aumentan la gracia en nosotros. Tal vez no pierdas demasiado con
dejar la misa negligentemente entre semana, si la reemplazas con una oración o
una obra de misericordia; con todo, no se puede negar que es una pérdida
incalculable el no aumentar el capital, cuando tan fácilmente se podría
conseguir, puesto que el menor grado de gracia excede en valor a todos los
bienes de este mundo.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “La Virgen María nos reúne, en
Nombre del Señor”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Matías José Scheeben, Las maravillas de la gracia divina,
Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 18.
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