sábado, 25 de febrero de 2017

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en reparación por profanación eucarística en Río de Janeiro, Brasil.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado[1] en reparación y desagravio por la profanación eucarística ocurrida en el altar de una iglesia dedicada a San Judas Tadeo en Río de Janeiro, Brasil. El objetivo era, además de profanar la Eucaristía, el de incendiar la Iglesia, comenzando desde el Altar Eucarístico. La información correspondiente al lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace: https://www.aciprensa.com/noticias/profanan-eucaristia-y-queman-imagenes-en-altar-de-iglesia-dedicada-a-san-judas-tadeo-34211/ Pedimos la conversión de los autores de esta profanación, y también pedimos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos y la del mundo entero.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, Dios del sagrario, Tú quieres convertir nuestros pobres corazones en otras tantas moradas en las que poder reposar y darnos el Amor de tu Sagrado Corazón, y no cesas de llamarnos con insistencia, una y otra vez. Y sin embargo, nosotros, llevados por la indiferencia y el desamor hacia Ti, hacemos oídos sordos a tus llamados de amor desde la Eucaristía y te dejamos solo y abandonado en el sagrario. En vez de responder a tu llamado de amor y adoración, vamos en búsqueda de gloria mundana y de la estima de los hombres, eligiendo así el amor efímero y superficial del mundo y de las creaturas, antes que el Amor infinito y eterno del Padre, que mora en tu Corazón Eucarístico. Poco y nada nos detenemos a pensar en tus palabras: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?” (Lc 9, 25). ¿De qué nos sirve poseer todo lo que nuestra concupiscencia desea, si no tenemos en nuestras almas tu Amor, que es el Amor de Dios, que es “Dios, que es Amor” (1 Jn 4, 8)? Es por eso que te imploramos que nos concedas, oh Buen Jesús, la gracia de poder encontrar la “perla preciosa”, tu Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía, para alegrarnos en su posesión, para dejar definitivamente atrás lo que nos separa de Ti, para cortar de una vez y para siempre con el pecado, para desprendernos de los engañosos y falaces bienes y afectos mundanos. Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que descubramos la perla de gran precio, ayúdanos a vender todo lo que tenemos, a desprendernos de lo mundano, para adquirir el campo donde se oculta el único tesoro digno de ser apreciado, la fe en la Presencia Eucarística de tu Hijo Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Tú eres el Dios Tres veces Santo; Tú eres la Santidad en sí misma; Tú eres la Bondad y la Majestad infinita yante Ti, no solo el más mínimo pecado venial, sino nuestra más pequeña imperfección, oh Sumo Dios Perfectísimo, resalta de manera tal que avergüenza a los ángeles que, postrados ante tu Presencia, te adoran y alaban noche y día. Tú quieres, oh Jesús Eucaristía, que “seamos perfectos, como Tú y tu Padre son perfectos” (cfr. Mt 5, 48), y para eso quieres infundirnos el Espíritu Santo, Espíritu Perfectísimo y Puro, para infundirnos el amor a la santidad y el horror al pecado, y es para darnos este Espíritu de perfección en la santidad, que procede del Padre y de Ti, que nos convocas a la Adoración Eucarística. El alma que es atraída por Ti y se deja suavemente conducir por tu Amor, de la mano de Nuestra Señora de la Eucaristía, es como el águila que se eleva, con la vista fija puesta en el sol, hasta las alturas, en busca de ese sol: de la misma manera, el alma se eleva, por la gracia, hasta Ti, oh Jesús Eucaristía, Sol de justicia, y contemplándote en el misterio eucarístico, se eleva a la comunión de vida y amor contigo, al ser unida a Ti por el Espíritu Santo. La Adoración Eucarística es por lo tanto el equivalente al águila que se eleva en busca del sol: así, de la misma manera, el alma que contempla, ama y adora la Eucaristía, se eleva por la gracia hasta el Sol de justicia, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y allí encuentra todo su deleite y solaz. Nuestra Señora de la Eucaristía, eleva nuestras pobres almas hacia el Sol de justicia, Jesús Eucaristía y haz que nuestros corazones se enciendan en el fuego del Divino Amor.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Oh Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Tú nos llamas con tu gracia, para que escuchemos los latidos de amor de tu Sagrado Corazón Eucarístico, pero el alma que no responde a tu llamado de Amor y que no permite que la Virgen lo conduzca hasta el altar de tu majestad en el sagrario, es como la piedra que, cayendo desde lo alto, cuanto más alto cae, y en virtud de la ley de la gravedad, más profundo se precipita en el abismo, pues con la caída aumenta de peso y de velocidad. El alma que rechaza el don de tu Amor, la gracia santificante, se sumerge en el pecado, el cual la precipita hasta el fondo, aumentando con su caída el peso de su culpa y de sus pasiones. Y así como ninguna ley natural puede invertir la caída de la piedra desde lo alto, así tampoco ninguna ley natural puede invertir la caída del alma en pecado y llevarla hacia lo alto, pues nuestras naturales son extremadamente débiles para ello, aunque ni siquiera lo puede hacer el ángel más potente. Sólo un milagro puede hacer esto y ese milagro puedes hacerlo sólo Tú, oh Dios de la Eucaristía, Jesús de Nazareth, porque sólo Tú eres Dios Tres veces Santo, oh Altísimo Jesucristo, en la unidad de vida y amor con el Padre y el Espíritu Santo. Sólo Tú puedes detener el ruinoso precipitarse del pecador hacia el Abismo e invertir su ruta; sólo Tú puedes cambiar el descenso en ascensión hacia lo alto, hacia la vida de la Trinidad. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos la gracia de elevar la mirada hacia tu Hijo crucificado; concédenos la gracia de adorar el misterio de la Presencia Eucarística de tu Hijo Jesús; haz que invoquemos su Corazón Misericordioso y ayúdanos a decir: “¡Sálvame, Señor, porque perezco en las olas!”, y así tu Hijo vendrá, presuroso, a extendernos su mano desde el sagrario, para rescatar nuestras vidas de la muerte.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

Oh Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Tú eres el Amor Infinito, Eterno, Increado, que viniste a la tierra para darnos el perdón divino, para lavar nuestros pecados con tu Sangre derramada en la cruz y para conducirnos, convertidos por la gracia santificante en hijos adoptivos de Dios, al Reino de los cielos, al término de nuestra vida terrena. Tú has venido a nuestra tierra en la Encarnación y continúas viniendo en cada Eucaristía, prolongación de la Encarnación, movido solo por el Amor Divino, que une a las Tres Divinas Personas en un solo Dios, de una sola esencia, naturaleza y voluntad. Y es este mismo Amor, que une a las Tres Personas de la Trinidad, el que late en tu Sagrado Corazón Eucarístico, y el que quieres derramar, todo entero -es decir, toda la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo- sobre nuestras almas, en cada comunión eucarística, para nuestro solaz, alegría y gozo. Y esto lo quieres hacer para que, recibiendo el Divino Amor que nos comunicas en la Comunión Eucarística, seamos unidos a Ti en el Amor de Dios y seamos contigo un solo Cuerpo y un solo Espíritu, y así, en Ti, por el Espíritu Santo, seamos llevados a Dios Padre y así se vea extra-colmada nuestra sed de felicidad, porque no hay felicidad más grande para el hombre que vivir en comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Pero los hombres, oh Jesús Eucaristía, la inmensa mayoría de ellos, y principalmente aquellos que han recibido el sello de predilección del Divino Amor al recibir los sacramentos del Bautismo, de la Eucaristía y de la Confirmación, te olvidan, te abandonan, te dejan solo en el sagrario, menospreciando tu Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía, porque prefieren el mísero amor del mundo antes que el Amor de tu Sagrado Corazón Eucarístico, porque no quieren recibirte a Ti, que eres la Divina Misericordia encarnada, que lo único que quieres es dar, a todos y a cada uno, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, cuyas llamas envuelven tu Sagrado Corazón. Nuestra Señora de la Eucaristía, danos tus ojos, para ver a tu Hijo en el sagrario; danos el amor de tu Inmaculado Corazón, para amarlo con tu mismo amor; danos tu adoración, para adorarlo en su Presencia Eucarística con el mismo celestial ardor con el que tú lo amas y adoras, ahora y por los siglos sin fin.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Oh Jesús Eucaristía, Tú amas las almas y de tal manera, que te encarnaste en el seno de la Virgen y prolongas esa Encarnación en la Eucaristía, sólo por Amor y nada más que por Amor, para así comunicarnos, desde la Eucaristía, tu Divino Amor. Oh Jesús Eucaristía, Tú no tienes otro Motor que el Divino Amor; no tienes otro objetivo para cada uno de los hombres, que no sea el concederles tu Amor y tu Divina Misericordia, porque a todos quieres salvar y a todos quieres llevar al cielo. Tú has venido a traer fuego del cielo, el Fuego del Divino Amor, y quieres ya verlo encendido en los corazones; quieres ver a nuestros corazones convertidos en brasas ardientes de Amor Divino. Sin embargo, oh Jesús Eucaristía, los hombres rechazan tu Amor y tu Misericordia, porque sus corazones, lejos de ser como el pasto o el leño seco, se asemejan más bien a una roca fría y húmeda, a la que el Fuego de tu Amor no puede encender. Y al rechazar tu Misericordia Divina, se cierran a sí mismos las puertas del cielo, al tiempo que se colocan bajo la Justicia Divina, de la cual nadie escapa. Oh Jesús Eucaristía, Tú amas las almas, pero no puedes salvarlas si las almas no quieren ser salvadas, y si las almas no quieren pasar por tu Misericordia, indefectiblemente deberán pasar por tu Justicia, y el veredicto de la Justicia Divina para quien voluntariamente rechaza la Divina Misericordia es su justa condenación eterna. Nuestra Señora de la Eucaristía, sé tú nuestra celestial Intercesora, para que, amando y abrazando nuestra cruz de cada día, negándonos a nosotros mismos, sigamos a Jesús por el Camino de la Cruz, vivamos bajo los rayos de su Divina Misericordia y seamos abrasados en el Fuego del Divino Amor que arde en su Sagrado Corazón Eucarístico.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Las meditaciones están adaptadas de: Monseñor Antonio Miquelini, Mensajes de Jesús a un sacerdote, Tomo I, Ediciones El Buen Pastor, Buenos Aires 1989, 76-79.

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