viernes, 28 de febrero de 2014

Hora Santa en reparación y desagravio por las ofensas cometidas contra los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María en Carnaval


         Inicio: ingresamos en el oratorio. Jesús está glorioso y resucitado en la Eucaristía y por lo tanto, ya no sufre más. Pero por un misterio que no comprendemos, pero que aceptamos por la fe de la Santa Iglesia Católica, todos los pecados cometidos por los hombres, desde Adán y Eva, hasta el último hombre nacido en el día del Juicio Final, fueron adjudicados a Jesucristo, de forma vicaria, siendo Él inocente, de modo que, en vez de ser nosotros castigados por nuestros pecados, el que fue castigado en reemplazo nuestro en la cruz fue Él. Así fue que Jesús, en su Pasión de Amor, terminó recibiendo sobre sí mismo todo el castigo que merecíamos los hombres por nuestros pecados. Ahora bien, por el misterio del Hombre-Dios, si bien Jesús ya murió y resucitó, para nosotros, hombres del siglo XXI, si pecamos en la actualidad, ese pecado se actualiza o materializa en la coronación de espinas o en la flagelación, o en los clavos de las manos y los pies, etc., porque la Pasión de Jesús está y estará actual hasta el fin de los tiempos, hasta la consumación de los tiempos, es decir, hasta el fin del tiempo terreno, hasta que dé inicio la eternidad. Ofrecemos esta Hora Santa por lo tanto en reparación por los ultrajes cometidos en uno de los momentos del año en donde más ofensas se cometen contra los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María, el tiempo de Carnaval.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Cristianos venid”.

         Meditación

         Jesús, nos postramos ante tu Presencia sacramental, y nos sumergimos en el misterio de tu Pasión de Amor. No eres un simple hombre al que contemplamos en Jesús de Nazareth: eres el Dios de majestad infinita, el Dios al que los ángeles de más grandiosa potencia no caben en sí de asombro, ante la infinita majestuosidad de tu Ser trinitario. Tú, Hombre-Dios, el Nazareno, el hijo del carpintero, eres Dios Hijo encarnado, Dios Tres veces Santo, ante cuya gloria eterna las potestades angélicas palidecen y enmudecen asombradas y extasiadas de amor te adoran con alegría sin fin. Y sin embargo los hombres se atreven a golpear tu hermosísimo rostro; a levantarte la voz; a proferirte insultos; a darte cachetazos; a salivar tu santa faz; a darte latigazos en la espalda y en las piernas; a coronarte de espinas, y esto sucede con los pecados de sensualidad, de carnalidad y de obscenidad, pecados que se exacerban al infinito en Carnaval, época por excelencia de exaltación de la lujuria. Jesús, te contemplamos en tu Via Crucis, abrazado a la Cruz, cubierto de heridas abiertas y sangrantes, con tu Cuerpo llagado, tu Cabeza coronada de espinas, tu Rostro santísimo irreconocible, tumefacto por los golpes; te vemos con un ojo amoratado por las trompadas, con tu caminar vacilante por el peso de la cruz, y te seguimos por el Camino Real de la Cruz, detrás de ti y de tu Madre Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, que con su Corazón Inmaculado repara junto a Ti por todos los pecados de los hombres ingratos. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te coronan de espinas. Los soldados romanos, entre risotadas y burlas blasfemas, indolentes de la suerte que de la muerte que te espera, te han tejido una enorme corona de gruesas y filosas espinas, que al ser colocada en tu regia cabeza, hacen brotar caudalosos ríos de tu Preciosísima Sangre, Sangre que corre sobre tu cuero cabelludo, sobre tu Rostro, tu Cuerpo, bañándote todo entero, y cae en tierra formando un lago, tanta es la cantidad que brota de tu Sagrada Cabeza. Para colocarte la corona, los soldados no escatiman brutalidad y una vez puesta sobre tu Cabeza, la hacen encajar a fuerza de golpes y bastonazos. Las espinas son tan filosas, que cada golpe dado por los soldados para colocar la corona, significa para Ti como si decenas de cuchillas de acero se hundieran en tu cuero cabelludo, provocándote acerbos dolores y dejándote al borde de la muerte, tanto es el dolor que te causan. Esas espinas de la corona son la materialización de nuestros malos pensamientos, nuestros pensamientos contra la bondad, los pensamientos de venganza, de ira, de rencor, de enojo, maledicencia, de discordia, entre amigos, entre hermanos, entre esposos; pero también son los malos pensamientos contra la castidad y la pureza, los pensamientos de lujuria y de sensualidad, los pensamientos de pornografía, los pensamientos del Carnaval, los pensamientos de erotismo, los pensamientos carnales, los pensamientos contrarios al espíritu, los pensamientos que siembran en la carne contra el espíritu, los pensamientos de muerte, que ofenden al Espíritu de Dios. Pero no son los soldados romanos los que te coronan de espinas, sino el Amor, porque es el Amor el que te conduce a sufrir por nosotros; es el Amor el que te conduce a dar tu Vida por nuestro rescate. Entonces, por tu Amor, ten piedad y perdónanos, y por el Amor de tu Madre, Ven pronto, Señor Jesús. Amén.

         Silencio para meditar.

        Jesús, han traspasado tu mano derecha con un grueso clavo de hierro. Ese clavo es la materialización de todos los pensamientos y los actos contra el Divino Amor, cometidos por todos los hombres, de todos los tiempos, desde Adán y Eva, hasta el Último Día. Son los pensamientos y actos cometidos contra Dios y su Amor y su Sabiduría, actos y pensamientos pecaminosos con los cuales el hombre destruye la obra de gracia que Dios implanta con todo amor en su corazón, pero que el hombre, guiado por el misterio de iniquidad y obedeciendo la siniestra voz del Príncipe de las tinieblas, busca destruir a toda costa, reemplazando así el Jardín florido y perfumado de la gracia divina por el desierto árido y arrasado del pecado. Así, el Carnaval, con su música estridente, sus colores brillantes, su sensualidad carnal y su erotismo, convierte al alma en un desierto en el que arde y quema el sol de las pasiones sin freno y en el que pululan las alimañas ponzoñosas, las serpientes, los alacranes, las arañas, los pecados mortales que anidan en el corazón negro y frío como cueva babeante de serpiente. Jesús, por tu mano derecha clavada en la Cruz, líbranos del desierto árido del Carnaval, danos la alegría de la pureza casta y pura de tu gracia. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, han traspasado tu mano izquierda con un grueso clavo de hierro. Es la materialización de los pensamientos y actos cometidos por el hombre contra su propio cuerpo, cuerpo que Dios lo ha convertido en su templo de gloria por la gracia, pero que el hombre lo profana por la perversión, la lujuria, la pornografía, la vida licenciosa, las imágenes indecentes, el alcohol, las drogas, y todo género de indecencias, de música perversa, de palabras groseras, de conversaciones indecentes, de obscenidades, de avaricias, de perversiones inimaginables, de traiciones, y todo exacerbado al límite de lo impensable en el Carnaval. Jesús, pedimos perdón, reparamos y desagraviamos, y para ello, te ofrecemos tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, por medio de las manos y el Corazón Inmaculado de María Santísima, tu y Nuestra Madre Santísima, la Virgen María.

Silencio para meditar.

        Jesús, han traspasado tus pies con un grueso clavo de hierro. Es la representación de los pasos dados para cometer pecados de toda índole, sobre todo los pecados que se cometen en el Carnaval, bajo pretexto de una falsa alegría, de una alegría mundana: pecados de traición, de cobardía, de malicia, de sensualidad, de lujuria; pecados de vanidad, de adulterio, de borrachera, de drogadicción, de sexualidad desenfrenada, de pasiones sin control, de apostasía, de rebelión, de maldad, de falsa religiosidad, de burla a lo sagrado, de desprecio de todo lo bueno, de carnalidad, de banalidad, de exaltación de lo malo, de desprecio de lo santo, de lascivia. Jesús, te pedimos perdón y reparamos por los pecados que se cometen en Carnaval y te ofrecemos en reparación y desagravio tu mismo Sagrado Corazón y el Inmaculado Corazón de María Santísima, para aplacar tu justa ira. Amén.

 Silencio para meditar.

Jesús, han traspasado tu Corazón, tu Corazón ha dejado ya de latir, pero no por eso has dejado de comunicar tu Vida y tu Amor; más aún, en el misterio de tu Divinidad, aún antes de resucitar, comienzas ya a comunicar de tu Vida y de tu Amor por la efusión del Agua y de la Sangre que brotan de tu Corazón traspasado, y así el centurión romano, sobre el cual caen el Agua y la Sangre de tu Corazón abierto, recibe tus entrañas de Misericordia, el Espíritu Santo, y se convierte, confesando a viva voz que Tú eres el Mesías: “¡Éste es el Hijo de Dios!”. Jesús, el lanzazo a tu Sagrado Corazón es la materialización de todos los pecados fratricidas y deicidas que, desde Caín, se albergan en los corazones de los hombres: los resentimientos, los odios, las venganzas, las maledicencias, las faltas de perdón, las envidias; son los planes que los hombres hacen para matarse y destrozarse entre sí, pero son también los odios que los hombres, desde Adán y Eva albergan contra Dios y su Mesías. El lanzazo también es símbolo de quienes asesinan la vida de la gracia en sus hermanos, siendo para ellos ocasión de pecado, por medio de la lascivia y la lujuria, que se incrementa de modo especial en el Carnaval, en donde las ocasiones de caída se multiplican al infinito.
Pero ante el odio cainita y deicida del hombre, que no vacila en matar a su Dios y clavarle un lanzazo en su Sagrado Corazón, Dios responde abriendo las entrañas de su Amor, derramando los infinitos torrentes de su Divina Misericordia; al odio del hombre, Dios le responde con su Divina Misericordia, y por eso, Jesús, te adoramos, te bendecimos, te alabamos y te damos gracias, por tu infinito Amor, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Cristianos venid”.


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