Inicio:
ingresamos en el oratorio, doblamos
nuestras rodillas en señal externa de adoración, ante la Presencia sacramental
de Jesús Eucaristía, al mismo tiempo que nos postramos interiormente con
nuestra alma, mientras que le decimos, desde el abismo de miseria e indignidad
de nuestro corazón, con toda la fuerza de que somos capaces: “Jesús, te amamos con
todo nuestro ser, con todo nuestro corazón, con todo lo que somos y tenemos y
te agradecemos por Tu Presencia Eucarística, por estar aquí en medio de
nosotros, porque Tú en la Eucaristía eres el Faro en medio de la oscuridad, la
Luz en las tinieblas, y si no estuvieras, no habría esperanzas para la
humanidad, pero la Eucaristía es precisamente el Signo luminoso que nos indica
que la Luz Divina nunca habrá de dejarnos a merced de las tinieblas del Infierno,
porque la Eucaristía es la Luz Viviente en Persona que ilumina y da Vida eterna
a quien la contempla y adora. Es por esto que en Ti, Dios de la Eucaristía, confiamos y en Ti, oh Dios del sagrario, dejamos toda nuestra vida y todo nuestro ser, todo lo que somos y todo lo que tenemos, nuestro pasado, presente y futuro. Que esta Hora Santa, vivida en la luz de tu Presencia sacramental, sea anticipo de la luminosa contemplación del Cordero que por la Misericordia Divina esperamos alegrarnos por la eternidad".
Ofrecemos esta Hora Santa en reparación y desagravio a los Sagrados Corazones de Jesús y de María por diversos pecados, pero sobre todo por los cometidos en el Carnaval.
Ofrecemos esta Hora Santa en reparación y desagravio a los Sagrados Corazones de Jesús y de María por diversos pecados, pero sobre todo por los cometidos en el Carnaval.
Oración inicial:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial:
“Tantum Ergo”.
Meditación
Jesús,
reparamos y desagraviamos por quienes no valoran el sacramento del matrimonio y
la fidelidad conyugal, por todos aquellos esposos que ultrajan la santidad del
matrimonio y lo denigran con amores profanos; quienes así obran, no han
comprendido que el sacramento ha convertido a los esposos en una prolongación y
en una imagen viviente de la unión nupcial y mística entre Cristo-Esposo y la
Iglesia-Esposa y que por lo tanto el matrimonio terreno debe reflejar las
características de este matrimonio celestial: unidad, indisolubilidad,
fidelidad y que así como Cristo Esposo amó a su Esposa la Iglesia hasta la
muerte de cruz, así deben los esposos dar sus vidas por amor y ser fieles entre
sí hasta la muerte de cruz. Lamentablemente, muchos cristianos se dejan
influenciar por el mundo y toman la infidelidad por norma, olvidando las
promesas matrimoniales de ser fieles “hasta que la muerte los separe”. Te
suplicamos, Jesús, para estos esposos, el perdón y la gracia de la conversión y
la contrición del corazón. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
reparamos y desagraviamos por las almas que se dejan seducir por las siete
hijas de Satanás, los pecados capitales: la soberbia, pecado por el cual el
hombre ocupa el lugar que le corresponde a Dios y se adora a sí mismo, como su
propio dios; la ira, pecado que contrasta la mansedumbre y la paciencia del Cordero
de Dios y así lo incapacita para subir a la cruz y ofrendar su vida en
sacrificio agradable al Señor; la avaricia, el deseo desordenado de acumular
riquezas materiales, sin tener en cuenta que nada habremos de llevar a la otra
vida, solo el amor y las buenas obras, y que si apegamos el corazón a las cosas
materiales, con ellas quedará apegado para siempre y jamás podrá entrar en el
Reino de los cielos, por lo que es necesario desapegar el corazón de la riqueza
material y apegarlo a los bienes celestiales, la oración y las obras de
misericordia; la lujuria, pecado opuesto a la castidad, pecado que desea en
contra del espíritu y que por lo tanto cosecha corrupción y muerte y conduce a la muerte eterna, acarreando atroces e infinitos dolores a la
carne mortal que en esta vida fue la causa del pecado; la gula, pecado que
atiborra los sentidos de comida y bebida, entorpeciendo al alma que así se
olvida de degustar el manjar del espíritu, la Carne del Cordero y el Vino de la
Alianza Nueva y Eterna; la pereza, pecado que hace evitar el trabajo y la
oración; por último, la envidia, pecado por el cual el alma se entristece por
el bien ajeno cuando debería, por el contrario, crecer en la caridad y en el
amor a su prójimo. Jesús, te pedimos perdón y reparamos, en desagravio por
nuestros prójimos y por cuantas veces nosotros mismos nos hemos dejado seducir
por estos pecados, en vez de combatirlos y vivir las virtudes que nos hacen
imitar tu Sagrado Corazón. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
reparamos y desagraviamos por quienes aprueban leyes contrarias a la naturaleza
humana. La naturaleza, creada por ti, es perfecta y armoniosa y en el respeto
de sus leyes encuentra el hombre la plena realización de sus capacidades, al
tiempo que construye un mundo de justicia, de paz y de armonía con sus
hermanos, glorificando y alabando de esta manera tu Nombre, tu Sabiduría y tu
Amor. Por el contrario, cuando el hombre, enceguecido por su soberbia y necedad,
deja de contemplar tu Sabiduría y tu Amor inscriptos en las precisas leyes de
la naturaleza humana y guiado por el misterio de iniquidad se erige en inicuo
legislador, se inventa para su propia ruina infames leyes anti-natura con las
cuales justifica los vicios y exalta las pasiones, lo único que hace es abrir las
puertas al dolor, la angustia, la tristeza, la enfermedad, el sufrimiento y la
muerte, aun cuando todo lo disfrace de neo-derechos y lo presente con música
estridente, con sonoras carcajadas y con banderas multicolores. Jesús, te
suplicamos, para ellos y para nosotros, la gracia de la conversión y de la
contrición del corazón, para que todos comprendamos que en el respeto de la
naturaleza humana está la felicidad del hombre y que “el cuerpo es templo del
Espíritu Santo” y que por tal motivo no debe ser de ninguna manera profanado.
Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
reparamos y desagraviamos por quienes aprueban la eutanasia, sobre todo la
eutanasia infantil. La Eutanasia es una falsa piedad; es una negación de la
ciencia médica; es un acto contrario a la medicina; es la supresión violenta de
la vida humana, en este caso, de un niño o de un joven, en estado terminal, y
un médico no puede nunca prestarse a semejante acto que contradice la esencia
de su profesión. La eutanasia consiste en la eliminación programada, abrupta,
injustificada, violenta, de un ser humano vivo, que debía aun cumplir su ciclo
vital biológico, y esta interrupción es hecha por manos del hombre, por
decisión del hombre, que no quiere aceptar tus designios, que no quiere unir su
tribulación, su enfermedad, su vida, a tu Cruz, apartándose de Ti doblemente en
el momento de la muerte: apartándose por el suicidio asistido que significa en
sí la eutanasia y apartándose por el hecho de no querer ofrecerte sus
tribulaciones, sufrimientos y dolores para así compartir contigo el último
tramo de su vida. Jesús, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la muerte no
son nunca, para el hombre, motivo de desesperación; todo lo contrario: cuando
el hombre los une a Ti y te los ofrece por medio de las manos de tu Madre
Santísima, la Virgen, se convierten en instrumentos preciosísisimos de
santificación personal y de co-rredención del mundo y en puertas abiertas que
conducen al cielo. Jesús, concédenos a todos la gracia de comprender los
enormes tesoros que encierra la verdadera muerte digna, la muerte que se muere
en unión contigo en la cruz y en brazos de tu Madre, Nuestra Señora de los
Dolores. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
reparamos y desagraviamos por los pecados cometidos en Carnaval, pecados de
lujuria, de sensualidad, de carnalidad, que ofenden gravemente la majestad
divina, porque son contrarios a la Sabiduría y al Amor de Dios. La castidad no
es una mera virtud moral; es una expresión de la Pureza Inmarcesible del Ser
Divino que en el hombre se expresa en la castidad. Además, el cuerpo del hombre
ha sido convertido, por la gracia santificante, en templo del Espíritu Santo, y
su corazón por lo tanto ha sido convertido en altar, sagrario y tabernáculo de
Jesús Eucaristía, y la sensualidad del Carnaval conspira gravemente contra este
templo, ultrajándolo con la introducción de imágenes, cantos, bailes, danzas y
músicas profanas, carnales, eróticas, que exaltan el pecado, la lujuria, el
desenfreno de las pasiones. Jesús, pedimos perdón y reparamos por todos
nuestros hermanos y hermanas que enceguecidos por el pecado de la lujuria te
ofenden a Ti, Sacratísimo Corazón, y al Inmaculado Corazón de María, y te
suplicamos que les concedas, a ellos y a nosotros, un ardiente deseo de
castidad y de pureza, de manera que aprecien el don de sus cuerpos como
"templo del Espíritu Santo" y no lo profanen con impurezas, sino más
bien lo honren, consagrándolo con el perfume de la gracia y adornándolo con el
pudor, la vergüenza, y el respeto por la intimidad propia y ajena, para que así
encuentren la paz para sí mismos y den la paz a sus hermanos, porque la
impureza –la carnal y la espiritual- es fuente de discordia y de violencia, así
como la pureza es fuente de paz y de armonía. Amén.
Silencio para meditar.
Meditación final
Jesús, debemos ya retirarnos, pero
deseamos permanecer siempre ante tu Presencia Eucarística, y para ello dejamos
nuestros corazones en manos de María Santísima, para que Ella los custodie en su
Corazón Inmaculado y no permita que nada los aparte de Ti. Haz que cuando
nuestros corazones, inconstantes en el amor a Ti, comiencen a olvidarse de tu
Amor, la Virgen los estreche fuertemente contra su Inmaculado Corazón, de modo
que al escuchar los latidos del Corazón de la Madre, escuchemos los latidos del
Corazón del Hijo, y así recordemos los acerbos dolores que por nosotros
sufriste en la Pasión y retornemos por el camino de la penitencia, el
sacrificio, la mortificación y la oración. Jesús, enciende en nuestros
corazones el amor de la perfecta adoración y comunión, de manera que la
comunión sea precedida por la adoración y la adoración nos lleve a desear la comunión y haz que
cada vez que comulguemos y adoremos, reparemos y desagraviemos por todos aquellos
que ofenden y agravian a los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María. Amén.
Oración final:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias,
con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de
su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final:
“Los cielos, la tierra, el mismo Señor
Dios”.
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