miércoles, 21 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a Nuestra Señora de Guadalupe 161118



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un gravísimo ultraje contra Nuestra Señora de Guadalupe, llevado a cabo por un pastor evangélico. El mencionado “pastor” utilizó una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la mantuvo suspendida de una soga durante su “prédica” simulando un ahorcamiento y finalmente la arrojó al suelo, despedazando la imagen. El video en el que se puede ver el infamante ultraje a la Madre de Dios se puede ver en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la gracia, don conseguido al altísimo precio de la Sangre Preciosísima del Redentor derramada en el altar de la cruz y en la cruz del altar, obtenemos algo que no podríamos jamás siquiera imaginar, si no nos fuera revelado: nos hace ser partícipes de la naturaleza divina[1]. Ahora bien, lo que estas palabras significan no pueden, en realidad, ni siquiera una vez revelado su significado, ser apreciado en su inmensidad, por el pensamiento. Se puede afirmar y decir, tal como se afirma y dice, gracias al Magisterio de la Iglesia Católica, que por este don de la gracia Dios eleva al alma por encima de todo ser y orden natural y al hacerla partícipe de su naturaleza infinita, la coloca en un estado divino, en el que el ser humano es colocado a la altura de la naturaleza divina, porque es hecho partícipe de ella. Todo esto puede y es debidamente expresado, con el pensamiento y con las formulaciones teológicas que corresponden, pero es algo tan pero tan inmensamente grande y divino, que no puede ser apreciado, ni siquiera mínimamente, por el corazón humano. Si los filósofos antiguos, pre-cristianos, se admiraban del hombre porque era capaz de contemplar las cosas divinas, ¿qué dirían si se hubieran anoticiado que el hombre, por la gracia, no sólo era capaz de contemplar las cosas divinas, sino que él mismo se convertía, por así decirlo, en Dios por participación? Y si la obra de la Creación –tanto visible como invisible- merece un elogio admirado por la perfección con la cual obró Dios, ¿qué puede decirse de la gracia, obra por la cual el hombre es elevado por encima de toda la Creación para asemejarse a su propio Creador, al participar de su naturaleza divina?

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Acerca del valor de la gracia divina, afirma San Agustín que “el justificarse con la gracia es cosa mayor que el cielo y la tierra y todas cuantas cosas se ven en el cielo y en la tierra”[2]. ¡Cuántos hombres, cegados por las cosas materiales, dedican sus vidas a obtenerlas, cuando estas cosas materiales, aun si fueran el universo entero, son poco más que polvo y barro en comparación con la gracia! Afirmándose en esto, Santo Tomás sostiene que la justificación de un alma por la gracia es obra mayor que la creación de cielos y tierra, es decir, que Dios obra con mayor majestad y poder cuando justifica a un pecador infundiéndole la gracia, que cuando creó el universo visible y el invisible. Dice así Santo Tomás: “Mayor obra es la justificación del pecador, que se termina al bien eterno de la gracia, que la creación del cielo y la tierra, que se termina al bien de la naturaleza mudable”[3].

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al contemplar la Creación, con su orden y hermosura que se despliegan ante nuestros ojos provocando sólo admiración y estupor por la Sabiduría Divina y por el Amor Divino manifestados en ella, no se puede dejar de considerar que la perfección de la naturaleza humana y angélica son cosas menores en comparación con la gracia divina. Si en la Creación del universo visible e invisible Dios despliega su Sabiduría y su Amor, por medio de la gracia Dios manifiesta su Divina Misericordia y su Omnipotencia, las cuales se despliegan por encima de todas sus obras, sobre todo entendimiento creado, sobre el hombre mismo y sobre los espíritus angélicos. Por esta razón, afirma Santo Tomás que es aquí –en la gracia- donde Dios despliega máximamente su omnipotencia[4], además de su piedad, su misericordia, su bondad y su liberalidad. La gracia es un don tan inmensamente grande, que es superior al alma espiritual y a la condición misma de ser hombre, incluso considerando al hombre como imagen de Dios. En efecto, Santo Tomás afirma que la gracia es más excelente que el alma misma[5] y esto considerando que el alma es imagen de Dios, porque por la gracia, más que imagen de Dios, el hombre se convierte en Dios por participación. En el mismo sentido, San Agustín afirma que “es mejor ser justo que ser hombre”, porque ser hombre es ser creatura de Dios, en tanto que ser justo es ser hijo de Dios y Dios por participación.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La consideración de la grandeza inconmensurable de la gracia debe llevar al cristiano a reflexionar acerca de qué es lo que recibe, cuando recibe la gracia –como también qué es lo que pierde, cuando pierde la gracia-. De parte de Dios, no puede haber dádiva más grande[6], porque por la gracia el alma se vuelve capaz de alojar, en su corazón, a las Tres Divinas Personas de la Trinidad; se convierte en hijo adoptivo de Dios; se hace heredero del Reino y, mucho más que esto, se convierte en Dios por participación. Si un hombre ávido de dinero, se encontrara de la noche a la mañana ser el poseedor y el dueño de innumerables minas de oro y plata, no cabría en sí de la alegría, aun siendo esta mundana y pecaminosa por tratarse de solo cosas materiales y porque el hombre no debe poner su contento en ellas, sino en los bienes del cielo, ¡cuánto más contento debería expresar el alma del cristiano, que sabiéndose pecador y por lo tanto merecedor del infierno y reo de la Justicia Divina, por mérito y obra de la gracia cambia su suerte y pasa a ser, de pecador a justo, de merecedor del castigo divino a beneficiario de la Misericordia Divina; de creatura pecadora a hija adoptiva de Dios; de no poseer ningún bien espiritualmente hablando, solo males, a ser declarada heredera del Reino de los cielos; de ser simple creatura a ser hija adoptiva de Dios! Si los que se desviven por los bienes del mundo, que son polvo y arena frente a la gracia, descubrieran el inestimable valor de la misma, lo dejarían todo y todo lo estimarían por nada, con tal de adquirir, conservar y acrecentar la gracia en sus almas.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santo Tomás de Aquino afirma que la más minúscula gracia es más valiosa que todos los bienes de la naturaleza: “El bien de la gracia de uno es mayor que el bien de la naturaleza de todo el universo”[7]. En el mismo sentido se expresa San Agustín cuando dice: “La gracia de Dios se aventaja, no sólo a todas las estrellas y a todos los cielos, sino también a todos los ángeles”[8]. En el Eclesiástico se dice, también en el mismo sentido, cuando prefiere un justo a mil que no lo son, porque vale más un alma con gracia, que un mundo de hombres y ángeles sin ella. De estas consideraciones se sigue que, si un hombre en gracia se puede considerar el ser más afortunado del universo, aquel que desprecia la gracia o no la tiene en consideración, puede considerarse de la misma manera como el más desgraciado de todos, porque perdido el valor de la gracia, el hombre concentra todos sus esfuerzos en obtener bienes materiales los cuales, comparados con la gracia, son menos que arena y polvo. En este sentido y siguiendo a Santo Tomás se expresa un autor, Cayetano: “Ten delante de tus ojos siempre, de día y de noche, que el bien de la gracia de uno es mejor que el bien de la naturaleza de todo el universo, para que continuamente veas qué condenación amenaza a quien no hace caso ni pondera tan gran bien que le ofrecen”. Comentando esto, dice el P. Nieremberg que “justamente merece ser condenado quien desprecia tal don –la gracia-, por ser ofrecido por Dios y por ser tan grande y por despreciarle por tan poco como los bienes perecederos de la tierra”[9]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que seamos capaces de apreciar el bien inestimable de la gracia, al punto de despreciar todos los bienes de la tierra!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, 16.
[2] Tract. 72 in Joan; cit. Nieremberg, o. c.
[3] 1, 2, q. 113, art. 9, in Corp.; cit Nieremberg, o. c.
[4] L. c., sed cont.
[5] 2, 2, q. 23, art. 3.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] 1, 2, q. 113, art. 9, ad. 2.
[8] Lib. 2, Ad Bonif., cap. 6.
[9] Cfr. Nieremberg, Aprecio, 21.

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