viernes, 16 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por altar macabro en Italia 161118



Una imagen del horroroso y macabro altar erigido en la Basílica Santa Maria Assunta
en Gallarate, Milán, Italia, el pasado 11 de Noviembre de 2018. 
Feo, siniestro e indigno, son los adjetivos que se nos vienen en mente al contemplar tan horrible altar.



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la construcción de un siniestro altar en Italia el 11 de Noviembre de 2018. Dicho altar consta de 120 (ciento veinte) cabezas cortadas y fue construido en la Basílica de Santa Maria Assunta en Gallarate, cerca de Milán, Italia. Muchos –entre los que nos contamos nosotros- han calificado a este macabro altar como “satánico”. Consideramos este altar una ofensa a la majestad y hermosura de Dios Uno y Trino; como un lugar indigno para celebrar la Sagrada Eucaristía y además como un ensalzamiento blasfemo del mal.  La noticia relativa a tan triste suceso se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Se llama “gracia de Cristo” –la que Él nos adquirió al precio de su Sangre Preciosísima en la Cruz- a “aquellos dones y favores de que era indigna y privada nuestra naturaleza por el pecado y que nunca fueron debidos ni pueden serlo a naturaleza alguna, y por ellos se alcanza la eterna bienaventuranza”[1]. En algunas ocasiones, se llama “gracia” a los auxilios con los que Dios nos previene, infundiéndonos, por ejemplo, pensamientos santos y ayudándonos para que hagamos alguna buena obra y es la denominada “gracia actual”. En otras ocasiones, significa un don y una cualidad permanente de Dios en el alma con la cual se hace agradable a Sí, amiga e hija suya; es la “gracia habitual”, porque persevera en el alma como los otros hábitos. No hay ningún santo que no haya subido al Cielo sin la ayuda de estas dos gracias. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que por tu intercesión logremos la gracia de pensamientos santos y puros como los de tu Hijo y seamos capaces de obrar siempre obras de misericordia, para así ganarnos el Cielo!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Tanto la gracia actual como la habitual, fueron conseguidas para nosotros -que, como dijimos, éramos indignos de recibirlas y jamás podríamos siquiera imaginar que podríamos algún día recibirla- al altísimo precio de la Sangre Preciosísima de Nuestro Señor Jesucristo, derramada en el altar de la Cruz y en la Cruz del altar, en cada Santa Misa. Para darnos una idea aproximada del valor de la gracia, podemos tomar ejemplos materiales[2]. Así, por ejemplo, la gracia habitual –la que permanece en el alma de modo habitual, como un hábito- es como una túnica de tela púrpura, finísimamente bordada con hilos de oro, regalada por el rey a su hijo amado, para que anduviese con ella vestido y con ella representara la altísima condición de ser hijo muy amado del rey y heredero de todas sus inmensas riquezas. La gracia actual se puede comparar a los consejos, advertencias, auxilios que este mismo rey diese a su hijo para que no solo no cometiera jamás obra de ningún grado de malicia, ni siquiera el más pequeño, sino para que, ante todo, fuera capaz de hacer grandes obras, nobilísimas, dignas de su grande dignidad de ser hijo del rey. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca perdamos el don de la gracia habitual y que por la gracia actual, seamos capaces de hacer obras meritorias para el Cielo, a fin de algún día adorar contigo al Cordero de Dios en los cielos!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia habitual puede ejemplificarse también de otra manera: con la salud y hermosura del cuerpo; es decir, así como es agradable un cuerpo que está sano y es hermoso –en sí mismo, en cuanto que es creación de Dios, es decir, que su hermosura no viene por la edad, sino por ser perfecta creación de Dios-, así la gracia habitual es como si a un enfermo, que además de la enfermedad tiene atrofiados sus miembros por una prolongada parálisis, le fuera concedida, de forma repentina, la salud total y una admirable hermosura del rostro y de todo el cuerpo[3]. La gracia actual, a su vez, serían como los consejos que da el médico prudente, para que esta persona, así recobrada su salud y hermosura del cuerpo, los conservara permanentemente. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, auxílianos, para que siempre conservemos y aumentemos, en nuestros corazones, la gracia de Dios que embellece nuestras almas!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia habitual es algo tan grandiosamente maravilloso, que no nos alcanzarán las eternidades para dar gracias a Dios por habérnosla concedido. En efecto, la gracia habitual o permanente nos concede el ser hijos adoptivos de Dios, al hacernos ser partícipes de la naturaleza divina y de la filiación divina del Hijo de Dios. Esto quiere decir que la gracia habitual nos adopta como hijos, pero no al modo como el hombre adopta a un hijo –al cual ama como si fuera propio-, sino que nos hacer ser hijos ontológicamente, esto es, haciéndonos participar de la filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde toda la eternidad. La gracia actual, en consecuencia, está dirigida a conservar y afianzar cada vez más esta relación filial con Dios, por medio de los consejos, luces y auxilios divinos, con los cuales no solo evitamos las ocasiones de pecado, sino que obramos meritoriamente para conservar y acrecentar la gracia habitual. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, infunde en nosotros un gran amor a la gracia divina, para que por las buenas obras la conservemos siempre, hasta el último aliento de vida!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia, por lo tanto, es un don altísimo, una cualidad inestimable, frente a la cual, la inmensidad del universo material, con todas sus inimaginables riquezas y hermosuras, queda reducido a poco menos que polvo, puesto que la gracia nos hace ser hijos adoptivos de Dios y herederos de su reino. Por la gracia, la creatura humana es levantada a un ser sobrenatural y grado divino, que comparte la naturaleza, no ya con un ángel, lo cual sería una cosa altísima para esa naturaleza, sino con el mismísimo Dios Uno y Trino. Por la gracia, el alma trasciende y es ensalzada por encima de todo ser y de toda perfección natural y hace, a quien la posee, participante de la naturaleza misma de Dios Trino, de manera tal que Dios Trino viene a hacer morada en dicha alma, enriqueciéndola Dios con hermosísimos resplandores de santidad[4]. El alma en gracia es como el grano de mostaza que, siendo pequeño, se convierte en un gran arbusto al que van a hacer nido los pájaros del cielo: el grano convertido en arbusto es el alma que, sin la gracia, es como el grano pequeñísimo, mientras que con la gracia, alcanza la grandeza de la naturaleza divina, al ser hecho partícipe de la misma; a su vez, los pájaros del cielo que van a hacer nido en el grano devenido en gran arbusto, son tres, porque Tres son las Divinas Personas de la Santísima Trinidad que, por la gracia, van a inhabitar en el alma del justo, esto es, del hombre viador que vive en estado de gracia. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones sean, por la gracia, el arbusto al que van a hacer morada los pájaros del cielo, esto es, las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad!

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 14.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, o. c.
[4] Cfr. Nieremberg, o. c.




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