domingo, 3 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por las misas profanadas 020219



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por las misas celebradas sacrílegamente.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Hay un dicho que dice: “Por la cruz, a la luz”. No se trata de una metáfora, ni de un juego de palabras: verdaderamente, por la cruz, por la santa cruz de Jesús, se llega a la luz, que es el mismo Jesús. Jesús es “la luz del mundo”; es Dios, que es la Luz Increada en sí misma; es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo y puesto que Jesús está en la cruz, quien se acerca a la cruz, esto es, quien se postra delante de la cruz, recibe de Jesús aquello que Jesús Es y tiene para dar: luz divina. Ahora bien, esta luz no es una luz inerte, sin vida, como la luz natural que conocemos: es una luz viva; es una luz que tiene vida y vida divina, porque Jesús, que es luz, es también la Vida divina en sí misma. Luz divina y Vida divina, son atributos del Ser divino de Jesús y es por esto que quien se acerca a la cruz, es iluminado por esta, deja de estar tinieblas, pero también es vivificado por la cruz, porque la luz que de ella emana es luz viva, que comunica la vida divina a quien ilumina.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El hecho de que la cruz nos conduzca a la luz es un misterio y un misterio sobrenatural, imposible de ser captado ni por los sentidos, ni por la razón humana, a menos que medie una inspiración celestial. Quien mira la cruz con ojos humanos, no ve luz, sino que ve ignominia, dolor, humillación y muerte. Sólo con los ojos de la fe, iluminados con la luz de la gracia, se puede ver que quien pende de la cruz no es un hombre más, sino el Hombre-Dios, de cuyo Ser divino trinitario emana la luz celestial que vivifica a quien se le acerca. Porque de la cruz emana el misterio de la luz divina y porque quien se acerca a la cruz recibe la luz de Jesucristo, es que la Iglesia invita a sus miembros a “reconocer el misterio de la cruz” aquí en la tierra, para luego alcanzar “en el cielo el premio de la redención”[1]. Es decir, al conocimiento de la cruz en la tierra, le corresponde en el cielo el premio eterno. Cuanto más se abrace la cruz en la tierra, más cerca el alma estará de Dios en la visión beatífica; cuanto más el alma se postre ante Jesús crucificado y bese con amor y piedad sus pies ensangrentados, estará el alma más cerca del altar del Cordero en los cielos.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         “Yo Soy el Camino que conduce al Padre; nadie va al Padre sino es por Mí” (cfr. Jn 14, 6), dice Jesús en el Evangelio. Ahora bien, Jesús está en la cruz, lo cual quiere decir que, si alguien quiere ir al Padre, debe subir a la cruz de Jesús, Único camino que lleva a algo infinitamente más grande que los cielos eternos, el seno de Dios Padre. Como Cristo está crucificado, Jesús en la cruz es “la llave que abre el acceso al Padre”. Es imposible arribar al Padre sino es por Cristo crucificado. Quien intente otro camino, fracasará, porque el Único camino posible de acceso al Padre es Cristo crucificado. Ahora bien, quien abraza la cruz para ir al Padre, por el Hijo, lo hace porque ha respondido antes a una llamada previa, proveniente del Padre, quien a través del Hijo, envía su Amor, el Espíritu Santo. En otras palabras, al tratarse de un misterio sobrenatural, originado en la Trinidad, el amor a Cristo crucificado no es algo que brote espontáneo en el alma, sino que es una respuesta al Amor del Padre que, en Cristo, nos amó primero. Quien abraza la cruz con amor, es porque antes ha sido abrazado por el Padre, a través de su Hijo, con su Amor, el Espíritu Santo.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La cruz es un misterio inefable, inasible a la sola razón humana. Visto desde la tierra, es un misterio de dolor, humillación y muerte, porque en la cruz, verdaderamente, el Hijo de Dios sufrió dolores inenarrables en su Cuerpo y en su Alma; fue humillado hasta el extremo y, por último, sufrió una verdadera muerte, al punto que su Alma Santísima se separó de su Cuerpo Purísimo, aunque la Divinidad permaneció unida a ambos. Pero visto desde lo alto, es decir, desde la misma Trinidad, la cruz es un misterio de luz, de vida, de gloria y de amor, porque en la cruz, el Hijo de Dios triunfó sobre la muerte, el demonio y el pecado y además de esto, derramó sobre nuestras míseras almas el océano de misericordia, a través de la herida de su Corazón traspasado por la lanza. Es decir, al ser traspasado su Corazón, se liberó su Sangre y con su Sangre, su Vida, y con su Vida, su Amor y con su Amor, su Gloria. Quien abraza la cruz desde abajo, besando piadosamente los pies ensangrentados del Redentor, recibe desde lo alto la Sangre del Cordero, que contiene el Amor de Dios. Por estas razones, la cruz es un misterio sobrenatural inefable, incomprensible, inaferrable, a la sola razón humana y por esto es que, para poder abrazar la cruz, se necesita la gracia santificante.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La cruz, entonces, misterio inefable es, como dice un autor,  “un signo con doble carácter: signo de humillación y signo de gloria; signo de debilidad y signo de fuerza; signo de muerte y signo de vida; signo del esclavo y signo del rey; signo de dolor y signo de alegría eterna; signo del derrotado y signo del vencedor; signo de esta tierra martirizada y signo del cielo glorioso; signo del peso de los pecados y signo de santidad”[2]. Este doble carácter de la cruz se manifiesta en la vida del cristiano: si está afligido y atribulado, al tomar la cruz, el peso de la aflicción y la tribulación desaparecen, porque la cruz es “un yugo suave y ligero”; si está hundido en el fango del pecado, al abrazar la cruz recibe de Cristo la gracia que lo santifica; si está envuelto en las tinieblas del error y la ignorancia, el alma recibe de la cruz la luz que disipa la oscuridad y así puede ver el destino de gloria que le espera en el cielo; si el alma está siendo vapuleada por la tempestad de las pasiones, la cruz le devuelve la calma y la paz que sólo Dios puede dar. Llevemos entonces la cruz de Jesús en la tierra, para ser envueltos en su gloria en el cielo. Por la cruz, a la luz.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
[2] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 159.

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