Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo
Rosario meditado en reparación por el sacrilegio cometido contra la Santa Misa
por parte de un clérigo en Brasil, quien desde hace años disfraza de “monaguillo”
a su mascota perruna, haciéndolo subir al presbiterio y participar de toda la
Santa Misa.
Canto de entrada: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Cuando deseamos la gloria mundana y sabemos que tal o
cual persona puede proporcionárnosla de algún modo, no escatimamos esfuerzos
para acercarnos a esa persona. Y, sin embargo, a Dios, Quien es la Gloria Increada
y Quien desea comunicarnos de su gloria infinita a través de los sacramentos,
que es la gracia santificante, le rehuimos su compañía, nos alejamos de Él, de
su Iglesia, de sus sacramentos, de su Presencia sacramental en la Sagrada
Eucaristía, como si fuera el más grande de los malhechores. ¡Cuánto lamentaremos
nuestra insensata conducta, si no la corregimos a tiempo, si no nos acercamos a
los Santos Sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía, mientras hay
tiempo!
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Si alguien es echado del consejo del rey, queda
avergonzado e inconsolable, porque ha sido expulsado del círculo de su
confianza. ¿Y para nosotros no resulta una amarga pérdida, una herida
incurable, el vernos privados, por el pecado mortal, de la compañía, no ya de
un rey terreno, sino de las Tres Divinas Personas, Dios Uno y Trino? De hecho,
Dios mismo desprecia al que desprecia la comunión con su bondad, con su
divinidad: semejante hombre se hace enemigo de su propio honor, de su razón, de
sí mismo y de Dios[1].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Por otra parte, los honores descansan más en la
opinión de los hombres que en la cualidad intrínseca. La voluntad de un rey
puede hacer que alguien ocupe el puesto más apetecido, sin que para ello tenga
aptitud o sea digno. Cuando la gracia nos comunica una dignidad divina, no
solamente nos otorga el nombre, sino también la perfección divina, pues, según
los teólogos, ella sobrenaturalmente hace que nuestra alma se parezca a Dios.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Según San Cirilo de Alejandría, “somos participantes
de la naturaleza divina por la unión con el Hijo y el Espíritu Santo; no solo
de nombre, sino en la realidad, cuantos hemos creído somos semejantes a Dios,
pues hemos sido revestidos de una beldad que sobrepasa la de cualquier
creatura. Cristo se ha formado en nosotros de una manera inefable y no como una
creatura en otra, sino como Dios en la naturaleza creada, transformando, por el
Espíritu Santo, la creación, esto es, a nosotros mismos, en su imagen,
elevándola a una dignidad sobrenatural”[2].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Santo Tomás dice: “Lo que en Dios es esencial y
substancial, en el alma que por la gracia participa de la caridad divina es
como una cualidad agregada a su naturaleza”[3]. Los
Padres aplican a este misterio diversas imágenes: San Atanasio compara la
divinidad con el ámbar o bálsamo, que comunica su suavidad a los objetos que
toca, o también con el sello que con la cera blanda deja grabada su imagen. Dice
San Gregorio Nacianceno que nuestra naturaleza está íntimamente unida a Dios
por la gracia y que participa de sus propiedades, al igual que una gota de
agua, arrojada a un vaso de vino y absorbida por éste, toma el mismo color,
olor y sabor. Santo Tomás, siguiendo a San Basilio, nos evoca la imagen del
hierro: de sí rudo, frío e informe, se vuelve ardiente, luminoso, sensible, flexible,
cuando se lo coloca en el fuego y éste lo penetra; es de notar que no por eso
pierde su esencia. El que sabe que Dios es la luz más pura, el fuego del amor
eterno, comprenderá sin dificultad, cómo, al abajarse con toda su gloria hasta
su creatura y al admitirla en su seno sin aniquilarla, la puede penetrar de su
luz y de su ardor, hasta el punto de hacer desaparecer su poquedad natural y su
debilidad, de suerte que parece quedar completamente absorbida en Dios[4]. Esto
sucede místicamente con el alma que comulga en estado de gracia, con el alma
que, en estado de gracia, se funde con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “La Virgen María nos reúne en Nombre
del Señor”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.