viernes, 15 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por ataques contra la Iglesia en Francia 150219



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por los continuos ataques –estatuas destrozadas, sagrarios violentados o destruidos, altares y cruces quemados, cruces invertidas, etc.- que ha sufrido la Iglesia en Francia por manos de vándalos anónimos. La información relativa a estos penosos hechos se puede encontrar en los siguientes enlaces:

 http://chiesaepostconcilio.blogspot.com/2019/02/le-chiese-in-francia-obiettivi-di-una.html


         Canto inicial: “Oh Buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Dios, que es Acto de Ser purísimo y perfectísimo, nos comunica la gracia a través de la Sangre del Cordero, Cristo Jesús y con esta gracia nos comunica no sólo el ser superior a todo y verdadero, sino que nos comunica un ser gloriosísimo y lleno de perfecciones[1]. Así como Dios es por esencia y por esto contiene en sí y en acto todas las perfecciones posibles, así la gracia, por ser participación de la naturaleza divina, no solamente da ser grande por antonomasia, sino que es todo ser y contiene también, participadamente, la plenitud y perfección y eminencia de todo ser y grandeza. Por eso en las Escrituras se llama “gloria”, conforme a lo cual dijo San Pablo: “Todos pecaron y tienen necesidad de la gloria de Dios”[2], esto es, de la gracia; donde claramente la llama el Apóstol “gloria”. Y en otro lugar también la llama “gloria” a la gracia, cuando dice[3] que Dios nos adoptó por hijos para alabanza de la gloria de su gracia. El Apóstol Pablo, entonces, equipara el término “gloria” con el de gracia, con lo cual podemos pensar que, estando en estado de gracia en esta vida, es el análogo al estar en estado de gloria en la vida futura.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La vida de la gracia es el anticipo de la gloria futura, ya que para las Escrituras, “gloria” es sinónimo de gracia. Y con el nombre de gloria, se quieren significar, en las Escrituras, todo tipo de grandes e inimaginables excelencias y perfecciones que provienen, por participación, de la excelencia y perfección infinita y altísima del Ser divino trinitario. En el idioma hebreo significa todo el ser, todo lo que se es, y por esta razón el santo Job[4] dice que Dios le despojó de toda su gloria, es decir, de todo su ser y de todo cuanto tenía. Al describir a Jesucristo, San Pablo se refiere a Él, Hijo de Dios, como el “esplendor de la gloria del Padre”[5], es decir, de todo el ser del Padre y la plenitud de sus divinas perfecciones. En un salmo se llama a Jesús Rey de la gloria, para significar que era Señor de todo y superior a todo otro ser  y esto es así porque el Hijo de Dios es la Gracia Increada en sí misma.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         No hay mayor excelencia que la gracia santificante –granjeada para nosotros, por misericordia de Dios, mediante el Santo Sacrificio de la Cruz-, puesto que en la gracia, al igual que en la gloria divina, se encuentra la plenitud de las perfecciones y el ser de todo ser[6]. Al participar del Ser infinito trinitario divino, la gracia es, por esto mismo, todo ser. Quien tiene la gracia lo tiene todo y lo es todo, aunque humanamente no tenga ni sea nada. Y al revés, también: quien no tiene la gracia, aunque lo tenga todo, no tiene nada y nada es. Y porque la gracia es participación en el Ser divino, por esto mismo, es que vale más que todo ser de la naturaleza, esto es, que todo ser creado, sea angélico o humano. Porque por esencia excede en majestuosidad y grandiosidad a todo ser creado, la gracia tiene plenitud en todo su ser y con la sola gracia se puede contentar quien por Cristo haya dejado todas las cosas del mundo, porque ella vale por todo y más que todo. En otras palabras, quien abandona el mundo por la gracia, abandona lo que no es, por lo que es; abandona lo que no tiene nada, por aquello que lo tiene todo, la gracia santificante, porque ser partícipes del Ser divino trinitario es tenerlo y serlo todo. De modo concreto, quien lo deja todo por la Adoración y la Comunión Eucarística –es decir, se mantiene en gracia para poder adorar y comulgar- renuncia al mundo para tener en sí a Aquel que Es el que Es y por quien todo lo que es tiene ser.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por la gracia, el alma se hace partícipe de la infinidad y de la plenitud de perfecciones de la naturaleza divina. Si alguien considera qué es Dios, conocerá qué es la gracia: por esto, el alma debe contemplar –en la adoración eucarística- a Dios, de cuya perfección participa por la gracia. Por la gracia, el alma participa del Ser que es sobre todo ser creado; de la Sabiduría divina del cual se desprende todo saber; de la omnipotencia divina, cuyo poder excede infinitamente cualquier poder, sea humano o angélico; de la majestad y hermosura divinas, de las cuales las majestades y hermosuras creadas no son sino sólo pálidas y desdibujadas sombras. Por la gracia, el alma participa de Aquel que hizo el universo visible e invisible y que puede hacer infinidades de universos visibles e invisibles y, si quisiera, los reduciría a la nada; participa de Aquel cuya fuerza mantiene en el ser al universo entero, al tiempo que dispone las causas, ordena los elementos, produce los vientos, da ser y movimiento a todo; da raciocinio al hombre e inteligencia a los ángeles. Por la gracia, el alma participa de Aquel que Es sobre todo y mejor que todo.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la gracia, el alma participa de Aquel Dios Uno y Trino que es infinito, eterno, inmutable, omnipotente, espíritu purísimo, santísimo, sobreesencial, sobresubstancial, sobrenatural, sobrebueno, sobresabio,sobrehermoso[7]. Por la gracia, el alma participa de Aquel Dios Trinidad que lo llena todo, que todo lo vivifica, que todo lo sustenta, que da perfección a todo, que todo recrea, que señorea todo, que a todo da de su hermosura y magnificencia. Por la gracia, el alma participa del Ser divino de Aquel por quien los serafines se abrasan de amor; a quien los querubines admiran; ante quien los tronos se humillan; las potestades se arrodillan; las dominaciones se empequeñecen; los principados se rinden; los arcángeles obedecen; los ángeles sirven y las jerarquías se estremecen. Por la gracia el alma participa de Aquel Ser que es plenitud de todo ser y perfección y vida y bondad y hermosura y grandeza. Contemple el alma, por la adoración eucarística, la majestuosidad infinita y la grandeza del Dios de la Eucaristía, Jesucristo, y así podrá barruntar a qué alturas inefables ha sido elevada y, una vez contemplado este sublime misterio, haga el alma el propósito de desear perder la vida terrena, antes que perder la gracia.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

        




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla sine die, Cap. 9, 59.
[2] Rm 3.
[3] Ef 1.
[4] 19, 9.
[5] Heb 1.
[6] Cfr. Nieremberg, o. c., 59.
[7] Cfr. Niemeyer, o. c., 60-61.

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