sábado, 28 de abril de 2018

Hora Santa en reparación por robo sacrílego de Hostias consagradas en México 130418



Tristísima imagen correspondiente al sacrilegio cometido 
en la Iglesia San Fernando Rey en Tabasco, México,
el pasado 13 de abril de 2018. Pueden observarse el sagrario profanado 
y las Hostias consagradas tiradas por el suelo.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de Hostias consagradas ocurrido en la Iglesia de San Fernando Rey, perteneciente a la Diócesis de Tabasco, México, el día 13 de abril de 2018. La información correspondiente al lamentable suceso se encuentra en la siguiente dirección electrónica:


Según consta en las informaciones periodísticas, personas desconocidas irrumpieron en el interior del templo parroquial y, además de robar objetos de valor, forzaron el sagrario y se llevaron los copones que contenían las Hostias consagradas, las cuales fueron arrojadas al suelo. Nos hacemos eco del pedido de Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López, quien ha invitado a sacerdotes, religiosos y laicos de la Diócesis, a ofrecer una Hora Santa en reparación por la profanación sufrida.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Cuando sus contemporáneos veían a Jesús, lo veían como un hombre más entre tantos, pero cuando escuchaban la sabiduría divina de sus enseñanzas y cuando veían sus prodigios, no podían salir de su asombro, ya que lo tenían, precisamente, por un hombre más entre tantos. Por ese motivo es que exclamaban: “¿No es éste el hijo del carpintero? (…) ¿No es el hijo de María? (…) ¿Acaso no viene de entre nosotros?” (cfr. Mt 13, 55-57; Mc 6, 1-6). La explicación del asombro es que Jesús es el Hombre-Dios; es decir, es el Verbo Eterno del Padre unido hipostáticamente, personalmente, a una naturaleza humana y esta unión es inefable no solo porque no es visible a los ojos, ni porque no hay otra unión similar en la Creación, sino porque es la unión de la naturaleza humana con la Persona Segunda de la Trinidad. En efecto, la unión entre la naturaleza humana de Jesús con el Logos o Verbo Eterno del Padre no solo es inefable por cuanto es diversa y superior a cualquier otro género de unión –materia y forma, cuerpo y alma, substancia y accidente, etc.-, sino ante todo porque esta unión tan singular se hace posible gracias a la participación de la naturaleza a la subsistencia del Verbo de Dios[1]: “La naturaleza humana –de Jesús- es unida al Verbo en modo tal que asume la subsistencia y, no al contrario, esto es, como agregando algo a la naturaleza del Verbo o transmutándolo”[2]. El resultado es que el Verbo se hace hombre, verdaderamente hombre, pero no que el Verbo obtenga una nueva subsistencia, porque en el Verbo de Dios ya subsiste, perfecta y eternamente, con el Acto de Ser divino trinitario, la Persona Segunda de la Trinidad, en la cual es asumida la naturaleza humana de Jesús. Aquí está la razón –que sus contemporáneos no podían ver a simple vista- del asombro de los que conocían a Jesús desde pequeño: Él era el Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado, que había asumido una naturaleza humana y hablaba y caminaba entre los hombres, siendo Dios Hijo en Persona.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

El mismo asombro se da entre los hijos de la Iglesia, cuando contemplan la Eucaristía y dicen: “Pero, ¿no es acaso un simple trozo de pan? ¿No es acaso la Eucaristía un simple pan bendecido en una ceremonia religiosa?”. Cuando, sin los ojos de la fe, se observa así a la Eucaristía, es algo similar a cuando los contemporáneos de Jesús observaban la naturaleza humana de Jesús, sin contemplar su divinidad. Si en la Eucaristía nos quedamos solo con lo que aparece sensiblemente a los sentidos corporales, entonces parece solo un poco de pan, pero si la contemplamos con los ojos de la fe, entonces vemos que ya no es más pan, sino el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, el Cordero de Dios. No caigamos en el error de los contemporáneos de Jesús, que veían en Él solo un simple hombre: llevados por la fe de la Iglesia, contemplemos la majestuosidad del Verbo del Padre hecho carne para nuestra salvación. De igual modo, no caigamos en el error de ver en la Eucaristía sólo un trozo de pan bendecido: llevados por la fe de la Iglesia, contemplemos el misterio inefable de la Presencia real del Verbo de Dios Encarnado, Jesucristo, que se queda voluntariamente en la Prisión de Amor, el sagrario, para “estar todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo” y así “darnos alivio a quienes estamos afligidos y agobiados” (cfr. Mt 11, 28-30).

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

El misterio inefable de Cristo consiste en que la unión substancial de la naturaleza humana a la Persona del Verbo es una unión que se encuentra más allá de cualquier unión por nosotros conocida[3]. La naturaleza humana se une a una persona ya constituida con su Acto de Ser –actus essendi-, no se une accidentalmente, sino substancialmente, otorgándole al Verbo una substancialidad secundaria que es la que hace que el Verbo sea verdaderamente hombre, como lo somos nosotros, aunque obviamente sin el pecado original ni sus consecuencias[4]. El misterio de la Encarnación consiste, precisamente, en que la naturaleza humana se une substancialmente a la divinidad, pero no determina a la Persona divina, que ya es Persona perfectísima, a todos sus efectos, por su Acto de Ser divino trinitario. Esto es lo que explica la visión de San Juan Evangelista al comienzo del Cuarto Evangelio: volando como un águila que se remonta hacia el sol, lo contempla y describe en su divinidad –“El Logos era Dios y estaba en Dios”[5]- y volando como un águila que mira hacia abajo y con su vista determina la posición del cordero, lo contempla en su Humanidad santísima –“Y el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros”-. De la misma manera, quien contempla la Eucaristía, se eleva hacia ella como el águila hacia el sol y, fijando los ojos del alma en la Eucaristía, contempla al Verbo Eterno del Padre en ella contenido, pero al mismo tiempo, contempla en la Eucaristía a ese Verbo de Dios hecho hombre, es decir, bajado del cielo, desde el seno del eterno Padre, a nuestra historia humana. El misterio inefable de la Encarnación se continúa y se prolonga en el misterio inefable de la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Quien no comprende o quien no tiene en cuenta la unión substancial entre la naturaleza humana de Jesús y el Verbo, comete errores en lo que respecta a Cristo[6] y, en consecuencia, en lo que respecta a la Eucaristía, porque la Eucaristía es Cristo Dios en Persona; la Eucaristía es el Verbo Eterno del Padre encarnado en una naturaleza humana que prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar. En Cristo, el Acto de Ser divino trinitario actúa inmediatamente la naturaleza constituyéndola en Persona, la cual subsiste en la naturaleza divina[7] y esto acaece en las eternidades de eternidades, en el Principio sin Principio que es el seno del Eterno Padre, Principio de la Trinidad. Y esto se traslada a la Eucaristía, porque así como no hay dos seres substanciales según las dos naturalezas –no hay dos personas en Cristo, una divina y otra humana-, sino un ser substancial, la Persona divina del Hijo –en Cristo hay una sola Persona, la Persona divina del Hijo y no dos personas, una humana y otra divina-, así también en la Eucaristía no hay dos substancias, la de Cristo y la el pan, sino solo una substancia, la substancia del Cuerpo y Sangre de Cristo. Antes de la consagración, la substancia es la del pan; luego de la consagración, la substancia es la del Cuerpo de Cristo. Antes de la consagración, la substancia es la del vino; luego de la consagración, la substancia es la de la Sangre de Cristo.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Nuestro Señor Jesucristo es el Hombre-Dios: es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios[8]. No es Dios sin ser hombre, ni es hombre sin ser Dios. Es Dios-Hombre, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, para que los hombres, sin dejar de ser hombres, nos hagamos Dios por participación por la gracia. Como hombre y aun cuando la subsistencia de su naturaleza humana dependa de la unión hipostática con la Persona divina del Logos, Jesucristo tiene derecho al título de “hombre” puesto que posee todo lo que le compete a la naturaleza humana[9]. Su naturaleza humana es íntegra: posee cuerpo y alma, intelecto y voluntad, sexualidad y afectividad, etc. Se trata de una naturaleza humana individual, particular, determinada, puesto que es la humanidad de Jesús de Nazareth. Ahora bien, este hombre Jesús de Nazareth fue asumido, en su naturaleza humana, no por una persona humana –si así fuera, sería solo hombre y nada más que hombre- sino por la Persona o hipóstasis del Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. De esta manera, el Verbo subsiste tanto en la naturaleza divina como en la naturaleza humana de Jesús de Nazaret, por lo que al decir “este hombre” –Jesús de Nazareth- se indica al Verbo de Dios que en esta naturaleza subsiste[10]. Cuando se habla de Jesús como Verbo Encarnado se puede decir con Santo Tomás: “el Verbo de Dios es este hombre determinado” –Jesús de Nazareth-. Esto significa que la diferencia cuando decimos “yo soy hombre” y “Jesús es hombre”, cuando se aplica la palabra “hombre” a nosotros, indica en nosotros una persona o supósito creado, puesto que somos personas humanas, pero cuando se aplica la palabra “hombre” a Jesús de Nazareth, se incluye a la Persona Increada, la Segunda de la Trinidad[11], en la que subsiste su naturaleza humana. Ahora bien, todo esto no se trata de meras especulaciones teológicas, sino que constituyen el fundamento de nuestra adoración eucarística, porque lo que adoramos en la Eucaristía no es pan y vino materiales y terrenos, sino la naturaleza humana glorificada de Jesús –el Cuerpo, la Sangre, el Alma- unida a su divinidad –la Divinidad de la Segunda Persona de la Trinidad a la que esta naturaleza humana está unida y por la cual subsiste-. Entonces, cuando adoramos la Eucaristía, no adoramos un mero trozo de pan –lo cual sería idolatría-, sino al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Battista Mondini, La Cristologia di San Tommaso d’Aquino, Origine, dottrine principali, attualità, Urbaniana University Press, Roma 1997, 125.
[2] Santo Tomás de Aquino, Comp. Theol. C 211, 412. Cit. Mondini, o. c.
[3] Cfr. Mondini, o. c.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. Jn 1, 1ss.
[6] Cfr. Mondini, o. c., 127.
[7] Cfr. Mondini, o. c., 127.
[8] “Que Jesucristo además de verdadero Dios sea verdadero hombre fue definido solemnemente definido por los Concilios de Éfeso y de Calcedonia”: cfr. Battista Mondini, o. c., 128.
[9] Cfr. Mondini, o. c., 129.
[10] Cfr. Santo Tomás de Aquino, S. C. Gent. IV, 49; S. Theol. III, 16, 1; In Sent. d. 7, 1, 1; cit. Battista Mondini, La Cristologia di SantTommaso d’Aquino, Urbaniana University Press, Roma 1997, 129.
[11] Cfr. passim.

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