miércoles, 6 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por la catequesis irreverente sobre la Eucaristía, Italia 050219


Una muestra de la actual catequesis irreverente en relación al más grande y asombroso misterio de la Iglesia Católica, la Sagrada Eucaristía.


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por las catequesis irreverentes y la banalización del misterio eucarístico. Una información relativa al tema se puede encontrar en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Cuando Dios da su nombre en el Antiguo Testamento, se define como “El que ES”: “Yo Soy el que Soy”, esto es, Yahvéh. ¿Qué quiere decir este nombre? Quiere decir que sólo Dios ES, en sí mismo y no por otro, a diferencia de las creaturas, que son sólo porque participan del Ser de Dios, porque han sido creadas por Dios. A Dios nadie le dio el Ser: Dios ES desde toda la eternidad; siempre fue, Es ahora y lo será por toda la eternidad, sin ninguna mutación ni imperfección en su Ser divino trinitario. Por esta razón, sólo Dios es eterno, mientras que las creaturas, como los ángeles y las personas, que sí comenzaron a ser porque fueron creadas por Dios, no son eternas, propiamente dichas, sino más bien inmortales. Es decir, hubo un tiempo en que no fueron, luego comenzaron a ser, cuando fueron creadas por Dios y seguirán siendo por toda la eternidad, pero la diferencia con Dios es que sólo Él es el que ES, sólo Él ES desde toda la eternidad, sin haber sido creado por nadie y sin haber recibido el Ser de nadie, puesto que ES desde toda la eternidad. Y ese Dios que ES desde la eternidad, está en la Eucaristía.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ahora bien, el hecho de decir que Dios ES, quiere decir, entre otras cosas -además del hecho de que es eterno y es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás-, que Dios es un ser perfectísimo y en comparación con Él, las creaturas son “nada” porque si no recibieran el ser participado de Él, no serían, no existirían; es decir, en comparación con Él, todo lo demás –el universo visible y el invisible- no es[1]. Y todavía más, en el caso del hombre pecador y en el caso del ángel caído, estas creaturas son “nada más pecado”. En este sentido, dicen así los santos, como San Bernardo: “Dios es lo que es: es su mismo ser y el ser de todas las demás cosas”. Esto último significa que Dios mantiene en el ser a todo el universo: si Él lo quisiera, quitaría el ser a todo y todo dejaría de ser, quedando sólo Él como el Único que ES. Continúa San Bernardo: “Él mismo es para Sí y para todas las cosas y por esto Él es por cierta manera solo”. Ahora bien, este Dios, que da el ser a todo lo que existe; este Dios, cuyo Ser es eterno e infinito y sin el cual nada sería ni tendría existencia, está, para nosotros, los católicos, en su mismo Ser divino trinitario, en la Eucaristía, por lo cual, para nosotros, estar delante de la Eucaristía, es estar delante del Dios que Es, delante de Yahvéh. Y desde la Eucaristía, Dios nos dice lo mismo que dijo en el Antiguo Testamento: “Yo Soy el que Soy”.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando se compara la Creación –toda la Creación, tanto la visible como la invisible-, a pesar de que nos asombramos por la hermosura y perfección de la misma –Dios todo lo creó con su Omnipotencia, su Sabiduría y su Amor-, no podemos dejar de concluir que, a pesar de esta hermosura y perfección, comparada con Dios, la Creación “no es: ni los elementos son, ni el cielo es, ni el hombre es, ni el ángel es, ni cuanto tiene ser y vida en la naturaleza es, ni toda la naturaleza junta es”[2]. Y no es, porque, como dijimos, si Dios no nos hubiera dado el ser y si Dios no estuviera a cada instante, manteniéndonos en el ser, nosotros, simplemente, no seríamos, no existiríamos, seríamos nada. Ahora, que nos mantiene en el ser, somos “nada más pecado”, pero seguimos siendo, en comparación suya, “nada”, tal como lo dicen los Padres de la Iglesia. Y reafirmando esta idea, en la Escritura David dice así a Dios: “Mi substancia toda es como la misma nada delante de Ti: y aun todo hombre viviente es la mayor vanidad del mundo” (Sal 38). Cuando estemos delante de la Eucaristía, recordemos estas palabras de la Escritura y, postrándonos ante el Dios del sagrario, repitamos con el rey David: “Soy la nada frente a ti; soy la nada más pecado; soy vanidad de vanidades; dame tu gracia y así saldré de mi nada”.

 Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

No solo en las Escrituras y no solo entre los pensadores y doctores católicos se considera a Dios como “El que ES”: también entre los antiguos sabios paganos –los filósofos platónicos, sobre todo- afirman también que “las cosas naturales no tienen verdadero ser” –porque el Ser Perfectísimo es el Ser de Dios, propiamente- y que “sólo Dios lo tenía y todas las cosas lo tenían en Dios y no fuera de Él”. Esta afirmación se corresponde con la naturaleza y la esencia de las cosas, porque las cosas, comparadas con el Ser divino trinitario, no se pueden considerar que son. El Profeta Isaías (40, 15) también lo afirma: “Todas las gentes, como si no fuesen, así son delante de Él. Como la nada y como un vacío son reputadas para Él”. ¿No debería asombrarnos de que nosotros, que somos la nada delante de Dios, hayamos sido llamado por su Espíritu para adorarlo delante de la Eucaristía? ¡Oh Dios, cuán insondable es el misterio de tu Amor, que aún no teniendo necesidad de nada ni de nadie, nos convocas a nosotros, que somos polvo, nada y pecado, para que te adoremos en tu Presencia Eucarística!

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ahora bien, nosotros, que somos polvo, nada más pecado; que no somos en comparación con Dios, hemos sido llamados al ser al haber sido creados y por la gracia, hemos sido elevados a la participación de la inexplicable e incomparable excelencia del Ser de Dios, quien tiene el Ser de modo eminente y por encima de todo ser. Es decir, por la gracia, dejamos de ser no-ser, para ser partícipes del Ser divino trinitario en calidad de hijos de Dios y esta es la razón por la cual debemos estimar a la gracia santificante más que todos los bienes del mundo. Ni todo el oro, ni toda la plata, ni todos los diamantes del mundo, se comparan en su riqueza con el más pequeño grado de gracia, porque todas esas cosas materiales no le agregan nada a nuestro ser, mientras que la gracia lo hace partícipe del Ser divino al convertirnos en hijos adoptivos de Dios. Comparadas con la gracia, todo lo que humanamente estimamos –la honra, los bienes materiales, el gusto- no es; no son bienes, en absoluto, comparados con la gracia. También debemos considerar como que no son la pobreza, el trabajo, el dolor, la aflicción, ni ningún mal temporal que podamos considerar, por grande que sea: comparado con la gracia, que es tan grande bien, cualquier mal temporal y de pena no se ha de contar como mal. Por lo tanto, al postrarnos en adoración ante la Eucaristía, agradezcamos que, en la gracia, nos ha quitado todo mal y nos ha dado todo bien, infinitamente más de todo lo que seamos capaces de siquiera imaginar.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Juan Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, 54.
[2] Cfr. Nieremberg, o. c., 54.

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